Café
La lluvia no cesaba, todo lo que podía ver Juan desde la ventana de dicho café —donde reposaba siempre de un cansado día de trabajo— era lluvia. Grandes gotas cayendo, pintando de gris el paisaje.
No sabía cómo sentirse al respecto, el ambiente era muy cálido dentro del café, pero su lado compasivo lo inclinaba a pensar en que mientras él estaba tan cómodo en aquel lugar, otras personas afuera corrían buscando refugio.
Le gustaba meditar, sí, pero eso no significaba que le agradase que su cabeza se sumiera en pensamientos que lo hicieran sentir más vacío de lo que ya se sentía.
Buscó con la mirada una mesa, y no la encontró, el café se encontraba completamente lleno. Así que no le quedó más que resignarse y quedarse en ese lugar viendo la sal que se encontraba en la mesa enfrente de él, esperando que viniera una mesera a tomar su orden.
De pronto, por el rabillo del ojo sintió un movimiento rápido y el sonido de la campana que anuncia la llegada de un cliente llamó su atención. No solía prestar mucha atención a eso, sin embargo le dio curiosidad al ver una chica llena con el rocío de la tormenta.
La chica escudriñó todo el café, «está buscando una mesa» pensó Juan.
Más no se esperaba que la chica viera en su dirección y sonriera aliviada. Y mucho menos se esperaba que se acercara a su mesa.
Cuando llegó a la mesa donde Juan se encontraba, solo volvió a sonreír, él pensó que si una sonrisa podía generar tormentas en las personas, definitivamente sería esta.
—¿Puedo sentarme aquí? —inquirió alegremente, juan se preguntó ¿cómo alguien puede estar tan alegre luego de tan terrible tormenta?—. Es que todos las demás mesas están ocupadas.
«Absolutamente no, ¿es que acaso no ves que quiero disfrutar de mi café junto a la fría Soledad? ella siempre ha sido mi mejor compañera» pensó Juan.
—Claro —murmuró sorprendiéndose a sí mismo. Rogó que la chica no hubiera escuchado, pero efectivamente si lo había hecho porque se sentó y volvió a dedicarle una dulce y amable sonrisa, Juan se preguntó si no le dolerían las mejillas por sonreír tanto.
Pronto llegó la mesera, los dos pidieron su orden, curiosamente la misma para los dos: café con leche y pan dulce.
—¡Oh! qué pena —exclamó ella—. Se me olvidó presentarme, me llamo Katherine, un gusto. —Le tendió la mano.
—Juan —dijo él aceptándola y dándole un apretón. Ella volvió a sonreír, él se sorprendió de nuevo viendo como imitaba su sonrisa.
Nunca pensó que ese simple intercambio social marcaría tanto su vida.
Luego de eso, se veían todos los días. Siempre después del trabajo de Juan. Él la esperaba en la misma mesa. Pedían lo mismo y charlaban de cosas cotidianas. Cómo el día en donde él se le salió un eructo en frente de muchos comensales importantes presentes en el restaurant donde trabajaba. O ella le hablaba del último chisme que rondaba en su trabajo, nunca se les acababan los temas de conversación.
Un día cuando él le hablaba de los libros que leía —y a pesar de que ella no lo hacía, siempre le prestaba tanta atención— soltó que escribía sin darse cuenta.
Ella en vez de reírse o hacer algún chiste sobre eso, simplemente le dijo:
—¡¿En serio?! Cuéntame ¿sobre qué escribes?
—Terror —había dicho él.
—Me debes prometer que me mostrarás lo que escribes —dijo ella.
—Está bien.
Juan se sentía perdido, sin embargo, era la mejor sensación que hubiera podido sentir en su vida. Cada día que pasaba se daba cuenta que le gustaba una nueva virtud y un nuevo defecto de ella. Pasaban los días, y se emocionaba cada vez más con verla, con ver sus tiernos cachetes y sus ojos risueños.
Se estaba enamorando de Katherine, y a pesar de tener cierto miedo, no podía estar más emocionado de sentir. Por fin no era solo vacío bajo la tempestad. Era la propia tempestad, porque luego de tanta lluvia por fin podía ver aquel arcoíris del que todos hablaban. Ese arcoíris era el amor, y le estaba gustando sentirse así.
—¿Tienes a alguien especial? —había preguntado Juan un día en donde charlaban muy tranquilamente. Intrigado sobre si tendría oportunidad. La tomó por sorpresa, lo cual le pareció raro. Nunca había tomado por sorpresa a Katherine en todo el tiempo que había durado siendo su amigo.
—Si —respondió.
Sintió su corazón bombear sangre rápidamente y luego ralentizarse por el golpe de su respuesta.
—¿Puedo conocerlo? —preguntó Juan con la voz entrecortada.
—Pues... —Katherine hizo una mueca, iba a negarse, pero cuando vio la expresión de Juan cambió de idea—. Está bien, lo traigo mañana.
Ese día Juan se despidió con una pequeña sonrisa triste de Katherine, definitivamente la vida se empeñaba en no querer verlo feliz, mañana tendría que ver a su futuro rival. ¿Sería mejor que él? ¿Era mucho más guapo? ¿Le decía lo hermosa que se veía cuando sonreía?
Todas estas preguntas lo persiguieron como fantasmas hasta el día siguiente. Estuvo ido todo el día en su trabajo como cocinero ido. Tanto que su jefe le preguntó si se encontraba bien. Siempre había sido uno de sus trabajadores más eficientes, y ese día había quemado varios de los pedidos.
Ese día se disculpó miles de veces. Cuando llegó al café no estaba menos nervioso. Por lo que optó por pedir un té mientras esperaba para la chica de sus sueños para relajarse. Seguro rompería su corazón. Juan se lamentaba y se preguntaba cómo se podía tener tanta mala suerte en esta vida.
Cuando la vio entrar, su corazón dio tumbos dentro de su caja torácica, pero se encontró confundido cuando la vio caminado lento seguida de un niño con no más de dos años agarrándola de la mano.
Se sentó justo al frente de él y colocó al niño en sus piernas para luego saludarlo. Juan solo pidió el mismo café de siempre con el pan dulce, además de pan de guayaba y un jugo de durazno natural para el niño.
Mientras esperaban su orden solo se quedaron mirando por un largo rato, ella a él, y Juan al niño que fervientemente mordisqueaba uno de esos juguetes de bebé que a los niños tanto le encantaban.
—Creo que es momento de hacer presentaciones, Juan él es Daniel, es mi alguien especial —confesó mirando al niño con amor y ternura.
Luego la mesera los interrumpió trayéndole su orden, dándole tiempo a Juan para pensar.
—¿Podrías contarme todo? —interrogó él.
—Claro.
Así fue como le contó cómo se había embarazado de Daniel, como cuando le contó al dichoso padre de este, solo le dijo que no se podía hacer cargo porque su vida apenas comenzaba y se fue como alma que lleva al viento.
Por ello le tocó a ella hacerse cargo sola de él. Gracias al cielo siempre tuvo mucho apoyo de sus padres, familiares y amigos.
Le contó de lo difícil que había sido tenerlo y aceptar que su vida cambiaría drásticamente.
Cuando terminó Juan no podía parar sonreír.
—Yo también tengo a alguien especial —agregó él.
—¿Quién es? —dijo ella con las cejas fruncidas.
—Es esa cariñosa chica que llegó cuando yo no quería que nadie llegara a mi vida, y disfrutaba un café con la aburrida soledad.
—Pero... —dijo ella—. Yo no quiero que te hagas cargo de tan gran responsabilidad, es un niño Juan ¿sabes todo lo que implica cuidar a un niño? A pesar de que seas una persona genial y también me gustes, no quiero que luego te arrepientas.
—Puede que me arrepienta, pero él problema es que tú me darías las ganas de seguir.
—No es tan fácil, Juan.
—Oh, créeme que fácil no es esperar un día entero a saber cómo te dignaras a romper mi corazón, y a romperme el cerebro pensando en todas las maneras en que alguien más pueda hacerte sonreír, sé que suena algo loco, pero en serio quiero intentarlo —dijo Juan mirando con ternura a la chica y luego al pequeño niño—. Solo quiero hacerte feliz y ver siempre tu sonrisa, si para eso tengo que hacerme amigo del dueño de tu corazón, entonces pues, eso haré.
A Katherine simplemente se le salieron las lágrimas.
—¿Estás seguro?
—Completamente. Y si las cosas no funcionan, prometo ser tu amigo, siempre. Créeme que no te libraras tan fácil de mí.
Katherine sonrió, Juan le devolvió la sonrisa, y en ese pequeño intercambio apenas comenzaría la verdadera historia de sus vidas. Aquella historia que se llama amor y nunca se olvida.
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