Tomó la daga entre sus pequeñas manos. Llevaba meses persiguiendo a su presa y ahora que tenía la a tan solo unos escasos centímetros de sí, no podía echarse atrás.

   La respiración de la niña agitaba su pecho arrítmicamente. Sus pies descalzos sobre el frío suelo de piedra trastabillaban con cada paso que daba y el plateado filo de aquella mortífera arma  bailaba entre sus temblorosas manos. Tenía miedo.

  De pronto le vinieron a la cabeza todas las consecuencias que tendría su acción si la llegaba a cometer. "¿Y si él despierta antes de que logré arrebatarle la vida? ¿Y si una vez lograda la azaña alguien me descubre con las manos en la masa?  ¿Y si no logro huir y me cazan? ¿Habrá merecido la pena con tal de haber vengado la muerte de mi familia?" Todas estas cuestiones cruzaron fugaces la mente de la pequeña Amelia.

   La daga descansaba con suavidad sobre la yugular de aquel enorme hombre durmiente. Su pecho descendía y ascendía al son de unos estruendosos ronquidos que rompían el mágico silencio de aquella noche invernal. La daga estaba bien afiliada, la niña no tendría que hacer demasiado esfuerzo para hundirla en las carnes de su presa. La hoja estaba impregnada por el más letal veneno conocido por el ser humano, la más pura sed de venganza. Sin embargo, algo la retuvo y la hizo vacilar en pleno acto homicida...