Capítulo 3

—¡Joder! —exclamó (TN), mientras esquivaba el ataque de Katakuri. En cuestión de segundos le asestó un golpe en la pierna que casi no llega a parar.

—Bien hecho —le felicitó, mientras se colgaba su lanza—. Creo que estás casi lista.

—¿Casi? —preguntó ella, mientras jadeaba ligeramente. Antes se hubiera muerto si llevara horas corriendo por el bosque, pero su aguante había aumentado.

—Quiero hacer solo un intento más. Para asegurarme, más que nada —contestó él, sonriendo bajo la bufanda. La verdad es que le divertía ponerla nerviosa. A esas alturas ya sabía todo lo que le molestaba y le ponía nerviosa.

—Está bien... —murmuró la chica con fastidio, mientras se daba la vuelta y empezaba a correr de nuevo.

Llevaban ya unos tres meses con aquella segunda fase del entrenamiento. (TN) ya aprendió numerosos movimientos de ataque y defensa, pero necesitaba ponerlos aprueba en un escenario todavía más real. Ella se paseaba por el bosque y Katakuri le atacaba por sorpresa. Debía aprender a reaccionar rápido y a notar la presencia de esos seres, ya que a menudo eran demasiado silenciosos y una vez los veías ya era demasiado tarde para defenderse. Las primeras veces fueron un auténtico desastre, pero ella era demasiado orgullosa y eso le llevó a darlo todo para mejorar. Eso, y el deseo de vengar a su familia. Día sí y día también, pasaban horas y horas simulando esos encuentros con demonios.

—Me alegra comunicarte que por fin estás preparada. No más entrenamientos —anunció Katakuri, mientras (TN) acababa de preparar unos onigiris.

—¡Genial! —exclamó ella, emocionada. Se le escapó el onigiri de entre las manos, pero consiguió atraparlo a tiempo.

—Mañana por la mañana bajaremos al pueblo más cercano. Te quedarás allí y yo iré a preparar tu arma —explicó él.

—Está bien. Por fin podré comer algo que no esté preparado por mí... —comentó la chica, algo desanimada. Los onigiris no estaban malos, pero tampoco sabían mucho. Ni el arroz, ni todas las sopas que había estado preparando. ¡Tendría que haber prestado más atención a las lecciones culinarias de su madre!

—Seguro que vas mejorando. No te preocupes por eso —dijo Katakuri, para intentar animarla.

Después de charlar mientras (TN) se comía su cena, pasaron otra noche más acurrucados el uno junto al otro. Ya era verano, no nevaba y las temperaturas eran todavía un poco más cálidas que en primavera, pero en aquella zona seguía refrescando cuando caía la noche. En los pueblos de montaña no se podía disfrutar del verano tanto como en las ciudades.

A la mañana siguiente, después de recoger todo, no tardaron mucho en llegar al pueblo más cercano. El trayecto fue corto, ya que Katakuri cargó con la chica en brazos. Quería empezar a preparar el arma cuanto antes. Quería dejarla el menos tiempo posible sola y sin nada con lo que defenderse. Le había enseñado también algunas técnicas de combate cuerpo a cuerpo, pero a la larga no servirían de mucho.

—Nos gustaría alquilar dos habitaciones —comentó Katakuri, a la mujer que había en la entrada de la casa. Era el único lugar en el pueblo donde se podían quedar a dormir, ya que no habían encontrado otra casa donde alquilaran habitaciones.

—Perfecto, tengo las dos libres. Acompáñenme, por favor —pidió la anciana, mientras se giró para caminar hacia el interior de la casa. Los dos huéspedes se quitaron el calzado y lo dejaron en la entrada.

La casa era tradicional, pequeña y acogedora. Las dos habitaciones estaban una junto a la otra, separadas por una puerta corredera. Había un pequeño armario para guardar sus pertenencias y un futón que parecía de lo más cómodo. Sobre todo después de haber pasado meses durmiendo en el frío y duro suelo.

(TN) estaba sacando sus escasas prendas de ropa de la bolsa de tela. Aprovecharía para lavarlas adecuadamente. Las había estado lavando en el río, pero allí podría utilizar algún jabón. Escuchó la puerta abrirse. Ladeó la cabeza, encontrándose con la mirada granate de su compañero.

—Voy a ausentarme durante unas cuantas horas. No te alejes mucho de la casa —le ordenó.

—De acuerdo... —murmuró ella—. Oye, ¿por qué has pedido habitaciones separadas? Llevamos durmiendo juntos durante muchas noches.

—Creo que es mejor dormir en habitaciones separadas. La gente podría pensar mal. Recuerda. No te alejes mucho de aquí. —Se retiró nada más pronunciar aquellas palabras.

Una vez acabo de ordenar las pocas cosas que llevaba encima, salió de la habitación para hablar con la anciana. Esta le indicó que podía utilizar lo que necesitara para lavar la ropa y que podía utilizar la cocina si así lo deseaba, aunque ella estaba dispuesta a prepararles desayuno, comida y cena. Eso venía incluido en el precio de la estancia.

Katakuri le había dejado algo de dinero para que hiciera la compra. No se quedarían mucho en el pueblo, así que debía comprar algo de comida que aguantara el próximo viaje. La tienda de alimentos no estaba muy lejos de la casa, tan solo a dos calles, tal y como le había indicado su anfitriona. No solo compró arroz, algas y alguna cosa más, sino que también adquirió los ingredientes necesarios para intentar preparar las rosquillas de su madre. Quería darle una sorpresa a su acompañante y maestro.

Cuando regresó a la casa, un delicioso olor a ramen inundaba la estancia. La anciana había preparado la comida. A (TN) casi se le salen los ojos al observar la buena pinta que tenía el contenido de aquellos tazones. Se le hacía la boca agua. Ella y la señora charlaron animadamente mientras disfrutaban de aquel delicioso manjar. Ya que su compañero no había acudido a la comida, la chica pudo comerse un segundo tazón. La mujer se quedó sorprendida por el apetito de la joven.

Por la tarde, la joven se dedicó a preparar la receta de su madre. Bollitos en forma de rosquilla. Intentó acordarse de los pasos que seguía su madre. Era en la única receta que estaba más o menos atenta, así que se acordaba de casi todo. O eso creía ella.

Hacía unos cuantos minutos que había dejado las rosquillas sobre la mesa para que se enfriaran cuando escuchó que se abría la puerta de la casa. ¡Debía ser él! ¡Con su arma! Fue corriendo hasta allí sin quitarse el delantal, el cual había quedado hecho un desastre después de su intento de cocinar.

—¿Ya está lista? —preguntó ella, emocionada.

—Aquí la tienes —contestó él, ofreciéndole la lanza. Seguía prácticamente igual, solo que la punta de metal era más clara y reluciente. Debía haberla recubierto con aquel mejunje que dijo que era efectivo contra los demonios—. He tardado tanto porque debía esperar varias horas para que se secara y amoldará adecuadamente. Está lista para ser usada.

—Vaya, ¿os dedicáis a cazar animales? —preguntó la señora, mientras se asomaba al recibidor con curiosidad—. No me vendría mal un poco de carne de jabalí. Queda poca en el mercado.

—No creo que podamos hacerlo. Debemos irnos pronto por la mañana, lo lamento —se disculpó Katakuri. La mujer hizo un gesto, sonriendo, quitando importancia al asunto.

—He preparado rosquillas —comentó (TN), sonriente. A él se le iluminaron los ojos al escuchar aquellas palabras—. Ven, sígueme. A ver qué tal han salido...

Caminaron juntos hasta la cocina y ella le mostró las cuatro rosquillas que había hecho. Dos estaban cubiertas de chocolate y las otras dos de fresas. Habían salido un poco deformes, pero el aspecto no lo era todo. La chica pensaba que las probaría ahí mismo, pero su compañero prefirió llevárselas a su habitación. ¡Qué extraño! Tenía mucha curiosidad por verle comer, ya que nunca antes lo había visto. Decidió prepararse un té verde. Poco después, mientras estaba esperando a que el agua hirviera, escuchó como la puerta de la habitación se habría rápidamente. Katakuri se acercó a hasta ella, no con muy buena cara.

—¿Acaso quieres envenenarme? —preguntó, algo molesto.

—N-no... —contestó ella, preocupada—. ¿No estaban buenas?

—Prueba una —le ordenó él, ofreciéndole una de ellas. (TN) la cogió, se la acercó a la boca y dio un pequeño mordisco. Sus pelos se pusieron de punta al notar aquella extraña combinación de sabores. ¡Estaba asqueroso!

—Puag —se quejó, después de tragarlo con dificultad—. Lo siento... Pensaba que había hecho todo correctamente.

—Tranquila. A la próxima te saldrán mejor. Si has conseguido aprender a luchar estoy seguro de que esto también —le animó él, aunque su tono de voz siempre era bastante serio. Tanto como para regañarla, animarla, tranquilizarla o cualquier tipo de cosa—. Pero, la próxima vez... Pruébalas antes, por si acaso.

—Sí... —murmuró ella.

—Está saliendo mucho humo de ahí —le advirtió Katakuri.

—¡El agua! —exclamó la chica, alarmada, mientras se acercaba a la tetera. Bueno, podría haber sido peor. Igualmente podría hacerse el té.

Para cenar, la anciana preparó un delicioso cocido con los ingredientes típicos de aquella zona del país. (TN) estaba ya sentada en el suelo, en frente de la mesa, esperando con ansias aquel delicioso plato. ¿No podían quedarse a vivir con esa señora? Katakuri se había retirado a su habitación, poniendo de excusa que tenía dolor de estómago. Las dos cenaron solas y charlaron, al igual que habían hecho a la hora de comer.

Una vez ayudó a la mujer a recoger y limpiar las cosas, (TN) se dirigió hacia su habitación. Debía pasar por la de Katakuri, así que intentó hacer el menor ruido posible. Estaba tumbado y tapado con la manta. Debía estar ya durmiendo. Bueno, durmiendo o descansando. Lo que fuera. Abrió y cerró la segunda puerta con cuidado y se acercó a su futón. ¡Oh, sí! Blandito y calentito. Se acurrucó entre las sábanas.

Llevaba un buen rato dando vueltas y cambiando de postura. ¿Por qué no conseguía dormirse? Había estado meses y meses esperando poder dormir de nuevo en una cama. ¿Qué pasaba? Tal vez... Puede que se hubiera acostumbrado al calor de Katakuri. ¡Qué va! No era posible.

Casi media hora después, volvió a replanteárselo. Bueno, decidido. Haría la prueba. Se levantó y se acercó para abrir la puerta. Una vez lo hizo, cogió su futón de las esquinas y lo arrastro junto con el de él. Bueno, los de él, ya que debido a su tamaño le habían sacado otro más. Una vez tumbada, se acurrucó hasta apoyar su espalda contra una de sus piernas. Así sí. La sensación era totalmente distinta a la de hacía unos minutos. ¿Cómo podía ser eso posible?

—¿Qué haces? ¿Has tenido una pesadilla? —preguntó él, intrigado, que había observado todo el proceso.

—No... Es que me cuesta dormir si no estoy a tu lado —contestó ella, sin moverse del sitio.

Katakuri sintió que sus mejillas se calentaron ligeramente al escuchar aquel comentario. ¡Qué irónico! Una humana que no podía dormir sin estar cerca de un demonio. Sin embargo, las palaras de la chica le habían sentado extrañamente bien. Ninguno de los dos dijo nada más y, en pocos minutos, (TN) se quedó profundamente dormida.

[•••]

—Muchísimas gracias por todo. Ha sido un auténtico placer hospedarse en su casa —se despidió la chica de aquella amable señora—. Su comida estaba deliciosa.

—Tus palabras me halagan, jovencita. Espero volver a veros por aquí. Siempre seréis bien recibidos —dijo la anciana, haciendo una pequeña reverencia.

—Muchas gracias por su hospitalidad —se despidió Katakuri.

Los dos se pusieron camino al siguiente pueblo. Al ser un demonio, Katakuri podía detectar a otros de su misma especie a una gran distancia. Su objetivo actual era ir paseando de pueblo en pueblo y defender a sus habitantes. El objetivo final era acabar con la reina de los demonios, Big Mom, su propia madre. Sin embargo, había algo que hacía que ese plan se pospusiera. Algo que todavía no había compartido con la chica, pero lo haría llegado el momento. Lo importante ahora, era centrarse en ir protegiendo al mayor número de humanos posible.

—Hay algo que no entiendo... —comentó (TN), mientras observaba la lista de los nombres de los hermanos de su acompañante—. Hay unos nombres tachados y otros con una marca. ¿Qué pasa con esos demonios?

—Los que están tachados son los que ya han sido destruidos. Los que tienen una marca son... Aliados —contestó él.

—¿Aliados? Es decir, ¿también quieren proteger a los humanos? —preguntó la chica, extrañada y sorprendida a la vez.

—Sí. No vienen aquí para luchar contra demonios pero tampoco cazan humanos. Gracias a ellos lo tengo más fácil para que no me descubran —explicó Katakuri.

—Vaya. Eso está muy bien. Me gustaría conocerlos algún día —dijo ella, emocionada—. Seguro que son tan geniales como tú.

El demonio inclinó ligeramente la cabeza para esconderse todavía más en su bufanda. Nunca nadie le había hecho tantos buenos comentarios como lo hacía esa joven. Aunque... Estaba claro que si los hacía era porque no sabía cómo era él realmente. Seguro que si descubría su verdadero rostro ya no querría estar tan cerca de él por las noches, y puede que ni por los días.

¡Un momento! Algo estaba pasando. Había detectado una presencia. Era en el mismo pueblo donde habían estado antes. Maldición. Los demonios no solían atacar de día, y menos en verano. Sin embargo, ese día había amanecido demasiado oscuro. Auguraba que fuera un mal presagio, pero esperaba que sus sospechas fueran erróneas.

—¿Pasa algo? —preguntó (TN), ya que Katakuri se había parado de repente.

—Debemos volver. Y rápido —contestó él. A la chica no le dio tiempo de contestar, ya que se vio rápidamente envuelta entre sus brazos y enseguida estaban de nuevo en la entrada del pueblo.

—¿Vas a decirme qué pasa? —insistió la chica, mientras pataleaba para que le bajara. Él la dejó en el suelo.

—Hay un demonio aquí.

—¿Qué? —preguntó ella, mirando hacia todos los lados.

—Vamos a separarnos para encontrarlo cuanto antes. No es uno de mis hermanos, es un antiguo humano —explicó Katakuri. Podía notar su presencia, pero no donde se escondía exactamente—. No puedes detectarlo como yo, pero lo harás si se acerca atacarte. Tal y como hemos practicado. No te preocupes.

—¡Sí! Confía en mí —dijo (TN), decidida, mientras cogía su lanza y la empuñaba. Katakuri le había preparado un enganche para que pudiera cargarla a sus espaldas, al igual que él.

Comenzaron a correr en direcciones opuestas. La chica observaba atentamente cada rincón de cada una de las callejuelas por las que iba pasando. Notaba la mirada de los habitantes cada vez que se cruzaba con alguno. Debía ser bastante extraño para ellos ver pasear una desconocida en medio de la calle con una lanza tan grande. No eran conscientes del peligro que corrían.

¿Dónde estaba ese maldito demonio? El pueblo tampoco era tan grande, acababa de llegar a uno de los últimos callejones. Las casas de esa zona parecían abandonadas. Se quedó quiera y giró sobre sí misma. No había ni un alma paseando por allí. Se había alejado bastante de la zona central. ¡Mierda! Se giró rápidamente y el metal de su lanza chocó con unas uñas afiladas.

—¡Ah! —Aquel ser soltó un grito de dolor mientras sus uñas de derretían.

Vaya, sí era cierto que aquel mejunje que había sobre su arma afectaba a los demonios. Sin embargo, tal y como su compañero le había explicado, un golpe no era suficiente. Debía asegurarse que lograba a travesar la nunca del demonio con su arma. En cuanto aquel material hiciera contacto con la zona central de los nervios de aquellas criaturas, se desintegrarían.

—Voy a encargarme de que mueras de manera lenta y agónica —gruñó aquel ser, mientras le mostraba como sus uñas se iban regenerando.

Tenía el aspecto de un humano, pero con uñas y dientes afilados. Los ojos parecían inyectados en sangre y su piel estaba llena de marcas, heridas e incluso de zonas putrefactas. (TN) se puso en posición de combate. Empezaba su primera batalla de verdad.

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