8

Los días pasan a cada cuál más lento desde que Miss Peregrine dio la alarma a los niños acerca del hueco y el posible wight que rondan la isla. Jacob no ha salido del bucle en unos días, la Directora teme dejarlo solo. Soy la única con permiso para ir al presente, y siempre con cuidado.

He ido ya una o dos veces, pero cada vez que salgo del día paradisíaco y de los jardines siempre verdes de la casa, siento pavor. Quizá sea que me estoy volviendo una cobarde, o que me ha impactado de pleno el conocimiento de que podrían hacerme lo que a mis padres. Pero no puedo salir de la casa sin temblar, y cuando voy al mundo fuera del bucle, procuro ir muy abrigada.

La última vez me llevé a Jacob conmigo, solo para avisar a su padre de que se quedaría con nosotros hasta finalizar las vacaciones. Conseguir que el señor Portman me de permiso para, básicamente dejar a su hijo viviendo en mi casa es una broma. Pero me parece que debe verlo de cuando en cuando, asegurarse de que Jacob está bien, para que no comience a sospechar.

Miss Peregrine está de acuerdo conmigo, por eso me dejó ir con Jacob aquella vez. Pero ahora que tan terrible tormenta está arrasando con la isla, tengo la excusa perfecta para quedarme en la casa.

Por eso, sobre todo, hoy me levanto de buen humor a pesar de las pesadillas cada vez más vívidas. Pensando en qué me voy a poner, me siento en los mullidos cojines del sillón colgante que mi hermano instaló en mi cuarto antes de que yo llegase. Abriendo el armario, termino escogiendo un vestido rojo a cuadros, con tres botones en el pecho y un lazo en la parte delantera de la cintura. Luego me calzo unos botines marrones de tacón.

Finalmente, me pongo en pie para salir de la habitación. Hoy decido que no me apetece bailar, y que ya no vale la pena fingir que me divierte en esta situación, así que le pido a Horace que me disculpe esta "clase". Decido, en su lugar, ir abajo a ver como van las guardias.

Cuando salí al pueblo por última vez y avisté al hueco que seguía al supuesto ornitólogo (ya no pongo en duda que sea un wight), volví corriendo. Miss Peregrine me estaba esperando, y nada más le dije la verdad tomó esta medida, que considero muy prudente. A mí me toco anoche la primera guardia, la de después de la cena. Ya no vamos a ver el reinicio, por seguridad, así que los niños se metieron directamente a la cama.

Mientras bajo las escaleras, me pregunto quién será el que esté de turno en estos momentos. Anoche, mi compañero fue Hugh, y creo que ahora le toca a Bronwyn, pero lo cierto es que nunca consigo recordarlo del todo. Los niños están aterrorizados, y no me extraña. Respecto a Jacob, sigue en su nube de inocencia, al menos de momento.

En el piso de abajo, me dirijo hasta la biblioteca, desde la cual montan guardia mirando por la ventana. En el comedor, que es la sala contigua, hay otra persona, también mirando por la ventana a la espera de que suceda algo grave.

Contrariada, descubro que la persona que está de guardia es Enoch. No hemos vuelto a hablar desde el episodio con aquel soldado al que le dimos vida, y no estoy muy segura de querer hablar con él. Para mi desgracia, el chico nota mi presencia antes de que yo pueda escaquearme del salón, de manera que me obligo a avanzar hacia él. Enoch aparta la mirada de mí para volver a mirar por la ventana.

—¿Querías algo? —pregunta, en tono de desinterés.

—No. No tenía otra cosa que hacer, y he decidido bajar a ver como va la guardia.

—Aburrida, como siempre —responde él, sin dejar de mirar por la ventana—. Nada que decir. Lo único que se observa es un día soleado sin aprovechar.

—Ya. ¿No lo vas a tomar? —pregunto, señalando una taza de té en la mesa junto a nosotros.

—¿Eh? —él mira en la dirección a la que señalo—. Lo había olvidado. Debe de llevar frío un buen rato: llevo aquí una hora.

—Podría calentarlo, si quieres.

Él se encoje de hombros, sin darle importancia. Agarro la taza y siento el calor manar de mis manos. La marca de estas queda en la preciosa taza con estampado de elefantes de Miss Peregrine, pero se va en segundos, cuando paro mi don para pasarle la taza a Enoch. Él la toma todavía sin prestar atención y los dos miramos por la ventana en silencio un rato.

Lo cierto es que no es un silencio incómodo, como los que suelo compartir con Jacob después de que haga un comentario supuestamente halagador. Me siento a gusto a su lado, y lo cierto es que callado es más amable que cuando habla, de modo que no hay atisbo de esa tensión cada vez que iniciamos una discusión. Aunque tal vez sea demasiado pronto para juzgar el carácter de nuestras conversaciones, como he dicho, apenas hemos hablado un par de veces, y ni una desde que conseguimos dar vida a ese muñeco.

Confieso que lo miro un par de veces, con toda la discreción de la que soy capaz (yo no soy, por fortuna, esa amiga que gira la cabeza como la niña del exorcista), hacia el chico a mi lado. Por alguna razón, su carácter complicado no me hace alejarme, pero tampoco acercarme a él. Me mantengo en una especie de limbo. Siento a Enoch O'Connor como a un misterio por resolver, pero no siento ganas de resolverlo. Al menos, por momentos no las siento.

Él no parece tener intención de hablar, y yo tampoco me siento con ánimos de iniciar una conversación. El precioso día soleado de fuera, tan igual a todos los anteriores, me parece algo triste. Sin Millard y Hugh jugando al fútbol en el jardín, ni Fiona haciendo crecer distintas plantas. Sin la alegría que caracterizaba los primeros días de mi estancia aquí.

A pesar de que sé que esto es por seguridad de los niños, de pronto siento el impacto de su encierro. Están taciturnos y aterrados, y muchos presentan ojeras. La alegría desaforada de su eterno verano opacada por el temor a una sombra. El temor a los que antes podían llamar hermanos. Puedo sentir en el aire la tensión como pocas veces, supongo que porque rara vez me molesto en intentarlo. Soy demasiado sensible a estas emociones tan potentes, me podrían producir un ataque, e intento evitarlas a toda costa.

En algún momento determinado, siento claustrofobia estando encerrada en la casa y decido salir para calmar un poco el latido acelerado de mi corazón. Esto me pasa por pensar demasiado en las cosas malas, me dan ataques de ansiedad, tengo que calmarme.

—No pasa nada —me repito, de rodillas sobre el pasto bien cuidado—. No pasa nada, estoy bien, estoy bien. Los huecos no pueden llegar al bucle, ese wight no va a descubrirnos, estoy bien, estoy bien. Joder, tengo que calmarme.

No estoy segura de cuál es el momento exacto en el que dejo de escucharme a mí misma mientras repito mi mantra. Pero sé que esa es la señal para utilizar la medicina para los ataques. Alcanzo mi bolso, que siempre llevo colgando incluso dentro de casa, y busco con solo un poco de desesperación la medicina correcta.

Alguien me quita de un tirón el bolso. Me fuerzo a mirar y veo a Enoch arrodillado frente a mí. Él me muestra las pastillas y yo trato de negar con la cabeza. Debe de haber entendido el gesto, a pesar de mi aparente parálisis, porque deja el bote en la hierba. Lo siguiente que agarra es la jeringuilla y el bote con la medicina líquida que tengo que tomar. Me la muestra y yo me esfuerzo por darle a entender que ese es el correcto.

Me dice algo, pero no escucho sus palabras. Enoch toma mi brazo y va pasando sus dedos por la extensión de este. Se detiene al llegar al codo. No, ahí no, ahí no. Sigue subiendo hasta el hombro y yo consigo abrir la boca y hacer un sonido parecido al "sí". Con cuidado, me pincha con la jeringuilla y deja el líquido pasar a mis venas.

Tardo un rato en recuperarme. Enoch se queda a mi lado sobre la hierba, con la medicina y la jeringuilla en las manos. El cuerpo empieza a temblarme convulsivamente a medida que la parálisis desaparece. Él sigue en silencio, y cuando por fin puedo decir algo, le pregunto:

—¿Cómo has sabido cuál era la dosis adecuada?

—La jeringuilla estaba marcada. He supuesto que el rotulador negro indicaba hasta donde llenarla.

Yo asiento. Lo miro a los ojos. Son negros como el carbón que hay en la chimenea. Me duele la cabeza y aún no puedo mover las piernas, pero me siento profundamente agradecida de que haya reaccionado y venido a ayudarme.

—¿Podrías...? —hago una pausa y suspiro—. ¿Te importaría ayudarme a volver a la casa? La verdad es que no consigo controlar bien mis piernas aún.

Enoch no me responde, pero pasa mi brazo por su cuello y me ayuda a ponerme en pie. Avanzamos poco a poco hasta la casa, y Enoch me deja en el sofá de mi cuarto, debajo de la cama, antes de volver a su puesto, de guardia junto a la ventana.

Pasa poco tiempo antes de que Jacob entre corriendo a la habitación. Se ve a las claras que está muy contento, aunque su sonrisa se desvanece al verme. Viene rápidamente hasta donde estoy y se sienta a mi lado. Su expresión de alarma me enternece, ya que demuestra que se preocupa realmente por mí.

—¿Te encuentras bien? —me pregunta, recorriéndome con la mirada—. ¿Qué te ha sucedido, Lena?

—Nada importante —aseguro—. Solo he tenido un pequeño ataque, nada de que preocuparse. A veces me sucede, sobre todo cuando siento emociones muy fuertes. Vista la situación, es normal que al final haya sucedido.

—¿Estás segura? —cuestiona—. ¿Hay algo que pueda hacer para ayudarte?

—Estoy segura de que estoy bien —asiento—. Aunque, si no tienes planes, me gustaría que te quedaras aquí a hacerme compañía. Enoch me ha dejado aquí tirada como a una muñeca vieja. Por lo general disfruto mucho de mi tiempo a solas, pero ahora mismo preferiría que alguien estuviera conmigo.

—Claro —me responde, sonriéndome con algo que tacho de dulzura—. No me iré a ninguna parte. Ya que estamos, ¿te importa si te cuento un secreto?

Supongo que me hablará sobre Emma. Últimamente se les ve mucho juntos. Tal vez sea yo viendo cosas donde no las hay, pero creo que esos dos se traen algo entre manos. Espero que sea eso, porque Jacob ha pasado ya dos semanas (con cortas interrupciones para visitar a su padre y que no sospeche) con nosotros, faltan tres o cuatro días para que se vaya, y temo lo que me pueda confesar de no ser lo que yo me imagino.

—¿No le dirás nada a Miss Peregrine? Prométemelo —pide—. Ahora eres su segunda al mando, según cuentan.

—Supongo que soy algo parecido —suspiro—. Pero te aseguro que no es por eso que no pueda hacer esa promesa. Si creo que ella debe saberlo, se lo diré, Jacob.

—Muy bien —responde él, algo molesto—. Pero solo porque necesito tu ayuda urgentemente.

—¿Urgentemente? ¿Para qué? —inquiero, alarmada y recelosa—. ¿Qué has hecho, Jacob?

—¡Yo no he hecho nada! —me dice, enojado—. He estado fuera del bucle. Helena, Martin...

—¿Martin qué? —grito.

—Martin está muerto —concluye él—. Su cadáver no tenía ojos.

La frase me cae como un valde de agua fría. ¿Martin, muerto? Pasan unos minutos antes de que lo pueda procesar correctamente. Martin es el hombre que me enseñó a nadar, el que me llevaba a por las tardes a la isla grande a jugar, la persona que muchas veces me recogía del colegio y me enseñó a escribir correctamente. Martin era mi padrino, y quizá una de las personas que más se ha preocupado por mí. No me entra en la cabeza que ese hombre maravilloso pueda estar muerto. No lo he visto lo bastante, no hemos recuperado el tiempo juntos. Él no se merece esto.

—Lo siento, Helena. Encontraron el cuerpo en el mar, y nadie pudo hacer nada por él. Nadie hubiera podido: ya estaba muerto.

—¿Ha recibido el entierro adecuado? Es lo mínimo que merece un hombre como él.

—Está en un congelador para peces, a la espera de que vengan a llevarlo a la isla grande —confiesa Jacob—. Para la autopsia, ya sabes —añade, como si eso me consolara.

Se me escapan las lágrimas, siento su calidez recorrer mis mejillas, y lo sé. Sé que ahora mismo, estoy tan dominada por el dolor y la furia que podría hacer cualquier locura. Sé que bastarían unas palabras para lograr que vaya al encuentro de ese maldito wight y le fría el cerebro. Para hacer que me enfrente en persona a ese hueco. Solo unas palabras, y caeré inevitablemente en la boca del lobo.

—Por favor, Helena —los ojos de Jacob están fijos en los míos—. Por favor, necesito que convenzas a Enoch.

—Convencer... ¿a Enoch? —pregunto, sorprendida, olvidándome del dolor y la ira—. ¿Qué te hace pensar que Enoch va a escucharme?

—Bueno, no te cuesta nada intentarlo. Emma y yo hemos fallado, y de nada ha servido el intento de Bronwyn.

—¿El intento de Bronwyn para qué? ¿De qué intentáis convencerle? —cuestiono, elevando una ceja.

—Queremos que vaya con nosotros al tiempo real, a buscar el cuerpo de Martin y lo traiga durante unos minutos. Para saber con certeza lo que le sucedió.

—¿Acaso no está claro lo que le pasó? —pregunto, molesta—. ¿Qué necesidad tienes de hacerle sufrir trayéndole de vuelta a un cuerpo tan malherido como me imagino que estará el suyo? Solo servirá para que Martin sufra. Él era importante para mí, no quiero que sufra aún más.

—Por favor, Helena —suplica él—. Necesito preguntarle unas cuantas cosas. Quizá mi padre esté en peligro. ¿No crees que vale la pena robarle unos minutos de muerte para salvar a unos cuantos vivos?

—Bien —accedo—. Pero has de saber que esto no me parece bien, y que si Miss Peregrine pregunta, pienso lavarme las manos. Yo no estoy dentro si la Directora pregunta, puedes estar seguro de que estaba allí para deteneros. Y me da que Enoch va a poner la misma condición.

—¿Qué condición? —cuestiona una voz que me hace tensarme.

Enoch está detrás de mí, en el marco de la puerta. La puerta que Jacob se ha dejado abierta. Voy a matarlo. La mirada de Enoch encuentra la mía y se acerca lentamente, evitando mirar a Jacob.

—¿Qué haces aquí? —respondo yo, evadiendo su pregunta.

—Venía a ver como estás —responde él—. Te he dejado bastante tirada, pero tenía que volver a mi guardia, y suponía que alguien te haría compañía —mira a Jacob—. No me equivocaba —añade.

—Bueno, no merece la pena ocultarte nada —le digo, ahora dispuesta a responder a su pregunta—. Quieren que...

—Quieren que los acompañe al presente para que puedan interrogar a un muerto —completa él, mirando despectivo a Jacob—. Eso lo sé. Y también sé que sería arriesgar mi vida, tanto por estar fuera del bucle como por el hueco que estoy seguro de que anda fuera. Que ellos hagan lo que quieran: yo no pienso arriesgarme. Ahora, dime, ¿qué condición?

—Le he dicho que no quiero ayudarles. Que lo voy a hacer de mala gana, pero que si el Pájaro pregunta, yo estoy tratando de detenerlos.

—Bien —él se encoje de hombros—. Pero eso no me satisface. Como ya he dicho, no tengo intención de arriesgarme.

—Jacob —me vuelvo hacia mi amigo, la persona que me dejó vivir en su casa durante un mes, y durante ese tiempo estuvo ahí en mis peores momentos—. Déjanos solos. Trataré de razonar con él.

—Dudo que te sirva de nada —dice Enoch—. Pero siento curiosidad por lo que tengas que decir —se vuelve hacia el otro chico—. ¿No la has oído, Portman? Fuera.

Jacob se levanta, de mal humor, y sale de mi habitación. Pero avanza despacio, renuente a dejarnos a solas. Que chico tan raro, ¡ni que fuera para tanto! Solo quiero intentar convencer a Enoch por mi cuenta, y para eso tendré que negociar con él. No creo que a Jacob le agrade lo que se va a hablar aquí, y aunque me equivoque, prefiero que no esté presente.

Cuando finalmente el chico está fuera, Enoch va hasta la puerta para cerrarla, y viene a sentarse a mi lado, en el sitio que Jacob ocupaba hace unos minutos. Me mira atentamente, aunque sé que internamente no tiene intención de ceder ante mis intentos de convencimiento. Soy una gran manipuladora, pero él no es mi padre, ni es una persona normal. Él es un peculiar, y la verdad... Bueno, tiene mucha más experiencia que yo y juraría que es diez veces más inteligente.

—No tengo razones de peso para pedirte que vengas con nosotros —comienzo—. Y desde luego, toda la lógica y todos los argumentos están a tu favor. Ya los has expuesto antes, frente a Jacob. Los dos sabemos que mi intento de hacer que vengas con nosotros es una batalla perdida —suspiro—. Y por eso, no quiero apelar a la lógica, sino al sentimiento. Enoch, esta mañana juraría que te he visto preocupado por mí...

—Solo porque sé que al Pájaro no le gustará que te pase algo —me interrumpe él.

—Pero te he visto preocupado —respondo—. Y eso quiere decir que puedes sentir. Y por eso apelo a tus sentimientos. Porque, si hay alguno, por mínimo que sea, que te inste a venir con nosotros... Me sentiría mucho más segura si estuvieras allí. Hay algo que solo puedes hacer tú.

—¿Solo yo? —él me mira—. Es cierto, nunca hemos tenido contacto de piel con piel. Me he asegurado de ello, no estoy seguro de que sea conveniente que poseas mi don. No confío en ti.

—Lo sé, y lo entiendo —intento retomar el hilo de lo que le decía—. La verdad, no tengo nada que decirte. Lo único que puedo hacer es suplicarte que vengas con nosotros. Por favor.

—¿Suplicar? —Enoch me mira, alzando una ceja—. No me sirven de nada tus súplicas, por aduladoras que resulten. Me gusta que me supliquen, pero de ti quiero algo más.

—¿El qué? —inquiero, frunciendo el ceño.

—Quiero tu promesa sincera de que no vas a traicionarnos —responde él—. Me resulta muy difícil confiar en la gente, pero tengo la sensación de que eres de fiar. Me gustaría poder confiar en ti, y no tienes idea de lo mucho que me cuesta decir eso —él suspira—. Quiero que me hagas una promesa por algo que sea indudablemente importante para ti. Una promesa que no puedas romper, aunque tu vida dependa de algo.

—¿Qué se te ocurre? —me tiembla el cuerpo.

—Helena —se me acelera la respiración al escucharle decir mi nombre—. Quiero que me jures que no nos traicionarás. Quiero que lo jures por la vida de tu hermano, Helena. Así que piénsalo bien.

—Enoch, yo...










¿Cómo creéis que reaccionará Helena a la presión? ¿Le prometerá a Enoch lo que él ha pedido?

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