Dylan O'Brien.

Su día no pudo empezar peor. A las seis de la mañana su madre le había llamado para recordarle que ese fin de semana era el bautizo de la hija de Julia y asegurarse de que no se escabullía. ¡Y estaban a miércoles! La señora O'Brien le había prometido a su hijo que seguiría recordándoselo hasta que llegase el día y, él lo sabía bien, su madre siempre cumplía sus promesas y no le importaba despertarlo a las 6 de la mañana si con ello llevaba a cabo su cometido. A pesar de saber que nunca faltaría al bautizo de la sobrina que tanto quería, no le haría nunca ese desprecio a la hermana que lo había aguantado durante tantos años.

Se pasó la mano por el pelo mientras doblaba la esquina con el coche y se encontraba con un semáforo en rojo. Apagó el motor y se quedó mirando la carretera.

Otro asunto con el dio la lata era el de llevar un acompañante, y en cuanto sacó el tema sabía perfectamente de quién estaba hablando: Thomas Brodie-Sangster y su encantador hijo, Ethan que llevaba sus mismos apellidos ya que se negó totalmente a ponerle los del supuesto padre.

Sí, supuesto, porque para él el verdadero padre de Ethan no era Theo. Él sí conocía la verdad de lo que había sucedido aquellos dos fatídicos días en los que el mundo de Thomas se volvió negro. Pero Thomas no, Thomas ni siquiera sabía la razón del por qué le había sucedido aquello.

Golpeó el volante.

Thomas lo había olvidado todo y por muchos psicólogos que visitara si su mente no quería liberarse no lo haría. Lo entendía, era una experiencia traumatizante, pero no podía evitar sentirse como el primer día de todo aquello. Cuando por fin había conseguido avanzar las cosas se habían torcido hasta tal punto. Había estado a punto de matar a Theo, aunque al final no le hizo falta, pero la necesidad de hacerlo seguía viva en su interior.

Soltó un suspiro desesperado mientras arrancaba el coche.

Había aguantado tres años con aquella agonía oprimiéndole el pecho, ¿cuánto más? Estaba seguro de que cada vez que pasaba tiempo con él más se le notaba. Pero Thomas nunca había destacado por ser muy perspicaz así que por esa parte no corría peligro. El peligro era esa maldita falta de perspicacia, Thomas nunca se alejaría de él porque no encontraría motivos para hacerlo. Pero Dylan sabía que los había, y lo sabía muy bien.

Bajó una pequeña cuesta y siguió hasta llegar a un pequeño terreno donde podría aparcar el coche. Cuando salió del vehículo la brisa fresca del mar le golpeó en la cara. El rubio vivía en un buen sitio, no le extrañaba que no quisiera irse a la ciudad a pesar de tener todo más cerca.

Se quitó las gafas de sol y se dirigió al callejón, llegando a la puerta.

La primera vez que había entrado en aquella casa había sido para revivir a un Thomas a punto de caer en una profunda depresión. Estaba todo patas arriba y le había tocado poner orden en esa casa cuando apenas era capaz de mantener la suya decente, pero todo era por Thomas, siempre por él.

Se detuvo delante de la puerta de acero inoxidable, se oía el ruido del teléfono del interior. Arqueó una ceja sin entender el constante sonido, ¿por qué no lo cogía? Estaba seguro de que se encontraban en casa. De repente el ruido cesó.

Desde que había llegado a la puerta su mano estaba apoyada sobre el timbre, parecía debatirse en entre tocar o no tocar. Siempre que iba le pasaba lo mismo, nunca sabía si entrar en su vida era bueno para el estado mental en el que se encontraba.

Finalmente, el sonido de un leve timbre le sacó de sus pensamientos, había tocado sin darse cuenta, ¡sería posible!

Se le congeló la sangre en las venas cuando oyó los pasos dirigirse hasta la puerta y más aún cuando ésta se abrió y dio paso a un hermoso joven que traía en brazos a un niño pequeño.

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