Uniformes Negros (Parte 1)

   Estaba anocheciendo, Elizabeth se encaminó a casa tras una larga jornada de trabajos en el campo. Se hacía tarde, apenas quedaba una hora de luz y el camino de vuelta a la ciudad era largo.

   Hacía tiempo que su tía la esperaba sentada junto a la chimenea, moviendo los dedos sobre el reposabrazos con un tic nervioso. Algunas pequeñas arrugas empezaban a asomar alrededor de sus ojos color avellana y de sus finos labios, que en aquellos momentos mordisqueaba mientras mascullaba palabras de preocupación en su ininteligible lengua materna, intentando comprender por qué Lis no había llegado a la hora de la cena. El cansancio había robado toda la juventud del rostro de aquella mujer de no más de 27 años.

   Elizabeth caminaba con paso ligero envuelta en su andrajosa capa de color verde sucio. Era el único recuerdo de su pasado que pudo conservar tras la muerte de sus padres. Apenas podía recordar confusos fragmentos de lo que ocurrió aquella noche. No tenía más de 5 años cuando la casa en la que vivía su pequeña y humilde familia se incendió.

   Doce años atrás:

   Los vecinos del pueblo dieron la voz de alarma y acudieron presurosos a apagar las llamas. Encontraron a la niña a unos pocos kilómetros del incendio, pérdida en las lindes del bosque, llorando y envuelta en la capa de su madre.

   Los cuerpos de los padres de la pequeña se encontraron abrazados entre sí, calcinados y sin vida. Acorralados en el ala más alejada de la habitación desde la que al parecer se había propagado el fuego. Nadie supo jamás como pudo producirse semejante incendio: había quien pensaba que no se trataba más que de un desafortunado accidente doméstico, pero también había quien creía que todo aquello tenía que ver con magias oscuras. En cualquiera de los casos, nadie olvidaría en largo tiempo aquella noche en la que el cielo se tiñó de un intenso y brillante destello de azul y blanco.

   De vuelta a 1749:

   Decidió atajar por un estrecho y oscuro callejón que atravesaba el pueblo desde el extremo norte hasta el sur. Las campañas de una iglesia cercana dieron las once de la noche, las horas habían volado sin poder hacer nada para evitarlo. Se puso nerviosa, un escalofrío le subió por la espalda y se le erizó el pelo de la nuca. Sus pies empezaron a correr solos, el terror controlaba su cuerpo y nubla a su razón. De pronto, se chocó contra alguien y casi cayeron ambos al suelo. Se trataba de un hombre anciano, de cabello y barbas blancas, parecía fatigado y a punto de desvanecerse. Con una mano temblorosa se sujetaba el costado izquierdo, mientras un líquido de un escarlata brillante y viscoso resbalaba por entre sus dedos y goteaba sobre la acera, estaba herido.

   El anciano miró a Elizabeth directamente a los ojos y con su profunda mirada, rozó el alma compasiva de la muchacha. Ella le tendió su capa y el hombre se lo agradeció con una torpe reverencia. Se acercó ligeramente hacia ella y notó que temblaba así que no dio un paso más. Casi en un susurro le dijo:

   —No temáis Elizabeth, no os haré daño, no es a mí a quién debéis temer. Escuchad atentamente jovencita. Deberéis ocultaros tras estas cajas y permanecer en las sombras. Pase lo que pase, no salgáis hasta ver pasar por aquí a unos hombres vestidos con uniformes negros, irán armados. Podréis percibir unos extraños símbolos escritos sobre sus pálidas pieles, asomando por entre sus ropas. Lo más probable es que no reparen en vuestra presencia, pero cuidaos de que no quede nadie cuando os descubráis. —dicho esto el hombre se dispuso a huir en la dirección de la que había venido la muchacha..

@yepescritora_98

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