Música
El aire se comprime y se expande, las partículas se empujan unas a otras, el tímpano las recibe y aguanta su vibrante embestida. Le avisa al cerebro que lo están sacudiendo y el cerebro hurga en sus archivos: es música. El cerebro abre todas sus esclusas y la música inunda cada rincón. Los recuerdos se empapan y se hinchan: un viaje, un beso, una fiesta, un rostro, un paisaje. El recuerdo más permeable empujará a la acción: mover un pié o bailar o cantar o sonreír o mover la cabeza o taparse los oídos o ser indiferente o, quizás, llorar.
Gracias por ser parte vital de mi existencia.
Gracias por la compañía permanente.
Gracias por la emoción.
Gracias por estar cuando más te necesité, en buenas y malas acudí siempre a tu complicidad, a tu refugio.
Hoy te escucho y vuelvo a aquellos momentos irrepetibles con mi viejo arreglando la casa, pescando, en la rural Dodge; con mi abuelo en el comedor, con amigos, subiendo una montaña, amaneciendo en una isla, viajando por el sur, tocando junto al río los acordes de aquella canción "no estás aquí" y mirando a Leo en la batería, que ya no está aquí, a Carlos en el bajo y al río, el lugar de donde vengo y el lugar hacia donde voy. Hoy no puedo evitar la humedad en mis ojos si suena Adiós Nonino en cualquier lugar, Astor empuja mi pecho y la abuela me dice Pipi, como me decía ya sin sonido, la última vez que la vi. Los recitales. Las guitarras. La soledad transformada en cuerdas que lloraban el ocaso de una tarde, una salamandra caliente y la zapada de blues con una vieja lancha que lenta hacía ondular las aguas marrones del arroyo. Germán y Dante, esos maestros que me enseñaron que la guitarra es mi carne. La libertad del sonido y los amigos con los que compartí notas y acordes, penas y alegrías. Emanuel joven e inquieto que me está empujando al abismo salvaje de la voz, para que se me escuche al fin y pueda ser quien quiera ser y decir lo que quiera decir desde el corazón con melodía y canción. Mi pacto tácito con Gilmour de nunca acallar mi voz y mi guitarra, aquella noche de luna en que El Gordo me clavó un solo en el corazón que desangró en promesa. Y ahora un traspaso de amor a través del sonido que nos funde en armonía padre-hijo, enseñándole el difícil arte de la vida con sus matices, ritmos y solos épicos de guitarras llameantes, esa secuencia estudiada e improvisada, fascinante y compleja que es la existencia. Vos ya sos parte de su vida también y serás su refugio y complicidad. Gracias música, a vos vuelvo una vez más.
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