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Efectivamente, he tenido que esperar dos semanas a que mi padre juzgue conveniente dejar de tenerme encerrada en casa. Mientras tanto me he entretenido chateando con Jacob. Yo creía que tenía mi edad, pero resulta ser un año menor que yo. Hoy recibo el siguiente mensaje:
Jacob: ¿Sabes?
Yo: No, no sé.
Jacob: Creo que mis padres están planeando algo para mi cumpleaños, aunque les pedí que no lo hicieran.
Yo: Ojalá todos los problemas del mundo fueran como ese.
Jacob: Bueno, no hace falta ponerse así.
Jacob: Yo solo digo que no lo he pedido, que estoy cansado y que lo que quiero es tirarme y jugar videojuegos.
Yo: Me parece un poco egoísta despreciar así los esfuerzos de tu familia.
Yo: Por lo menos intentan demostrarte lo mucho que te quieren y hacer lo mejor para ti.
Jacob: Bueno, que yo no estoy diciendo que desprecie los esfuerzos de mis padres.
Jacob: Solo digo que no me apetece nada.
Yo:🙄🙄🙄
Jacob: Solo te escribía para saber si no te gustaría venir, ya que no lo puedo evitar.
Yo: Bueno, está bien.
Yo: Pediré permiso a mi padre.
Yo: ¿Cuándo es?
Jacob: El sábado.
Yo: Ok.
Yo: Intentaré estar.
Jacob: Luego cuando me digas si tienes permiso te paso la dirección.
Yo: Ok.
¿He sido muy seca con él? Tal vez sí. No sé porqué le he respondido así, pero ya lo he hecho. A veces de verdad que sueno mucho más borde de lo que me propongo. Víctor sin duda me regañaría por ser tan desagradable. Al fin y al cabo, solo es un chico al que acabo de conocer. Y que me ha dicho que soy guapa. Acepto que eso me incomodó un poco en su momento, pero supongo que es bonito que alguien te diga piropos.
Todavía un poco asustada de la reacción de mi padre (no consigo olvidar la paliza, pero se me pasará en un par de semanas más), bajo a la cocina. Y allí está él, sentado en el comedor abierto. Me pongo a pelar y cortar patatas, y luego a picar cebolla. Creo que hoy voy a hacer una tortilla de patata. A papá le gustan los platos españoles, y si está de buen humor es más probable que me permita ir a esa fiesta.
—Te hablé sobre Jacob —le digo—. El chico al que conocí en la consulta del Doctor Golan.
—Sabes que tienes prohibido tener novio —dice mi padre.
—No me refería a eso —respondo—. Me ha invitado a su fiesta de cumpleaños. Su familia estará allí, y dice que sería una oportunidad para que conozca algo más la zona —explico.
—No irás a casa de ningún chico sin mí, me importa poco cuántos familiares suyos haya —responde mi padre.
—Bueno. Le preguntaré si puedes ir conmigo —suspiro.
No me queda otra que ceder ante mi padre. De verdad quiero ir a esa fiesta, y la única manera es permitir que se salga con la suya. Debo seguir siendo una niña buena y obediente. De lo contrario, solo conseguiré sufrir más de lo que ya lo hago. Sé que la cosa podría ser mucho peor, basta con mirar a los mendigos de la calle. Pero no quiero que lo sea, así que seré una niña buena.
Yo: Jacob.
Jacob: Puedes llamarme Jake.
Yo: Jake.
Jacob: Ahora sí. ¿Dime?
Yo: Mi padre.
Yo: Insiste en que no iré a ninguna fiesta si él no va conmigo.
Jacob: Bueno, que venga.
Jacob: No hay problema por mí.
Jacob: A lo mejor se lleva bien con mis padres.
Yo: Quizá. Sí, eso estaría bien.
Yo: Hablaré de nuevo con él. Muchas gracias, Jake.
Jacob: Oye.
Yo: ¿Sí?
Jacob: ¿Puedo llamarte Lena?
Yo: Está bien.
Dejo el móvil y vuelvo a ocuparme de la cena, aunque ahora no hay mucho que hacer. Miro a mi padre por el rabillo del ojo. En unos minutos empezará el fútbol. Esta es mi última oportunidad para negociar con él.
—Papá —lo llamo.
—¿Sí? —cuestiona él, impaciente.
—Jacob dice que serás bienvenido a su fiesta —expreso—. ¿Puedo ir? Ya que vas a acompañarme.
—No sé. ¿Cuándo es?
—El sábado —respondo.
—¡Imposible! —me replica él—. El sábado hay partido. Lo siento, querida. Dile a ese niño que no iremos.
—Me ha dicho que su padre también siente pasión por las aves —comento—. Quizá por fin tengas a alguien con quien hablar de pájaros.
No debería intentar convencerle así, pero espero que funcione. De verdad quiero ir a esa fiesta, hace dos semanas que estoy confinada en casa. Además, es él el que insiste en mudarse cada dos por tres, así que por lo menos debería dejarme socializar con gente de mi edad. Por suerte, mi comentario le hace ceder.
—¿Le gustan los pájaros? —pregunta papá. luego retoma su tono usual, como si fuera un padre severo y se lo estuviera pensando—. Bueno —concede—. Podemos ir, si tanta ilusión te hace. Al fin y al cabo, todos los adolescentes van a fiestas.
—Gracias papá —le sonrío y termino con la cena lo más rápido posible.
Así que, al llegar el sábado, me pongo mi camiseta y mis vaqueros favoritos, unas zapatillas algo gastadas y salgo de la casa con papá. Evidentemente no le gusta que me haya puesto "guapa" (es la ropa más decente que tengo, ya que carezco de vestidos y maquillaje o cosas similares), pero lo deja estar, por una vez.
—¿Crees que sabrá mucho sobre halcones peregrinos? —me pregunta mi padre.
Tardo unos instantes en responder. Pues claro que a mi padre le preocupan los conocimientos del padre de Jacob. Papá está escribiendo el libro más aburrido de la historia acerca de los halcones peregrinos, y claro que le haría sentirse furibundo que le quiten la primicia.
—No lo creo. Al padre de Jacob le interesan poco las rapaces, si no entendí mal lo que me contó —explico.
Obviamente, es mentira. Jacob no me ha hablado acerca de su familia, ni yo a él sobre la mía. Como si mantuviéramos una especie de acuerdo silencioso al respecto. No puedo usar mis poderes con mi padre, pero hay otras maneras de manipular a la gente a mi antojo, incluso sin mis peculiaridades. Es así que me he vuelto una experta en mentir y manipular sin necesidad de usar mis dones. Con papá es fácil, siempre y cuando no descubra algo que le ponga furioso, como sucedió hace ya dos semanas.
Llegamos rápido a la casa, y, francamente, alucino. Ni siquiera nuestra casa de campo en Cairnholm con sus ovejas, gallinas e incluso vacas era así de grande. Prácticamente me tengo que obligar a cerrar la boca. Avanzamos, y noto que, a diferencia de mí, papá no parece sentirse intimidado por la aparente riqueza de nuestros anfitriones. Echa a andar en dirección a la puerta y a mí no me queda otro remedio que seguirle.
Poco después me encuentro llamando al timbre y siendo recibida por Jacob. Por un momento temo que vaya a soltarme algún comentario como el del otro día, en la consulta. Sin embargo, la presencia de mi padre parece intimidarle, de modo que tan solo nos invita a pasar a su casa.
Miro a mi alrededor impresionada por el tamaño del salón, así como por todos los muebles (demasiados para mi gusto) innecesarios que lo rodean. Algunos son de caoba, otros de sauce, pero todos de maderas costosas. Casi me da miedo sentarme en alguna de las sillas o sofás por los que están repartidos los invitados.
También observo a la gente, que van desde una elegantísima mujer, rubia con los ojos del mismo color que los de Jacob, vestida con un vestido azul claro largo hasta sus rodillas, hasta el propio padre de Jacob, que solo lleva una polera con la imagen de un pájaro y unos pantalones de chándal. Puedo ver que mi padre y él ya están discutiendo animadamente, y me imagino que los pájaros son el tema.
Yo me siento a un lado, todavía algo incómoda y con mi obsequio en las manos. Puede ser ridículo, pero no tenía nada que regalar, así que le he preparado unas galletas de mantequilla. Solían ser las favoritas de mi hermano, y he llegado a la conclusión de que no hay mucha gente a la que no le gusten, así que espero que él no sea la excepción.
Al poco rato, un chico con el pelo teñido de azul, que hace tiempo que me estaba mirando, viene a sentarse a mi lado. Debe de medir un metro noventa, y resalta entre los demás por ir vestido como un atracador. Con todo, me tiende la mano con una sonrisa de matón de instituto y yo la acepto.
—Me llamo Ricky —se presenta.
—Soy Helena. Es un placer.
—Helena —repite él—. ¿Qué hace una chica como tú en la fiesta de Edu Especial?
—¿Edu Especial? —cuestiono.
—Sí. Va a clases especiales —explica él.
—Bueno. Soy nueva en la ciudad —le cuento—. Y él es la primera persona con la que me crucé. Hemos estado hablando bastante, así que me ha invitado.
—Ya veo. Bueno, me alegro bastante. Esta fiesta es un muermo —se queja él.
—Lo cierto es que es bastante aburrida —coincido—. Pero vamos a darle un voto de confianza, ahora va a empezar a abrir los regalos y quizá luego vaya a mejor.
Me acerco hacia donde está Jacob, rodeado de gente, especialmente familiares suyos que le tienden regalos y le piden que los abra. Jacob los va abriendo y puedo notar lo falsa que es su sonrisa.
Quizá sea solo yo, pero para mí que se está comportando como un desagradecido. Le están haciendo regalos que todo adolescente querría. El año pasado mi padre me regaló por mi cumpleaños un Ulcool v8. Nadie sabe que esa marca existe. Tiene lo bastante para llamar, chatear y hacerse fotos. Saltaba de alegría. A él le están regalando un turismo de lujo, y ni siquiera sonríe.
Supongo que no es asunto mío. Le tiendo mi regalo y él me lo agradece. Ahora sonríe francamente, pero yo todavía sigo un poco molesta por su desprecio a los esfuerzos de su familia. Aún así, le devuelvo la sonrisa y me aparto para dejar que reciba el último regalo, que resulta ser un libro que su abuelo había dejado para él. Jacob parece sentirse mal de pronto, así que sale de la habitación.
Me gustaría decir que nos vamos inmediatamente después, pero mentiría como una bellaca. Lo cierto es que la charla entre mi padre y el señor Portman es tan entretenida para ellos, que somos los últimos en irnos. Salimos de la casa pasadas las diez de la noche, y mi padre va con una sonrisa de oreja a oreja.
—¿Sabes? —me dice—. ¡Frank quiere que colabore en su libro! Dice que le podría escribir el apartado sobre halcones peregrinos, o que le gustaría citar alguno de mis escritos en él.
—¡Eso es maravilloso, papá! —exclamo.
Y os juro que mi corazón da un vuelco de la alegría, pero no me alegro por papá. Soy una persona egoísta y me alegro por mí misma, porque eso significa que papá va a estar de buen humor, y por lo tanto yo estaré a salvo durante un tiempo. Espero que sea un largo periodo de tiempo, ojalá la idea vaya bien.
Llegamos tarde a casa, pero papá tiene grabado el partido, así que lo dejo en la sala y yo me dirijo a mi cuarto. Antes de la fiesta he conseguido escaquearme a correos y enviar la carta a mi hermano. Saco la foto de él que tengo en la funda de la almohada y la observo un rato.
Mi hermano. Estará esperando una respuesta a la carta que nunca pude leer. Me pregunto cómo estará, dónde estará. En la última carta que recibí (escrita por precaución en ese alfabeto provisional que nos inventamos), hablaba abiertamente sobre un bucle, vender la casa e irse a vivir con otros peculiares. En mi respuesta le rogué que no vendiera la casa, único recuerdo de la vida de mamá. No sé si accedió o no a mis súplicas, pero tengo el convencimiento de que sí se irá a vivir con esos otros peculiares.
Quizás, algún día, cuando alcance la mayoría de edad, podría ir a visitarle a ese bucle. Y él seguirá teniendo diecisiete años, y siendo la misma persona, aunque el mundo cambie y yo cambie con él.
No. No quiero pensar eso. Nos veremos pronto. Mi hermano me esperará para que vayamos juntos a ese bucle. Lleva trece años esperando mi regreso a Cairnholm, podrá esperar un poco más. Seguro que Víctor me esperará.
Rehúso seguir pensando en ello durante toda la noche y me obligo a cerrar los ojos e intentar dormir. Espero que algún día, las pesadillas se acaben y dormir sea un placer y no un suplicio. Pero mientras tanto, mi mente se niega a caer en el letargo debido. Así que pienso, y pienso, y pienso, y paso la noche sin sueño, pero sin tener pesadillas.
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