Capítulo Nº 1 | Parte 2


Dedicado especialmente a Alexdigomas, ella sabe por qué.



Me desperté en la mañana con la intensidad de los rayos del sol torturándome los ojos, además de esos malditos pájaros a los que en algún momento les dispararía –si tuviera un arma–. Malditos pájaros que no dejan dormir a la gente en paz.

Miré hacia mi costado, casi temiendo que todo hubiera sido un sueño, sin embargo allí estaba ella. Becky dormía boca abajo con un brazo bajo la almohada y el otro sujetando un seno, con una pierna flexionada hacia su pecho y la otra estirada. Debía admitir que dormía de forma muy extraña, aunque a su forma era adorable.

Con algo de miedo me acerqué un poco a ella y le di un beso en una mejilla, luego acerqué mis labios a su oído y susurré:

—Te amo.

Porque no me animaría a decírselo en voz alta jamás.

Suspiré y me levanté con delicadeza de la cama, no quería despertarla, aún era temprano según podía ver el tono del cielo desde la ventana. Además, Becky había hecho casi todo y muy poco me dejó hacer durante nuestra noche. Aún no podía creerlo, ¡había tenido sexo, y con Becky! Las chicas siempre se alejaban de mí por tratarlas mal, así que al menos me alegraba no morir virgen, ¡y que fuera con Becky!

Ocultar mi sonrisa era imposible, había sido fantástico y sentí que ella me quería de la misma forma que yo a ella. Aún podía sentir sus suaves manos recorrer mi piel, sus labios besando partes de mí que jamás creí que ella besaría, mis labios besando partes de ellas que jamás siquiera creí poder ver. Era todo lo que necesitaba para ser feliz, y quizá una buena taza de té.

Me coloqué un bóxer y tomé mi paquete de cigarrillos junto al encendedor, y a paso lento –para no hacer mucho ruido– me dirigí a la puerta de la habitación. No me molesté en vestirme mucho, supuse que todos estarían dormidos, después de todo la mitad estaban ebrios cuando Becky y yo entramos a la habitación. A paso relajado y completamente despreocupado me dirigí directo a la cocina, por esos pasillos rodeados de madera donde pinturas extrañas se lucían en las paredes.

En la cocina coloqué la tetera y tomé una taza para poder prepararme un té solo que, esa vez, decidí abrir una de las puertas vitrales que se encontraban allí, así el aire fresco de la mañana podía llegar hasta mí. Con un pequeño golpecito en la base del paquete, tomé un cigarrillo y lo encendí mientras salía hacia el jardín. Me gustaba mirar el amanecer, el cielo oscuro volviéndose claro de a poco. Aspiré el aire fresco y luego le di una pitada a mi cigarrillo, ambas cosas se sentían genial.

Cuando oí el sonido de la tetera hirviendo regresé al interior y vertí el agua sobre la taza color ocre que había usado la noche anterior. Pensaba ir hacia el exterior de nuevo, quizá sentarme en una de esas sillas reclinables blancas que se encontraban junto a la piscina, sin embargo antes de que pudiera salir oí sonido de música. Me pareció tan extraño que así, tal cual estaba, salí con mi cigarrillo y taza en mano. El césped me hacía picar los pies, pero a la vez era una sensación grata, como caminar sobre un suave colchón de lana.

Tras los arbustos y rosales, en ese banco blanco y negro donde Becky y yo habíamos estado sentados la noche anterior, se encontraba Christine tocando un ukelele y cantando en voz baja. La verdad era que estaba tan contento por sentirme aceptado por Becky, porque ella me quisiera, que esa felicidad no desaparecería con tal facilidad solo por ver a Christine. Así que me acerqué a ella despacito, para no asustarla, quería escuchar lo que estaba cantando, así que apenas llegué a escuchar una pequeña partecita:

«Eras tan ocurrente y encantador,

Me enamoraste, me hiciste reír, me hiciste sonrojar.

Nadie podía competir.

Nadie podía competir.

Parecía ser demasiado bueno para ser verdad,

Quería estar contigo...»

Tenía una voz muy bonita y tocaba el ukulele de una forma muy agradable, al menos para mis oídos. Y aunque quise ir despacito para no asustarla, el resultado fue el contrario. Se sobresaltó al punto de casi caer hacia atrás del banco.

—¡Carajo! —gritó y luego se tomó el pecho, como si buscara respirar hondo.

—Lo siento, no quise asustarte —admití con una sonrisa.

Ella abrió sus ojos con sorpresa y me miró de arriba hacia abajo con atención, supuse que le sorprendió verme en ropa interior. Luego levantó una ceja y me miró directo a los ojos con una sonrisa torcida.

—Parece que la pasaste bien anoche.

—¡Muy bien! —respondí y su gesto se hizo duro, así que suspiré—. Mira, yo no te conozco y tú no me conoces. La verdad es que ni siquiera me caes bien, pero quiero que sepas que en serio me gusta Becky. ¿Sí?

La miré fijo a sus ojos miel, tenía el cabello recogido en dos pequeñas coletas que apenas si se asomaban tras sus orejas. Su nariz se veía rosada, quizá por el rocío de la mañana o por el aire fresco, y al igual que yo parece que tampoco le había importado vestirse demasiado, tenía una camiseta amarilla que apenas si tapaban sus muslos.

—Tienes razón —dijo y parpadeé rápidamente con confusión, no era una actitud que me esperaba en ella—, no te conozco y no me conoces, pero me gustaría conocerte.

Miré el cielo que poco a poco comenzaba a iluminarse, me concentré en el sonido de los pájaros, porque ningún otro sonido se podía apreciar. El resto seguía durmiendo, así que solo suspiré y con un movimiento de mano le pedí que me hiciera un lugar en el banco, eso pareció hacerla sentir incómoda pero de igual forma se movió para dejarme espacio.

Tiré la colilla del viejo cigarrillo que terminó por consumirse casi sin que pudiera aprovecharlo, y bebí un largo trago del té que estaba comenzando a enfriarse. Sin embargo, aunque ella había pedido conocerme no dijo ni una sola palabra, se quedó allí con las piernas apretadas mientras abrazaba su ukulele.

—Te gusta mucho el amarillo, ¿no? —dije, como para cortar un poco el ambiente tenso, luego volví a beber otro sorbo de té.

—¿Cómo te diste cuenta? —Me miró con tanta sorpresa, con sus ojos más grandes de lo normal y una sonrisa extraña, que no pude evitar reírme.

—Tenías una bikini amarilla y ahora una remera amarilla. Me pareció un poco obvio, no es un color que la gente suela elegir para vestirse —añadí y ella se rio un poco.

Bajé mi taza hacia el suelo para que no me estorbara, así podía encender otro cigarrillo y disfrutarlo como debía. Le di ese pequeño golpecito y lo tomé con mis labios para encenderlo con comodidad.

—¿Me convidas uno? —preguntó casi en un susurro.

Giré para verla, no tenía idea de que ella fumara, ni siquiera se me había cruzado por la cabeza preguntarle si le molestaba que fumara a su lado. No dije nada, solo imité el acto anterior y le extendí el cigarrillo, ella lo tomó con suavidad y lo depositó en sus labios, así que extendí el encendedor para poder encendérselo. No era que intentara seducirla o algo, pero estaba cansado de prestar encendedores y que jamás regresaran a mí. Es la maldita maldición del fumador.

Ninguno dijo nada, solo fumamos junto al otro mientras disfrutamos de la calma que nos proporcionaba ese hermoso jardín y esa mañana tan tranquila. El aire puro que estábamos intoxicando con nuestro humo de cigarrillo y esos pájaros que, luego de estar despabilado, podía apreciar un poco más. –Aunque seguía odiándolos–.

—¿Se cuidaron? —preguntó de repente, por lo que giré para verla con un gesto confundido—. No te hagas, te pregunto si usaron condón, son muy jóvenes para ser padres.

—No, no usamos...

—Pues ve corriendo a comprar la pastilla del día después, no quieres tener un bebé ahora que ni siquiera entraste en la universidad, ¿o sí? —Levantó una de sus cejas.

—¿Acaso te gusta Becky o qué que andas tan pendiente de lo que pasa en su intimidad? —me quejé y ella comenzó a reírse.

—Es mi amiga y la quiero, solo eso. Haría todo por protegerla, incluso si eso requiere ganarme el odio de otras personas —admitió y me miró fijo por unos segundos—. Es lo que haces tú, ¿cierto?

—No sé de qué hablas.

—Eric me lo dijo. Que tratas mal a las mujeres para que no se fijen en ti y que siempre que te metes en peleas es para protegerlo. —Fumó un poco de su cigarrillo y sonrió de costado con una leve picardía que le hacía brillar los ojos—. Al parecer no somos tan diferentes, Alphonse.

No respondí nada, solo me quedé allí y fumé lo último que me quedaba del cigarrillo, traté de disfrutar de ese sabor a tabaco hasta que llegara al filtro. Giré para verla, con la nariz rosada sus pecas resaltaban más en sus mejillas pero se perdían en su nariz, debía admitir que era bonita, quizá no tenía tetas pero era bonita.

—¿No te da vergüenza andar en bikini y mostrar todo el culo entangado? —le dije con una sonrisa pícara y ella apenas si me vio de soslayo.

—¿No te da vergüenza andar en bóxer y mostrar todo el paquete marcado? —Sonrió de lado y ahí sí que me miró al rostro—. Caradura te llaman, hombre.

La miré con sorpresa y comencé a reírme, ¡esa chica sin dudas que amaba ganar! Becky tenía razón cuando dijo que era extrovertida y que, quizá, no era para Eric siendo tan tímido. O quizá sí, dicen que los opuestos se atraen.

—¿Qué te gusta de Becky? —me preguntó.

—¿Sinceramente? Casi todo.

—¿Casi? —Levantó una de sus cejas.

—No me gusta que me trate como a un niño, no es como si me llevara diez años, solo me lleva tres —me quejé con un chasquido de lengua—. Detesto eso. —Giré para verla, ella también me trataba como a un niño así que suspiré—. ¿Qué edad tienes tú? Debes tener como veintiuno igual que Becky.

—En realidad tengo veintitrés.

Alcé mis cejas con sorpresa y ella comenzó a reír al verme de esa forma.

—Debo parecerte una anciana.

—Las chicas de veintitrés que he conocido ya hasta están casadas y tienen hijos —admití con una sonrisa torcida—. No tendrás un hijo escondido por ahí, ¿o sí?

—¿Quién sabe? —dijo con una risita—. No te contaré mis secretos en nuestra primera conversación real.

—Miraste mi paquete, miré tu culo, creo que ya no pueden haber secretos entre nosotros —dije con una risa que la hizo escupir al reírse, intentó cubrirse pero fue inevitable, la vi hacerlo.

La miré fijo unos instantes, era una chica bastante agradable, o al menos esa fue mi impresión al hablar un rato con ella. Podía entender un poco más por qué a Eric le gustaba –aunque seguía sin estar de acuerdo–, aunque era consciente de que la atracción de Eric por ella era más física debido a que, al igual que yo, no la conocía lo suficiente.

Estaba contento gracias a la gran noche que pasé con Becky, al saber que yo le gustaba y que, quizá y solo quizá, ella podría amarme. Tan contento, tan feliz me encontraba, que me puse de pie casi de un salto y extendí mi mano hacia Christine en una cómica reverencia. Ella me miró sin entender lo que le estaba pidiendo.

—Ven, bailemos —le dije y ella torció sus cejas. Era realmente expresiva con sus gestos, admiré su capacidad gestual.

—Pero si no hay música...

—¡Solo ven!

Con ese gesto torcido en su rostro y una leve risa, Christine tomó mi mano y se alejó de su ukelele, el cual dejó en el banquito, para poder venir hacia mí. Entonces comencé a tararear una canción y ella comenzó a reírse a carcajadas.

—Oye, no te rías.

—Deja que lo haga yo al menos, eres pésimo —volvió a reírse.

Quería ofenderme pero la verdad era que tenía razón, yo no tenía el talento de Eric o el suyo para cantar o siquiera tararear. Mi canto era un arma de destrucción masiva, así que Christine comenzó a tararear con suavidad cuando la tomé de la cintura con seguridad para poder bailar entre risas. Era cómico y cualquiera que nos viera pensaría en lo ridículos que nos veíamos, porque a pesar de que me sentía ridículo también me sentía feliz, y hacía mucho que no me sentía así. Que no sentía la emoción del momento.

Sin embargo, la diversión no duró mucho, las voces de Ash, Brian y los otros hermanos de Eric llegó a mí, se acercaban con una actitud muy conocida para mí: buscaban pelear, así que me alejé de Christine y caminé hacia ellos. Ash me miró fijo, sonrió de lado y me lanzó un puñetazo al rostro, luego los otros me tomaron de brazos y piernas y me arrojaron a la piscina. Intenté tomar aire antes de caer pero no alcancé, caí directo en el agua en una posición que me hizo doler el cuerpo. Tragué agua y comencé a nadar hacia la superficie para poder respirar y toser lo que había tragado. El sabor a cloro se metió por mis fosas nasales y mi garganta, me estaba asqueando.

—¡No creas que puedes acostarte con mi primita sin consecuencias! —gritó Ash.

—Y alégrate de no tener hermanas —tosí y le dirigí una sonrisa, aunque admito que me estaba costando bastante sonreír en medio de esa tos.

Ash se rio a carcajadas y se alejó de allí, pero antes de eso se detuvo y miró de arriba hacia abajo a Christine, que estiraba su camiseta amarilla para tapar más allá de sus muslos.

—Ella sí está buena, es mejor para ti que mi prima —dijo Ash al verme de soslayo.

—¡Es de Eric! —dije al intentar subir por el borde.

—Me sorprende que mi hermanito tenga tan buen gusto.

—¡Oigan! —gritó Christine y Ash la miró enseguida al igual que yo, ya sentado en el borde de la piscina—. Yo no soy de nadie, no le pertenezco a nadie y no me gusta que hablen de mí como si no estuviera aquí parada.

Ash levantó sus cejas con sorpresa y curvó sus labios en una sonrisa.

—Será un placer tenerte de cuñada —agregó.

Mientras que Alex, el hermano de Christine, preparaba el almuerzo para todos –puesto que según Becky era un gran cocinero–, la pelirroja y yo fuimos en el auto hasta una farmacia. Debido a que yo no tenía auto no podía ir solo, y la farmacia estaba demasiado lejos como para ir a pie. La pelirroja había tenido la buena voluntad de ofrecer llevarme, probablemente por amor a su amiga.

Fue extraño hablar con Becky luego de lo sucedido en la noche, me corría la mirada y me esquivaba bastante. Supuse que era por lo incómodo que resultaba haberlo hecho y estar allí frente a todos. O eso quise creer.

Fumaba en el auto camino a la farmacia mientras observaba por la ventanilla, a Christine no le molestaba que fumara allí, y a veces hasta me pedía que le acercara el cigarrillo para que ella también pudiera fumar al manejar sin soltar el volante.

Por obvias razones ya nos encontrábamos vestidos, aunque yo podría vivir toda mi vida solo en ropa interior, y si se me permitía andar desnudo sería aún más feliz. Lástima que el mundo no estaba preparado para ver tanta belleza.

La música que escuchaba Christine en el auto era rara pero agradable, no lograba reconocer quién era esa mujer que cantaba, no recordaba haberla escuchado alguna vez. Probablemente era música indie, ella era de ese tipo de chicas seguramente.

—Y dime, ¿qué es lo que estudias? —le pregunté para cortar un poco ese ambiente tenso.

—Ingeniería en nanotecnología.

—¡Carajo! —chillé y la miré enseguida, ella sonrió de costado.

—¿No me creías capaz? —se rio y apenas si me miró de soslayo cuando estaba por estacionar frente a la farmacia—. Becky y yo nos conocimos en «química general» en el primer año y nos agradamos mutuamente, así que nos hicimos amigas aun cuando ya no compartimos clases.

No supe que agregar, ya hasta me daba vergüenza decir lo que yo quería hacer con mi vida. Todo el mundo se reía de mis míseros sueños, ¿por qué ella, una desconocida, sería la excepción?

Cuando bajamos del auto el sol nos azotó con fuerza, así que traté de acelerar el paso hacia la farmacia. Me dio vergüenza pedir la pastilla del día después, cuando la chica que atendía me preguntó qué buscaba no pude responder, me quedé mudo. Fue Christine quien lo pidió e incluso pidió condones extra finos, yo no sabía dónde meterme y más cuando tomó su billetera para pagar.

—Luego te acostumbras —dijo y dio la vuelta con la bolsita en la mano—. Acostúmbrate a comprar condones así no tendrás que volver a comprar la pastilla. Y no te avergüences, ellos están acostumbrados.

Entramos al auto y allí me extendió la bolsita, me quedé solo mirando su contenido mientras que ella encendía el auto y colocaba nuevamente esa música tan tranquila. Me sentía realmente estúpido, quizá Becky tenía razón y seguía siendo un niño, si ni siquiera podía comprar con libertad una caja de condones o una pastilla del día después.

—Alphonse... —dijo en voz baja al reanudar el viaje de vuelta, por lo que la miré.

—¿Puedes llamarme Al? Siento que me regañas cuando me dices «Alphonse».

—De acuerdo, Al. —Se rio y apenas si me miró de reojo antes de volver a fijarse en el frente—. ¿Puedo darte un consejo como mujer?

—Dime.

—Si dejas de comportarte como un imbécil no bien le diriges la palabra a una chica, puede que encuentres al amor de tu vida —dijo con un tono de voz serio—. Eres simpático, podrías tener a la mujer que quisieras si cambiaras tu actitud.

—Cambiaré mi actitud cuando las chicas que a Eric le gustan dejen de fijarse en mí —admití con un suspiro—. Sé lo que se siente esforzarse por ser notado y que siempre miren a otro.

—Si tú no cambias tu actitud inicial, Eric no cambiará tampoco. Será dependiente de ti, y eso no le servirá en nada. Él necesita poder conquistar a una chica solo por ser él. ¿Entiendes?

—¿Es por eso que no te gusta? —me animé a preguntar—. ¿Por mi culpa?

—Es lindo, muy lindo en verdad, pero además de ser menor que yo casi no habla y me gusta mantener una buena conversación. Supongo que con el tiempo podré conocerlo mejor y él se liberará un poco más, no lo sé —suspiró—. De todas formas te lo dije, no estoy buscando relaciones, solo busco amistad así que en este momento solo quiero ser amiga de él. Si luego me gusta o me enamoro, pues bien, y sino... Bueno, seremos buenos amigos.

Regresamos a la casa, Becky y Eric nos habían esperado para almorzar, pero los demás ya hasta se habían ido, salvo por Alex que no pensaba irse sin su hermana y se encontraba preparando un postre.

Observé a Eric en la mesa, la forma en que observaba a Christine junto a él, su forma de reaccionar, y en verdad era demasiado tímido. Tenía mucho trabajo por hacer si quería ayudarle a estar con ella, porque sin dudas Christine era una chica madura y desinhibida.

Sería complicado emparejarlos, pero no pensaba rendirme. Haría que Eric saliera con ella, aunque me costara.

A mi lado, Becky acarició mi pierna y apoyó su cabeza en mi hombro con cariño. Me sentía en el paraíso, me sentía flotar. Me acariciaba y besaba, me susurraba palabras bonitas y me decía lo especial que la hacía sentir. Me tenía ahí, en la palma de su mano, completamente loco por ella.

Luego de almorzar y conversar un rato con los demás en medio de bromas, Becky me llevó nuevamente a la habitación. Esa vez nos cuidamos, usé los condones que Christine me había dado y disfruté nuevamente de la delicia que era unirme a la mujer que amaba, del placer que era sentir su piel.

En ese momento fui realmente feliz, pero también en ese momento no supe reconocer las señales, no supe darme cuenta de la realidad que yo no quería admitir.

Para Becky yo solo era un adolescente apasionado, y nada más. Me percaté de ello unos meses después...


En la multimedia superior he colocado la canción que Christine cantaba cerca de la piscina, si no la pueden ver allí la dejo acá también:

https://youtu.be/roRhqsy_-1s


Dejo también un dibujo que me hizo una artista, de Alex, Eric y Al.

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