14: "Soberbia"
Esperando que la hora de su receso se aproximara, seguía quieto dentro de la pequeña cabina de madera esperando a otro penitente. El nogal crujió anunciando la llegada de un nuevo pecador listo para purgar sus culpas y lanzarse a la templanza de un alma recientemente limpia.
—Ave María Purísima—
—Sin pecado concebida—
Tomás al escuchar aquella respuesta reconoció al instante la voz femenina que traspasaba la vieja tela calada del confesionario, Lucía nuevamente aparecía para su penitencia diaria. Aquello no le molestaba, era su deber el ayudar al prójimo a través de la confesión, pero Lucía últimamente se mostraba más colérica de lo que era costumbre.
—En el nombre del padre, del hijo y del espíritu Santo— Santiguó a la mujer como era debido, preparándose nuevamente para lavar sus males.
—Padre... Hace un día que no me confieso, he pecado reiteradas veces—
Tomás se aclaró la garganta y dispuso toda la atención necesaria para escuchar la confesión que tímidamente esa mujer relataba. —La escucho—
—Yo he... He tenido envidia, levanté calumnias ante mi prójimo y odié...—
Sorprendido por aquello que había escuchado dejó que su curiosidad la permitiera hondear en el tema. — Es normal lo que me relatas, propio del hombre. Todos hemos sentido lo que a ti te ataca ahora. ¿Podrías ser más específica?—
—Bueno... Yo... Odio a una mujer, con todo mi ser. Detesto su forma de actuar y hasta como respira. Dije cosas malas sobre ella que no sé si son ciertas... La envidio—
—Pe... Pero ¿Qué te ha hecho ella?—
Escuchando un resoplido de parte de Lucía, ella continuó hablando mientras que su voz aumentaba de decibeles, algo en su temple parecía molesto. —Ella, a mí no me hizo nada, pero a los demás... Padre, usted me entenderá, esa mujer siembra tormentas y cosechas las tempestades con gracia. Se viste como una prostituta y actúa como tal. ¡No tiene pudor! Además de que todos los imbéciles del pueblo están tras de ella.— Lucía había callado, tomando aire intentando relajar su garganta para nuevamente empezar a hablar. —Yo... Yo siempre he actuado bien, nunca he usado ropa que llame a la lascivia o algo por el estilo. Soy una buena persona, pero llega ese súcubo y todos pierden la cabeza mientras que yo sigo siendo invisible—
Tomás comenzó a unir las piezas en su cabeza, deduciendo rápidamente quien era la responsable de tan amarga carta de odio. La imagen de Amelia sentada en un banquillo de sentencia lista para la horca y los continuos rumores que había escuchado de ella ahora tenían fundamento. —¿Quién está detrás de ella?—
—¿Pe... Perdón, Padre?—
—Ya me escuchaste, Lucía. ¿Quién tiene malas intenciones con Amelia Von Brooke?—
Sorprendida ante aquel interrogante, la mujer ardió en recelo, otra vez la atención se desviaba a aquella mujer ponzoñosa que estaba envenenando el poblado. —No lo sé, ni me importa—
—Claro que te importa, Lucía. Sino no lo confesarías, pero quiero que sepas algo... Amelia es una gran chica, deberías hablar con ella y verás cómo ese odio se disipa— Intentando calmar sus propias dudas que habían surgido a base de aquellas palabras que nuevamente lo encaminaban a ella, Tomás respondió.
—Si... Claro, padre—
—¿Algo más que quieras confesar, Lucía?—
—Si... Yo...— Una pausa necesaria fue realizada por la garganta de aquella mujer, Tomás dedujo que aquello que ella estaba por pronunciar era de suma importancia. —Yo he tenido malos pensamientos, deseo a alguien...—
Sorprendido, Tomás arqueó una ceja para luego serenar su rostro, ella no era la primera persona en ocultar las falencias de su virtud. —Eso... Es normal también, te recomiendo que encamines tu mente a los buenos pensamientos, los sentimientos. Si hablas con esa persona y llegas a conocerla quizás te darás cuenta que tus emociones pueden ser correspondidas—
—Eso es imposible, padre.—
—¿Por qué lo dices, Lucía? No existen imposibles si el señor está de nuestro lado—
Nuevamente el silencio apareció, prolongándose aún más que la última vez, haciendo que una leve incomodidad surgiera. —Porque el hombre que yo deseo es un hombre de iglesia...—
Con su rostro perturbado, Tomás solo sentía estupor y hasta quizás asco por lo que acababa de escuchar. Intentando no caer en la grosería, dio por terminada la confesión. — tu penitencia será de cuatro padres nuestros y diez Ave Marías.—
Notando como el tono de voz de Tomás cambiaba orientado hacia el frio propio de la indiferencia, Lucía se precipitó. —Pe... Pero no le he dicho nada malo, solo me estoy confesando—
Llevó una mano a su frente y cerró los ojos, conociendo los indicios de una clara jaqueca. —Lucía, tú no puedes competir contra Dios. No eres rival para él, discúlpame si soy tosco, pero yo nunca rompería los votos de mi vocación por ti—
Cuando Tomás quiso realizarle su clásica absolución, la mujer solo respiró el propio odio que ahora llenaba la iglesia, el cual emanaba de su cuerpo. Se levantó y haciendo retumbar sus pisadas en el suelo emprendió su retirada, dejando a ese sacerdote solo en el confesionario.
Nuevamente el fastidio y la pena se unían en su cabeza. Tomás Valencia tenía cosas más importantes en qué pensar que en una mujer despechada. Esperando que el sonido del portal del templo le confirmara la huida de esa mujer, decidió tomarse un necesitado descanso.
... ... ...
Encaminado a la cocina, abrió el portal que separaba el mismo de los pasillos conductores con el templo. A pesar de evitar cruzárselo eran inminente que ambos deberían hablar, quizás sincerándose ante sus sentimientos y la algarabía mental que poseía, Augusto lo comprendería.
El doctor servía una vaporosa taza de café, ayudándose por la vieja tetera descascarada que aún seguía caliente.
—¿Quieres un poco?—
—Si... Te lo agradeceré, Augusto—
Tomó lugar en la mesa, mirando la madera de roble, intentando que entre sus vetas una respuesta a sus males se hallara. Pronto el pocillo con la turbia sustancia estuvo delante suyo, listo para ser ingerido, mientras el hombre al que él mismo podía llamar amigo se sentaba a su lado.
—¿Qué tal el trabajo, Tomás?—
Suspiró recordando el leve estupor que las palabras de Lucía le habían causado, para luego alejar su mente de esa memoria digna del olvido. —Todo normal ¿Y tu?—
—Aún muerto de sueño, pero sobreviviendo. No hubo mucho movimiento hoy, pero debo permanecer alerta—
Intentando mostrar interés por sus palabras y a la vez juntando coraje, Tomás cuestionó. —¿Larga noche?—
—Algo así— Notando como una sonrisa algo sagaz se bordaba en su rostro, guardó silencio, permitiéndole a Augusto continuar su relato. —Últimamente Vonnie anda algo traviesa. Tú me entiendes ¿no?—
La imagen mental era horrible y la culpa devastadora. —Sí, te entiendo—
—Parece que tu regalo está funcionando— Augusto, bastante contento mostrando el júbilo en sus mejillas, sacó del interior de su camisa la pequeña cadena plateada que llevaba colgando alrededor del cuello, para luego besar la medalla que ésta cargaba.
No quería pensar en aquello, en imaginarla a ella susurrando su nombre. La culpa de desearla pesaba y quizás hasta envidiaba a su amigo por poder disfrutar lo que alguna vez fue suyo y que nunca dejó de extrañar. —¿Ya... Todo..?—
—No, aún fallo en ese sentido, pero tengo mis métodos. San Judas parece que está empeñado en ayudarme en ese sentido.— Guardando nuevamente su colgante entre la seguridad de su ropa, el doctor continuó hablando. —Oye... Hay algo que quiero preguntarte—
Tomás, inseguro y hasta quizás envenenado gracias a la cizaña que de manera inconsciente Augusto había plantado en él, retomó el habla. —Cla... Claro, dime—
—Quiero saber si tú, mi amigo, me harías el honor de casarme con mi preciosa dama— Notando como el rostro de Tomás mutaba a un mortuorio blanco, Augusto rio. —No me digas que tú también quieres que te regale un anillo—
Tomás salió de su trance, dejando a tras todo lo que antes atormentaba a su mente permitiéndole el paso a ese nuevo demonio que había brotado de la boca de su amigo. —Yo... Yo... ¿Por qué aquí y no en la capital?—
—Aprendí a querer a éste pueblo, quiero quedarme. Es un buen lugar—
—Oh... ¿Y Amelia? ¿Qué piensa de eso?—
—Vonnie, ella aún no sabe nada, pero le encantará. Después de todo le va bien aquí, está generando buenas ganancias y está con su amiga—
Tomás, recordando como Lucía mencionaba la grotesca fama que ella le había formado a su viejo ángel, sentenció. —Deberías preguntarle, ella... A ella no le agrada mucho este pueblo—
—¿Por qué lo dices, Tom?—
Realizó un trago de su propia saliva, intentando que sus palabras no fueran tomadas por una ofensa. —La gente del pueblo habla, Amelia... Ella es diferente y eso los asusta un poco.—
Augusto sorprendido, blanqueó sus ojos mostrando un leve malestar. No era la primera vez que escuchaba aquello. —No me sorprende, seguro dicen un montón de idioteces a pesar de que yo intento ayudarlos. ¿Sabes cómo se llama eso, Tomás?—
—¿Cómo?—
—Envidia... Ellos nunca serán un doctor y seguramente las mujeres de aquí nunca serán como Vonnie. Critican lo que jamás alcanzarán—
Tomás estaba estupefacto, nunca se había imaginado llegar a oír algo así proveniente de un ser tan bendecido como lo era Augusto. Intentando cambiar su manera de pensar, Tomás hizo que su conocimiento teológico salga a la luz. —Augusto... No hables así, suenas soberbio—
—Solo digo la verdad, ellos jamás serán lo que nosotros somos. Es más, hasta me los puedo imaginar, solos... Lamentándose en sus cuartos por las desventuras que sufren.—
No podía creerlo, al final Augusto parecía tener un defecto. Carecía de todo aquello que construía a un ser en sus orígenes primarios. El vago razonamiento que realizaba solo era una excusa incompetente para olvidar lo que realmente le faltaba, aquello que no lo dejaba dormir por las noches. Comprendió porque se había fijado en Amelia y como siempre mostraba sus encantos simpáticos delante de todos. Augusto no tenía la misma seguridad de un hombre común, el cual podría hartarse de saciar su hambre en los pechos de su esposa, el doctor escondía su dolor detrás de una fachada perfecta, que intentaba imitar el sueño americano. —Te hace falta humildad, Gus—
El doctor, sintiéndose juzgado y notando como su compañero se incomodaba, entró en razón. —Si... Puede ser, solamente estoy cansado de que siempre alguien hable de nosotros—
—Es natural eso, propio del ser humano. Pero eso no te da derecho a sentirte superior. Te lo digo por el afecto que te tengo, Augusto, cambia esa manera de pensar, no estés a la defensiva, puedes hacerte daño a ti mismo.—
Augusto se sintió fuera de lugar y hasta quizás preso de la culpa del juicio que ahora su amigo realizaba sobre sus hombros. Con calma y sin mirarlo, se levantó de la silla cargando su taza de café. —Discúlpame, Tomás... Creo que no soy lo que pensabas—
—Espera— Cuando Tomás lo vio destinado a emprender retirada, quiso aclarar lo que intentaba transmitirle. —Tu lograste muchas cosas, pero todo eso debes tomarlo con humildad, eres una excelente persona que se merece el cielo. Dios te ha dado infinitos dones, no los eches en cara cuando te sientas atacado... Tienes una buena vida y una hermosa chica... Eres libre, eso es lo que muchos deseamos...—
—Discúlpame...— Augusto salió, seguramente direccionado a su consultorio.
Tomás permaneció allí pensativo, entendiendo muchas cosas que antes parecían ser sutiles estelas de pensamientos nocivos. Augusto, al igual que él mismo, estaban fallados en puntos claves de su virtud, teniendo como consuelo un vicio en común, Amelia.
... ... ...
El portal de la iglesia, el cual había sido cerrado por la implacable lluvia que nuevamente bañaba las calles de tierra, se abrió de manera súbita. El fuerte golpe de la madera al impactar con la pared de cerámica solo anunciaba que la persona que había realizado tan brusco acto traía prisa.
—¡AUGUSTO!—
—¡AUGUSTO!—
Reconoció su voz y decodifico el volumen de la misma, había algo de histeria en ella que lo hizo abandonar todo lo que estaba haciendo para correr a su encuentro. Amelia, con su cabello empapado y su vestido mojado por la tormenta, seguía gritando, nada bueno podía estar sucediendo.
—¡Ami!— Apresurado llegó a su encuentro cargando a su paso un fuerte temblor, él lo sabía, no era fácil hacer poner a la heredera Von Brooke en ese estado. Cuando por fin llegó a su lado, no dudó en cuestionar. —¿Qué sucede?—
Con el poco aire que Amelia cargaba en sus pulmones, habló de manera rápida, se encontraba nerviosa. —Llama a Augusto inmediatamente, hubo un accidente frente a mí local. Creo que uno está muerto—
Amelia nuevamente huía, corriendo de regreso a donde seguramente el siniestro había ocurrido. Notando la urgencia de la situación él también se precipitó a encontrarse con el médico. Atravesando los confidentes pasillos de la iglesia, los cuales ahora parecían eternos.
Cuando por fin las paredes desvencijadas mostraron la abertura del consultorio, aumentó la velocidad. El doctor se sorprendió con su llegada, viendo como su amigo sudaba e intentaba recuperar el aire que ese súbito golpe a sus emociones le había quitado. —¡Ven conmigo! ¡Un accidente! Frente a la tienda de Ami...—
Augusto sintió como sus nervios danzaban y en milésimas de segundos empezó a rellenar su bolso con toda clase de elementos de primeros auxilios que pudiera necesitar. Fue el primero en salir despedido hasta el lugar de los hechos, Tomás seguía detrás suyo, seguramente necesitaría su ayuda.
La estampa era devastadora, el auto aún con su motor humeante yacía contra uno de los arboles con su carrocería rota y sus cristales partidos. Pocos metros más a delante un hombre tendido en el suelo se encontraba, su rostro se ocultaba a la vista mientras que sus ropajes destrozados estaban embadurnados en fango.
Augusto estaba arrodillado a un lado de aquel cuerpo inerte mientras que Amelia, atenta a sus palabras, esperaba a un costado cualquier directiva. La gente empezó a salir de sus casas presos de la curiosidad para poder observar tan tétrica imagen, Tomás observó el momento instantáneo en que el doctor volteaba a mirar a su prometida y movía su cabeza varias veces en señal negativa. Amelia solo pronunció algo inaudible mientras que se disponía a obedecer una orden.
Se quedó parado, observando como Augusto decía en voz alta la hora que marcaba su reloj y Amelia solo lo escuchaba. Ella entró a su propio negocio para luego retornar cargando una sábana, se agachó sobre el difunto y cubrió su cuerpo solo para quedarse estática. Pronto la blanca tela que cubría a ese cadáver sin vida comenzó a inundarse por el agua de la lluvia y la sangre derramada. Amelia seguía quieta, podía notar como temblaba y como unas gotas ajenas a la tempestad escurrían por sus ojos. Ella intentó pararse, pero notó como trastabillaba presa seguramente del estupor.
Sin importarle la cruda postal que había delante suyo, Tomás se apresuró a su encuentro. Tomando su fría mano mojada, ayudándola a levantarse. Por reflejo del pasado o por un instinto futuro la resguardó bajo sus brazos, intentando que dejara el estado helado en el que se encontraba. Amelia lloraba tímidamente mientras que continuaba tiritando, el jamás podría soportar ver algo así, no de nuevo, menos en ella.
—Tranquila, Ami... No está sufriendo—
Amelia solo se aferró a su pecho y permaneció en silencio, amparándose en el calor que él le brindaba.
—¡TOMÁS!—
—¡TOMÁS, VEN AQUÍ!— Augusto gritaba, intentando ganar su atención en vano.
—¡Tomás, déjala que se le pase su ansiedad, es solo un capricho! ¡Ven aquí!—
Bajo su brazo, sintió como Amelia sorbía su propia tristeza y se despegaba de él solo para sentarse en el cordón de la acera. No podía creer que él le hablase así al único ser tan puro como para llorar por un desconocido. Volteó la cabeza para observar al doctor, luego comprendió porque estaba tan exaltado. Augusto batallaba con la puerta destrozada del coche, intentando que ésta se abriera. Cuando notó que dentro del vehículo había una persona, Tomás se apresuró en ayudarlo.
Puso su pie sobre la rueda, intentando hacer palanca mientras que sostenía con dureza la manija de la puerta. Augusto lo imitaba desde la hendidura de la ventana abierta. —A la cuenta de tres. Uno, dos, TRES— El rechinar metálico fue escalofriante, y el dolor casi imperceptible, la puerta del antiguo auto se había abierto, rompiéndose en el proceso, lastimando su mano con un ligero corte que rápidamente comenzó a sangrar.
El doctor notó a la mujer inconsciente que yacía dentro del vehículo y se apresuró en comprobar sus signos vitales, tomando su pulso directamente de su cuello y escuchando la velocidad de sus respiraciones.
Tomás no sabía qué hacer, mientras que su mano seguía goteando la estela carmesí que bañaba ahora parte de sus zapatos. Algo impresionado por ver el dañado cuerpo de esa chica, preguntó.—¿Es... Está viva?—
—Sí, está peleando. Tomás, esto es muy importante. ¿La reconoces?— Augusto ejercía presión sobre una de las heridas de la joven, mientras que intentaba controlar el flujo sanguíneo.
La miró, intentando quitarle mentalmente todos los cortes y las heridas que dificultaban el reconocimiento de su rostro. Cuando por fin entendió que nunca había visto a esa muchacha, sentenció. —No... Lo siento, no es de este pueblo—
Augusto chistó preocupado, para nuevamente gritar. —¡Vonnie! ¡Vonnie! ¡Ven aquí!—
—Augusto... no creo que sea conveniente que Amelia vea todo esto...—
—Tranquilo, ella ya está acostumbrada— El doctor continuaba vociferando, ésta vez con su tono mutado a la cólera. —¡AMELIA! Ya tendrás tiempo para llorar luego. ¡VEN AQUÍ!—
Amelia pronto llegó arrastrando sus pies, evitando mirar a la agonizante mujer que batallaba por permanecer con vida. —¿Qué quieres?—
—¿Recuerdas la hora que te dije?—
—Si...—
—Dile eso a la policía, también diles que no son de aquí. ¿Demorará mucho la ambulancia? No tengo los recursos necesarios para tratarla—
—Vienen desde el otro pueblo, me dijeron que vendrían con toda la prisa posible...—
—Muy bien, cuando yo me marche tú te encargarás del cuerpo, que Tomás lo lleve a la iglesia. De paso cúrale esa mano—
Amelia sorprendida al escuchar la última parte de esa frase, no tuvo inconvenientes en agarrar la mano de su antiguo amante y examinarla, intentando no causarle ningún daño. —Necesitará sutura—
—Entonces, hazla.—
Pronto, una sirena empezó a sonar a la distancia, la ambulancia había llegado.
... ... ...
—Espera, te abriré la puerta—
Amelia se adelantó en permitirle el paso, sosteniendo la madera del portal, facilitando su entrada. En un sereno silencio, el cargaba aquel cuerpo desconocido carente de vida entre sus brazos. Los anónimos testigos habían ofrecido diversas mantas y toallas para cubrir al difunto y que su impresión no fuera ya una causa de temor, aun así, la tristeza que ese acto cargaba era sólida.
Casi sin sentir su peso muerto, lo condujo con facilidad por la nave principal de la iglesia destinándose a depositarlo a el cuarto de almacenamiento donde aún reposaban las mesas que se utilizaban durante las celebraciones parroquianas.
Amelia lo seguía, sin decir una palabra, abriendo las puertas para él. Intentando no hacer contacto visual directamente. Podía notar aún el estupor en sus ojos y el nerviosismo en su cuerpo, quería preguntarle que le sucedía y cambiarle ese estado, pero el miedo a la negativa, trayendo consigo un cruel abandono lo detuvo.
El cuerpo ya estaba listo para que los oficiales lo llevaran, reposando tranquilo en aquella pequeña habitación cerró la puerta mientras que ella solo lo esperaba sumergida en un taciturno silencio, apoyada sobre una de las antiguas paredes.
—Listo— Sentenció echando llave al portal, permitiendo que nadie debiera contemplar nuevamente ese cadáver hasta el momento de su retirada.
—Perfecto... Ahora dime ¿Dónde está el consultorio de Barcelona?—
Siendo lo más preciso posible, Tomás respondió. —Sigue el pasillo y cuando salgas al patio interno la verás, es la única puerta blanca—
Amelia pensó unos momentos, intentando recordar en un listado ordenado todos los materiales que necesitaría. —Muy bien, ven conmigo, no quiero quedarme sola en una tétrica iglesia con un muerto cerca... Menos en el campo—
Sonrió a pesar de su pena, ella siempre tendría ese talento para hacer que de su reseco cuerpo un poco de alegría surgiera. Los años podrían pasar y la gente morir, pero Amelia siempre tendría el don de hacerlo enaltecer con una sincera risa. —Por supuesto—
Caminaron, tomando el rumbo antes mencionado. Tomás iba primero señalando sus pasos, la euforia contagiada por el siniestro había pasado y con ella un ligero dolor empezaba a escocer sobre su piel, obligándolo repetidas veces a arrugar su ceño y moderar su habla.
Señaló la puerta y Amelia se adelantó, entrando con la súbita velocidad de un relámpago. Comenzando a revolver los cajones y los estantes de las viejas vitrinas que aún se encontraban pegadas al margen de la pared.
—Ven, siéntate—
Obedeciéndola, se adentró al consultorio, sentándose sobre la camilla mientras que ella continuaba buscando todo lo necesario. No tenía desconfianza en que ella le hiciera algo malo adrede, pero temía por su falta de conocimiento.
Amelia, notando como la respiración del hombre que la acompañaba parecía estar tensada y seguida por repetidos suspiros, sentenció. —Tranquilo, Augusto se encargó de enseñarme bien esto. Decía que es algo de vital importancia—
—No estoy preocupado por ello—
—¿Entonces?—
Tomás resopló, tenía que vomitar sus verdades para librarse de ese amargo sentimiento que brotaba de su cabeza. —Augusto... Él no quería tratarte mal, solo estaba nervioso.—
—si no te conociera, Valencia, diría que intentas apañarlo.— Amelia llegó a la camilla, cargando consigo una pequeña bandeja metálica donde diversos paquetes plásticos y tijeras residían. —Tu amigo, por más bueno que parezca, a veces es frío y descorazonado. Lo entiendo, es parte de su profesión ser así.—
Amelia había dispuesto un pequeño paño azul debajo de su mano y la observarla con gran atención, para luego dejarla con sumo cuidado encima de la tela. —No... No debes sentir pena por llorar ante la muerte, es un don precioso la empatía—
—No lloraba por eso, no soy una persona sensible en ese sentido—
—En... Entonces ¿Por qué llorabas?—
Amelia se colocó unos guantes quirúrgicos y sin esperar los destellos de una virtud dócil, esquivó la pregunta. —No quiero hablar de eso— Comprendiendo que su silencio solo acarreaba algún dolor pasado, Tomás guardó silencio.
Sintió como ella pasaba con sumo cuidado un algodón mojado en una amarronada sustancia por alrededor de su herida, ayudada por unas tijeras para sostener dicho objeto, para luego volver a hablar. —Valencia... No te mentiré, estoy nerviosa. Sé que tus manos son importantes, así que te lo pediré. Por favor, no te muevas—
Una jeringuilla apareció, siendo destapada y acercada a su piel lastimada con suma precaución. —¿Por qué mis manos son importa... ¡Auch!— La aguja se había clavado, cercana a su herida, derramando su blanquecino contenido dentro de su piel. Pronto sintió como ese mismo procedimiento se repetía reiteradas veces en distintas zonas de su mano.
—No seas llorón, es solo un poco de anestesia— Poniendo toda su atención a la mano izquierda del hombre, notó como una singular textura casi imperceptible resaltaba. —¿Qué te pasó allí?—
Notando esa vieja cicatriz que poseía, Tomás respondió. —¿No lo recuerdas?—
Amelia dudo unos momentos en su cabeza, desempolvado todos los recuerdos sepultados que tenían alguna relación con Tomás. —¿La hornilla?—
—Si... Estás en lo correcto..—
Cambiando de tema, Amelia notó que la anestesia había comenzado a surtir efecto, podía limpiar su herida sin miedo a ocasionarle algún dolor molesto. Pronto infinidades de gasas infestadas en fluidos terapéutico, rozaban su piel y quitaban de su lastimadura cualquier elemento ajeno que pudiera, luego, causar una infección.
—Muy bien, ahora te coseré, así que te necesito quieto. No quiero joderte las manos—
—Si... No hay problema—
Ella preparó el hilo de terminación satinada que usaría, uniéndolo a una nueva aguja curva, ayudándose con unas pinzas para luego acercarlo a su piel con su pulso algo temblante. La aguja se introdujo y salió por el lado contrario, para luego unirse con el otro extremo de la herida, cerrándola por porciones. No dolía, pero la impresión de ver su piel siendo sellada a fuerza de costuras hizo que desviara su mirada. —Oye ¿Cómo vas con el chelo?—
Mirando a la pared, Tomás intentaba no caer en la curiosidad de contemplar aquel quirúrgico acto. —Casi no toco ya...—
—¿Por qué? Si mal no recuerdo tenías talento—
Tomás dudó, pero rápidamente decidió inclinarse a la verdad, a ella no podría mentirle por más que quisiera. —Digamos que no tengo la inspiración necesaria...—
Amelia notó la sinceridad en su voz y en un acto casi que rozaba la madurez, también cubrió de fidelidad sus palabras. —Entiendo... me ha pasado, pero he traído un órgano. Es pequeño y tiene pésimo sonido, pero es fácil de transportar—
Él recordó las incontables sinfonías que ambos habían compartido en los momentos en que su vida tenía sentido, la nostalgia lo cubrió llenando su pecho de un antiguo romance perdido. —Cuando tocaste aquí noté que habías mejorado... Debes haber practicado—
—Algo así... El piano de aquí está desafinado—
—Sí, lo sé, pronto encontraré alguien que pueda ponerlo en óptimas condiciones.—
El silencio hizo que la charla pereciera, pasaron los minutos con prisa hasta que Amelia, protegiendo su costura con ayuda de gasas y vendas perfectamente amarradas con cinta, dio el acto por terminado. —Listo—
Observó su mano, notando como el vendaje se alzaba prolijo. —Gracias—
—no hay de qué, solo hice lo que Barcelona me dijo—
Mientras que Amelia se sacaba sus guantes y descartaba todos los materiales usados, estornudó. Había olvidado que ella estaba mojada y con su vestido sucio. Priorizando su salud, dijo lo primero que se le vino a la mente. —Te traeré una toalla y te prepararé algo caliente. No quiero que te enfermes—
—No, de verdad Tomás, estoy bien...—
La miró unos momentos, intentando no perderse en el antiguo destello de sus ojos, los cuales aún tenían la incómoda cualidad de quitarle el aliento. —Si te enfermas, puedes pegárselo al bebé de Mónica—
Razonando y dando por sentado que él tenía razón, Amelia se dio por vencida. —Está bien—
—¿Quieres chocolate?—
Amelia trajo a su mente las infinitas veces que había consumido esa bebida a su lado, el impulso era devastador y la presión inminente, debía resistirla. —¿No tendrías algo más fuerte?—
—¿Café?—
Notando como su inocencia seguía imperdurable, sonrió presa del encanto casi imperceptible que ese hombre aún tenía. —Si... Café estaría bien—
... ... ...
—Nació en octubre, yo casi me lo pierdo. Cuando la partera salió con el bodoque en brazos todas suspiramos. Es verdaderamente hermoso... Sacó los ojos de su padre y la simpatía de mi amiga— Amelia sonreía, cubriendo sus hombros por la blanquecina toalla que Tomás le había ofrecido mientras bebía su vaporosa taza.
—¿Cómo me dijiste que se llamaba?— Valoraba ese momento, poder hablar con ella era uno de los últimos regalos que tendría en su vida. Solo quería escucharla todo el tiempo posible grabando su voz en su memoria.
—Mateo, Mateo Vázquez—
—Es un hermoso nombre...— Por un instante, se perdió en su sonrisa. No le importaba que el tiempo hubiera pasado y que ahora ella fuera sutilmente distinta. Debajo de ese cabello falsamente rubio y esa postura casi madura, siempre se escondería la niña con quien podía charlar durante horas sobre desvaríos. —Tú y Augusto... ¿Les gusta la casa?—
—Es linda, pero no te mentiré, extraño la ciudad. Este pueblo es demasiado sereno para mí y ya sabes... Una mente tranquila puede cometer las peores locuras.—
Preso de su curiosidad, bebió de su propia taza. Ambos estaban sentados en el primer banquillo de la iglesia, Tomás se sentía extrañamente familiar ante esa situación. —¿Puedo preguntarte algo?—
—Dime—
—¿Por qué viniste aquí? Sé que no te gusta este lugar...—
—¿Cómo lo sabes?— Amelia arqueó una ceja, increpándolo con su duda.
Tomás solo continuó con su ánimo taciturno y su mirada nostálgica despejando sus dudas. —Se te nota en la cara, por eso te pregunto—
Ella solo suspiró unos momentos, buscando consuelo en la porcelana de su pocillo. —Vine por Barcelona, a él le gusta ayudar... Yo no podría romperle su espíritu dándole a elegir entre su trabajo o yo. Llegué aquí con muchas esperanzas ¿Sabes? Un nuevo lugar, una nueva historia... Un nuevo comienzo. Y aquí me tienes, hablando contigo, después de tanto tiempo—
Comprendiendo el dolor que arrastraban sus palabras, debió preguntarlo. —¿Tú me odias?—
—No... Quizás antes si, pero ahora no. Solo que el estar aquí me provoca un poco de miedo—
—¿Miedo? ¿A qué?— Tomás le brindaba toda su atención, Amelia solo respondía de manera sobria.
—¿En este preciso momento? A que ese cadáver cobre vida y despierte con una fuerza sobrenatural listo para devorar nuestras viseras— Amelia rio, poniendo el juego a su favor, contagiando parte de su alegría a su conocido espectador.
—El humor es un precioso don—
—Si... Eso me han dicho—
—Pero, Ami... Amelia, ahora de verdad ¿Por qué te da miedo?—
Ella elevó sus ojos, despegando su mirada de la taza de café. Observando la figura religiosa del patrón del pueblo que erguido frente suyo parecía estar pendiente de su charla. —Estar contigo es, por decirlo de alguna manera, raro.—
—Cla... Claro... Entiendo— Tomás lo sentía, nuevamente su culpa lo atacaba. Estaba sentado al lado del ser que más había amado en su vida, el mismo que el mató con la crueldad de sus palabras.
—Parece que los policías se están tomando todo el tiempo posible ¿No?— Desviando sus palabras, Amelia nuevamente escapaba. Dando un desabrido nuevo tema para hablar.
—Si... Eso parece—
—Tomás ¿Puedo pedirte algo?— Ella giró su cabeza, increpándolo con sus ojos de tormenta que tanta devastación antes habían causado.
Amelia siempre sería la cruda tempestad en la aburrida llanura que el mismo llamaba vida. Encontraría la forma de elevar sus tierras con súbitas gotas de cualquier bendito mal que ella misma decidiera. Intentando que el rubor que en sus mejillas se tatuaba no se viera, Tomás respondió. —Sí, claro... Dime—
—¿Puedes alejarte un poco? Me estás haciendo poner incómoda—
Notando como el espacio entre ellos se había acortado culpa de sus inconscientes movimientos, Tomás se distanció. —Dis... Disculpa—
—No pasa nada, son solo cosas de una chica histérica. Ya escuchaste a Augusto—
Recordando como su prometido la había tratado en un momento de tensión, intentó mejorar su ánimo. —No eres histérica, es solo que él estaba nervioso...—
Ella nuevamente lo miraba, lista para cuestionarlo. —Tú y el son muy amigos ¿No?—
—Si... Se podría decirse...—
—Creo que entenderás lo incómodo que es eso para mí— Ella bebía su café, para luego negar aún con la caliente bebida bañando sus labios. —Pero no me malentiendas, no quiero que se distancien o algo así. —
Guardando silencio, espero que Amelia nuevamente hablara, ella al poco tiempo así lo hizo. —¿Te contó de su problema?—
Nervioso y ahora sí realmente sonrojado, Tomás respondió. —¿Qué tú y el no pueden...?—
—Si... Veo que te contó. Y yo que pensaba que nada podía ser más incómodo— Amelia rio con su sarcasmo a cuestas, haciendo que poco a poco el ambiente se destensara. Las ironías de la vida nuevamente se presentaban.
—Ami... ¿Por qué llorabas?— Debía preguntarlo, sí existía alguna manera de ayudarla con su pesar, el encontraría la forma de reconfortar su alma.
Amelia, quien ahora había dejado su taza apoyada en el suelo, sintió la necesidad de abrazar sus rodillas. Intentando protegerse a sí misma de las antiguas heridas que sus propios recuerdos le causaban, habló. —Yo encontré a Dolores ¿Sabes? Ella no había atendido el teléfono la noche anterior y decidí ir a verla. Tenía llave y entré... Solo para encontrarla en el suelo, inerte, con la frente lastimada mientras que el piso brillaba con su sangre seca manchándolo. Los doctores dijeron que fue instantáneo, que la lastimadura fue producto de la caída. Pero hoy... Ver a ese hombre, me hizo acordar a eso—
Aquello era un trauma que salía a flote, ahora comprendía porque Amelia lloraba entre los temblores propios de un alma destrozada. Quiso acercarse a ella, pero el miedo al rechazo lo hizo cuestionarse a sí mismo sus propias acciones. —¿Puedo abrazarte?—
—No, estoy bien así...—
Amelia no esperó respuesta, se paró de su asiento y caminó unos escasos pasos hasta uno de los rincones de la iglesia. Examinando su accionar, notó como ella sacaba la vieja tela que cubría el piano y la lanzaba al suelo. Se posicionó delante del instrumento, acariciando los pedales con sus zapatos aún embadurnados, para luego liberarse una vez más.
Como si de una metamorfosis se tratara, la observaba extasiado. Pronto el ambiente quedó bañado en la azul letanía de una sencilla melodía que cargaba consigo recuerdos y dolores. Con sus dedos en punta, acariciaba las teclas, haciendo un suave arpegio que poco a poco le permitía elevarse al cielo, lista para despedir sus recuerdos.
Su otra mano ascendió a las teclas y sus dedos comenzaron a danzar, arrastrando el suplicio de su cuerpo y traspasándolo al piano. La velocidad aumentaba y la furia comenzaba a desaparecer mientras que la destreza aparecía. Ella se balanceaba sobre su propio eje, cerrando sus ojos mientras que la sincronía de la perfección y un alma marchita creaban una canción. El ritmo había descendido hasta la añoranza de un canto fúnebre, ella solamente dejaba que su cabello protegiera su rostro mientras que alguna tímida lagrima quería acompañarla en su concierto.
Improvisaciones cargadas en pesar y una postura incorrecta fueron las armas necesarias para hacer surgir de nuevo su gracia. Mientras tocaba, las plumas antes arrancadas volvían a ascender a su espalda y tomaban la forma de su destino, Amelia nuevamente tenía sus alas. Solamente por ese momento, su ángel había vuelto, quizás bastante golpeado por la caída pero listo para remontarse en vuelo.
La canción había acabado y ella solamente seguía allí sentada, por reflejo de su atormentado corazón, quiso acompañarla. Caminando hasta ella y sentándose en la silla de madera que se mantenía fijada al empotrado piano.
—Debe ser difícil...—
—¿Qué cosa, Tomás?—
—Tener que aparentar siempre que estás bien... Mostrando esa falsa sonrisa que le lanzas a Augusto. No te reprimas, Ami... Tu dolor no debe ser tu calvario, muchas personas abrazarían tu pesar si supieran realmente lo que te sucede—
Amelia nuevamente carcajeaba de manera irónica, esas sintéticas risas cargadas en llantos reprimidos siempre aparecían cuando una verdad la lastimaba. —No me mientas, Tomás... No creo que nadie quisiera secar mis ojos. Por ello aprendí que yo misma soy la única indicada para limpiar mis lágrimas—
—Hay personas que realmente te quieren, por más que no lo creas.—
Amelia volteó a mirarlo, notando como el ambiente a su alrededor se tensaba. —¿Quién? Augusto creo que te demostró hoy que es un hombre un tanto frio para notar los sentimientos ajenos y las chicas... Bueno, ellas tienen sus propios problemas—
—Pe... Pero estoy yo, siempre podré escucharte, no importa como el mundo haya cambiado y cuanto nos distanciamos, yo siempre te escucharé...— Sin darse cuenta, la verdad había salido de sus labios.
Ella solo se quedó mirándolo para nuevamente esquivar su vista del objeto de sus silencios, poniendo nuevamente sus manos contra las teclas del piano, sin emitir algún sonido.
Por azares del destino, Tomás se cargó de valentía, era su momento y no quería que éste nuevamente se le escapara. Audaz y hasta enaltecido en coraje, lentamente se acercó a sus labios los cuales los invitaban a perderse de manera fetichista en su sabor, el cual solo llamaba a la locura.
Amelia al notarlo, rápidamente lo esquivó, poniéndose de pie. —Oye. ¡Oye! ¿Qué estás haciendo?—
—Yo... Yo quería besarte—
Intentando emprender retirada, ella comenzó a alejarse. —Puede ser que Augusto sea un imbécil pero tú eres uno mucho más grande si piensas que con unas cuantas palabras lindas y un café caeré rendida a tus brazos—
—Es... Espera, por favor. — Apresurado corrió a su encuentro, no dejaría que ella escapara cargando consigo el horrible sabor de un acto mal entendido. Se aferró de su muñeca, intentando que ella se detuviera. —Discúlpame—
Amelia intentó forcejear para liberar su extremidad del agarre, pero fue en vano. —Pensaba que podía darte una oportunidad, que seríamos por lo menos conocidos que se toleran. Pero veo que no, tu solo quieres repetir la historia y nuevamente lastimarme—
Sorprendido, lentamente fue soltándola, dejándola libre. —Yo nunca quise lastimarte...—
—¡OH, PERO LO HICISTE! ¡CLARO QUE LO HICISTE! Lo peor de todo es que yo también quería que me lastimarás, quería sentirte en forma de dolor para siempre en mi cuerpo. Te quería a ti... ¿Y sabes qué conseguí?— Amelia ardía presa de su propia cólera, veía como sus ojos centellaban teniendo como único testigo al hombre en el cual vaciaría su ira. —¡Conseguí esto!— Tomando sus propias muñecas, ella sacó de su cuerpo uno de los dos grandes brazaletes que siempre lucía, mostrando la piel que ellos ocultaban. Debajo del lugar que antes ocupaban las circunferencias de plata una gran cicatriz se mostraba, ascendiendo por su piel y grabándose en ella de manera permanente, era atemorizante.
Pasmado por lo que veía, empezó a confabular diversas hipótesis sobre como ella había obtenido semejante cicatriz. —Por Dios. ¿Qué te hiciste?—
—¿QUÉ ME HICE? Quise que vieras mi cara en alguna esquela funeraria y te mueras conmigo. Quería condenarte a sentir mi dolor y que siempre cargaras con la culpa de haberme matado con tu crueldad. YO QUERÍA MORIRME POR TU CULPA, HIJO DE PUTA— Amelia comenzaba a llorar, presa de un cuadro nervioso que había pasado demasiados años ocultado, que ahora por primera vez veía luz. —Pero hoy haré lo que debí haber hecho, me quitaré todo este odio que tengo a dentro—
Sin previo aviso, ella se abalanzó encima suyo, intentando lanzar patadas y puñetazos que nunca llegaban a su destino. Por reflejo nuevamente había atrapado sus brazos, intentando que se calmara de la gran furia que ahora destilaba. Amelia era la mujer más salvaje que había conocido en su vida, pero eso no cambiaba su pequeña estatura y su delicado cuerpo, dominándola fácilmente la obligó a permanecer dentro de su pecho.
Sentía como ella sollozaba y seguía lanzando pequeños golpes directos a su corazón, no le molestaba el impacto físico que esos pequeños choques ocasionaban, pero si le dolía tener que ver a la única persona en el mundo que realmente había amado en ese estado.
—Ya... Tranquila— La abrazó, llevando su pequeña cabeza adornada por cientos de rizos color trigo a su hombro, intentando que ninguna lágrima más fuera derramada.
—Yo... De verdad te amaba, desgraciado, ojalá que tú también la hayas pasado como yo— ella aumentaba el ritmo de sus llantos, liberándose de una vez de todo el sufrimiento que cargaba a lo largo de tres años.
—La pasé muy mal... Te extraño, ahora por favor... Deja de llorar, por mí— Poniendo una mano en su pequeña quijada, la obligó a mirarlo, ella solo mostraba cientos de destellos en su enrojecida mirada, volviendo a la tranquilidad.
Con ayuda de la manga de su camisa, limpió sus mejillas, las cuales estaban infestadas por decenas de senderos negros. Su propio llanto había arrastrado todo el maquillaje que enmarcaba sus ojos. —Dios te ha dado unos hermosos ojos, no es necesarios que los arruines con maquillaje, Ami...—
Sorprendida, ella lo miró sintiendo un extraño recuerdo familiar escalando sus entrañas, direccionado directamente a su corazón. Tomás también lo notó en el preciso instante en que había pronunciado aquellas palabras.
Sumergidos en la cólera de dos miradas atormentadas, Amelia fue la primera en reaccionar a tan dulce manjar sensorial que ahora infestaba sus sentidos. Pegando un pequeño salto ella lo había obligado a sujetarla en el aire, como tantas veces lo había hecho, para luego perderse en su boca. Envenenándose lentamente con la ponzoña de sus labios, Amelia nuevamente era suya, quizás solo por esa velada y no lo desperdiciaría.
Con su ángel en brazos y sintiendo como ella lo devoraba, la condujo hasta el altar.
Por esa noche, su propio edén retornaba una vez más.
-.-.-.-.-.-.-.-.-
Antes de que lo pregunten, la respuesta es SI, en el próximo cap hay cochinada.
¿Qué les pareció, gente?
La canción de Amelia:
https://youtu.be/Fe9veL1TpW4
Ésta sinfonía es una de mis preferidas, me hace recordar mi infancia, pasando por mi adolescencia y ahora mi juventud. ¿Quien no quisiera contemplar el ayer por una ventana, sintiendo que éste ya no puede hacerle daño?
Espero que lo disfruten.
Pd: Ya pueden mandar sus fotos, gente. Pueden hacerlo a través de FB "Ann Con teclado" o Instagram: Nel_Ann2223
Quien lo haga, saldrá en los capítulos y a su vez formará parte de un álbum en fb y un collage :3
Sin otro motivo, les mando un beso grande a todos. Y recuerden, si tuvieron un mal día, SONRÍAN Y LEVANTEN EL DEDO DEL MEDIO AL CIELO. Son hermosos.
Quien los quiere:
Angie
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