Capítulo XVI | Fuga
N/A: Este capítulo está un poco largo, si estás leyendo esto en la madrugada, toma tus precauciones ^^
『Noviembre, 1904』
Hyoga había conseguido casi todo lo que necesitaba para emprender la huída. Había robado algunos rublos y yuanes de la oficina del Capitán Sheremetev, además de hurgar entre sus cosas y las de Viktor en busca de objetos de valor. Contaba con algunos anillos y prendedores finos, de oro y plata, algunos con gemas como esmeraldas, zirconias y amatistas; y su posesión más valiosa, un rosario ortodoxo de oro ataviado con rubíes. Aquel había pertenecido a su madre, ella se lo había obsequiado la noche antes de que partiera hacia Manchuria para iniciar su largo servicio militar; un viaje que aún no lograba concluir, y que todo parecía indicar, no terminaría nunca, al menos a lo que su madre respectaba.
Hasta ese momento, no había caído en la cuenta de que no volvería a verla jamás, ni a ella ni a Freya, ni a su hermano ni a nadie que conociera, en realidad.
Dentro de veinticuatro horas descubrirían que ya no se encontraba en Port Arthur, y al no poder declararlo perdido en acción, sería un desertor; un crimen penado con la muerte. Regresar a Rusia suponía un peligro, aquello estaba completamente fuera de discusión.
No volvería a ver Rusia ni a su madre, lo único que tendría de ambas para atesorar sería aquel rosario. Se lo llevaría con él, pero no para venderlo o intercambiarlo en el camino; no si podía evitarlo.
Únicamente restaba una cosa: despedirse de Isaak.
La idea sonaba estúpida, considerando que toda la operación dependía de la más absoluta discreción. Pero Isaak era más que un amigo, era su hermano; figurada y literalmente, pues la hermana de este era su cuñada. Estaba por ponerle fin a toda una vida en su compañía; tal vez no pudiera decirle todo, pero trataría de explicarle lo más posible.
Cerca de las seis de la tarde del domingo, encontró a Isaak en su barraca.
—¿Tienes guardia hoy? —preguntó el muchacho al verlo vestido con su uniforme completo.
Hyoga negó con la cabeza. —Hoy no.
Isaak frunció los labios y asintió con lentitud. Luego de un rato de silencio, agregó: —¿Irás a donde quieres hacernos creer que no vas y nosotros fingimos creerte? —Ambos muchachos rieron—. Viktor y yo imaginábamos a donde ibas y nos inventábamos historias. Ahora lo hago yo solo, pero igual es divertido.
El ambiente se ensombreció, Viktor hubiera odiado que su recuerdo provocara oscuridad en lugar de júbilo y risas.
—No volveremos a verlo, ¿no es así? —remató Isaak.
Hyoga caminó hacia él y se sentó en la cama a su lado.
—No lo creo. —Hyoga suspiró, era momento de hacerlo—. Ni a mí.
Isaak lo miró sorprendido, poco después una sonrisa pícara se dibujó en sus labios. —¿Me dirás a dónde? ¿O con quién?
—Me cansé de esta guerra... de todo en realidad. —Hyoga se detuvo para respirar profundamente, era más difícil de lo que había imaginado—. Y yo... por fin encontré una razón para irme de aquí sin que me importe mucho lo que dejaré atrás.
—Pero... no volverás a casa. —Isaak hizo una pausa—. Jamás.
—Mientras esté con esa persona, estaré en casa.
—Ojalá yo tuviera una de esas. —Isaak esbozó una triste sonrisa—. Pero no podría olvidarme de Katya, la extrañaría demasiado.
Hyoga asintió comprensivamente. Él tampoco se iría a ningún lado sólo porque sí; era un precio demasiado alto, pero Shun lo valía.
—¿Les dirás que estoy bien? A mi madre, a Freya y Alik. ¿Les dirás que soy feliz?
Isaak lo contempló atentamente, como si estuviera grabando una última vez a Hyoga en su memoria. Por su cabeza desfilaron un sinnúmero de recuerdos, una vida entera a su lado. Risas y lágrimas, discusiones y complicidad. Ambos eran parte esencial del otro.
—Si logro volver, claro que se los diré.
Hyoga intentó reprimir el ardiente deseo que sentía de abrazarlo una vez más. No quería ponerse sentimental ni nada por el estilo. Al final, no logró contenerse y lo rodeó con sus brazos. Isaak palmeó su espalda un par de veces antes de separarse, si aquello se alargaba más comenzaría a llorar.
—Tienes que ir a pasar revista, no vayas a llegar tarde.
Hyoga esbozó una sonrisa.
—La última.
—Cruzo los dedos.
El rubio se alejó hasta salir por la puerta de la barraca y desaparecer en el vasto campamento.
Isaak permaneció sentado en su cama, reflexionando. Seis años de servicio militar sin novedad alguna. Ahora, Viktor estaba perdido en acción y Hyoga se iría para no volver. Se quedaría sin compañía.
Finalmente, las consecuencias de la guerra lo habían alcanzado.
º・**。᪥。**・º
La noche cayó sobre Port Arthur. Shiryu estaba despierto en su tienda, esperando a que dieran las diez, esperaba que la actividad en el campo fuera mínima a partir de esa hora.
Seiya no tenía idea de lo que ocurriría esa noche, le había preguntado a Shiryu varias veces si ya tenía un plan.
—En eso estoy. —Era su respuesta, escueta y sin darle mucha importancia.
El lunes por la mañana simplemente le diría: «Está hecho.»
Entre menos supieran sobre la fuga, mejor.
Engañar al guardia no era una idea muy inteligente, no esta vez. Si lo hacía sería el sospechoso número uno y entonces él sería fusilado por traición. Y Shiryu no contaba con un Hyoga con quien fugarse después. Por esa razón, detalló un plan que, aunque ingenioso, no estaba completamente seguro de que funcionaría en su favor; no obstante, con el tiempo medido, no tenía ninguna alternativa mejor.
Encontrar comida a medio descomponer en un campamento de esa clase no era complicado, aunque sus efectos eran inesperados en todo el sentido de la palabra. Shiryu hurgó entre los desechos alimenticios en busca de la perfecta batata podrida; y después de identificar a los guardias de la tienda de prisioneros, repartió hábilmente el tubérculo en sus raciones de la tarde, esperando que las evidentes bacterias que cargaba hicieran efecto dentro de las próximas horas, provocándoles una indigestión lo suficientemente fuerte para ponerlos fuera de servicio.
Cerca de las nueve de la noche, los guardias en turno y sus respectivos relevos comenzaron a sucumbir uno tras otro ante los efectos de la batata, para fortuna de Shiryu.
Una vez que la tienda se encontraba desprovista de vigilancia, Shiryu se introdujo en ella, si alguien llegaba a preguntar por qué demonios se encontraba ahí, diría que estaba vigilando a los prisioneros en lo que asignaban a un nuevo guardia; quedaría como un hombre ejemplar en lugar de un traidor.
—Pensé que no ibas a llegar —susurró Shun al ver a Shiryu. El resto de los prisioneros dormía, pero Shun se había mantenido despierto, y bastante desesperado, aguardando a Shiryu.
—Lo sé, el plan tardó en hacer efecto. No sabía si funcionaría para empezar —confesó Shiryu, quizás no era el momento para sincerarse sobre ciertas cosas—. Robé esto para ti, dinero y algunas raciones.
Shun miró a su amigo perplejo, a pesar de que en un principio se opuso rotundamente a su relación con Hyoga, había pensado en todo; sin él no habría llegado ni a la salida de la tienda.
—Arigato, Shiryu-kun. Pero... ¿que pasará contigo? No quiero meterte en problemas.
Shiryu negó con la cabeza. —No te preocupes por eso, miento mejor que tú y también soy más inteligente —bromeó—, me las arreglaré. —Shun le respondió con una sonrisa—. Debemos irnos ya.
El castaño asintió, acto seguido se volvió en dirección a Viktor, yacía acostado en el piso, profundamente dormido, al parecer.
—Shun —insistió Shiryu.
Este se acercó al ruso, ignorando el llamado de su amigo, lo sacudió un par de veces mientras le susurraba al oído: —Viktor... Viktor despierta... —Quería despedirse de él, quizás sólo le recordaría su funesto destino, pero simplemente desaparecer no le parecía correcto. Viktor no se inmutó.
—Shun, no tenemos tiempo —añadió Shiryu, impaciente.
Shun lo sabía, insistió una vez más, para que no dijeran que no lo había intentado. Viktor siguió sin responder. El japonés apretó los ojos, cada día lo había notado más y más débil, su inactividad le preocupaba, aunque no había nada que hacer.
—Shun, déjalo... —Shiryu estaba detrás suyo, sujetándole por los hombros, para hacerlo reaccionar pero también a modo de apoyo—. Creo que él...
—Lo sé... —interrumpió, no iba a permitir que terminara esa oración. Se acercó al frío rostro de Viktor una vez más, pálido y tranquilo como un ángel de mármol—. Te prometo que cumpliré mi palabra —le susurró al oído, rozando sus labios ligeramente contra él. Inmediatamente después se incorporó decidido—. Vámonos.
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Recorrieron el campamento a hurtadillas; todo estaba oscuro, y al vestir el uniforme, Shun pasaba por un soldado más. El verdadero reto se presentó cuando llegaron a la trinchera.
Llegaron al lugar que Shun solía resguardar, Jabu había conservado su turno, por lo que no debería estar de guardia hasta la madrugada.
—¿Sabes cómo salir sin que te vean? —preguntó Shiryu, había pensado en muchas cosas, pero su plan llegaba solamente a pasar la trinchera, no tenía la menor idea de cualquier cosa más allá de ella.
Shun asintió, Hyoga había ido y venido mil veces sin ser visto, y él mismo se había escapado a verlo alguna vez con éxito.
—Bien, yo llego hasta aquí.
El ambiente se hizo denso y todo lo que hasta ese momento habían sido ideas y pensamientos, se materializaron. Ahí y ahora. En la oscuridad de la noche y la incertidumbre del escape, frente al vasto campo de Port Arthur, se despedirían dos hermanos. El fin de una vida compartiendo muchas cosas se terminaría con la más sosa y apresurada despedida.
—Shiryu...
—Lo sé. —Lo interrumpió, no deseaba ni podían darse el lujo de alargar ese momento—. Me da tranquilidad saber que estarás mucho mejor allá con él que aquí con nosotros.
Shun mordió sus labios, el nudo en su garganta se apretaba cada vez más, amenzando con salir en forma de llanto en cualquier segundo. Maldecía el día en que decidió enlistarse, aunque habría sido una verdadera pena jamás haberse topado con Hyoga; su corazón estaba dividido a la mitad, al enlistarse ganó a Hyoga pero perdió todo lo demás, no obstante, la idea de vivir sin haberlo conocido le era insoportable. Sólo quedaba disfrutar el sentimiento agridulce de la despedida definitiva y el éxtasis de una nueva vida.
—Dile a Seiya toda la verdad, no quiero esconderle nada. —Shiryu asintió—. Y... despídeme con él, dile que lo voy a extrañar.
Shiryu volvió a asentir con la cabeza, no se atrevía a decir nada, si lo hacía se echaría a llorar. Estaba por decir que ya era hora cuando Shun lo envolvió en sus brazos, apretándolo y mojando su hombro con las diminutas gotas saladas que emanaban de sus ojos.
—Gracias, Shiryu. Siempre te recordaré... y lo que hiciste por mí.
—Le diré a tus padres que estás a salvo y feliz.
Shun sonrió ligeramente, el Ejército Imperial seguramente enviaría una carta o a un heraldo que les dijera lo que había ocurrido con él y con Ikki. Conociendo a sus padres, seguramente no harían caso a lo que Shiryu tuviera para decirles. Su padre, tan nacionalista como era, quemaría y olvidaría cualquier registro y recuerdo de él; y su madre se tiraría al llanto, más por la pérdida de su hermano que por la suya, el mensaje de Shiryu probablemente aplacaría un poco su tristeza, pero no sería suficiente, sería una madre sin hijos el resto de su vida.
Ambos amigos se separaron, ya no podían perder más tiempo.
—Lo distraeré lo más que pueda, ¿de acuerdo? —explicó Shiryu, refiriéndose al cabo que guardaba aquel espacio en la trinchera—. Sal de aquí lo más rápido y silencioso que puedas.
Shun asintió, se miró comprobando que cargara con todas las provisiones que Shiryu le había dado. Estaba listo para emprender la huída.
Shiryu respiró profundamente antes de acercarse al cabo.
—¡Buenas noches! —saludó vivaracho—. Oye, ¿me puedes ayudar? Tenemos un problema con las municiones unas estaciones más allá.
Shun miró a donde se encontraba Shiryu, y una vez que se aseguró de que el cabo no veía en su dirección, comenzó a subir por la improvisada escalera de la trinchera.
—Es que las tenemos contadas, y bueno, la prioridad es esta estación. Ya sabes, por lo de rosuke.
—Entiendo... —Shiryu intentó conservar la calma, hacer conversación no era su mejor habilidad—. Veré si en otra pueden darme un par.
—Espera... supongo que si te doy unas pocas no hará diferencia...
—¿Qué es esto? —Una tercera persona se unió a la conversación.
Sato Jabu.
El corazón de Shiryu se detuvo, pero guardó las apariencias. Shun paró en seco sus movimientos al escuchar la voz del recién llegado.
—Están cortos de municiones por allá—dijo, señalando en dirección contraria a Shun—, vine a ver si les sobraban algunas.
Jabu asintió, no muy convencido.
—No nos sobran —contestó tajante—. ¿Y qué haces aquí de todas formas? No tienes guardia, ¿o sí?
—Refuerzo en la protección de las trincheras —mintió Shiryu, sonriendo ligeramente—. Ya sabes, por lo del rosuke. Pero, Jabu... es muy temprano para tu turno, ¿qué haces aquí?
Jabu bufó. —Me adelanté para atrapar a tiempo cualquier anomalía que suceda antes de mi turno. No dejaré que suceda dos veces.
Shiryu se estremeció, esto seguramente le daría problemas al día siguiente cuando descubrieran que Shun ya no estaba. Esbozó una amable sonrisa, era mejor no provocar a Jabu, mucho menos en esos instantes, aunque después de todo ¿cuánto podía tardar Shun en subir al exterior?
Justo en ese momento, cuando Shun ya había llegado hasta arriba y todo lo que restaba era salir, resbaló. No hizo mucho ruido, pero fue suficiente para hacer a Jabu voltear.
Shiryu permaneció inmóvil, si Shun hacía lo mismo quizás podría evitarlo. Jabu frunció el ceño y entrecerró los ojos para ver mejor que había provocado aquel ruido. Shun no lograba escuchar nada más que los rápidos latidos de su corazón. Jabu dio un paso al frente, Shiryu lo detuvo velozmente por instinto.
—¿Qué haces? ¡Suéltame! —gritó Jabu. Shiryu no respondió, sólo lo miró desafiante. Ninguna mentira lo salvaría.
El tercer cabo, asustado por la actitud de los otros dos, aprovechó para ver en dirección al curioso ruido, entonces divisó a una figura subiendo por la improvisada escalera de la trinchera.
—¡Intruso! —gritó, intentando preparar su rifle, pero sus manos temblorinas se lo impidieron.
Jabu y Shiryu se volvieron hacia Shun, este último dejó de reaccionar por un breve instante.
—Tú... —musitó Jabu entre dientes.
—¡Corre! —vociferó Shiryu.
Shun obedeció, y después de un breve momento de torpeza, terminó la subida. Al observar esto Jabu empujó a Shiryu, este forcejeó para mantener al primero a raya.
—¡Dispara! —ordenó Jabu al cabo, que seguía intentando meter el peine de carga al rifle. Al ver la incapacidad del chico por efectuar un disparo certero, golpeó a Shiryu en el estómago con la rodilla, este soltó un gruñido de dolor.
Shun, quien ya estaba arriba y fuera de la trinchera, volteó al escuchar a su amigo sufrir. Su mirada se posó en él y luego en Jabu, quien había arrebatado el rifle al pobre cabo y estaba listo para disparar.
—¡Vete de aquí! —El alarido de Shiryu y el disparo de Jabu salieron al mismo tiempo. Shun se agachó, esquivando la bala; como pudo intentó huir, primero prácticamente a rastras hasta que logró ponerse de pie y correr con normalidad.
—¡Idiota! —En la trinchera, Jabu refunfuñaba por haber errado el disparo y porque, al parecer, él tenía que hacer todo por ahí, ya que ni Shiryu ni el otro cabo hicieron nada al respecto.
Iracundo, fue en dirección a la campana para alertar sobre la fuga. El aullido de la campana se extendió rápidamente por todo el campamento. Jabu se volvió hacia el cabo y le ordenó a gritos:
—Cuando llegue Matsuoka explícale lo que pasó, ¡yo iré tras él! —Después de vociferar la orden, se dirigió rápidamente hacia la pequeña escalera; Shiryu intentó detenerlo, jalándolo de las botas y el pantalón, pero únicamente consiguió que le pateara la cara.
Jabu llegó arriba y salió de la trinchera, cuando Shiryu logró incorporarse lo imitó, saliendo disparado tras él. Ya no sólo se trataba de evitar que estropeara sus planes, tendría que matarlo. Había visto demasiado, y si no se deshacía de él, su vida correría peligro.
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—¿¡Otra vez!? ¿Qué pasó?
—Y-yo... n-no lo sé... fue muy rápido y... no entendí nada...
El Capitán Matsuoka había llegado con varios soldados de refuerzo, Seiya entre ellos; no habían encontrado absolutamente nada, sólo a un cabo confundido e incapaz de articular una oración sin tartamudear.
—¿¡Tocaste la campana porque sí!?
—¡No! Yo no fui... vi... a un intruso.
—¿Rosuke?
El cabo permaneció en silencio unos momentos.
—¡Fujiwara! —vociferó el capitán, haciendo brincar al individuo.
—Traía uniforme azul... creo. Ikari y Sato parecían conocerlo.
Seiya puso los ojos como platos, sólo conocía a un sujeto de uniforme azul que tuviera motivos para escapar a hurtadillas del campamento, y Shiryu no tenía ninguna razón para estar ahí a esa hora... Sólo podía significar una cosa.
—¿Dónde están ellos? —inquirió el capitán.
—Fueron tras el otro... —respondió Fujiwara, señalando débilmente con el brazo hacia donde se habían ido.
Sin importarle lo que pensaran de él, Seiya corrió en la dirección indicada por Fujiwara.
—¡Kirishima! ¿¡Adónde vas!? ¡Vuelve aquí en este instante!
Seiya sujetó su rifle con firmeza y siguió corriendo sin mirar atrás. No entendía por qué Shiryu no lo había incluido en el plan, pero últimamente ya no entendía nada en absoluto. Jabu había ido tras alguno de ellos —o ambos— y aquello no auguraba nada bueno para ninguno de los dos. No tenía la más mínima idea de si podía hacer algo al respecto, pero la perspectiva de quedarse sin hacer nada cuando sus amigos más íntimos estaban en aprietos le incomodaba. Su inactividad ya había durado mucho, era momento de actuar.
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Hyoga estaba inquieto, llevaba esperando en la arboleda cerca de una hora. No había rastros de Shun ni de Shiryu. Su pecho subía y bajaba con rapidez y sus manos eran incapaces de permanecer firmes, el suspenso lo estaba matando de angustia. No podía esperar mucho tiempo más, pronto alguien notaría su ausencia, y por más que Isaak intentara conseguirle un poco de tiempo lo alcanzarían en la arboleda si no se movía, desencadenando con ello eventos terribles para él. Más de una vez pensó en regresar, quizás el daño no era permanente aún; pero su decisión era definitiva, volver conllevaba un riesgo, además del tortuoso tormento de la incertidumbre, nunca sabría realmente si Shun habría logrado llegar o no.
Después de darle muchas vueltas en su cabeza, llegó a una resolución. Si Shun no llegaba en la próxima media hora, iría en su búsqueda. No se iría sin él, era la única razón por la que dejaba todo su mundo atrás, prefería morir a irse solo, y si regresar al campamento ruso era riesgoso, aventurarse a buscarlo era su única opción.
No le encantaba la idea, pero no había llegado a esas alturas por ser cauto.
Afortunadamente para él, su preocupación fue en vano, pues pocos minutos después de haber decidido lo anterior, escuchó a Shun.
—¡¿Qué pasó?! —preguntó alarmado cuando vio la condición en la que venía el japonés. El uniforme lucía más polvoriento y sucio que de costumbre, el cabello castaño permanecía atado en una coleta baja, aunque bastante enmarañada; la nívea cara estaba colorada y sudada, llevaba corriendo un rato y apenas lograba permanecer de pie.
Lo sostuvo con los brazos para evitar que colapsara, Shun se aferró a su hombros.
—Hyoga... no... no podemos... —jadeó, sentía que le faltaba el aire, sus pulmones pesaban demasiado y su corazón latía con tanta fuerza que retumbaba en sus oídos.
Hyoga intentaba entender lo que decía, pero palabras mal articuladas e incompletas era un nivel de japonés que el aún no adquiría.
—No entiendo, ¿qué quieres decir?
Shun se obligó a respirar profundamente y tratar de controlarse a pesar de la ansiedad.
—Jabu... viene detrás... me vio cuando intentaba escapar. No tenemos mucho tiempo.
Hyoga maldijo en su interior. Aquello se ponía cada vez peor.
—Lo dejaremos atrás, tenemos que perderlo en algún momento —aseguró Hyoga, no muy convencido, pero no quedaba nada más por hacer.
Hyoga apretó la mano de Shun, dispuesto a comenzar a correr en dirección a la libertad. Quizás por instinto, o simplemente porque sí, la mirada del ruso se posó en el paisaje detrás del japonés, algunos árboles y arbustos rodeados del campo semi pelón de Port Arthur, y Jabu en el medio, listo para disparar. El apretón se convirtió en jalón, derribando a Shun al suelo, colocándose sobre él para protegerlo y mantenerlo abajo.
El tiro de Jabu falló de nuevo, las maravillosas habilidades por las que había conseguido la atención del Kokuryūkai habían brillado por su ausencia toda la noche. El muchacho gruñó enfadado y se preparó para disparar otra vez.
Shun se incorporó apresuradamente, su plan era correr y salir lo antes posible de ahí en lo que Jabu se preparaba para disparar. Hyoga tenía otra idea, se plantó en su lugar y preparó su rifle tan rápido como pudo.
Jabu terminó antes y apuntó.
—¡NO! —El grito de Shun alertó a Hyoga quien se encontró frente a frente con el cañón del rifle de Sato, antes de que este último pudiera disparar, fue derribado por Shiryu.
Hyoga permaneció inmóvil unos segundos, tratando de entender lo que había sucedido y procesar su suerte.
—¡Quítate! —vociferó Jabu, forcejeando con Shiryu por el control del rifle.
—¡Váyanse! —ordenó Shiryu con toda la fuerza de sus pulmones.
Hyoga continuaba perplejo, todo estaba ocurriendo demasiado rápido. Shun había llegado tarde, luego Jabu casi los asesinaba y ahora Shiryu estaba ahí también, ¿qué faltaba? ¿El resto del Ejército Japonés? ¿Isaak? ¿Viktor? Ciertamente, el plan ya lo conocían demasiadas personas.
Shun lo tomó del brazo y lo jaló, sacándolo del trance. Era mucho más efectivo deshacerse por completo de Jabu que solo dejarlo atrás; pero dejaría que Shiryu se encargara de eso.
El forcejeo entre ambos soldados japoneses continuó, Shiryu logró arrebatarle el rifle a Jabu y patearlo lejos de su alcance. No obstante, sin su arma, el muchacho tenía más libertad para golpear y apartar a Shiryu; así que, después de varios codazos, patadas y puñetazos, Jabu lo venció, corriendo inmediatamente hacia su rifle.
—¡SHUN! ¡Cuidado! —aulló Shiryu, intentando advertir a su amigo que estaba de espaldas a Jabu.
Hyoga y Shun se voltearon al grito de Shiryu, y en ese momento Jabu disparó.
El ensordecedor rugido del rifle fue acompañado por el desgarrador grito de Hyoga, quien se desplomó al suelo casi inmediatamente.
La bala impactó debajo del hombro del ruso, el uniforme blanco rápidamente se tiñó escarlata en la parte superior del brazo. Shun se acercó para ver la herida, no parecía fatal, aunque los gritos de Hyoga indicaban todo lo contrario.
—¡Hyoga! —gritó asustado, inmediatamente presionó la herida para intentar detener el sangrado, Hyoga soltó un quejido amargo, sentía como si le hubieran destrozado el brazo—. ¿Estás bien? ¡Quédate conmigo! ¡Respóndeme, Hyoga! —El rubio era incapaz de articular alguna palabra, el dolor era más intenso que cualquier cosa que hubiera sentido en su vida; casi siete años de servicio militar sin haber sufrido heridas de bala. Enfermedades, torceduras y raspones, de toda clase y gravedad, pero nunca a manos de fuego enemigo.
Shiryu observaba pasmado la escena, por un momento pensó que Shun había sido el herido, le tomó un rato darse cuenta de la realidad.
Jabu volvió a apuntar, él tenía intenciones de disparar para matar, y Hyoga aún respiraba.
Shun miró al arma ponerse en posición y sin dudarlo un instante cubrió a Hyoga con su propio cuerpo.
Acto seguido, la bala, el rifle y el mismo Jabu salieron disparados en distintas direcciones. Seiya finalmente los había alcanzado, arrojándose hacia Sato decisivamente.
—¡Seiya! —exclamó Shiryu.
—¡Seiya! —secundó Shun, emocionado y asustado al mismo tiempo.
Shiryu finalmente se incorporó y se dirigió hacia Seiya.
—Sea cual sea tu plan, termínalo ya —ordenó el moreno al verlo acercarse—. El campamento ya sabe que Shun se fugó y que tú y Jabu fueron tras él. No tardarán en venir.
—Y él no dudará en delatarnos —concluyó Shiryu, aprentando los dientes.
—Antes, pretendo matarlos a los cuatro —repuso Jabu, levantándose una vez más.
Pero antes de que pudiera intentar algo, fue interrumpido por una determinante y feroz orden:
—¡No te muevas! ¡Quédate en donde estás! —Seiya, Shiryu y Jabu se giraron en dirección a la advertencia. Shun sostenía el rifle de Hyoga, firme y amenazante, apuntando al corazón de Jabu.
Sato apretó los dientes, quería pensar que aquello era pura actuación, no lo creía capaz de matar a alguien, mucho menos a un compatriota —por más pesado e imbécil que este fuera—, pero el odio en los ojos de Shun era aterrador, suficiente para que un escalofrío recorriera su espalda, jamás lo había visto de ese modo.
Jabu estaba comenzando a ponerse nervioso, no podía permitir que lo vieran titubear. —No lo harías, no eres capaz —declaró con tono burlón, acompañado de una risotada.
El pecho de Shun subía y bajaba con rapidez, intentaba controlar la ira que inundaba su sangre. Habían colmado su paciencia, lo habían empujando a un punto de no retorno en el que su vida se derrumbaba poco a poco y no le quedaba nada que perder. No sólo Jabu era culpable, pero al ser el único presente y el principal obstáculo en sus planes, sería el receptor de toda su furia y frustración acumulada. El Ejército había matado a su hermano —próximamente a Hyoga si no se movían rápido—, le había arrebatado su vida y su libertad; él solo les quitaría a Jabu.
Aquel rostro de ángel finalmente había sido envenenado con el odio y rencor que todos a su alrededor profesaban arbitrariamente y sin razón. Impulsado por su necedad de resistirse a alinearse a los ideales de los demás, el aborrecimiento ciego de Jabu y en un principio de Shiryu, la impotencia de ver a Viktor fenecer lentamente sin ninguna clase de esperanza, el ferviente interés del Ejército Imperial por salir victorioso incluso a costa de la vida su hermano, la exasperación de no poder amar a Hyoga libremente y sin la constante oposición de todos los demás.
Estaba decidido, por amor haría hasta locuras; aquello sería su montaña. Viviría para siempre cargando el peso de la muerte de Jabu, por un porvenir con Hyoga, lejos de todo el miedo y odio de la guerra.
—¡Baja el arma! —bramó Jabu, Shun no desistía y comenzaba entrar en pánico.
—¡¡Dije que no te movieras!! —Los gritos de Shun alarmaron incluso a Shiryu, Seiya y Hyoga, quien casi se olvidaba del dolor en su brazo—. ¡Te mataré, Jabu! ¡Te mataré si das un paso más!
—No te atreverías...
—¡Averígualo! ¡Pónme a prueba, entonces!
—¡Ni siquiera tu hermano te quería en su unidad especial, me eligió a mí antes que a ti! —Las palabras de Jabu hicieron que la sangre de Shun hirviera de rabia; aquello era mentira, Ikki no lo había recomendado para el Kokuryūkai porque quería protegerlo, Jabu le daba igual.
—¡CÁLLATE! —El llanto se asomaba por los ojos esmeralda, era demasiado, demasiados sentimientos acumulados que por fin explotaban con libertad.
—¡Mátame ya! Si es lo que pretendes, ¿qué esperas? ¡Hazlo, cobarde! —Shun apretó los dientes y afianzó el agarre del rifle—. ¡Vive el resto de tu vida como lo que eres! ¡Un traidor! ¡Un desertor y un asesino!
Y lo haría. Esa era su montaña, su deber. Tan claro como el agua. Hyoga se encontraba detrás de esa montaña de sufrimiento y etiquetas venenosas. Un alto precio a pagar, pero ¡qué premio lo esperaba del otro lado!
No iba a huir esta vez. No se echaría para atrás en el último momento. Enfrentaría la adversidad que tenía frente a él, y no se movería hasta derrotarla.
Lo haría por él, por una vida que él mismo había elegido, algo que amaba más que nada en el mundo. Lucharía por él a cualquier costo.
—Shun... —La voz de Hyoga le trajo una paz repentina en medio de tanta desesperación. Parecía que entendía su predicamento, la carga que llevaba al sostener aquel rifle. No iba a decirle que hacer, pero lo apoyaría en lo que decidiera. Shun se relajó y el rifle bajó un poco, desvió la mirada hacia Hyoga y le sonrió.
—¡Lo piensas demasiado! —Jabu aprovechó la pequeña distracción que Hyoga había creado accidentalmente y comenzó a correr en busca de su rifle.
Shun se volvió repentinamente hacia Jabu, había bajado la guardia pero no del todo; instintivamente, y siguiendo su entrenamiento militar, sujetó el arma con firmeza, la apuntó hacia su objetivo en movimiento y sin pensarlo mucho... disparó.
No una, sino cuatro veces, aunque Hyoga contó cinco.
En los tres meses y medio que había estado en la guerra, jamás le había disparado a una persona —al menos no con la intención de matarla— y mucho menos más de una vez.
Shiryu y Seiya miraron sorprendidos la escena, intentaban procesar lo que acaban de ver, todo había ocurrido demasiado rápido.
Después de semejante descarga de adrenalina y enojo acumulado, Shun cayó en la cuenta de lo que acababa de hacer. No quedaba rastro de la valentía y decisión que lo habían invadido hacía tan sólo unos segundos.
—No... yo lo hice... —titubeó, soltando el rifle abruptamente contra toda regla de seguridad, este azotó en el pasto con un ruido seco. Las manos le temblaban y las lágrimas se desbordaban por sus ojos ante la imagen de Jabu tirado a unos metros de él, completamente inmóvil y sin vida.
Seiya seguía en trance, hasta que logró escuchar débilmente unos gritos lejanos.
—Es el resto de la compañía —declaró Shiryu con voz tenue—. No tardarán en llegar aquí.
Rápidamente se aproximó a Shun, estaba arrodillado y abatido entre las hojas secas, llorando desconsoladamente. Hyoga estaba a su lado, intentando incorporarse como podía a pesar del dolor; no tenía idea de como consolarlo, sabía que la primera muerte nunca se olvidaba, ya era bastante complicado cuando el asesinado era un extraño, no quería ni imaginar lo que era cuando se trataba de un conocido, aunque este fuera un cretino como Jabu. Había elegido el momento más inoportuno para perder la cordura.
Estaba por decir algo cuando Shiryu se le adelantó.
—Shun, tienen que irse ya.
—¡Lo maté, Shiryu! ¡Lo maté! —sollozó desconsoladamente el castaño, con los ojos rojos e hinchados, y las mejillas húmedas.
—¡No llores por eso! ¡Era él o ustedes! ¡Si no lo hubieras matado tú lo habría hecho yo!
Shun notó la dureza en las palabras de Shiryu, un poco crueles pero quizás era necesario.
—¿Qué pasará con ustedes ahora? —preguntó Shun, un poco más tranquilo.
—No te preocupes por eso, ya nos las arreglaremos.
—¡No puedo permitir que algo les pase por mi culpa!
Shiryu ignoró los gritos de su amigo por completo y miró a Hyoga directamente a los ojos. —Llévatelo de aquí, corran y no se detengan hasta que estén lo suficientemente lejos de Port Arthur —ordenó con determinación. Si esperaban a que Shun se moviera por voluntad propia, los matarían a todos en ese momento. Quizás Hyoga lo sabía, pero Shun era su debilidad y no se atrevía a hacer nada al respecto por su cuenta.
El ruso asintió y con una ligera sonrisa agradeció a Shiryu todo lo que había hecho.
—Recuérdalo, Shun, ¡sé feliz!
Hyoga se levantó y tomó a Shun del brazo, jalándolo hasta que se puso de pie. Aquel era el final, y el llanto de Shun continuaba cada vez con más ahínco.
—Tenemos que irnos —le susurró Hyoga, lo más suave que pudo, luego comenzó a jalarlo para obligarlo a caminar, prácticamente arrastrándolo los primeros metros.
—¡Los voy a extrañar! ¡Jamás me olvidaré de ustedes! —lloró Shun, mientras ambos se perdían entre los escasos árboles y arbustos.
Shiryu respiraba pausadamente, no podía soltarse a llorar cuando el resto del campamento llegaría en cualquier momento.
Seiya observaba atónito, un par de gotas deslizándose por sus mejillas morenas.
—¿Qué pasó aquí? —Después de un rato, el Capitán Matsuoka finalmente llegó con el resto de los soldados a la arboleda, obligando a Shiryu y Seiya a conservar la calma y regresar a la realidad.
—Perseguimos a Amamiya hasta acá, Sato llegó primero, oímos algunos disparos y cuando llegamos ya estaba muerto. No hay rastro de Amamiya —explicó Shiryu, con una frialdad calculadora que le puso a Seiya los pelos de punta.
El capitán negó con la cabeza. —¿Cómo llegamos a esto? —Parecía que se lo había creído—. ¡Sigan buscando!
º・**。᪥。**・º
Hyoga y Shun corrieron sin detenerse y sin decir una sola palabra por horas y horas. En un principio los sollozos de Shun los acompañaban; después de un rato, únicamente escuchaban sus jadeos exhaustos y corazones palpitantes.
Cerca de las seis de la mañana, cuando el sol comenzaba a salir, Shun se dio por vencido. No podía correr más y simplemente se dejó caer al suelo de rodillas. Hyoga sintió el peso muerto jalar su brazo sano hacia abajo y cayó también, tampoco le quedaban fuerzas para intentar continuar.
Miró a su alrededor, se desenvolvía un hermoso campo abierto, probablemente virgen y muy seguramente neutro. Suspiró aliviado, lo habían logrado. El sol se asomaba por el horizonte anunciando el nacimiento de una nueva vida.
Soltó un par de lágrimas, aquello llamó la atención de Shun, jamás lo había visto llorar. Tomó el sudado y sucio rostro del rubio y lo acarició con ternura, buscó con la mirada aquellos ojos de hielo; entre acezos de cansancio, poco a poco tomaron consciencia de su situación y ligeras sonrisas de alivio se formaron en sus labios antes de chocar entre ellos.
No fueron necesarias las palabras, sólo aquel beso.
La pesadilla se había terminado, y no existía forma más exquisita de comenzar su nueva vida que con una muestra de pasión.
Un nuevo amanecer, un mundo de posibilidades, libre de todo pecado.
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~ Anexo ~
※ Batata - Camote o papa dulce, en mi país le decimos camote, pero pensé que se escucharía muy regional y chistoso 😆
º・**。᪥。**・º
Último capítulo el próximo viernes!!!
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