Viaje a Italia.

Thomas empezó a caminar hacia el coche mientras guardaba algo en el bolso, Dylan masculló con intriga. Cuando abrió la puerta y se sentó en su asiento la alegría había vuelto al rostro del rubio.

― ¿Puedo saber el motivo de esta repentina visita?

― Algún día ―respondió.― ¿Por qué pareces molesto conmigo? ― la alegría se esfumó y dio paso a una mueca de confusión.

― No estoy molesto contigo ― aunque había suavizado la voz, Thomas no se dejó disuadir.― Es que no te entiendo, no me gusta que me ocultes cosas y...

― ¿Y? ― le incitó.

― ¿Por qué pareces de repente tan interesado en Theo? ― soltó, así, tan bruto como sonaba.

― Yo no estoy interesado en Theo ― al final y al cabo era la verdad.

― ¿No? ¿Y por qué has venido hoy aquí cuando normalmente hay que estar encima de ti para que los visites, Thomas? ― adoraba aquel brillo de enfado en los ojos del moreno, era como si lo penetrara con furia y le dejara a su paso un calor inmenso.

― Esto es algo que tengo que hacer, Dyl ― dijo con voz persuasiva.

― ¿Pero por qué me estás dejando a mí fuera?

Thomas se extrañó al notar decepción, derrota y pesar en su tono de voz. Se dedicó a observarlo mientras conducía. Dylan era un peligro para la mente y el cuerpo: en primer lugar, estaban aquellos hermosos ojos pardos que cada vez que lo miraba le daban la sensación de estar examinándolo profundamente, y Thomas se sentía desnudo lo que provocaba que un calor lo llenara por dentro. Si seguía bajando su campo de visión se llenaba con unos brazos fuertes y un pecho igual, adoraba esos brazos. En resumen, Dylan era una tortura para él.

― No te estoy dejando fuera, Dyl, pero si lo descubrieras creo que pensarías mal de mí ― arrastró las palabras mientras miraba a través del cristal.

Él se sorprendió ante aquella respuesta.

Lo miró por el rabillo del ojo, Thomas parecía muy lejano, la expresión de sus ojos era ausente y su rostro en sí parecía triste.

― Yo no podría pensar nunca algo así sobre ti. Somos amigos desde hace años, muchos años déjame recalcar. Además, si realmente hicieras algo, no habría nada que yo no pudiera perdonarte.

― ¿Por qué? ― le preguntó suavemente, volviendo a mirarle, era como un imán.

― Porque eres tú, Tommy, porque eres tú.

Cuando estaba a punto de preguntar qué significaba aquello una melodía empezó a salir de su bolso, con prisa revolvió hasta encontrarlo y contestó.

― Diga ― su voz salió ronca y carraspeó un poco.

― ¿Thomas? ¿Qué le ha pasado a tu voz? ― una voz femenina lo interrogó.

― Nada, Kaya, nada ― rió un poco.― ¿Qué pasa?

Ah, nada, es que vi tu llamada perdida.

― Oh, cierto ― miró a Dylan antes de responder.― ¿Tienes algo que hacer este fin de semana?

Cuidar de Arnie, Ben está fuera de la ciudad por trabajo.

― ¿Te importaría quedarte con Ethan?

¿Con Ethan? ― preguntó extrañada.

― Sí, es que este fin de semana es el bautizo de la sobrina de Dylan...

Ah, claro, entiendo ― lo interrumpió, no sabía por qué, pero estaba seguro de que aquella voz era pura picardía.

― Y tendría que quedarme todo el fin de semana en Italia. Volvería el lunes, ¿crees que puedas sobrevivir tú sola con esos dos diablos?

Querido, a esas fieras las domo yo con mis dulces.

― Kaya, eres perversa.

Lo sé, Ben estaría muy de acuerdo contigo.

― Por cierto, me gustaría pedirte otro favor.

Claro lo que quieras.

― Pero, ¿podría llamarte más tarde? ― preguntó, mirando de reojo a Dylan y sintiendo cómo su pecho se oprimía por la culpa de no contárselo.

Sí, claro. Hasta después entonces ― y colgó.

Thomas guardó el móvil dentro del bolso.

― ¿Se puede hacer cargo de Ethan?

― Sí, dice que piensa domarlo con dulces ― aquello le hizo sonreír y Thomas se maravilló con aquella sonrisa tan sensual y propia de él.

― Tendrás que llevarlo al dentista después de este fin de semana.

Él rió.

Le encantaba observarlo, era tan varonil y tenía un aura tan fuerte que lo volvía loco. Pero las palabras de Martha y de Eduardo daban vueltas continuamente en su cabeza, ¿había amado a otra persona que no fuera Dylan? No, estaba seguro de ello, en su corazón no había cabida para nadie más incluso cuando intentó hacerle un hueco a Theo había fracasado, su amor era todo para Dylan.

Pero entonces...

No, simplemente no podía ser, él se lo diría. O quizás no, Martha y Eduardo le habían explicado por qué ellos no se lo decían. ¿Tendría Dylan los mismos motivos?

― ¿En qué piensas? ― lo observó de reojo un momento y luego volvió a clavar los ojos en la carretera.

― En Italia ― se recostó sobre el asiento.

― Hace tiempo que no vas, ¿verdad?

― Años. Estoy deseando ver el Muro de Julieta ― recordaba vagamente como en su época adolescente había ido a dejar una carta al muro donde se encontraba la casa de Julieta Capuleto y donde Romeo se había arrodillado para cortejarla.

La cima de sus pasiones, Verona y William Shakespeare en una misma frase. Había tenido que estudiarlo durante sus cuatro años de carrera, y había desarrollado un amor platónico por el autor muerto. Recordarlo le hacía gracia pues hubo un tiempo en el que Dylan acabó hasta la coronilla de Romeo y Julieta.

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