11: "Barcelona"


La calma abundaba, el despertador sonó con su irritante pitido sintético anunciando el inicio de su jornada. Abriendo los ojos, cansado, Augusto Santana se dispuso a comenzar su rutina. Por mera inercia de su cuerpo, realizó un ritual cotidiano. Estiró su mano hasta el otro extremo de la cama solo para enterarse que su prometida no había llegado a descansar.

Amelia lo había llamado la noche anterior, avisando que pasaría la noche en casa de su socia festejando la visita de unas viejas amistades. Entendiendo que ella seguramente debería seguir sumergida en el dulce somnífero del alcohol, le restó importancia a su ausencia sonriendo ante su recuerdo.

La mañana, al igual que todas las vividas en el pueblo de San Fernando, se encontraba tranquila. Con velocidad se quitó su vieja playera universitaria y buscó en la cajonera cercana la ropa de algodón que generalmente usaba bajo el uniforme médico.

Una vez vestido y aseado, se dispuso a marcharse. Odiaba desayunar solo, así que supuso que el hombre a que él mismo tenía el placer de considerar amigo, podría acompañarlo con una taza de café.

Se despidió de su vivienda asegurando la puerta y girando la llave, dejándola hermética. Era imposible que algún delincuente tratara de ingresar a la fuerza, pero las viejas costumbres de una ciudad insegura y marginal, nunca se marcharían.

Respiró el aroma del alba, notando el punto exacto en el cielo donde los primeros rayos de sol comenzaban a colarse entre las nubes. Traspasando el camino de tierra que enfrentaba su casa con la plazoleta principal, visualizó la iglesia, se extrañó de repente ante tan atípica escena. La iglesia estaba cerrada; Tomás Valencia era el hombre más puntual que había conocido en su vida, él no se dormiría al no ser que algo hubiera sucedido durante la madrugada.

Apurado llegó al portal de cedro, notando como su amigo ni siquiera se había molestado en levantar el periódico matutino. Agachándose, tomó el grisáceo papel, colocándolo bajo su brazo para luego, con firmeza, golpear la puerta anunciando su llegada.

Pasó el tiempo y con desesperantes intervalos, el craqueo metálico de la llave ingresando a la cerradura fue anunciando la pronta abertura. Tomás valencia arrimó su rostro por el pequeño rincón que el mismo había abierto, dejando ver solo su cara. Tenía ojeras y un extraño aspecto de sorpresa cuando lo vio.

—Oye ¿Qué sucedió? ¿Estás bien?—

El sacerdote solo bajó la cabeza, algo raro estaba pasando, lo notaba en la manera esquiva que escondía sus ojos y lo privaba de su mirada. —Si... Solo he tenido un inconveniente anoche. Pro... Pronto lo solucionaré—

Estiró el periódico a sus manos, esperando que ese hombre revelase el enigma que lo atormentaba. —Déjame pasar—

—No creo que te gustará lo que verás, Augusto, hoy no abriré la iglesia—

Intentó husmear por el pequeño espacio libre que la luz del sol colaba por el portal al interior del templo, pero fue en vano, Tomás impedía su visión. —Oye, sea lo que sea, te ayudaré. Déjame entrar—

El sacerdote resopló, dándose por vencido en impedir su irrupción. Sin molestarse en abrir la puerta el mismo solo se corrió de su lugar, dándole el paso libre. Augusto entró con calma solo para quedar horrorizado al notar como las paredes de la iglesia estaban manchadas con frases vulgares e insultos a su cuidador.

Apresurado cerró el portal, entendiendo que los miembros de aquel pueblo no deberían ver semejante ofensa hacia su Dios. Curioso, caminó hasta uno de los muros y tocó su superficie, volteando rápidamente a ver a su compañero.

—A... Anoche entraron unos jóvenes, no pude reconocerlos, pero parece que los asusté—

Augusto sonrió un poco al leer los insultos hacia su amigo para luego, con una idea en su mente, responder. —Sea quienes fueran, parece que no te tienen mucho cariño...—

—Sí, eso parece— Tomás solo seguía con su mirada encaminada a algún lugar lejano del cual su amigo no conocía existencia. Pensativo, se limitó a guardar silencio.

Viendo el pesar en sus ojos reflejado ante tal acto vandálico, supo lo que debería hacer, caminó de nuevo direccionado al portal. —Prepara café, volveré en seguida, te ayudaré a cambiar ese rostro—

—¿A dónde vas?—

—A casa, buscaré unas herramientas. Picaremos la pared y la arreglaremos, no es complicado. Hoy mismo terminaremos—

Tomás solo bajó la cabeza, mostrando a su amigo la pena que aún contemplar esos muros le causaba. —Gra... Gracias—

—Y por favor, ponte zapatos, andar descalzo con estos cambios de clima es una invitación a enfermarte. Vamos, arriba ese ánimo— Sonriendo se despidió, apresurando su marcha para empezar con celeridad el arreglo de la iglesia.

Tomás solo miró sus propios pies, estaba algo sorprendido, no se había calzado durante todo el tiempo que se mantuvo en vela. Lo supo en el instante en que comprendió que las horas habían pasado con la velocidad de minutos, Amelia había vuelto a su vida.

... ... ...

Con un cincel y ayudados con un martillo, ambos perforaban la superficie del muro. Haciendo que los pedazos de pintura negra cayeran al suelo desbaratándose entre los mosaicos del piso y creando una fina capa de polvillo. Augusto seguía extrañado ante aquella pintura, seguramente en lata. Empezando a confabular teorías en su mente solo se limitaba en hacer su trabajo con velocidad, el pueblo empezaría a preocuparse si la iglesia no abría con prontitud.

—Deberíamos poner un cartel a fuera, que diga algo como "Reparación en proceso, abriremos en unas horas"—

Tomás volteó, apartando un poco de polvillo de su cabello, entendiendo que aquella idea era de por demás sensata. —¿Quieres hacerlo tú?—

Augusto rio, recordando la vieja ironía que unía a su caligrafía bajo el estigma de su profesión. —¿Nunca escuchaste que los doctores tienen letra fea?—

—Me parece solo un estereotipo eso. ¿Tú tienes mala letra?—

—La peor de todas—

Por un momento, Tomás sonrió ante las ocurrencias de su compañero para luego caer en la dura realidad. Estaba al lado del prometido de la mujer que había besado la noche anterior, la culpa traspasaba su sangre creando estragos en su conciencia. Debía decirle la verdad, sin encontrar las palabras exactas para realizar tal difícil tarea solo se limitó a esperar el momento justo.

—¿Dirás lo que pasó aquí, Tomás?—

—No... No lo sé, no quiero que la gente piense que un grupo de bandidos anda suelto.—

—Podríamos decir que solo fueron manchas de humedad producto de alguna filtración de la tormenta, si quieres.—

Tomás comprendió la lógica de sus palabras, aquella inocente mentira libraría al pueblo de errados temores. Agradeció en silencio aquella idea mientras que inclinaba ligeramente su cabeza. —Iré a preparar ese cartel— Sacudió nuevamente su cabello y se encaminó hasta el pasillo donde residía su cuarto y la cocina. En el trayecto, notó como su curiosa gata mordía con ferocidad la túnica del santo patrón del pueblo. Apresurado la levantó intentando que no causara más daño, solo para dejarla a unos prudentes pasos alejada de San Fernando.

—¿No habrá sido esa gatita la que provocó todo esto?—

—Solo está jugando, culpa de lo que sucedió anoche no le he podido dar la atención que se merece—

Ambos observaron como el animal volvía con prisa a los pies de la figura del santo y nuevamente mordía con ferocidad la tela blanca cercana a sus pies de yeso. Ambos rieron ante tal inocente acto que ese felino hacía con violencia.

—No quiero levantar teorías, pero creo que tienes la primera gatita atea del mundo, Tomás—

Nuevamente la había levantado, ésta vez dejándola sobre uno de los viejos banquillos donde normalmente se sentaban los feligreses. Con una expresión de dulzura la contempló unos momentos para luego caer en una súbita nostalgia, hacía unas horas la única mujer que había amado estaba de pie, tambaleando sobre aquella banca. —Si... Eso parece—

Luego de seis arduas horas de trabajo, la iglesia había quedado libre de insultos. Los murales parcialmente destruidos ahora mostraban los antiguos ladrillos por los que estaban formados. Ambos estaban cansados debido a la labor física pero la satisfacción de saber que pronto la iglesia tendría su sobria presencia los llenaba.

Entre ambos limpiaron el suelo del polvo que los cubría mientras que los pedazos macizos de pared eran dejados en un costado, listos para ser recogidos y botados.

—Muchas gracias por todo esto, no creo haberlo podido hacer solo—

—No tienes nada que agradecer, Tomás. Yo también trabajo aquí— Golpeó el hombro de su amigo, sintiendo como poco a poco su relación se afianzaba. Tomás solo ignoró dicho gesto.

—¿Tie... Tienes hambre?—

Augusto lo miró unos momentos solo para acercarse a su lado. —Tu ve a cambiarte, pronto abriremos. Además, cocinas horrible y para serte sincero muero de hambre—

—¿No almorzaste?—

Negando con ligeros movimientos de su cabeza, el doctor le hizo saber el motivo de su ayuno. —Vonnie se quedó con sus amigas anoche y no volvió a casa. Detesto comer solo, por eso no lo hago—

Intentó fingir sorpresa ante esa noticia, el ya conocía el recorrido nocturno de Amelia y las fechorías que había cometido. El recuerdo de sus labios uniéndose en un festín de sensaciones bañadas con un suave perfume etílico llenó su mente, la culpa lo inundó una vez más. Por un lado quería correr a estar con quien su corazón le clamaba, pero por el otro, quería decirle la verdad a Augusto y salir de allí para jamás volver.

—En... En ese caso, espero ser una buena compañía.—

—Si lo eres, Tomás, eres mi amigo.—

Aquellas palabras antes suaves y hasta esperanzadoras ahora eran ascuas de rencor que envenenaban su alma con la letal alevosía de un violador corrompiendo a su victima. No quería contestar, ya había hecho demasiado mal. Intentando que sus pies no le fallasen, simuló calma, regalándole a aquel doctor un último brillo de su nostálgica mirada.

—¿Puedo darle un poco de carne a Angela?—

—Si... Si, te lo agradeceré—

Augusto observó a Tomás alejarse, quería develar el misterio que existía detrás de ese hombre y que sus ojos gritaban con desespero. Una parte suya quería comprenderlo y brindarle el espacio que tanto clamaba, pero otra parte suya quería ayudarlo y compartir su pesar. Sabiendo que aquel secreto escondido detrás de la mirada de Tomás Valencia algún día se revelaría, sonrió. El camino a la cocina ya lo conocía de memoria, así que no se molestó en pedir permiso para irrumpir en ella.

Sacó las ollas y revisó que insumos tenía en la nevera, con lo que encontró decidió hacer un guisado la suficientemente rápido para calmar a la bestia que rugía en su estómago. Pronto el fuego se encendió y sobre él un vaporoso caldo ardía, llenando el lugar con su apetitosa fragancia, avecinando el retrasado almuerzo.

El portal de la iglesia sonó, alguien había golpeado la puerta con debilidad a pesar que un cartel anunciaba su clausura momentánea, extrañado se dirigió a ella, temiendo lo peor. Sin apagar la estufa se apresuró a identificar a aquella visita, para su sorpresa era una cara conocida.

—Vonnie ¿Qué haces aquí?—

Amelia Von Brooke había entrado, cerrando la puerta detrás de sí, sin importarle que no le hayan concedido paso. Cargaba sus gafas de sol y sus ropas grises de algodón. Augusto ya conocía ese look suavizado de su prometida, comprendiendo lo que había sucedido la noche anterior, solo sonrió. — No es buena mezcla la resaca y el sol...—

—Lo sé, no vendría si no es algo importante, Barcelona...—

—¿Qué sucedió?—

—Quiero mostrarles a las chicas unas cosas, pero tú sabes que no tengo llave—

Apresurado, buscó en el bolsillo de su pantalón el manojo de clavijas plateadas que cargaba, para luego pasárselas a mano de su novia. —¿Cómo están tus amigas?—

Amelia sonrió con libertad, sintiéndose custodiada por la oscuridad de un techo, pudo sacarse sus lentes, revelando así sus ojeras y su porte demacrado. —En las mismas condiciones mías—

Augusto no sabía cómo empezar aquella charla necesitada, así que solo dijo lo primero que a su mente vino. —Debimos picar todas las paredes hoy, fue mucho—

—Oh... No lo había notado...—

—Sí, anoche parece que alguien entró y escribió algunas cosas con un aerosol—

Ella seguía inmutable, no daría el brazo a torcer con tanta facilidad. —Que trágico—

—Si... pero eso no fue lo único raro— En calma se acercó a su lado, haciendo que un susurro tenga el poder devastador de una tormenta, tal y como esa verdad que ya conocía. —Las paredes fueron pintadas con un aerosol negro... Satinado. Como los que compraste para tu tienda—

—De seguro era alguien a quien le sobro una lata, no debería de extrañarte—

Augusto suspiró, ella no confesaría, así que debía incriminarla. —Vamos, Vonnie. ¿Por qué lo hiciste? Nadie aquí gastaría una pintura tan costosa que seguramente no tienen a disposición.

Amelia solo formuló en su rostro una mueca de desconcierto, para luego volver a mutar sus expresiones en un poema al sarcasmo propio en ella. —Estábamos borrachas... Si te hace sentir bien, yo pagaré la pintura para que le den una lavada de cara a este lugar—

—Pero ¿Por qué? ¿Qué te hizo Tomás?—

—Solo queríamos molestar ¿Si? No tenía todas mis facultades mentales en funcionamiento—

—Deberías disculparte...—

—¿Estás loco?—

—Es lo correcto, no quiero que piense mal de ti. No eres una mujer descarriada que anda por la vida causando estragos—

—Tu sabes que si lo soy— Ella solo respondió con sinceridad, intentando que su desagrado ante aquella charla sea evidente, no quería continuar con esa conversación. —Además... Tu alguna vez te enamoraste de esa mujer descarriada—

—Pero ya no lo eres... Por favor, por mí, pídele disculpas—

Amelia caminó unos momentos, haciendo que sus brillantes tenis nuevos retumbaran contra el aún polvoriento piso de la iglesia. Notando como los ojos de su prometido la seguían atentos, se dejó ganar solo para marcharse rápido de allí. —Está bien...—

Un beso apresurado fue robado, directo a su mejilla. —Esa es mi chica. Ven a la cocina, estoy cocinando algo.—

—No, Barcelona. Estoy bien aquí, de verdad...—

Tomó su mano y con cuidado empezó a jalar de ella. —Vamos, Tomás no te comerá. ¿tu comiste algo?—

—No podría, si vieras como quedó la casa de Moni... Una botella más anoche y casi vomito al pobre Mateo—

Conduciéndola por los pasillos, la adentró a la cocina, invitándola a reposar, Amelia con su clásico instinto rebelde no tardó en sentarse sobre la mesa. Augusto notaba su incomodidad, intentando hacer el aire más ligero comenzó a revolver nuevamente con el cucharón de madera el guisado, pronto estaría listo.

—Oye, Augusto, Huele delicioso— La voz de Tomás había resonado, anunciando su presencia en aquella estancia también.

El doctor sonrió, volteándose, solo para ver como su prometida y su amigo esquivaban sus miradas. Tomás no tardó en doblar la toalla con la que secaba su cabello mojado y Amelia a bajarse de la mesa, un silencio incomodo pedía a gritos ser roto.

—Tomás ¿Recuerdas a Vonnie?—

—Si... Claro que sí. Ho... Hola, Amelia—

Ella solo se limitó a mover su cabeza, saludando con calma. —Tomás—

Notando que su prometida no pensaba hablar más, apuró las cosas. —Tomás, Vonnie quería decirte algo. ¿Verdad, gatita?—

—¡No me digas así! No me gusta—

Tomás intentando no mostrar la incomodidad que la presencia de esa mujer le causaba, intentó ir directo al grano. —¿Qué querías decirme, Ami... Amelia?—

Amelia lo miró unos momentos, solo para susurrar con timidez su mensaje. —Yo tengo varios baldes de pintura que me han sobrado de la tienda, podrían servir para darle vida a la iglesia—

Una sonrisa algo oxidada era provocada por ella, conociendo ese familiar sonido que Amelia hacía cuando su garganta, aún con dejos de alcohol, era atacada por la amargura de una resaca, de manera autómata caminó al refrigerador y le pasó la única pequeña botella de agua fresca que había dentro de él.

—Gracias...—

Amelia bebió con timidez para luego centrar su atención en algo que le hizo sonreír. Ella con prisa miró entre los pies del sacerdote, agachándose levemente. —¿Y esa dulzura?—

Tomás buscó aquello que llamaba la atención de su antiguo ángel, cuando lo encontró no tardó en levantar a su mascota y pasársela a sus manos, ella la acariciaba y rosaba su nariz con su suave pelaje. —Se... Se llama Angela—

Amelia solo continuó con sus caricias —¿Es tuya?—

—Si... Si, Augusto la encontró en una de nuestras caminatas—

—Es hermosa—

El doctor al notar como la charla se desviaba, encaminó nuevamente a su prometida a sus verdaderas intenciones. —¿No tenías nada más que decir, Vonnie?—

Ella volteó dejando al animal con cariño en suelo, lanzándole una mirada de infinito odio a su prometido. —Si... Yo quería decirte, Tomás, que...—

El teléfono con sus campaneos anuncio una llamada, cortando sus palabras. Tomás se apresuró en responder, no sin antes excusarse con la forma respetuosa de habla que tan bien lo caracterizaba. —Disculpen, solo será cosa de unos minutos—

Tomó la bocina del aparato que se encontraba cercana a la estufa, mientras que la pareja se sumergía en el silencio, permitiéndole hablar con libertad.

—Sí, yo soy Tomás—

—¿Hector? ¿Qué pasó?— El rostro afligido del sacerdote ganó la atención de los dos visitantes, los cuales se miraron de una manera cómplice, dando todo el interés necesario a Tomás.

—Escúchame... No llores... ¿A qué hora será?—

—Sí, te prometo estar allí, hermanito...—

—Yo también te extraño, Adiós —

Colgó, quedando unos momentos con la bocina del aparato en sus manos, intentando recobrar el aire que le había sido arrebatado. Apretó los ojos, dando la espalda, su dolor fue evidente y fue su amigo el primero en darse cuenta.

—Tomás... ¿Qué pasó?—

Como pudo, con su voz entrecortada, pronunció aquella dolorosa oración. —Era mi hermano, mi madre... Ella murió...—

Augusto hizo lo primero que le vino a su mente, buscó a su amigo y lo estrechó en sus brazos, la diferencia de estatura era evidente al igual que la pena. Pero no le importo, por primera vez en su vida vio a Tomás quebrarse al punto en que las lágrimas brotan sin consentimiento. —Lo siento mucho—

Cuando Tomás se percató de que debería mantener la calma secó sus ojos con la manga de su pulcra camisa. —Mañana en la tarde será el entierro... Debo asistir, deberé partir esta noche. ¿Tu... Tu podrías cuidar de Angela?—

—Claro que lo haré, no te preocupes por eso. ¿En qué irás? Tu sabes que el transporte no pasará hasta el miércoles...—

Tomás al recordarlo quiso golpear la pared, pero debía mantener la cordura. —Tienes razón...—

—No te preocupes, Tomás. Yo no puedo llevarte porque puede suceder alguna emergencia, pero Vonnie, ella encantada lo hará—

—¿YO QUÉ?—

Amelia había abierto sus ojos sorprendida ante aquel ofrecimiento, mientras que Augusto solo la miraba en búsqueda de su misericordia. —Tú lo llevarás a la capital, de paso, ambos podrán conocerse—

Tomás notando la incomodidad de Amelia y como era continuamente forzada, fue sensato, negando el ofrecimiento de su prometido. —Yo no quiero causar inconvenientes, ya buscaré la manera de llegar...—

Amelia caminó hasta él, mirándolo con sus grandes ojos de acuarela. —Irás conmigo... Saldremos a la noche ¿Si? Supongo que llegaremos en 4 horas, de paso buscaré unas cosas en mi casa. No eres un inconveniente—

-.-.-.-.-.-.-.-

Qué hermosa noche ¿Verdad?

Aquí todo está tranquilo, son casi las 11 y ya tengo sueño. Creo que ese es el primer aviso de que ya estoy vieja.

Amor de vida, pensamiento obsesivo y musa. Todo siempre será para vos, boludo con cara de plato. Te amo


Quiero recomendarles una historia, gente:

#Destrucción de Agustinabr_

No suelo leer acción, pero ésta en particular me gustó. Tiene ese trasfondo negro que a mí me llama la atención. Si alguien la lee, díganle que van de parte de Ann 8)

En el prox cap les tengo una sorpresa, así que nos estaremos viendo en uno o dos días.

Quien se quedó sin cigarros e intenta no morir:

Angie

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