1: "Introducción"


"Lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre"

Crece el césped verde, anuncio tardío de que pronto llegaría la conclusión de noviembre. Por aquella ventana los pensamientos fluían, exclamando con el grito silencioso que pronto a su vida un cambio llegaría. Cielos de cenizas que ya han olvidado el humo de su tabaco, las tempestades olvidadas de una niña de ojos claros ya se han alejado.

El suave susurro del viento arremolina en complejos movimientos las ramas silvestres del estero, una pronta lluvia vendría y marcaría sus caminos con infinitas huellas de gotas, cristalinas e implacables que poco a poco bendeciría las cosechas, aquellas que habitaban en las colinas.

Sumergido en el silencio, Tomás Valencia sonreía ante la presencia de una anciana a su lado, la cual intentaba bordar con los hilos de sus manos diversos diseños para innumerables pañuelos. La soledad había sido el consuelo adecuado para su duelo, los años habían pasado en un ligero abrir y cerrar de ojos eterno.

Llegó herido al pueblo de San Fernando, con las manos destrozadas y el corazón apenas palpitando. Sobrevivir a la fiebre mortuoria que el fantasma de Amelia Von Brooke había causado sin duda alguna, era de todos, el más grande milagro. Una minúscula comunidad rural lo había amparado con la calidez pueblerina que solo un lugar olvidado del campo podría brindar. Atendiendo la única parroquia de la zona poco a poco fue formando parte del alma del pueblo, abrazando la humildad de la gente, aferrándose a su profesión con esmero.

Las pasiones prohibidas y los suspiros indebidos se habían marchado con el tiempo. Pensaba en ella todos los días, pero no con las mismas intenciones que antes lo hacía, deseaba su felicidad y que ella también pudiera haberlo superado. De los recuerdos de alcoba y sabanas manchadas solo una triste letanía en su mente quedó grabada.

Amelia, consuelo de mis males y síntoma de mi martirio.

Amelia, mi dulce ángel, mi paraíso corrompido.

En la lejanía encuentres tu paz, remontada al cielo

Amándote en silencio, siempre enaltecida en mis rezos.

—Padre, vuelva a la tierra, no es bueno que se quede pensando en la nada.— La anciana a su lado reía ante la mueca ausente en el rostro del sacerdote. Comprendiendo que nuevamente había caído preso de sus antiguas pasiones sonrió, ya resignado.

—Discúlpame, Cristina. A veces este lugar deja fluir mis pensamientos, cada día me enamoro más del pueblo—

—De todas formas, tienes permitido estar ansioso, Tomás. Has hecho algo que ningún político a logrado en estas tierras, traer asistencia médica—

Aquellas palabras habían logrado hacer que el orgullo naciera. No podía negarlo, su labor en conjunto a su vocación había hecho cambios drásticos en la región. Con ayuda de las personas mayores y su recurrente asistencia en la iglesia había logrado mejorar la concurrencia de los niños del pueblo a la escuela local. Pronto, nuevas necesidades aparecieron y luego de haber llenado hojas continuas con ruegos de tinta, gracias a su insistencia la primera antena telefónica había sido instalada en la zona. Pequeños grandes cambios había realizado, organizaciones de huertas comunitarias y cultivos propios que alimentaban al comedor local. Casamientos, bautizos y los primeros sacramentos de los infantes llevados a cabo con alegría, ese lugar realmente había hecho un cambio importante en su vida.

Pronto, luego de casi un año de papeleo, llegaría un doctor matriculado para ejercer su profesión desde el estado. Teniendo un pequeño sector médico dentro de la propia capilla, ayudando a quien lo necesitase y demostrando también su instinto de solidaridad.

—Solo espero que no le moleste compartir un cuarto conmigo— Respondió con algo de pena, su vida era austera pero colmada de bendiciones, la persona que arribaría a convivir un estado de prueba a su lado debería acostumbrarse a ella.

—Si el muchacho aceptó venir a este lugar es porque sabe la clase de necesidades que tenemos, Tomás. Además, no te mentiré, el hecho de tener un doctor para el parto de Leonor me tranquiliza bastante—

Sonriente, cuestionó a la anciana mujer. —¿Cuántos nietos tendría ya, Cristina?—

—Si la memoria no me falla, con el venidero serían ocho ya— La señora con sus ojos llenos de esperanza empezó a revolver dentro de su viejo bolso con euforia, sacando de sí unos pequeños escarpines blancos, seguramente hechos a mano. —Mira, esto le pondré para que lo bautices—

Enternecido ante aquella diminuta prenda la miró con cariño, para luego asentir con un ligero movimiento de cabeza. —Será un placer—

Cristina, sonriendo ante la dulce estampa que ese hombre causaba sosteniendo los zapatos de un próximo retoño, no tardó en sincerarse. —Si no fueras cura Tomás hubieras sido un excelente padre. Lucía me ha confesado que le pareces un hombre guapo, no me hubiera molestado llamarte mi yerno.—

Cuando escuchó aquel sutil mensaje batir sus pensamientos con la fuerza de un huracán rápidamente sacó la funesta idea de su cabeza. No, nunca podría volver a intentar, el hueco que había dejado Amelia solo podría ser llenado con la soledad de una misa o una tierna oración en su nombre. El nunca más volvería a amar a ninguna mujer —Tonterías, Cristina. Soy demasiado mayor para ella— Simulando aquel comentario como una broma, prosiguió en su deber diario. Llenar actas y libros matrices donde enumeraba constantemente los bienes locales producidos y como repartirlos.

—¿Cuántos años tienes ya?—

Revisando un imaginario calendario, tuvo una respuesta ante aquel interrogante. —Cuarenta.—

—Como sea, aún eres joven. ¡Mírame a mí! Setenta y siete años y aún puedo amasar el mejor pan de la región— La anciana despertaba ternura y casi un cariño maternal en ella, su compañía era por demás grata y su presencia necesaria para combatir sus silencios. —Solo espero que cuando bautices al bebé puedas tocar algo—

—Tu sabes que toco en los bautizos, Cristina—

—Deberías hacerlo más seguido, tienes un talento excepcional —

—Lo... Lo tomaré en cuenta— Debía hacerlo, superar sus canciones, amar solo a Dios entre sinfonías y dejar atrás sus partituras pasionales de violentos rizos negros. Tres años no habían bastado para que ella se alejara de su chelo ni de los lamentos de su arco.

La mujer se paró con algo de dificultad haciendo que el crujir de sus huesos llegara hasta los oídos del sacerdote, quien preocupado la miró. —Cuando llegue el doctor lo primero que haré es pedirle que revise tus rodillas—

Con cariño, Cristina se acercó a el y apretó una de sus mejillas. Sonriendo con alegría al ser iluminada con el calmo azul de sus ojos mientras que revolvía su cabello castaño surcados con algunos hilos de plata que ella misma había cortado. —Te quería hablar de eso, Tomás. Cuando el doctor llegue y tengan que estar juntos... No digo que sean amigos al instante, pero intenta hablar con él, buscar su amistad. En todo el tiempo que te conozco siempre estás aquí encerrado, con suerte te vemos en las fiestas de la fundación, no le tengas miedo a la gente—

Evitando que el sonrojo de un niño escuchando los consejos de su progenitora no apareciera, respondió agradecido con una sonrisa tímida. —A veces pienso que eres mi madre, Cristina. Gracias por preocuparte por mí—

—Por cierto. ¿Qué sabes de él?—

—Él mismo envió su curriculum hace unos días, espera lo buscaré— Tomás se había puesto de pie con su clásica ropa enlutada reluciendo en un negro ébano sepulcral, el alzacuellos seguía igual de blanco, quizás fijado con mucha más fuerza que antes. Haciendo unos pequeños cortos pasos buscó en la cajonera cercana de su mesa un manojo de papeles, en los cuales encontró una carpeta de color madera.

La hojeo con cuidado, revelando una foto en blanco y negro de un joven, para luego con su clásica voz nasal a cuestas, comenzar a leer. —Augusto Santana, 28 años, se graduó el año pasado.—

—Eso es bueno, viene fresco, podrá moldearse bien aquí. No será como esos médicos de la capital que necesitan aparatos costosos—

Continuando su lectura, volvió a recitar. —No tiene antecedentes criminales, hijos, ni siquiera una multa figura en su expediente—

—Parece un buen muchacho, espero que desee quedarse con nosotros—

—Si, eso también espero— Leyendo, notó una pequeña nota manuscrita al final de la hoja. —Mira, Cristina. Aquí también dice que tiene una prometida—

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https://youtu.be/-cEchb9BKnM

Buenas, que difícil es empezar todo de cero.

Mis hermosas y hermosos pecadores, les doy la bienvenida la inicio de todo.

Me cuesta creer como hemos crecido, siempre lo digo, pero lo diré una vez más: ¡Muchas gracias!

Nada de esto sería posible sin ustedes.

¿Qué les pareció el inicio? Cualquier sugerencia o critica será bien recibida.

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Capitulo dedicado a: 

JecsyGonzalez

Preciosa, sé que a veces me tardo en responder demasiado tiempo, pero quiero que sepas algo; Tus mensajes siempre me dan el ánimo que necesito para escribir, por eso y millones de cosas más, te mereces la primera parte.

Sin otro motivo, me despido.

Quien está ansiosa por saber su opinión:


Angie

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