Louvre
Las mejores historias de amor se escriben a los 14, y por el resto de tu vida solo buscas a alguien que te haga sentir como esa primera vez.
Algo que te haga creer, que te haga soñar, reír, sentir...
A veces, aunque solo te mienta, o peor, aún solo te mientas a ti mismo, haciéndote suponer, que las cosas serán igual, al roce de su piel... Al final de cuentas, nadie puede mentir mejor que nuestra propia piel, qué «veramente» está llena de tatuajes, invisibles a nuestros ojos, impalpables, pero tan reales>
Unos grandes, otros pequeños, otros dolorosos, y uno hermoso, colorido y surreal cuál arte de Louvre que apareció sin aún darme cuenta, de todos estos tatuajes existe uno, un único, un primero y único, que se tatuó, en nuestro corazón, y ese... Ese es el que más dolió, el que más disfrutaste, el que más amas, y el que nunca se borrara. Hagas lo que hagas.
Y se sufre, se sufre mucho, más para una persona tan malditamente celosa, como lo soy yo.
Para mí no existen amores dulces, de esos en donde nadas entre bombones.
Para mí, el amor siempre ha sabido agridulce, unos tan buenos como lo es el embriagante sabor del vino, otros tan jodidamente «refrescante y delicado» como un Amstel de Frambuesa helada al finalizar la semana...
Y otros... Otros con la horrible y nauseabunda esencia de la cerveza, esa que solo deja un sabor amargo, y dolores de cabeza.
Solo hubo uno, uno tan dulce, como un inocente jugo de uva, ese mismo sabor qué poseía mi brillo de labios favorito, ese que utilizaba a los 14 años cada domingo, soñando que lo saborearíamos lento y suavemente los labios de ese «único y primero» y los míos, desgraciadamente, nunca paso, y al final... Con el tiempo, también se terminó por fermentar.
💔🫀🌹
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