10
Abro los ojos. Estoy en la ciénaga de nuevo, en la isla. No sé como he llegado hasta aquí, pero estoy en la ciénaga. Alguien me toca el hombro. Me doy la vuelta para encontrarme con tres personas: dos jóvenes de mi edad y un hombre bastante viejo. Solo uno de ellos me resulta familiar. Tiene un collar de pelo. El Viejo.
—El... ¿Viejo? —pregunto en voz alta.
—En realidad, me llamo Taima —explica él—. Me alegro de que por fin puedas escucharme también, Helena.
—¿Escucharte también? —pregunto, confundida.
—Claro —responde él, sonriendo—. Me hablaste durante muchos años, y yo siempre te he respondido en la medida de mis capacidades. Me alegra que al fin podamos hablar de frente, aunque tenga que ser por un breve periodo de tiempo.
—¿Qué está pasando? —inquiero.
—Muchas cosas, pequeña —el anciano se adelanta—. Soy Abraham Portman, el abuelo de Jacob. Y él es Víctor, el hermano de Bronwyn.
—Escucha ahora —añade Taima—. No tenemos mucho tiempo, y tú tienes mucho que hacer.
—Sí, tal vez demasiado —el señor Portman suspira—. Bien, sigue mis instrucciones: tienes que volver a la casa, que Enoch levante a Víctor, y pídele que saque los ojos del chico de ese bote de plástico. Tú harás que su sangre vuelva a correr. Le devolveréis la vida, porque lo va a necesitar. Harás lo mismo con Taima.
—Pero Taima tiene demasiadas heridas y... —intento refutar.
—Lo haréis —dice el mayor, en tono imperioso—. No te preocupes por sus heridas. Esa es su peculiaridad, y la razón por la que él fue el sacrificio.
Asiento con la cabeza, muy confundida aún, pero dispuesta a seguir sus órdenes. Al parecer, hoy voy a resucitar a dos personas. Los miro a los ojos, estoy al borde de un segundo colapso nervioso.
—¿Podrías hacerme un favor personal? —pregunta Taima—. Querría que le dijeras a Martin que yo no lo maté. Dile que lo aprecio, y que aprecio todo lo que ha hecho por mí.
—Se lo diré yo, cuando lo vea por aquí —promete el señor Portman.
Se me nubla de nuevo la vista. Siento por última vez el fantasma de una mano amiga en el hombro. Vuelvo a abrir los ojos entre el hielo de la pescadería, justo a tiempo para escuchar una voz conocida. Una voz que se alza amenazante, mientras alguien nos apunta con una linterna:
—¿Quién anda ahí?
—No queríamos entrar sin permiso —dice Bronwyn —. ¡Ahora mismo nos íbamos, de verdad!
—¡Quedaos donde estáis! —grita el hombre.
—¿Quién es usted? —pregunta Enoch, frunciendo el ceño. Es muy inteligente, ya sospecha en lo que nos hemos metido, al igual que yo.
—Eso depende de a quién se lo preguntes — responde el hombre—, y no es ni con mucho tan importante como el hecho de que yo sí sé quiénes sois vosotros. —Apunta con la linterna a cada uno de nosotros y habla como si citara algún expediente secreto—. Emma Bloom, una chispa, abandonada en un circo cuando sus padres no pudieron venderla. Bronwyn Bruntley, una enloquecida, degustadora de sangre, que no conocía su propia fuerza hasta la noche en que le partió el cuello al canalla de su padrastro. Enoch O'Connor, que alza a los muertos, nacido en una familia de empresarios de pompas fúnebres que no podían comprender por qué sus clientes insistían en marcharse por su propio pie. Y la preciosa Helena Hamilton —continúa—. La chica capaz de adquirir la habilidad peculiar de todo aquel que toque. La mujer más poderosa del mundo. Y Jacob. Con qué personas tan peculiares te relacionas en la actualidad.
—¿Cómo sabe mi nombre? —pregunta Jacob.
—¿Acaso eres tonto? —pregunto—. ¿De verdad no te resulta familiar? ¡Es el doctor Golan!
—¿Cómo sabía dónde encontrarme?
—Vaya, Jacob —dice, con distinta voz una vez más—, me lo contaste tú mismo. En confianza, desde luego.
—¡¿Qué hiciste el qué?! —grito—. Jacob, ¡te dije que él no era de fiar! ¡Me prometiste que no le contarías nada sobre nuestras sospechas ni sobre la isla!
—Solo sobre nuestras sospechas —replica él, a la defensiva.
—Pero sus ojos... —continua Jacob.
—Lentes de contacto —responde; hace saltar una con el pulgar, mostrando una órbita en blanco—. Es sorprendente lo que pueden fabricar en la actualidad. Y si puedo adelantarme a unas cuantas preguntas más, sí, soy un terapeuta autorizado... las mentes de la gente corriente me fascinan desde hace tiempo... y no, a pesar de que nuestras sesiones se basaban en una mentira, no creo que fueran una total pérdida de tiempo. De hecho, podría seguir ayudándote... o más bien, podemos sernos de ayuda mutua. También a ti, Helena, podría ayudarte mucho... Si accedieses a contarme algo que no sean mentiras.
—Me siento muy orgullosa de las mentiras que te dije —respondo, levantándome del suelo con un valor que no sé de donde viene—. Esas mentiras son la prueba de que mi instinto no falla a la hora de reconocer las amenazas. Y quieren decir que sabes menos sobre mí de lo que podrías saber sobre él.
—Puedo ofrecerte seguridad, dinero. Puedo devolverte tu vida, Jacob. Todo lo que tienes que hacer es trabajar para nosotros —Golan no parece haberme escuchado, pero ya no vuelve a dirigirse a mí, o eso creo, hasta que continúa hablando—. Helena, podrías ser la pieza clave de nuestro experimento. Serías una reina peculiar...
—Yo ya soy una reina peculiar. ¿Ves a alguien más por aquí con una capacidad tan poderosa como la mía? Te recomiendo, a ti y a tu asqueroso hueco, que salgáis por patas. Porque vosotros habéis matado a mi padrino, y mi cólera no se calmará hasta que vuestra sangre haya regado el suelo de esta isla.
Una sombra aparece en la puerta cuando menciono al hueco. Siento como si me estrujaran los intestinos, intentando obligarme a vomitar. El hedor del hueco me llega pronto, antes de que llegue a verlo realmente, pero siento en lo profundo de mi ser su cercanía, y una especie de brújula que me indica donde está. Me muerdo el labio, mirando iracunda al que alguna vez consideré un doctor.
—Esto es lo que te propongo, Jacob —prosigue Golan, intentando sonar razonable—. Ayúdanos a encontrar a otras personas como tú y a cambio no tendrás nada que temer de Malthus ni de los de su especie. Podrás vivir en tu casa. En tu tiempo libre vendrás conmigo a ver mundo y te pagaremos generosamente. Diremos a tus padres que eres mi asistente de investigación. Sobre Helena, no hay nada que decir. Es la única de su familia que queda viva.
—Moriría antes de ayudarle.
—¡Ah! —exclama—. Pero si ya me has ayudado. —Y empieza a retroceder hacia la puerta—. Es una lástima que no tengamos más sesiones juntos, Jacob. Aunque no es una pérdida definitiva, supongo. Los cuatro juntos serviréis para que el viejo Malthus abandone por fin la envilecedora forma en la que ha estado atrapado tanto tiempo. ¿Helena?
Yo no me digno a darle otra respuesta que un puñetazo en la mandíbula con mi puño rodeado de fuego. Le daría más, pero él sale corriendo a una velocidad pasmosa del lugar, dejándonos a solas con un hueco. Miró fijamente a la horrenda criatura, aspiro su nauseabundo olor, y juro que me siento viva. Supongo que es la adrenalina lo único que me evita un ataque a estas alturas.
Escucho el siseo de sus múltiples tentáculos acercándose a nosotros. Emma prende fuego a su mano por orden de Jacob. Siento una de las lenguas del hueco agarrando mi cintura, y le clavo mis manos al rojo vivo hasta que el tentáculo se desprende de él. El ser chilla de dolor y se acerca un poco a nosotros. Está furioso, pero no tiene auténtica hambre. De lo contrario, ya estaríamos muertos.
—¡Tenemos que intentar llegar a la puerta! —chilla Jacob—. ¡El hueco está junto a la tercera artesa por la izquierda, así que manteneos a la derecha!
—¡Jamás lo conseguiremos! —exclama Enoch.
—Callaos. Bronwyn, no vas a golpear a ese hueco —lo digo en tono autoritario, para dejar claro que debe obedecer—. Vas a derribar una parte de esa pared para que podamos pasar.
La niña obedece de inmediato. Se lanza contra la pared detrás de nosotros y ésta se cae al primer golpe, dejándonos ver el oscuro cielo afuera. Empujo a Emma para que salga y luego a Enoch y a Jacob. Luego obligo a Bronwyn a salir, y por último salgo yo misma. Bronwyn me mira solo un instante, antes de derribar la casa sobre el hueco. Celebraría una victoria, pero mi instinto me dice que sigue con vida. Y eso no puede ser nada bueno.
Corremos hacia donde están los demás, que se nos han adelantado. Puedo sentir la punzada en mis entrañas, como la primera vez que lo vi. Maldigo en voz baja, y entonces se me vienen a la muerte las instrucciones del señor Portman.
—Muy bien, vamos a tener que dividirnos —comienzo—. Jacob, tú puedes ver a los huecos, irás con Emma por la ciénaga y recemos para que os siga. Bronwyn, tu corre al Cairn y ve a la casa, hay que avisar a Miss Peregrine. A Enoch lo necesito para una misión complicada.
Bronwyn sale corriendo, y Jacob y Emma hacen lo mismo. Es un alivio que me respeten como a una líder, porque de lo contrario perderíamos mucho tiempo valioso. La verdad es que ni siquiera me sorprendo cuando resulta ser Enoch quien cuestiona mi decisión.
—¿Y qué pasa si el hueco nos persigue a nosotros? —gruñe.
—Que lo mataré —le respondo.
Llevo una pistola en el bolsillo, y no es precisamente una pistola que esté diseñada para eso. Está cargada a tope (quince balas), y espero que eso sea suficiente para matar a esa cosa mugrosa si decide perseguir a una Hamilton sedienta de sangre y venganza. Con este trasto, puedo atinar a algo en movimiento a treinta y cinco metros de distancia, a cincuenta, si está quieto. Os aseguro que es mucho mérito.
Por un momento, me entristece de veras la muerte de mi padre, sentimiento que me pilla por sorpresa y llega en el momento menos oportuno. Pero no puedo evitar pensar en él mientras corro. A pesar de que nuestra relación era tensa y llena de altibajos, y de que siempre estaba borracho, o casi siempre, ese hombre me daba a diario lo mejor que tenía: su conocimiento. Incluso después de su accidente, mi padre había sido tirador en el ejército. Rara vez fallaba un disparo, incluso estando bajo presión.
Y antes de su accidente era un Rambo. No solo armas: refugios en la montaña para todos los climas, medicina básica, como borrar tus huellas, evitar que te localicen los animales por el olor... Él se aseguró de dejarme su legado, el legado de su país, sin que yo me diera cuenta. Me dejó el legado de las armas. El de la supervivencia.
En estos instantes, incluso sus palizas se me antojan como un regalo, como una lección. Al fin y al cabo, en algún punto aprendí a no demostrar que me dolían y a no responder a sus preguntas, o al menos a no decir la verdad. Ahora mismo, tras esta reflexión tan profunda (que, repito, viene en el momento más inapropiado), no solo le perdonaría todo a mi padre... le daría las gracias.
No paro de correr, guiando a Enoch, ni siquiera cuando me invade el sentimiento de gratitud a traición. La razón principal no es ni siquiera que tengo tiempo limitado antes de que mi acompañante se convierta en polvo. Es esa sensación de que se me encogen las entrañas, esa brújula que parece estar instalada en ellas y mueve su aguja de un lado a otro señalando al hueco que ahora sé que está a nuestra espalda.
—¿A dónde vamos? —me grita Enoch.
—Al museo —respondo en el mismo tono, respirando agitadamente.
Justo entonces llegamos y, sin ánimo de detenerme, abro las puertas de una patada. Entramos al lugar y corro hacia donde está mi viejo amigo, El Viejo. Rompo la urna donde ha estado hasta ahora, dejando ver al muchacho de mi edad, o casi, que está entre la tierra. Y ahí está, todavía en el reposo de la muerte. Taima.
—Necesito que lo traigas de entre los muertos —le digo a Enoch.
—¿Por qué lo haría? —replica él. Está cansado y furioso, y parece muy poco dispuesto a colaborar.
—Porque es un peculiar —digo, entre dientes, recuperando la respiración—. Si le devolvemos la vida, él será capaz de curar todas nuestras heridas y esa me parece una gran ventaja.
—Aunque quisiera —responde él, resollando—, no puedo. No me quedan corazones.
—Te queda uno —respondo, sacando el corazón que yo transporto desde que salimos del bucle, el único que no ha utilizado.
—No funcionará —me lo dice en tono de advertencia, y entonces sé que lo he convencido—. Hacen falta varios corazones para elevar a un ser humano, ya lo has visto antes.
Sin embargo, Enoch se inclina hacia el pecho cruelmente abierto de Taima, y toma el corazón de entre mis manos. Noto como empiezo a temblar y a sudar frío. Ese maldito hueco está muy, muy cerca. Tengo unas enormes ganas de freírle los sesos, pero esto va primero.
Con gesto de concentración, más incluso que cuando ha intentado elevar a Martin, Enoch mete el corazón en el pecho de un paciente imposible. El corazón empieza a palpitar, y noto que va perdiendo un poco de fuerza. Enoch lo aprieta más, en un intento de conseguir que funcione. Pongo mis manos, separadas de las suyas, sobre el vientre de "El Viejo" e intento hacer que su sangre vuelva a correr. Devolverle a la vida. Descubro con sorpresa que su vientre empieza a subir y bajar. El barro de la ciénaga y la tierra que Martin solía cambiarle se desprenden de él, y veo como sus heridas empiezan a sanar milagrosamente.
Abre los ojos y los fija directamente en mí. Sonríe.
—Lo has conseguido. Aunque, creo que necesito un favor más...
—Martin guardaba ropa de repuesto en la habitación de detrás del altar —señalo por donde está y me vuelvo, sonrojada.
En toda mi vida, jamás había visto a un hombre sin ropa. Jamás, ni tan siquiera a mi padre. Él se encargaba con mucho ainco de conseguir que yo no estuviera ni cerca de los chicos, espantándolos cuando podía y amenazándome a veces. Enoch también mira hacia otro lado, con una mueca de asco.
—Bueno —dice de mala gana—. Parece ser que contigo es mucho más fácil traer a alguien de la muerte.
—Y eso es genial, porque vamos a tener que traer a Victor de vuelta.
—¿A Victor? —Enoch me mira, frunciendo el ceño—. ¿Sabes una cosa? Ni siquiera voy a discutirte. Si quieres traer a Víctor de entre los muertos también, adelante.
Se levanta del suelo, y yo hago lo mismo. Los dos estamos cubiertos de sangre, mojados y helados por el agua fría del hielo derretido y la lluvia. Llevo una mano a mi estómago por el dolor, y consigo oler al hueco. Su nauseabundo olor entrando a través de la puerta abierta. Nos ha encontrado... Y estamos atrapados con él. Un rayo cae y Enoch puede ver la sombra. Se me queda mirando con desdén, a la espera de que yo haga algo.
Y lo hago. Aprovecho ahora que esa maldita criatura no se está moviendo y le disparo. Le acierto en un hombro, y eso parece enfurecerle. En una situación normal, apuntaría a la cabeza. Pero juré que iba a freírle los sesos a él y a ese wight, y no pienso romper ese juramente que me hice a mí misma. Voy a freírles los sesos con mis manos, y voy a sentir su sangre en ellas.
Me acerco al hueco, ahora bajo la mirada atónita de Enoch. Paso a paso, no me molesto en darme prisa. El monstruo está furioso, pero alerta por si le disparo de nuevo. Se acerca a mí, él también, dispuesto a devorarme. Sus tentáculos rodean mi cintura y me aproxima a sus terribles fauces. El hedor me hace querer vomitar, pero aguanto.
Justo cuando puedo ver a sus dos tentáculos restantes acercarse a mis ojos, llevo mis manos a la cabeza de ese insecto enorme, quemándolo con toda mi fuerza de voluntad. Se oye un chillido inhumano, sus monstruosas extremidades, similares a las de las personas, vuelan de un lado a otro destrozando el museo. Le clavo las manos con más fuerza y siento sus tentáculos apretarme como si fuera a partirme en dos.
Bajo una de mis manos a los tentáculos que me rodean la cintura, quemándolos también. No pienso morir así. Voy a ejecutar mi venganza. Este hueco va a morir achicharrado, así como el wight al que acompaña. Lo odio, lo odio. Los odio a ambos, y me concentro en esos pensamientos, porque la ira hace que mis manos ardan con mayor intensidad. Escucho al hueco gritar de nuevo a través de un pitido sordo en mis oídos.
Sé que no debo sentir emociones demasiado fuertes porque me producen unas consecuencias terribles, por eso tengo mis medicamentos. Sé que no debo tomar otra dosis del líquido blanquecino que me ha suministrado Enoch hace unas horas, al menos hasta dentro de una semana. Pero no me importa. Ahora mismo la adrenalina me tiene dominada, mis manos se están hundiendo en el cráneo del hueco y me da igual la posibilidad de quedarme repentinamente sin energías después.
No me importa la factura que me pueda pasar física y psicológicamente este enfrentamiento, el estado de agotamiento en el que voy a caer cuando la adrenalina se evapore. Necesito esto, creo que lo necesitaba desde hace mucho, y me siento tan viva mientras escucho al monstruo chillar de dolor, viendo sus tentáculos destrozarlo todo a su alrededor, que ni siquiera me planteo la posibilidad de parar.
Pasan unos minutos antes de que el hueco pare de moverse poco a poco. Al final, cae inerte contra el suelo, sin ápice de vida. Y yo sigo encima de él, quemando su cadáver, lo que queda de su cabeza que ya es prácticamente sangre. Me levanto de encima de sus restos con la respiración y el corazón acelerados, y la conciencia curiosamente tranquila. Enoch y Taima se acercan a mí, quizá esperando para sostenerme cuando caiga inconsciente, pero yo me mantengo en pie.
Siento un calor enorme y una sonrisa se dibuja poco a poco en mi rostro. Ya estoy un paso más cerca de mi venganza. Acabo de quemar toda la cabeza de la criatura que mató a mi madre y a mi padrino, y muy posiblemente también a mi padre. La criatura que acabó con mi familia, o con casi toda, ahora no tiene más que una pulpa sanguinolenta y chamuscada por "rostro".
—Vamos —ordeno, volviéndome hacia los chicos—. Tenemos que llegar al bucle, y todavía me queda un wight al que freírle el cerebro antes de resucitar a Victor.
A Enoch se le escapa una sonrisa, pero se apresura a ocultarla. Empezamos a andar en dirección a la casa, rezando para encontrar en ella a nuestros compañeros y a nuestra Ymbryne, todavía sana y salva.
Okey, eso ha sido intenso. ¿No os ha parecido intenso? Yo casi estaba asustada de Helena mientras escribía como asesina cruelmente a ese pobre hueco. Aunque el hueco se lo merecía. Vamos a ver si hace lo mismo con el señor Golan al final.
P.D.: Perdón por el retraso, lo tenía escrito de hace un tiempo, pero se me ha olvidado publicarlo.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top