Perdido en las dunas de Marte: Flores

"¿Por qué sigo vivo?"

Esa pregunta martillaba la mente del cosmonauta mientras se arrastraba por las arenas de Marte. Se movía con mucha dificultad, los músculos de sus brazos dolían tras horas de uso ininterrumpido.

Había considerado el suicidio. De hecho, la idea parecía menos una elección y más una invitación inevitable. El tanque de oxígeno casi vacío podía encargarse del trabajo, o él mismo podría tirar del cable que llevaba el oxígeno al casco.

La arena se aferraba a sus botas, como si el planeta lo jalara hacia abajo, invitándolo a rendirse. Pero, al mismo tiempo, algo lo impedía. Tal vez fuera un instinto primitivo, esa chispa de supervivencia que se negaba a extinguirse. ¿O quizás eran los susurros de los recuerdos que no lograba olvidar?

Levantó la mirada hacia el cielo opaco y rojizo. No había estrellas, solo el vacío de una atmósfera hostil. El silencio era absoluto, interrumpido solo por el sonido amortiguado de su respiración, cada vez más irregular. Sentía que estaba al límite, al borde del abismo.

"¿Cómo algo puede ser bello y al mismo tiempo tan cru—?"

El cosmonauta sintió que sus pulmones ardían. Su garganta estaba seca y apretada, como si una mano invisible la aplastara lentamente. Intentó aspirar el poco oxígeno que quedaba, pero todo lo que logró fue un sonido áspero y desesperado.

Sus ojos empezaron a desenfocarse, el rojo intenso del cielo marciano ahora era una mancha carmesí que pulsaba mientras su visión se desvanecía. Aparecieron puntos negros en su campo de visión, y un sabor metálico inundó su boca.

Los dedos de sus manos, temblorosos y exhaustos, se deslizaban por la arena fina, buscando apoyo donde no había nada. El calor del traje ajustado ahora parecía asfixiante, como si cada fibra estuviera comprimiendo su cuerpo.

Por un momento, todo se detuvo. El dolor, la desesperación, la lucha. El cosmonauta sintió su cuerpo demasiado pesado para continuar. La arena de Marte parecía moldearse a su alrededor, como brazos que lo sostenían en un último abrazo.

La vista comenzó a nublarse, el cielo sobre él se convirtió en un borrón rojo, y apenas podía mantener los ojos abiertos.

Fue entonces cuando lo vio.

Parpadeó, su corazón oscilando entre el agotamiento y la incredulidad. "No puede ser..." Su mente, fragmentada por la falta de oxígeno, luchaba por procesar lo que veía. Todo era tan absurdamente real que no podía ser solo un delirio. Pero, ¿cómo podía existir vida en un lugar tan muerto?

Una sensación cálida se extendió por su pecho, distinta al ardor anterior. Era... consuelo. No sabía si era el alivio de la rendición o algo más profundo, casi espiritual. Por un instante, percibió el aroma de flores, dulce y nostálgico, como algo que había olvidado hace mucho tiempo. El olor evocaba recuerdos nebulosos de un jardín que quizá nunca conoció.

Extendió su mano temblorosa hacia el horizonte, los dedos enguantados casi tocando lo imposible. Las flores parecían acercarse, ¿o era él quien estaba siendo llevado hacia ellas? Uno de los pétalos, de un amarillo casi iridiscente, se desprendió y flotó en el aire, danzando hacia él.

El cosmonauta sintió lágrimas calientes rodar por su rostro. "¿Es real?", susurró, su voz amortiguada dentro del casco. Pero no hubo respuesta, solo el silencio absoluto del planeta.
El punto donde las flores tocaban el horizonte empezó a distorsionarse, como si algo se moviera bajo el paisaje. Parpadeó de nuevo, y los colores parecieron intensificarse, casi cegándolo con su belleza.

Entonces, todo se detuvo. Ya no había sonido de respiración, ni el peso aplastante del traje. Solo las flores.

Y la pregunta permaneció, suspendida entre la conciencia y el vacío: 

"Si esto es el final, ¿cómo puede ser tan bello?"

//¿Es este el fin del sufrimiento?//

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