Acto I

Ekko se marchó dejando atrás todo lo que pudo ser.

En sus hombros aún cargaba con ser el pequeño salvador, aquel que prometió hacer de Zaun un lugar mejor, justo como querían Vander y Benzo.
Y lo había vivido en sus carnes propias; lo que pudo haber sido.

Sobre todo con ella.
Powder.

¿Cuánto tiempo tenía que pasar para que entendiera que Powder nunca dejó de existir? Jinx era una coraza, pero debía de hacerse responsable de todas sus locuras. ¡Ella ayudó a Silco!
Diablos, ¿por qué era tan complicado entender el ardor de su corazón?

Mientras corría hacia Zaun, no dejó de revivir aquel baile junto a ella. La Powder que existió en ese universo era diferente a la que conocía, pero... ¿por qué no se sintió tan diferente? El cómo se miraban ambos, lo cómodo que se sentía, la complicidad entre ellos dos... No podía borrarse el tacto de sus labios al haberla besado por primera vez.
Ese fue su deseo desde que entendió el amor que sentía.

Para él, aunque fue un regalo poder ver cómo lucía con ese vestido blanco, también fue un castigo desgarrador para su alma. Un grito de socorro.
Esos momentos y Heimerdinger le hicieron entender que nunca era tarde para actuar. Asumió sus fallos.
Al parecer, Jinx no fue la única en dejar atrás quién era. Él también lo hizo.

Con Vi, Mylo, Claggor y Vander fuera, Ekko era lo único que le quedaba a aquella niña con fuerte corazón. Era quien más podía entender su brillante cabeza, adorando todos sus inventos. Ekko tenía esperanzas en Powder.

¿Cuándo abandonó esa parte de él mismo?

Aceleró su paso hasta por fin llegar a la casa segura, en donde encontró a gran parte de los Firelights reunidos. Cada uno de ellos se sorprendió con la llegada de su líder, quien se había dado por muerto. Increíble fue la alegría de su mano derecha, aquel hombre que siempre lo seguía a todas partes, depositando en Ekko una confianza ciega que claramente se había ganado.

No sabían qué decirse. Estaba tan confuso en aquel momento, que ni siquiera sabía cuánto tiempo había pasado. Su principal propósito era salvar el árbol, pero en el momento en el que aterrizó en su auténtico Zaun, su misión era mucho más extensa que eso. Debía cambiar las cosas.

—Has vuelto— le comentó—. Y parece que justo a tiempo.

El Firelight observó el nuevo invento que tenía en su cintura.

—Te habíamos dado por muerto— advirtió bajo todos reunidos.

—¿Cuánto tiempo ha pasado? — preguntó Ekko.

—El suficiente para que todo cambiara.

—Lo has hecho bien—halagó.

Ekko posó su mano sobre el hombro de quien siempre ha sido su compañero. Le dedicó una media sonrisa.

Los Firelights, aunque contentos por la llegada de su líder, no dejaban de estar inquietos con las recientes noticias; se había producido una gran batalla en las afueras, en donde estaba ubicado el famoso curandero de Zaun.
Uno de ellos fue a tratar de investigar más, pero eso solo hizo que debieran cargar con la realidad.

Desgraciadamente, sabían todos los detalles de lo sucedido, pero debían empezar por el principio.

—Conseguimos unir a Zaun— informó.

Música para los oídos de Ekko, pero también era difícil de creer. ¿Cómo? ¿Cómo lo habían conseguido?
Se enorgulleció de ellos, por haber logrado lo imposible, hasta que su mano derecha continuó hablando:

—Fue Jinx...

Jinx.

Imaginó que la había liado pero bien, aunque nunca creyó que hiciera ese bien a la comunidad. ¿Qué hizo? ¿Crear un ejército de bromistas?

El Firelight se llevó a su líder por las calles de Zaun mientras conversaban.
Le contó con detalles lo sucedido en su ausencia:
Le habló sobre los Jinxers, zaunitas que creían en el potencial del pájaro azul. Que creían que ella estaba siguiendo los pasos correctos.
Le narró con detalle cómo se coló en la cárcel de Piltover para salvarlos a todos, incluido a él.
Pero entonces empezó a tocar la parte más oscura.

El cómo, en cuanto pisaron la salida, una bestia los atacó. Muchos salvados murieron con terror.

—Yo me escondí en ese momento— le empezó a explicar—. Cuando la bestia entró en la prisión, atendí a los heridos. Vi a Sevika salir con la niña de Jinx.

—¿La niña de Jinx? — sintió curiosidad.

—Esa niña...— sonrió—. Su estabilidad. Una niña huérfana que se quedó junto a ella.

No podía imaginarse esa escena, Jinx junto a una huérfana. Quería verlo con sus propios ojos. Quizás así podía volver Powder. O quizás y solo quizás, él empezaría a aceptar esa nueva ella.
Al final, una de las razones por las que volvió era para eso.

—Tenía agallas, sin duda. Y a veces creí que compartía la misma locura que Jinx. Era especial.

—¿Era...?

Toda esa ilusión se esfumaron en cuanto escuchó a su compañero hablar en pasado, como si aquella niña ya no estuviera.

—Es la otra parte de la historia...— susurró con tristeza—. Vi a Jinx salir con la bestia, como si la hubiera domado. Pero había algo particular en ella: hacía los mismos gestos que Vander. Al poco tiempo descubrimos que fue un experimento de los escombros del grupo criminal, en donde usaron a Vander. Era él.

Era él.

Era él.

—¿Vander está vivo?

Pues sí que era un pico emocional, en donde estaban sobreestimulando a Ekko con sentimientos encontrados. Quizás estaba curado de espanto, ya que, hasta hace poco, él mismo pudo ver y tocar a Vander.

—Hubo una batalla entre los noxianos y el curandero. Un curandero al que acudieron Vi y Jinx para salvar a Vander y hacer que dejara de sufrir. Hubo mucho fuego cruzado. Esto lo supimos después.

—¿Qué ocurrió?

—La niña...— volvió a musitar. La mano derecha apretó sus puños, pues él sabía bien cómo era tener un hijo al que cuidar. Sabía la importancia de los pequeños. Y cómo no; era demasiado fácil empatizar con la situación— La niña murió.

Ekko paró su paso ante la noticia. No había conocido a esa niña, pero no le hacía falta para entender lo que significaba ella para Jinx.

—Luego se la llevaron presa. Vi estaba herida, se la llevaron también. No sabemos más.

Miró hacia el suelo, viendo cómo sus pasos continuaron, careciendo de sentido. Se sumergió en sus preocupaciones.

Él recordó a la Powder que era. La Powder que conoció de pequeña, lloriqueando por todo aquello que perdía. Incluso si era uno de sus inventos.
En su mente visualizó sus lágrimas desgarradoras, sin saber que la mirada de Jinx, más que emotiva, estaba rota. Completamente rota y vacía.

Algo llamativo mereció toda su atención.

Un mural.

Su mirada confusa fue analizando lo que estaba frente a sus ojos. Sintió que su corazón latió más rápido al verla ahí, pintada ante sus ojos.

Era Jinx, Alzando su puño hacia arriba con otra mano en su corazón. Vander estaba detrás, simbolizando la unión de Zaun. Recordándole a los zaunitas el motivo por el que luchaban.
Explosiones de humo coloridas estaban tras ella.

¿Cómo? ¿Cómo habían llegado a ese punto?

La mano de Ekko tocó el muro. Sintió que era lo más cercano que pudo estar de ella en aquel momento.

—Powder...

Y sin querer, se le escapó el nombre incorrecto. Seguramente ella le corregiría. O le apuntaría con un arma. ¡Más que eso! Le dispararía inmediatamente.

Pero ahí estaba. Ese mural para él significaba algo totalmente distinto a lo que quiso demostrar su autor.
Esa chica ahí pintada era la mezcla de quién era de verdad. Con esos ojos azules, ese cabello de su mismo color, trenzado siempre de la misma manera.
Esa mirada que, aunque no era la que tenía, era la que podría tener.

Quería mirar más allá; mirar al futuro.

Ella estaba engrandecida, mientras que Piltover estaba reducido.

Bueno, Ekko lo tenía claro: si alguien podía lograr tanto, era ella.

—Quizás las cosas deban quedarse así— habló el Firelight—. No nos queda mucha esperanza con Jinx presa.

—Debemos continuar— anunció Ekko, decidido—. No pienso perder el tiempo. 

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