Esta era una flor silvestre,
pequeña y escondida.
Esta era una flor con un sueño,
el de ser bailarina.

Este era el viento,
antiguo y etéreo.
Este era un ente enamorado.
Cada mañana cantaba para su amada una nueva canción.
Siempre armoniosa,
siempre sincera,
siempre sentida.
Cada pieza interpretada,
solo a ella dedicaba.

A veces ligeras y delicadas
como lo era la flor.
Otras enérgicas y embravecidas,
como lo era el viento.
Y algunas otras tristes y melancólicas,
impotentes y furiosas,
tal y como se sentía el viento
cuando con la llegada del invierno
la nieve ocultaba
la delicada belleza de su flor.

Aunque no la viera
él le cantaba su pena,
porque sabía que lo escuchaba.

Llegaba la primavera
y con ella el sol.
La nieve se transformaba
en fuente de vida.
Y así, tras cada invierno,
la pequeña flor volvía a asomar
sus lindos pétalos
y junto al viento,
reanudaban su apasionada danza
los dos enamorados.

Los árboles y el prado
observaban su bailar.
Tentados por la melodía del viento,
se fueron uniendo al la danza
sin poder por ello,
dejar de admirar
a los dos protagonistas.

Ella flor mortal
y él viento eterno.
Se reencuentran cada primavera,
para bailar sin pausa,
hasta la llegada del invierno.

@yepescritora_98