10: "Valencia"


El final de su jornada laboral había sido anunciado por la drástica caída de la noche sobre el cielo del tranquilo pueblo de San Fernando. Despedía a todos los feligreses con especial fervor, estaba animado, la presencia de su nueva inquilina de cuatro patas había hecho que su vida tenga un matiz diferente. Muchos de los parroquianos habían mostrado intereses en su compañera; Cristina le había suministrado leche fresca, mientras que Augusto Santana se puso en la labor de formarle un lecho decente con una vieja playera.

Cerró la puerta de la iglesia, intentando que la puerta quedara trabada lo suficientemente fuerte como para desalentar a los malhechores del pueblo. Sintiéndose en libertad, se quitó su alzacuellos y lo guardó en el bolsillo de su camisa para luego encaminarse en a su cuarto. Notando la falta de presencia de su compañía, curioso comenzó a buscarla. Revisó arriba de los armarios y entre las cajas de folletos litúrgicos. Escuchando un cálido ronroneo miró bajo la cama, allí estaba su pequeña gatita castigando continuamente el cordón de uno de sus zapatos.

—Angela, ven aquí— Metiendo la mano bajo su propio lecho, tomó a el animal con delicadeza, para luego arrullarla en sus brazos.

—¿Tienes hambre? ¿Por qué no vamos a comer algo?—

No tenía pena en hablar con aquel animal, a su lado sentía que podría desviar su atención de la funesta vecina que lo atormentaba en su sueño y lo perturbaba en sus fantasías. Con su mascota aún encima, caminó hasta la cocina, sacando un pequeño plato de la alacena y un cartón de leche de la nevera. Pronto su pequeña gata estaba bebiendo con velocidad mientras el también la acompañaba con la misma láctea bebida en su vaso. —Oye, tranquila, nadie te la quitará—

La inocente criatura luego de terminar de beber se dirigió a el con sus bigotes empapados en leche, trepando por sus piernas y arañándolo durante su proceso. Frunciendo un poco el ceño al sentir sus afiladas garras, sonrió para el animal, para luego limpiar su peludo rostro ayudándose con una servilleta.

El reloj ya marcaba las once de la noche, notando como su campaneo metálico indicaba que ya era hora de descansar, levantó a su gata para retornar a su habitación. El animal a veces batallaba con sus manos emprendido en oponer resistencia, clamando juego y haciendo que tiernas sonrisas nacieran de su dueño. La dejó sobre su lecho y comenzó a desvestirse, doblando prolijamente su ropa y guardándola donde correspondía. Con su pijama ya puesto, se recostó al lado del animal el cual en repetidas ocasiones se subía sobre su pecho y con su áspera lengua acariciaba su barbilla.

Luego de quitarla unas diez veces de encima suyo, se dio por vencido, aquella gata había logrado adueñarse de la cama.

—Angela, déjame dormir—

La gata ahora se había metido bajos las sabanas, moviéndose continuamente cerca de sus pies, intentando rasgar sus calcetines. Ignorándola, poco a poco el sueño fue ganando terreno en su de por si cansado cuerpo, había caído dormido de una manera pesada, producto seguramente del arduo trabajo mental y físico en el que últimamente se encontraba enredado.

... ... ...

Despertó de manera abrupta, sintiendo como su mejilla era lacerada sin clemencia. Abriendo sus ojos producto del dolor no tardo en visualizar a su verdugo. Su pequeña gata blanca con sus grandes ojos azules lo miraba sentada arriba de su pecho.

—Angela, por favor... Tengo que madrugar—

Intentó cerrar los ojos nuevamente, sin ejercer ningún movimiento que haga a su colérica mascota repetir sus violentos actos. Simulando estar dormido, sintió como ella se acurrucaba a un lado de su cabeza y comenzaba a ronronear serena para luego de manera dominante morder su oreja.

—¡Auch!—

El dolor había sido punzante, obligándolo a sentarse en su propio lecho separándose de su compañera y sus afilados dientes. Refregó sus ojos cansados y allí fue cuando lo escuchó... Un mínimo coro de risas y susurros venían de la nave central de su iglesia. Intentando que su mente no le fallase, prestó atención a cada ruido que a su habitación llegara, era claro, alguien había entrado.

Comprendiendo que esa invasión no podía significar nada bueno, levantó a su gata y con cuidado se puso de pie aún descalzo. Dejó al animal dentro del baño, no quería que por culpa de algún ruido infortunado ella escapara y se perdiera. —Buena niña, quédate aquí, volveré rápido— Entre susurros cerró la puerta.

Encaminado a la nave principal caminaba a paso lento, sintiendo el frio del suelo traspasar su piel desnuda. No quería causar ningún ruido que avisara de su existencia y percatase a los maleantes de su presencia. Arrimando su rostro por el marco de la puerta que unía el pasillo con la capilla notó cuatro figuras, luego de analizarlas unos momentos, comprendió mediante sus delicadas siluetas que aquellos seres sin pudor eran mujeres.

Se tomó su tiempo para horrorizarse con lo que estaban haciendo, la iglesia que durante tres años el había cuidado con esmero ahora estaba siendo mancillada. Con insultos referidos a él sus paredes estaban siendo grabadas, figuras vulgares y dibujos toscos marcados con aerosoles. Pronto una de las mujeres de moralidad dudosa se puso de perfil, revelando su identidad.

Sus delicados rasgos se vislumbraban ocultados por la capucha que llevaba puesta. Intentó no suspirar, pero fue inminente. Habían cosas que jamás cambiarían, el sol siempre saldría por el este y Amelia siempre encontraría la formar de entrar a su iglesia cueste lo que cueste. La observó unos momentos, con movimientos pícaros y tambaleantes, hablaba con sus cómplices las cuales también revelaron sus nombres. El antiguo grupo del convento nuevamente se había reunido a hacerle una última jugarreta.

Era evidente que todas ellas estaban ebrias, no podría recriminarle la falta de conciencia de sus actos, intentando encontrar el momento preciso para reprenderlas, notó como Amelia nuevamente marcaba la pared. Iviza

Se acercó a ellas, ninguna parecía haberse percatado de su presencia debido a que todas le daban la espalda. Festejando el logro de su compañera, las exalumnas restantes coreaban su victoria con exclamaciones de dudosa pronunciación.

Aclarándose su garganta, dijo lo primero que se le vino en mente, intentando que sus palabras no fueran tomadas con un tono incorrecto, sentenció. — Ibiza va con "B", Amelia—

Todas voltearon a verlo con una expresión de pánico en sus ojos, todas excepto una, la cual solo lo incriminaba con sus eléctricos orbes intentando que las centellas cayeran sobre él con la sutileza de un pestañeo. Escuchó las latas de aerosol resonar contra el viejo piso y atemorizado notó como las mujeres gritaron presas de algún imaginario pánico. Salieron corriendo del santo recinto dejando solamente a la que seguramente era la autora de dicha idea maliciosa, enfrentándolo.

Amelia las miró marcharse con un rostro de desapruebo, sacudiendo sus manos y caminando torcido, también comenzó a gritar. —¡OIGAN! ¿DÓNDE SE VAN? ¿QUÉ CREEN QUE HARÁ? ¿LLAMARÁ A NUESTROS PADRES? ¿NOS EXPULSARÁ?—

Evidentemente borracha, Amelia volteó a mirarlo nuevamente, tan hermosa como una rosa pero tan mortal como la belladona, murmuró unas palabras que hace mucho tiempo no escuchaba de su boca. —Valencia...—

Ella siempre tendría esa extraña cualidad de hacerlo poner nervioso. Los años no habían aplacado su amor, pero intentaba mantener el juicio, aquel ángel ya no pertenecía a su cielo, pero le dolía verla en ese estado. —No deberías beber tanto, Ami...— Su misma boca lo traicionó, él ya no podía llamarla así por más que su corazón tenga labrado su nombre, ya no era su niña.

Amelia caminó en su dirección, temía que se cayera debido a su estado etílico y se lastimara. Cuando ingenió una idea lo bastante cuerda de como regresarla a su hogar y explicarle a su prometido una historia creíble del porque llegaba con su futura esposa en sus brazos, ella entre gritos nuevamente comenzó a hablar. —¡QUIERO DECIRTE ALGO HACE MUCHO TIEMPO! ¡Y NO PIENSES QUE ME IRÉ, TOMY! ¡ME ESCUCHARÁS!—

Aquellas palabras lo habían tomado desprevenido, en especial una de ellas "Tomy" el tiempo retrocedía encerrándolo en las paredes del viejo convento. Su ángel si lo recordaba y pronunciaba su nombre con la misma intensidad que lo hacía cuando ambos eran felices. La miró como la primera vez, intentando que la morfina de su amor no atormentara sus sentidos, el amor a segunda vista sin duda alguna era lo más peligroso que había vivido. —Te escucho, pequeña...—

Amelia se había sacado su capucha en conjunto del abrigo que llevaba puesto, arrojándolo al piso con torpeza. El alcohol y una joven eran una mala mezcla. —¿Pequeña? No es mi culpa que tu midas seis metros, espera, ahora mismo lo arreglo— Ella intentó subir sobre uno de los bancos, por inercia extendió su mano para ayudarla. —Gracias, hijo de puta— Amelia ahora enaltecida sobre la madera comenzaba a hablar. —¿Qué te estaba por decir?— Temía que en cualquier momento lo inevitable sucediera, ella perdería el equilibrio y se lastimaría. Intentando estar atento se preparaba para evitar que ella se desplomara.

—Me dijiste que era algo importante que querías decirme hace mucho tiempo—

—¡SI! ¡Y ME ESCUCHARÁS!—

—Claro que te escucharé con toda la atención posible, Ami...—

Cuando ella tambaleo supo que su momento había llegado, cuando la vio suspendida en el aire en un momento sus instintos brotaron. Sin darse cuenta había acabado con Amelia en sus brazos.

—MUCHO MEJOR, ASÍ PUEDO VERTE LA CARA, RATA CUSCA—

—Ami... Por favor no grites, te escucho... Estoy aquí— No entendía porque el destino era tan cruel consigo, nuevamente tenía a su niña sintiendo el compás de sus latidos, pegada a él. Acariciando su cuello con su cabello y su voz que aún tenía ese dulce sonido. —Dime...—

Ella llevó una de sus manos a su mejilla, obligándolo a mirarla, para luego escuchar algo que no esperaba. —¿Te parezco linda?—

La sinceridad era una muestra necesaria de afecto, ella seguramente no recordaría nada la mañana siguiente, podía darse el lujo de hablar con franqueza. —Cla... Claro que me pareces linda, A... Ami, la mujer más bella que he visto en toda mi vida. ¿Por qué lo preguntas?—

Amelia entre sus brazos comenzó a tocar su cabello, para nuevamente obligarlo a mirarla. —Es que a nadie le gusta mi nuevo color de pelo, quiero estar linda, hay un hijo de puta al que debo impresionar—

—Bue... Bueno, yo te prefiero con tu color natural, como te conocí— Al terminar de pronunciar esas palabras, Amelia comenzó a sollozar, empezando un llanto sin lágrimas extraño. El alcohol si había logrado sacar su lado más infantil. — Pe... Pero te queda hermoso. No llores, dime ¿A... A quién quieres impresionar?—

Amelia ahora había mutado nuevamente, haciendo que su rostro se tornara oscuro, mostrando un nuevo ánimo. —¡A ti, hijo de puta! Cobarde ¿Sabes todo lo que pasé por ti? ¿Cuántas idioteces hice? ¿Lo mucho que sufrí?—

Esa herida estaba abierta en ambos, era un dolor compartido, la pena traspasaba su sangre y fluida en la misma dirección que Amelia sangraba. —Yo también sufro aún... No te merecías todo lo que pasaste—

—PERO NO IMPORTA, ME PROMETÍ CON BARCELONA, MIRA— Amelia, ardiendo en sus llamas, había estirado su mano delante de su rostro, haciendo que sus dedos rozasen los labios del temblante hombre. —MIRA QUE ANILLO MÁS GRANDE—

—Si... Es muy grande. Ami, dime algo... ¿Eres feliz con él? ¿Te trata bien?—

Amelia dudó unos momentos en silencio, para luego responder. —Feliz como lombriz... Aunque nunca pensé que estaría contigo. ¡Te odio, lo sabes! ¡Te odio! Cuando pensé que no te volvería a ver apareces de repente y ¡PUM! Pones de nuevo mi vida de cabeza—

—No... No era mi intención molestarte, Ami...—

—¡NO IMPORTA! Mi alma se partió una vez por ti, ya no puede estar más rota de lo que está. Bajé al infierno y vine por ti, Tomy... Barcelona me cuida, es un buen tipo— Ella seguía balbuceando, evidentemente su dolor no la había abandonado. Tomás solo sentía como su corazón se desgarraba en verla en tal estado que el mismo hace tiempo había ocasionado con la crueldad de sus palabras. —¿Dónde quedaron nuestras promesas de amor eterno? ¿Eh? Tu ibas a cuidarme y dejaste que todo lo malo me pasara. ¡PERO NO IMPORTA! Yo soy fiel a las promesas y siempre te amaré como lo prometí, maldito hijo de puta...—

—¿Me... Me amas?— No podía creerlo, seguramente el alcohol ahora era el que hablaba. No quería esperanzarse, no. No de nuevo.

—¿Tu qué crees? ¿Tú me amas?—

—Yo siempre te amaré, Ami... Pero tienes a Augusto a tu lado, el podrá darte todo lo que yo te debería haberte dado—

—Si, lástima que el no me da nada hace unos cuatro jodidos meses— Amelia ahora reía, mientras se aferraba más a su piel, haciendo que su respiración lo quemase. —Pero yo ya te superé...—

Tomás se apenó aún más de lo que estaba, sumergido en su trance melancólico, notando como la niña que había amado moría en sus brazos producto de su sinceridad. —Yo aún no puedo olvidarme de ti...—

Amelia lo golpeó suavemente. —ESPERA, TE AYUDARÉ. ESTO TE HARÁ SUPERARME— Luego de haberlo abofeteado con ternura,ella lo obligó a acercarse a su rostro, tomándolo de los cabellos de su nuca.

No estaba preparado para lo que ella hizo, Amelia lo estaba besando. Devorando sus labios con la misma ternura en que lo hacía durante el pasado. Amándolo con la fuerza de su boca y devastando su corazón cada vez que susurraba su nombre. El impacto era mucho y los sentimientos demasiados, quiso contenerse, pero las lágrimas comenzaron a fluir cuando el mismo correspondió ese acto.

No quería aprovecharse de ella y su estado, pero no podía resistirlo. Tanto tiempo había clamado que eso sucediera a su Dios y ahora él gentilmente lo premiaba con el retorno de su ángel, alzándolos a los dos en vuelo... Custodiado nuevamente por el calor de sus alas.

—Te amo, por favor... No hagas eso, moriré si lo vuelves a hacer— El fuego tan añorado volvía a su vida quemándolo con la gracia del propio infierno en el que tan bien se sentía. Por ese instante, Amelia había vuelto a ser suya.

—Espera, aún no terminas de superarme...— Seguía besándolo, ella realmente demostraba la necesidad de sentirlo. Amelia, aunque sea de manera inconsciente, siempre regresaría su lado.

Cuando el beso acabó ellos siguieron aún unidos en sus labios, respirando la esencia del otro y haciendo que nuevamente sus corazones descansaran ensamblados. Siempre serían la añoranza ajena de lo que alguna vez pudo ser y jamás sucedió.

—Tomy... ¿Qué haré cuando mis labios te busquen y quiera superarte?—

—Ve... Vendrás a la iglesia, como siempre...—

—¿Y cuándo me case con Barcelona tu... Tú me besarás?— Aquellas palabras se habían quebrado en su garganta, Amelia realmente sufría por aquello. Ahora sus hermosos ojos se empañaban con el fantasma de un pasado necesitado de presente.

No podía responder eso, solo condenaría a la muerte a ambos. —Vamos, te llevaré a tu casa...—

—PUE... PUEDO CAMINAR SOLA ¡NO NECESITO TU AYUDA!—

—So... Solo quédate quieta, te llevaré—

... ... ...

Sin importarle aún estar sin zapatos, se sentía por ese preciso instante la persona más dichosa del mundo. El universo se había confabulado para que aquella noche un ángel llegue a sus brazos anidando. La cargaba como siempre lo hizo, casi sin sentir su peso. Atravesar el corto camino que los separaba de la iglesia hasta la casa del doctor tomaba un necesario aire eterno. Lo pensó varias veces, condenarse en el infierno, cerrando las puertas de la iglesia con Amelia a dentro. Pero no, ni siquiera sabía como miraría a Augusto a los ojos mañana, pero eso, en ese sencillo momento no importaba.

—Tomy... La iglesia huele a rosas...—

—Si, por ti. Ami... Siempre habrá rosas para ti— Una frase inconsciente había salido de su boca atrevida, rápidamente intentando retomar el perdido juicio, habló. —Te... Te llevaré con Augusto, dormirás bien...—

—NO, NO QUIERO IR CON BARCELONA, LLÉVAME CON MONI... Allí puedo ver las caricaturas, Barcelona piensa que es bobo eso...—

—Na...Nada en ti es bobo—

Cuando intentó formar una nueva charla con ella, descubrió de manera sorpresivamente tierna que ella se había dormido en sus brazos. La pegó con más fuerza a su pecho intentando que su carne se fusionara, dolía de la manera más sublime que había sentido. Amelia siempre tendría el placer de la dolencia que solo podía contentar a un ser masoquista.

Cuando el local que aún seguía con su puerta abierta, apareció, con cuidado se acercó a su marco, notando como cuatro jóvenes estaban atentas esperando que alguien apareciera. Cuando el antiguo grupo de alumnas se dio cuenta que el hombre al que hace momentos habían emboscado en su propio terreno se presentó, bajaron la mirada apenadas.

—Se... Señoritas—

Natalia lo miró unos momentos, manteniendo su rostro serio. Ese hombre había ocasionado demasiado mal en la vida de su amiga. —Tu no deberías traerla—

—Lo sé...—

Mónica intentó pararse en vano, pero lo mismo sus palabras lograron erguirse. —No, no lo sabes. Ella casi muere por ti...—

—So... Solamente quise traerla. Vamos, Ami... Despierta— Despidiéndose de cada tacto en ese instante, su ángel abrió los ojos y descendió de nuevo a la tierra. Alejándose, aleteando de su presencia.

Cuando ella estuvo prudentemente parada, supo que era momento de marcharse. —Fue... Fue un gusto volver a verlas—

No quería quedarse a escuchar las respuestas, no importaba que excusa diera, ellas jamás le perdonarían a él haber condenado a su amiga a arder en el fuego de su crueldad.

Pensativo volvió a la acera, intentando procesar todo lo que en esos momentos había vivido. No sabía si aquello era una traición a su amistad o un designio de Dios. La culpa nacía y se mezclaba con el infortunio, se sentía ruin... Estaba lastimando a dos personas inocentes, a su primer amigo y al amor de su vida.

—ADIÓS, TOMY. IRÉ A VERTE... ASÍ ME SUPERAS...— Amelia nuevamente marcaba su alma, lastimando su consciencia haciendo que un poco de esperanza surgiera.

Adiós, Ami... Espero que vengas...

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Chicas/Chicos, amores de mi vida, me tengo que ir corriendo.

No quería dejarlas sin el cap de hoy.

Publico rápido porque ustedes se lo merecen.

Los amo.


Angie

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