No puedes aprisionarte a los recuerdos.

No puedes aferrarte a las personas.

Todo cambia, el clima cambia, la vida cambia, nosotros mismos cambiamos... Pero, ¿y qué, si al final no es que las personas cambien?... ¿Y si siempre fueron así, y es solo que el tiempo nos da cinismo? Un cinismo que nos anima a mostrar realmente quiénes somos, a arrancarnos las máscaras que esconden nuestros verdaderos rostros, y mostrar con fidelidad la luz auténtica de nuestros ojos, esa luz que solo nosotros podemos hacer brillar...

Somos únicos, eso sí, es seguro. Nos distinguimos por nuestra singularidad y no existe nadie más que nosotros. Si esperamos que alguien nos comprenda, el error está en nosotros los engranes. Que los que saben de eso, comprenden que es un infierno, pues para hacer que un engranaje funcione a la perfección, se tienen que correr coordinados, no puedes modificarlos, no puedes hacerlos cambiar, no puedes hacer nada al respecto, solo si no amoldan, no amoldan y ya...

De eso se trata el amor, de no procurar cambiar a nadie, de aceptar las cosas tal y como son, de aprender de ese preciado sentimiento, y si algo no se amolda, es simplemente que no pertenece allí... Por más que con ferviente avidez, te empeñes en cambiarlo... Y si por algún desconcertante capricho de la vida amoldan y todo en una embriagante armonía funciona a la perfección, es simplemente magia, un bello y reconfortante milagro, a final de cuentas, algo de especial debe de tener la razón que produjo ese valioso y bellísimo sentimiento, dentro de nuestra alma.

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Relato corto participante del concurso en instagram:

«Convocatoria de Microrrelato Agosto 23»

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