Uniformes Negros (Parte 2)

   La joven hizo lo que el viejo le había dicho. No quería arriesgarse a seguir adelante y encontrarse de frente con aquellos hombres. Se ocultó de cuclillas tras unas cajas, unos barriles y unas botellas vacías amontonadas en un recoveco en sombras de aquella calle principal. El suelo se sentía pegajoso bajo sus botas y el olor a orina era fuerte, allí debía ser donde todos los hombres se aliviaban tras una noche de cervezas, whisky o vaya usted a saber que otras cosas. Se recogió las faldas como buenamente pudo para evitar que tocasen el sucio suelo y se tapó la boca y la nariz con ambas manos para respirar la menor cantidad posible de aquel fétido aire y a la vez calentarse las manos con el vaho de su respiración. Se centró en mantener su pulso tranquilo y ralentizar su respiración, tal y como le había enseñado su tía, contó mentalmente: "uno, dos, tres".

   Sin querer pensarlo demasiado apoyó, la espalda contra la pared, ya que las piernas empezaban a dolerle. Permaneció en aquella incómoda posición por varios minutos sin que ocurriera nada extraordinario. Se sorprendió a sí misma ensimismada con los pequeños remolinos de polvo que se formaban a ras del suelo, un polvo negro que se metía en los pulmones afectando a la salud de los ciudadanos, pero aquel era el precio a pagar por el progreso. Estiró el cuello lo más que pudo para intentar captar una pizca de aire fresco con el paso de una corriente de viento que azotó en aquel momento los vacíos barriles haciendo que uno de ellos cayera rodando por la desierta callejuela, generando un tremendo estruendo al golpear contra la pared de la margen contraria de la que ella se encontraba. Acto seguido, el lugar volvió a sumirse en el silencio de una ciudad dormida.

   El cielo estaba cubierto por esponjosas nubes que se deslizaban sobre el mar celestial que tenía sobre su cabeza. Elisabeth observó cómo aquel cielo pasaba de negro a sutiles dorados, hasta adquirir el cálido anaranjado con el que se teñía en aquellos momentos.

   De pronto, la joven sintió temblar el suelo bajo sus pies. Se le separó la espalda de la pared con un sonido de lo más desagradable, pues se le habían quedado las prendas pegadas sobre la sucia superficie. Cayó de frente y tuvo que apoyar las manos sobre el igualmente sucio suelo, una expresión de asco empezó a dibujarse en su pálido rostro. Su cuerpo comenzó a agitarse fuera de control y sintió la bilis ascender por su garganta. Pudo distinguir un millar de pasos perfectamente sincronizados aproximándose al lugar en el que ella se hallaba oculta y asustada, con gran esfuerzo logró tragarse el jugo gástrico y contener la respiración.

   Los pasos eran cada vez más cercanos y el temblor más intenso. Elisabeth escondió la cabeza entre las piernas y volvió a apoyar su espalda contra la pared, haciendo todo lo posible por no perder el equilibrio de nuevo. Escuchó con atención y pudo percibir el susurro de un extraño cántico que seguía el compás marcado por los pasos. Consiguió armarse de valor y asomarse por entre dos cajas, cientos de figuras oscuras perfectamente organizadas pasaron sin detenerse ante sus ojos. El terror recorrió cada rincón del cuerpo de la joven. Pronto el sonido de aquel misterioso desfile de sombras comenzó a alejarse por el camino que aquel anciano había tomado haría ya horas.

   A pesar de que hacía rato que los tablones habían cesado y ya no sé percibía sonido alguno, Elisabeth permaneció escondida en posición fetal, con todos y cada uno de sus músculos contraídos por el miedo. Pasado poco más de un cuarto de hora, por fin consiguió hacerse con el control de su propio cuerpo y consciente de nuevo de la asquerosa realidad que la rodeaba se levantó de un salto.

   Una extraña sensación la envolvió, sintió una mirada clavada en su persona. Se giró en busca de su acosador, pero no vio a nadie. Entre saltos y tropiezos consiguió salir a la calle principal. Se sacudió con esmero sus faldas y frotó sus ahora pegajosas manos intentando deshacerse de parte de aquella suciedad. Sintió una fría punzada en el antebrazo y acto seguido otra en la nuca. Levantó la mirada de sus faldas y la elevó al cielo sobresaltada. En cuestión de cinco segundos, lo que había empezado siendo un fino goteo desembocó en una tormenta de envergadura con sus rayos y sus truenos. Elisabeth cerró los ojos y se dejó empapar por la fresca lluvia, permitió que el agua corriera y arrastrará la suciedad de su piel y sus ropas. Aliviada, no pudo evitar que una sonrisa asomara en sus labios. Por fortuna aquellos aterradores hombres no se habían percatado de su presencia.

   Se tropezó con sus propios pies y para estabilizarse tuvo que dar un paso hacia atrás pero calculó mal y su pie resbaló sobre el lodazal que comenzaba a formarse en el camino. De pronto, su caída se vio interrumpida por el abrazo de unos desconocidos brazos alrededor de su cuerpo que la volvieron a poner en pie y sin soltarla la hicieron girar sobre sí misma.

   Asustada, su cuerpo volvió a dejar de responder a las órdenes de su dueña. Su mirada se quedó clavada en los brazos que la sujetaban. Su piel era blanca y surcada por algunas finas y plateadas líneas, otras aún rojas y sin sanar. Pero no fue aquello lo que llamó su atención, sino unos símbolos negros que parecían flotar sobre la blancura de su piel. Se trataba de unos dibujos de líneas curvas que se entrelazaban y formaban una especie de letras que le eran desconocidas. Uno de los brazos se soltó de su cuerpo y fue a parar al cinturón de aquel extraño, sin darle tiempo de ver lo que sacaba de aquella extraña funda, tan pronto como su mirada pudo percibir un leve brillo plateado, cayó inconsciente.

@yepescritora_98

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