Capítulo 5
—Vale. Entonces los que te están ayudando son Brulee, Pudding, Cracker, Lola y Chiffon —comentó (TN), mientras volvía a mirar los nombres de la lista.
—Exacto —afirmó Katakuri.
Llevaban ya tres días caminando desde que salieron del pueblo anterior. Ya era de noche. La chica acababa de cenar algo y ahora estaba sentados junto a la pequeña hoguera que el demonio había preparado. La noche estaba bastante tranquila. El cielo estaba despejado y la luna estaba prácticamente llena. En una semana o así se podría disfrutar de ella en el cielo. Tal y como había explicado Katakuri, no era buena señal. Era la época en la que su madre tenía más hambre y, por tanto, los demonios aumentarían su actividad.
—Me gustaría conocerles. Algún día —comentó ella, dando el último sorbo a su taza de té verde.
—Puede que algún día... Si nuestro plan se cumple —comentó él.
—¡Claro que se cumplirá! —exclamó ella, decidida.
—Venga, acábate el té y a dormir. Tienes que coger fuerzas para mañana. —Sonrió levemente tras su bufanda. Le gustaba el optimismo de esta chica. Esperaba que con la ayuda de ella y el resto de chicos que había entrenado, fuera suficiente para al menos disminuir las víctimas en la próxima ola de hambre. ¡Un momento! Notó algo—. Atenta. Hay cuatro.
—¿Cuatro? —murmuró ella, mientras estiraba el brazo para coger su lanza.
—Detrás del árbol, unos metros hacia la derecha. Trabajo en equipo —avisó Katakuri, antes de desparecer rápidamente.
—Ah, claro. A este pasó los matarás tú a los cuatro —gruñó la chica, mientras se levantaba y aceleraba el paso hasta donde le había indicado.
Nada más llegar, enseguida sintió como los dos se abalanzaban sobre ella. Con un rápido movimiento, logró bloquear el golpe de los dos y tocarles con la parte de metal. Esto iba a ser pan comido. No tenían nada que ver con el que le atacó en el pueblo. Tal vez por eso iban en grupo. Cuando se acercaron de nuevo, movió el arma para clavarle la parte afilada a uno de ellos y frenar con la parte de madera al otro. Mientras uno de ellos se recomponía acabó con el segundo y, después se encargó del que quedaba.
—¿Qué te ha parecido? —preguntó (TN), orgullosa. No veía a Katakuri, pero sabía que estaba cerca.
—Bien. Yo he acabado hace tiempo, pero no ha estado mal —comentó él, para fastidiarla, mientras se dejaba ver.
—No vale. Tú tienes mucha más experiencia. —Le sacó la lengua.
—Venga, volvamos.
Volvieron juntos hasta su pequeño campamento. La chica sacó el colchón de la cama y fue preparándolo para dormir, mientras su compañero recogía las cosas que se habían usado para la cena. Una vez estuvo todo listo para descansar, Katakuri se sentó al lado de la chica y se apoyó en el árbol que tenía detrás. (TN) siempre preparaba el colchón en algún sitio donde él pudiera recostarse.
—No tengo mucho sueño —comentó ella, unos minutos después de tumbarse.
—Será por la adrenalina. En un rato se te pasará —dijo él.
—¿Me acaricias el pelo? Así seguro que me relajo —preguntó ella.
—Eh, bueno. Está bien —murmuró él, algo nervioso.
Ella cerró los ojos, aunque seguía atenta e impaciente por notar el contacto. El demonio acercaba lentamente su mano hacia la cabeza de la chica. ¿Sería capaz de darle algo de cariño con esas brutas manos? Bueno, ella se lo había pedido. Enredó sus dedos en el pelo de la chica y los comenzó a mover lentamente, intentando mantener el mismo ritmo suave todo el rato. Pues puede que si se le diera bien, porque no tardó mucho en quedarse dormida.
A la mañana siguiente (TN) se despertó más motivada de lo normal, y no era para menos. ¿Qué día era? Un día muy especial Y no pensaba estar triste aunque fuera el primer aniversario de su nacimiento que pasaba sin su familia. Ni aunque fuera uno de los más importantes...
—¿Pasa algo? Te veo muy emocionada —comentó Katakuri, al ver que la chica se levantaba de un salto del colchón.
—Hoy soy un año más mayor. Ya soy una mujer, porque cumplo veinte años —contestó, con orgullo.
—¿Es tu aniversario? —preguntó Katakuri, mientras se levantaba, algo nervioso—. No me habías dicho nada. Podríamos haber preparado algo especial.
—Está bien. No quiero nada en especial. Me conformo con que hoy lleguemos al pueblo. Me gustaría dormir en un futón en condiciones —dijo ella, mientras se tocaba la espalda. Estaba algo adolorida.
—Bueno, mi regalo puede ser hacerte un masaje cuando lleguemos al pueblo —propuso Katakuri. A la chica se le iluminaron los ojos. Era justo lo que necesitaba, debía estar llena de contracturas.
—Me parece bien —contestó, mientras se agachaba para empezar a recoger las cosas—. Recojamos y empecemos a caminar cuanto antes.
Continuaron caminando el resto de día, haciendo tan solo una parada para comer. Incluso hubo una parte del camino que Katakuri llevó en brazos a (TN) y fuero un poco más rápido. Cortesía por ser un día especial. Gracias a ello, llegaron al pueblo una hora antes de que anocheciera.
Una vez llegaron, no les fue difícil encontrar un hostal para dormir. Ese pueblo era algo más grande que los otros dos que habían visitado y había varios lugares en los que hospedarse. Eligieron el que estaba más vacío. Las dueñas eran una anciana y una mujer algo mayor. Eran hermanas.
—¿Están seguro de que quieren compartir habitación? —preguntó la más mayor, mientras le guiaban por los pasillos—. ¿Cuántos años tienes, jovencita?
—Ya soy una mujer. Hoy cumplo veinte años —contestó ella, sonriente. Si pudiera llevaría un cartel o se lo escribiría en la frente. Estaba emocionada.
—Oh, en ese caso haremos una cena especial. Después de la cena iremos al santuario. Debes rezar tus oraciones —indicó la anciana—. ¿Y tú familia? Ese es un día para celebrar con ellos.
—Mi familia... Murió hace casi un año —contestó (TN), poniéndose algo más seria.
—Oh, siento haber preguntado. Entonces mi hermana y yo iremos contigo al santuario y pediremos por ti —se disculpó—. Por supuesto, también puede venir tú...
—Ah, bueno. Él es mi amigo. Mi compañero. Me ha cuidado desde que me quedé sola y ahora viajamos juntos —explicó la joven.
—Oh, qué bonito. Es un hombre muy alto... Y está en muy buena forma —comentó la anciana, guiñando un ojo a (TN). Esta dirigió su mirada hacia el cuerpo de Katakuri, pero la apartó rápidamente. No le faltaba razón a la mujer, pero no debía fijarse en esas cosas. Por su parte, él intentaba hacer caso omiso a los comentarios—. Esa es vuestra habitación. Tenéis tiempo libre hasta la cena. Recordad que preparemos algo especial.
—Gracias, hasta luego señora —se despidió la chica, haciendo una leve reverencia.
—Bien. Ahora me retiraré durante un rato. Quiero ir a cazar algo para venderlo a los comerciantes del pueblo. Necesitamos ir recaudando algo de dinero —comentó Katakuri, una vez se quedaron solos.
—¿Quieres que te ayude? No me gusta cazar, pero puedo recolectar frutas —se ofreció ella.
—No te preocupes. Hoy es día libre para ti. Descansa, da una vuelta por el pueblo... Lo que más te apetezca —dijo él—. Nos vemos a la hora de cenar.
Unos segundos después, (TN) se quedó sola en la habitación. Bueno, ¿qué podría hacer? ¡Oh, sí! Era momento de intentar preparar las rosquillas de nuevo. Tenía algunos ingredientes en la bolsa que llevaban a cuestas, pero faltaban algunos. Preguntaría a las dueñas del hostal si los tenían, si no, intentaría encontrarlos en el mercado. Eran ingredientes bastante comunes, así que no sería difícil encontrarlos.
Por suerte, en la despensa estaban el par de ingredientes que faltaban. Las mujeres insistieron en observar la preparación de la receta. Eran unas aficionadas a la cocina y cualquier cosa nueva que pudieran aprender era bienvenida. Fue realizando todos y cada uno de los pasos que aparecían en la receta mientras iba comentándolos en voz alta.
Una vez los bollitos estuvieron en el horno, (TN) ayudó a las dos mujeres a preparar los ingredientes para la cena de la noche. Era todo trabajo en equipo. Iban a preparar filete de cerdo empanado acompañado con algo de arroz y salsa de col. Por supuesto, no podía faltar la sopa de miso. ¡Un gran manjar para su cumpleaños!
—¡Qué bien huelen esos bollitos! Son como rosquillas pero blanditas y esponjosas —comentó la más joven de las mujeres, mientras cogía una de ellos y lo partía en tres trozos. Los habían sacado del horno hacía unos minutos.
—¡Oh, me han salido bien! —exclamó la pequeña, emocionada. Aunque todavía estaba un poco caliente y se había quemado a lengua—. Esperado un poco para probarlos. O soplad.
—Mmm... ¡Tienen muy buen sabor! —comentaron, después de haber esperado un poco más para probarlos.
—Vale. Voy a llevarlos a la habitación. Nos vemos en un rato para la cena —farfulló, emocionada, mientras cogía la bandeja y se dirigía hacia la puerta—. Luego la devuelvo.
Caminó dando saltitos por los pasillos mientras se dirigía hacia la habitación. Cuando abrió la puerta vio que Katakuri todavía no había llegado. No importaba. Esperaría pacientemente. Aunque no podía prometer no comerse alguno si tardaba mucho en llegar. Por suerte, tardó unos quince minutos, así que solo se había comido una de las rosquillas.
—¡Katakuri! —le llamó, emocionada, mientras se levantaba con la bandeja y se acercaba hasta él—. He preparado las rosquillas y esta vez me han salido bien. Las he probado y las señoras también.
—Está bien. Me fio de ti. Las probaré —comentó él, mientras dejaba la lanza apoyada en la pared—. He conseguido bastante dinero. Tenemos de sobra para unos cuantos días más.
—Ah, bien. Pero, ¿las vas a probar? —insistió ella.
—Mientras cenas con las ancianas las probaré —contestó él, intentando mantener la calma. No pensaba quitarse la bufanda delante de ella por nada del mundo. Y mucho menos iba a dejar que le viera comer.
—Bueno, vale —dijo ella, haciendo una mueca de disgusto—. Pues me voy a la sala principal. Ya deben estar a punto de servir la cena. ¿Vendrás al santuario después? ¿Los demonios podéis entrar?
—Sí. No ardemos ni nada por el estilo. Los templos, santuarios y demás cosas religiosas no sirven contra nosotros —contestó él.
—Ah, genial. Pues nos vemos en un rato —se despidió (TN), antes de salir por la puerta.
Como aquella noche no había nadie más hospedado en aquel hostal, las tres tuvieron una cena íntima y bastante animada. Aquellas dos señoras eran muy divertidas. A la joven le hubiera gustado que Katakuri también estuviera en la cena del día de su aniversario. Al final y al cabo, él era la persona más importante para ella en esos momentos. Bueno, persona o demonio. Lo que fuera. Ella no lo veía como un demonio. Le había ayudado, había enterrado a sus padres, le había enseñado a pelear, había estado cerca de ella todo ese tiempo... Se había convertido en alguien muy especial.
Cuando acabó la cena, mientras las señoras y (TN) estaban recogiendo y limpiando todo en la cocina, apareció Katakuri. Se ofreció a ayudarlas, ya que así podían ir al santuario cuanto antes.
Antes de salir a la calle, las mujeres le ofrecieron a la joven una especie de tela para ponérsela sobre el kimono. Por las noches hacía algo de fresco a pesar de estar en verano. Las mujeres se sorprendieron a ver al hombre tan poco abrigado, y sobretodo, armado.
—No creo que sea una buena idea entrar con un arma al santuario —comentó la más mayor.
—Sabe perfectamente que la noche es peligrosa. Nunca se sabe lo que puede aparecer —dijo Katakuri, con voz misteriosa.
—Déjale, hermana. Me siento más segura con ese hombretón al lado —comentó la otra.
Las dos empezaron a cuchichear. (TN) miró a su compañero, sonriendo, mientras este se intentaba esconder lo máximo posible tras su bufanda. Era sorprendente lo vergonzoso que podía llegar a ser veces a pesar de ser un demonio grande y fuerte. Siguieron caminando hasta las afueras del pueblo, donde se encontraba el santuario. No era muy grande, pero era precioso y acogedor. Con altas columnas rojas y el techo negro.
Lo primero que hicieron las tres mujeres y, por suerte, no insistieron a Katakuri, fue hacer el pequeño ritual en la fuente. Posteriormente, entraron en la parte principal de la edificación e hicieron todos los pasos para comenzar a realizar la oración. Esta vez el demonio si participó. Quería orar por (TN). Se había convertido en alguien importante para él. Todo este tiempo con ella le había hecho sentirse más humano que nunca. Ella le trataba como a un igual. Si bien es cierto que era una chica muy curiosa y le había hablado sobre su familia a más que nadie, pero aun así... Se sentía muy bien a su lado. Dormía agarrada de su pierna, tranquilamente, sin pensar por un momento que podría ocurrirle algo malo. Incluso le había pedido que le acariciara para poder dormirse. Quería seguir cuidando de ella y pedir por que todo continuara yendo tan bien como hasta ese momento.
—Ha sido una experiencia increíble —comentó (TN), una vez se hubieron alejado del santuario y caminaban para volver al hostal.
—¿Nunca habías rezado en un santuario? —preguntó la anciana.
—No, siempre había rezado con mi familia en casa. Cerca de nuestro pueblo no hay santuario. Puede que este sea el más cercano... O no lo sé. Nunca antes había salido de allí —explicó la joven—. Pero mi madre se encargó de que aprendiera todos los rituales.
—Eso está muy bien. Es importante saber sobre ello. Muy importante —comentó la hermana. Estaban tan solo a unos metros de la casa. Abrió la puerta corredera y el resto del grupo entró tras ella—. Bueno, debéis estar cansados. Espero que descanséis bien en nuestros futones.
—Sí. Seguro que sí. Muchas gracias por haberme llevado al santuario en este día tan especial —agradeció la pequeña, haciendo una reverencia—. Y gracias por la cena. Estaba riquísima.
—No hay de que —dijeron las dos a la vez, inclinándose levemente.
—Gracias por su hospitalidad —agradeció también Katakuri. Ellas asintieron, sonrientes.
Los dos huéspedes caminaron en silencio por el pasillo hasta llegar a su habitación. La verdad es que el hostal estaba tan solitario que hasta daba un poco de miedo. Era un largo pasillo de habitaciones vacías, todas a oscuras. Las dueñas dormían al otro lado. Katakuri abrió la puerta y la chica se acercó corriendo a su futon para acercarlo hasta los de su compañero. En los últimos dos hostales le habían puesto directamente dos futones. (TN) se quitó el kimono y se sentó sobre el fino colchón. Miró fijamente a su compañero mientras también se sentaba.
—¿Te han gustado las rosquillas? —preguntó ella, al ver la bandeja vacía.
—Estaban deliciosas. Agradezco que hayas aprendido a hacerlas —contestó él.
—Katakuri... —murmuró la chica, algo indecisa. Él le miró fijamente, esperando a que dijera lo que tenía que decir—. Ya que todavía es mi aniversario... ¿Puedo pedirte algo?
—Sí, claro. —Esperaba no arrepentirse de su respuesta.
—Me gustaría... Bueno. Esto... Me gustaría verte la cara —confesó (TN), finalmente. Katakuri le miró alarmado. No. Eso no era posible. Si le veía la cara jamás podría verle con los mismos ojos. No quería ver una expresión de terror en ella. Siempre le miraba de forma tan dulce y amigable. No podía permitirlo.
—No... Es mejor que no la veas —contestó, finalmente, apartando la mirada.
—¿Por qué? —preguntó ella, indignada—. ¿Piensas que puedo asustarme? Llevo meses viajando contigo. Se perfectamente que eres bueno. Me da igual la cara que tengas. Solo muéstramela. No pienso irme.
Katakuri dudó durante unos cuantos segundos. ¿Debía confiar en su palabra? ¿De verdad le daría igual su aspecto? ¿Seguiría durmiendo tranquilamente a su lado después de ver su rostro? Bueno, no podía ocultarlo para siempre. Estaba claro que algún día se lo pediría. Que fuera lo que tuviera que ser. Si debía volver a viajar solo, estaba preparado. Acercó sus manos a la bufanda y comenzó a retirarla bajo la atenta mirada de (TN)...
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