Ethan.

Estaba muy nervioso, completamente desquiciado, tocaba la mesa con el bolígrafo en lo que el profesor repartía las hojas del examen.

Respiró y volvió a tomar aire, se había preparado. Tenía veintiséis años y estaba completamente preparado para terminar ya la carrera y empezar a trabajar, reunir dinero y darle a su hijo todo lo que necesitase y más.

Se propuso pensar en algo tranquilo y que le causara placer, y se sonrojó al recordar cuando Dylan le acariciaba el cabello, un estremecimiento le recorrió el cuerpo al pensar en aquellas grandes manos tocándolo.

Cuando el profesor le dio la hoja del examen, Thomas volvió a la cruda realidad.

Le echó una ojeada por encima.

Venga, él era capaz.

Una hora y media más tarde Dylan daba toquecitos al volante también de los nervios. El coche de Thomas estaba en el taller así que no le había quedado más remedio que llevarlo a la universidad.

No sabía quién lo estaba pasando peor si Thomas que estaba terminando de hacer el examen o él que no había tenido nada en lo que invertir el tiempo para poder pensar en otra cosa. Tan concentrado estaba pensando en su tiempo perdido que no notó cuando Thomas abrió la puerta y entró, dando un portazo. El ruido del golpe le sacó de sus cavilaciones.

― ¿Dylan? ― le llamó con una sonrisa en el rostro.

― Tommy, ¿cuándo has...? ― La sonrisa de él lo interrumpió.― ¿Qué tal el examen?

― ¡Bien, bien, bien, bien, bien! ¡Muy bien! ¡Ha sido perfecto! ¡He cogido el bolígrafo, estaba desquiciado hasta que me entregó la hoja y cuando lo hizo solo tuve que pensar en...! ― Se detuvo de golpe, no podía decirle que para tranquilizarse había pensado en él.― ¡Dios, Dyl, eres mi amuleto de la suerte! ― y lo abrazó.

Sorprendido por el gesto y notando cómo empezaba a ruborizarse un poco, pasó los brazos por la cintura de Thomas y le apretó contra él, sintiendo el cuerpo adaptarse al suyo propio. Tuvo que ser dueño del poco control que le quedaba para no pensar en el cuerpo que se apretaba contra el suyo, ni en el cálido aliento que le hacía leves cosquillas en el cuello. Algo en su interior se exaltó cuando bajó la vista y vio la goma del calzoncillo saliendo traviesamente del pantalón. Maldijo internamente y notó como la excitación se extendía por todo su cuerpo, centrándose en cierta parte.

Thomas se sentía seguro entre sus brazos, a pesar de todas las dudas que él le causaba, allí era donde mejor estaba. El calor que le recorría al tener aquellos brazos rodeándolo le demostraba que él aún podía amar, y era Dylan quien le daba ese sentimiento de seguridad. Notó cómo la mano izquierda del joven moreno pasó a su cabeza, donde acarició su cabello, como lo había recordado en el examen. Si le quedaba alguna parte del cuerpo fría, acababa de calentarse. Thomas fue consciente de la excitación que aquel pausado movimiento le causaba y sintiéndose culpable levantó la cara y se alejó de él.

Como si una parte de sí mismo se alejara, vio que Thomas se separaba para verlo a los ojos.

― Creo que es hora de volver a casa ― dijo, con voz suave.

Él no pudo contestar y simplemente asintió mientras ponía el coche en marcha.

Parecía que se hubiera molestado, Thomas se preguntó si había hecho bien y soltó un pequeño suspiro, intranquilo ante esa posibilidad.

Pero Dylan no lo amaba, ¿quién lo amaría teniendo en cuenta lo que le pasó? El sentimiento de amargura le llenó el pecho y nuevamente le atravesó la punzada de dolor. Estar tan cerca de Dylan solo le haría daño y no quería que él se enterase, podría perderlo para siempre.

Thomas vio por el rabillo del ojo la casa de los padres de Theo y de repente una idea cruzó su mente, ayudaría al proyecto que se estaba planteando.

― ¡Dyl! ― Él lo miró, notó un deje de oscuridad en su mirada que le estremeció entero y lo hizo arrepentirse de lo que le iba a pedir.― ¿Puedes aparcar por aquí?

En menos de dos minutos Dylan había aparcado en la misma acera, miró a donde miraba Thomas y chasqueó la lengua con bastante molestia, la casa de Theo.

― Hace tiempo que no veo a sus padres ― se encogió de hombros y salió del coche sintiendo la mirada de él clavada en su espalda.

Llegó hasta el pórtico y toco el timbre.

Dylan resopló una y otra vez, ¿por qué se le había antojado ir a ver a los padres de Theo precisamente hoy? Además, normalmente siempre se quejaba y se deprimía por tener que ir a visitarlos, no iba más de una vez al mes y aquella ya era la segunda. Sentía que Thomas le ocultaba algo, y debía admitir que odiaba que tuviera secretos.

Le dio tal golpe al volante que la pita del coche sonó, vio como Thomas pegaba un respingo asustado y daba la vuelta para mirarlo, le devolvió la mirada.

¡Saltaban chispas por dios! ¿Es que Thomas no se daba cuenta o qué?

El contacto visual se rompió cuando Martha apareció por la puerta de la casa. Thomas se dio la vuelta y él tuvo una buena visión de su trasero, sintió el calor que nacía en su cuerpo y se obligó a alejar la mirada hasta que  la puerta de la casa se cerró.

― Siento venir sin avisar, Martha ― dijo, apenado mientras caminaban por el vestíbulo de la gran casa.

― No importa, querido, sabes que eres bienvenido ― la mujer le pasó el brazo por el hombro y le dio un cálido abrazo.― ¡Edu, querido, es Thom!

Por las escaleras de caracol apareció un corpulento hombre, Thomas se estremeció, Theo era la viva imagen de su padre.

― ¡Thomas! ― Él también le abrazó a modo de saludo, sonrió entre los brazos del hombre, recordando la etapa en la que no podía acercarse a él por el miedo que le provocaba su gran tamaño y el parecido con su hijo.― ¿Qué se te ofrece, pequeño? ― le dio un coscorrón en la cabeza y soltó una leve risa.

― Venía a pediros un pequeño favor aprovechándome un poco de lo buenos que habéis sido conmigo desde siempre.

La pareja de adultos se miró entre ellos extrañados, no podían llegar a imaginarse qué era lo que había movido a aquel joven desde su casa en Nueva York hasta las afueras de la ciudad.

― Dinos, querido, estaremos encantados de ayudarte ― se sentaron juntos en un sillón doble y Thomas enfrente de ellos, enlazando las manos con nerviosismo.

― Quería saber si podríais prestarme una foto de Theo de cuando tenía tres años ― ya lo había soltado, se tomó el lujo de levantar la mirada y ver la expresión al oír su extraño pedido.

Y fue como observar un cuadro de Picasso, Martha tenía la confusión pintada en la cara y Eduardo un gesto de horror seguramente por recordarle al pobre y buen hombre el hijo que los había traicionado de aquella forma.

― Querido, ¿por qué deseas guardar una foto de nuestro hijo? ― se removió un poco incómoda en el sillón.

― Porque, Martha, no recuerdo aquellos días, los psicólogos dicen que es a causa del trauma ― ellos asintieron. Enlazó otra vez los dedos de sus manos.― Pero estoy seguro de que os habéis dado cuenta de que vuestro nieto... ―tomó aire, si se estaba equivocando aquello podía ser considerado una blasfemia.― No se parece a Theo en nada.

Los adultos volvieron a intercambiar una mirada extraña, Thomas no supo interpretarla.

― Si te somos sinceros ― Eduardo cogió las manos de su esposa entre las suyas y las apretó con cariño, él se sintió enternecida.― Ya lo sospechábamos.

Eso lo tomó completamente desprevenido, vieron la sorpresa en su rostro y se permitieron sonreír suavemente.

― Pequeño, desde el instante en el que diste a luz y pudimos ver al niño como madre de Theo puedo decirte que no era hijo del mío.

― Pero entonces, ¿de quién es hijo Ethan, Martha, de quién?

Los padres de Theo sintieron compasión por Thomas, pero no podían decirle lo que sabían puesto que lo trastornaría por completo.

― Somos sabedores de la posible respuesta a esa pregunta, Thom, pero no podemos decírtelo porque tienes que recordarlo tú mismo, podríamos alterarte mentalmente.

― Lo único que podemos decirte es que estabas muy enamorado, Thomas, amabas a ese hombre con todo tu ser, pero mi hijo te presionó tanto que al final accediste a salir con él pues estabas cansado, tus padres acababan de fallecer en aquel accidente y no tenías ni paciencia ni ganas. Además, te sentías rechazado por el hombre al que querías ― el corazón de Thomas dio un salto en su pecho.

― ¿Y no os sentís desilusionados? Porque vuestro nieto en realidad no lo sea...

― En primer lugar, ese niño al que consideramos nieto lo sigue siendo y lo seguirá siendo por siempre porque lo hemos visto crecer y te hemos ayudado a criarlo – Thomas asintió, recordando aquellos días en el materno cuando Martha y Eduardo iban a visitarla y le traían regalos para él y para el niño. Sintió un cosquilleo en su nariz y parpadeó, la emoción le había producido ganas de llorar.― Y la segunda, que nos alegramos de que realmente no sea nieto nuestro ― Thomas arqueó las cejas.― No por lo que estás pensando, si realmente lo fuera cada vez que lo miraras recordarías lo que te sucedió y a quien te lo hizo. Si lo has superado tan deprisa, Thom, es porque ese niño es seguramente hijo de la persona que realmente amabas.

― Martha, Eduardo ― se levantó del sillón y los abrazó, los adultos rieron enternecidos al notar los leves sollozos que sacudían el pequeño cuerpo de Thomas.― Muchas gracias por todos estos años, muchas gracias ― las lágrimas caían por ambas mejillas pero tenía una sonrisa en los labios.― No sé qué hubiera hecho sin vuestra comprensión.

― Nosotros estamos aquí para ti, querido, te conocemos desde hace muchos años. Te vimos nacer, eres como un hijo más para nosotros ― a Martha también se le escaparon algunas lágrimas.

― Mientras vosotros os desahogáis llorando con recuerdos tan emotivos, yo voy a buscar esa foto. Vengo enseguida.

Cuando Eduardo salió del salón, Martha soltó una carcajada, Thomas le miró extrañado.

― No quería que lo viéramos llorar.

Thomas sonrió también.

O salía ya de la casa o derribaba la puerta y se lo llevaba a la fuerza. Barajando esas posibilidades estaba Dylan mientras miraba la puerta de la casa como si fuera lo peor del mundo.

Se recostó sobre el cristal y miró a un punto perdido en la nada mientras recordaba. Él había sido el mejor amigo de Theo, le había entregado al hombre que amaba, había disfrutado de Thomas como él nunca lo haría y se atrevió a traicionarlo y a herirlo.

Claro que después Theo había recibido de una manera u otra su castigo, muerto en un accidente de tráfico debido a las drogas y al alcohol que consumió después de aquella noche. De todas formas, de no haber muerto así, él mismo habría ido a matarlo con sus propias manos.

Sus pensamientos se disiparon cuando lo vio aparecer por la puerta despidiéndose del matrimonio, Martha y Eduardo lo saludaron con la mano y una sonrisa y él les respondió con el mismo gesto.

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