Thomas Brodie-Sangster.
El teléfono no dejaba de sonar y él empezaba a perder la poca paciencia que le quedaba, estaba agobiado, muy agobiado y aquel aparato no hacía más que terminar de colmar su paciencia.
Estaba sentado en la mesa del despacho de la casa que había heredado de su abuela, intentando estudiar un examen final en el que se jugaba su licenciatura, mientras su hijo jugaba con un trenecito de madera en el suelo.
― ¡Papi! ― le llamó, Thomas ya tenía la vista clavada en él.- El teléfono está haciendo rinrin ―dijo, con su infantil voz.
― Ya lo sé, cariño ― lo cogió en brazos con dulzura y lo sentó sobre sus rodillas, Ethan no se separaba del trenecito de madera que Dylan le había regalado.― Papi está considerando la opción de tirarlo a la basura junto con esas espinacas que tan poco te gustan ― le dedicó una sonrisa y el niño rió entre sus brazos, pero de repente el infantil rostro cambió a una expresión de susto.― ¿Qué pasa?
― ¡No puedes tirar el teléfono! ―el niño descendió por las piernas de Thomas hasta tocar el suelo y corrió en dirección al aparato.
― ¿Ethan? ― le siguió hasta el salón con el ceño fruncido para encontrarse con el niño abrazando el aparato.
― ¡Si lo tiras no podré hablar con el tío Dyl! ― vociferó, el joven padre soltó un suspiro conmovido ante los ojos vidriosos de su hijo.
― Tu tío Dyl viene a verte casi todos los días de la semana ― le consoló con una sonrisa.― Además ― se sentó delante del niño.― Aunque tire el teléfono de casa, Dyl sigue teniendo mi número de móvil y créeme te llamaría mucho ― le revolvió el castaño cabello rubio que heredó de él.
― Entonces puedes tirarlo ― le cedió el teléfono ahora con aire despreocupado.
― Vaya, gracias, querido mío ― dijo Thomas con sorna mientras levantaba a su hijo y lo abrazaba.
― De nada, papi ― le dio un beso en la mejilla y él sonrió.
Volvieron al despacho, después de asegurarse que el teléfono estaba desconectado, y depositó a Ethan sobre el cómodo sillón rojo que se encontraba debajo de la ventana que se había asegurado de cerrar bien.
Desde la silla del despacho, Thomas observó a su hijo. Ethan era pequeño para su edad y pesaba poco para todo lo que comía. Una mata de pelo rubio adornaba su cabecilla, y tenía unos brillantes ojos pardos. Siempre se había preguntado de quién los había heredado.
Apoyó la cara sobre la palma de su mano. Aquella época de su vida estaba bastante borrosa y tan solo recordaba con claridad los nueves meses que había estado embarazado de Ethan y acompañado en todo momento por Dylan... quien se había comportado como un padre. Ese pensamiento lo estremeció de arriba abajo.
Llevar el embarazo había sido muy complicado, sobre todo los primeros meses porque no entendía cómo había terminado embarazado de la noche a la mañana y tampoco recordaba lo que había sucedido provocando que al principio rechazara a la criatura que llevaba dentro, nada más tenerlo en sus brazos después del parto se había arrepentido de esos pensamientos.
El embarazo fue avanzando poco a poco, y al no tener familia y su mejor amiga estar de viaje de bodas, quien se había encargado de Thomas quedándose incluso en aquella casa había sido Dylan.
Siempre que había algún problema allí estaba Dylan para solucionarlo y hacerlo sentir mejor.
Se recostó sobre la silla clavando la mirada en el techo.
Aquella no era la vida feliz que siempre había imaginado: pensaba terminar su carrera, casarse y luego tener un hijo. Sin embargo, su vida había dado un vuelco de 360º y lo último había sido lo primero de la lista.
Pero ahora las cosas iban a mejorar, ya habían pasado tres años y mañana tenía su último examen para obtener la licenciatura, luego encontraría trabajo y podría darle a Ethan todo lo que necesitaba, pues aunque era heredero de una cuantiosa fortuna gracias a los ahorros de sus padres no quería tocar ese dinero para poder invertirlo en el futuro de Ethan.
En cuanto a los hombres...
Una llama se encendió en su pecho al pensar en Dylan, pero fue solapada enseguida por una punzada de dolor que lo heló de arriba abajo.
Llevaba enamorado de ese hombre desde hacía más de tres años, incluso cuando estaba con Theo sus sentimientos habían sido siempre sinceros hacia Dylan. Pero su vida se había torcido y todos sus sueños se habían hecho pedazos, Theo lo había destrozado por completo y le había dado un hijo, pero...
Miró a su hijo por el rabillo del ojo. Era difícil recordar y cada vez que lo intentaba lo asaltaba un terrible dolor de cabeza. Los psicólogos le dijeron que había sido causa del trauma, su mente para protegerse censuró esos recuerdos, guardándolos en algún lugar al que era imposible acceder... tampoco es que lo haya intentado mucho, para ser sincero.
En ese momento sonó el timbre de la casa y el joven pegó un respingo en el sillón de cuero.
― Papi ― le llamó desde el sillón.― Puerta ― alzó los brazos hacia él.
Salió del despacho y atravesó el corto pasillo que terminaba en la puerta de la calle. Echó un vistazo por la mirilla y el corazón se le aceleró a la vez que su interior se calmaba.
― Qué contradicción ―pensó, sonriendo tontamente cuando abrió la puerta.
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