Capítulo XV | ¿Pluma o montaña?


El sábado por la mañana, Shiryu volvió a la tienda con ayuda de Seiya. El moreno no tenía la menor idea de lo que ocurría, nadie le decía nada, tampoco daba mucho crédito a lo que decían sobre Shun. Él solo se había formado una vaga idea de la situación: Shun era inocente y Shiryu encontraba la forma de sacarlo de este lío. No le importaban los detalles, únicamente que el plan funcionara, cualquiera que este fuera.

—¿Lo viste? —preguntó Shun, las consecuencias del aprisionamiento comenzaban a notarse en su apariencia.

Shiryu asintió.

—¿Y qué te dijo?

—Que habían planeado fugarse —Shun agachó la cabeza, no le había dicho a Shiryu nada sobre eso por una razón—. ¿Por qué no me dijiste? Te habría ayudado a huir antes de que todo explotara.

—Pues... yo... —Shun se empequeñeció, no estaba listo para ser juzgado por Shiryu en ese momento.

—No te preocupes —suspiró—. Tiene un plan y quizás puedan lograrlo.

Shun levantó la mirada de repente. —¿Qué estás diciendo?

—Aún tengo que resolver algunas cosas, pero la idea es que se vayan. Para el lunes en la mañana ya estarán lejos de aquí.

—Espera, Shiryu... —el castaño comenzó a negar con la cabeza desesperadamente—. N-no, no puedo hacerlo. Es...

—Es la única forma, Shun. Estuvieras aquí o no, la única forma en la que tú y él pueden estar juntos es si se van de aquí.

Aquella era la verdad, y Shun la sabía en su interior, la había sabido desde que se despidió de Hyoga la primera vez, con ese hermoso cielo anaranjado de fondo. No importaba quién ganara la guerra, un ruso y un japonés no encontrarían la felicidad en los años por venir, no si se quedaban de su lado del mundo.

Y por si aquello fuera poco, su amor no era del tipo convencional. No eran Elizabeth Bennet y Fitzwilliam Darcy, cuya única barrera era su mutua necedad y comunicación inefectiva; sino Aquiles y Patroclo, privados de una vida juntos por decreto de los dioses, para que después su unión fuera negada por varios intelectuales y filósofos. Aunque la guerra no hubiera ocurrido, encontrar un lugar para ellos era complicado.

Huir era la única opción.

—Intentaré sacarte a escondidas de aquí el domingo por la noche, te verás con él en la arboleda. Luego depende de ustedes.

Shun seguía negando con la cabeza, respirando con dificultad por la opresión que sentía en el pecho. Esa decisión debía ser suya únicamente, Hyoga se lo había prometido. No estaba listo para tomarla, y no deseaba que Shiryu la tomara por él.

—¡No me puedo ir! —sollozó—. Mi... mi mamá... mis padres, ustedes, ¡mi vida! Están en Japón. ¡Si me voy no volveré a verlos nunca!

—¡No tienes opción! —espetó Shiryu—. Shun, la situación llegó al límite. De cualquier forma no volverás a ver a tu familia ni a pisar Japón.

—¡Seré un desertor!

—¡Ya te creen un traidor! ¿Qué más da? Es mejor vivir con una falta menor que morir por algo que no hiciste.

—No voy a huir de mi castigo —declaró el castaño con una aparente resolución—. Es mi deber. Me prometí enfrentar las cosas y dejar de escapar de ellas. Fue por eso que terminé aquí en primer lugar.

—No seas idiota —resopló Shiryu con fastidio—. ¿Dejarás que te maten por algo que no hiciste?

—¡Pero sí lo hice! —Las lágrimas brotaron nuevamente de los ojos esmeralda—. ¡No de la forma en que ellos creen! ¡Pero lo hice! —Shun agachó la cabeza y dio rienda suelta a su llanto—. Me enamoré de él. Le perdoné la vida y lo ayudé a escapar.

Ambos permanecieron sin decir una palabra, únicamente se podían escuchar los sollozos de Shun.

—El amor no es un pecado. La traición sí —continuó Shiryu con suavidad luego de un rato, agachándose para quedar a la altura de su amigo—. No tienes que "enfrentar" este castigo. —Shun lo miró, limpiando una lágrima que caía por su mejilla—. Enlistarte para evitar a June sí que fue estúpido e impulsivo, pero irte lejos con la persona que amas, evitando en el proceso una muerte que no mereces, no me parece que sea irresponsable.

Se contemplaron unos momentos más, hasta que Shiryu se incorporó, Seiya no tardaría en hacer su ridícula tos.

—Piénsalo, te conozco lo suficiente para saber de tu infinita necedad, sé que no llegaremos a nada ahorita —declaró—. Vendré el domingo por la noche, entonces me dirás que decidiste. Hyoga estará esperándote de todos modos.

Se dio la vuelta, y luego de dar un par de pasos se detuvo y se volvió hacia Shun de nuevo.

—¿Recuerdas lo que nos dijeron en Fukuoka el primer día de entrenamiento? —preguntó, pero no esperó una respuesta de su amigo para continuar—. El deber es más pesado que una montaña, mientras que la muerte es más ligera que una pluma.

Shun lo miró sorprendido, aquellas palabras se habían quedado tatuadas en su cabeza desde ese día. Y, para bien o para mal, se había prometido una cosa: elegir siempre la montaña.

—Sé feliz, Shun.


º・**。᪥。**・º


El resto del día Shun permaneció sentado en el suelo, con la mirada perdida, pensando en la decisión que tomaría, derramando lágrimas ocasionalmente.

Dentro de él había un ardiente sentimiento de echar todo por la borda y lanzarse a la aventura con Hyoga, pero luego recordaba todo lo que dejaría atrás, y lo que su hermano hubiera pensado sobre todo este asunto, ahí era cuando el llanto comenzaba.

Sin embargo, Shiryu tenía un bueno punto, la decisión no era la misma que hace unos días; ya no se trataba de elegir entre su pasado tranquilo y acogedor o un futuro incierto pero emocionante, era su vida o su muerte. Con aquello en mente, parecía que la decisión se tomaba sola, y así sería, de no ser por una promesa interior y personal, sin importancia alguna para cualquiera pero imperativa para Shun, pues demostraba madurez y crecimiento propio, superar un obstáculo y falla en su carácter que aborrecía y que además le había llevado a muchos problemas: había prometido elegir la montaña, cumplir con su deber, desde aquel día en Fukuoka y para siempre, por más pesada que esta fuera.

Pero... ¿cuál era su deber exactamente?

¿Morir o sobrevivir?

Había cometido una falta, y ahora debía pagar las consecuencias. Sabía en lo que se metía cuando bajó el rifle en aquella húmeda madrugada de agosto. No tenía excusas, y su deber como soldado y hombre íntegro era enfrentar lo que venía.

¿Qué honor había en huir como un cobarde?

Todo sonaba muy bien, excepto que aquella resolución parecía más resultado del miedo que del honor.

En los últimos días se sentía tan abrumado que había deseado acabar con todo de una vez por todas. Todo era complicado, frustrante y horrible; su vida se había enredado hasta un punto que le resultaba insoportable.

Morir, aunque fuera por una tontería, resolvería por completo sus problemas.

¿Acaso morir era su deber? ¿No estaba eligiendo la ligereza de pluma en lugar de la pesadez de la montaña?

«La muerte es más ligera que una pluma...»

Podía aborrecer al ejército y su prácticas todo lo que quisiera, pero seguía siendo japonés, y varios de esos ideales estaban irremediablemente impresos en su información genética.

Del mismo modo, ¿quién decía que el deber que tenía que cumplir era el que dictaba el ejército? Aquel principio era del Rescripto del Ejército Imperial, pero era una filosofía de vida aplicable a todos los aspectos sociales y personales de algún miembro del mismo.

Su deber no era asesinar rosukes y enfrentar las consecuencias si no lo hacía. Si así fuera, entonces ya había fallado a su juramento desde hace mucho tiempo. No tenía ningún interés en matar personas por un objetivo en el que ni creía ni le concernía. Su deber era de otra índole. ¿De qué servía ser un soldado con honor si era una persona cobarde y sin principios?

«Sé feliz, Shun»

Las palabras de Shiryu resonaron en su cabeza de repente. Su amigo tenía razón.

Su deber era consigo mismo, con sus ideales, y con nadie más.

Darse por vencido, tomar el camino fácil, renunciar a su vida, a las posibilidades, era elegir la ligereza de la pluma. Decepcionaría a todos si tomaba esa decisión: a Shiryu, a su hermano, a Hyoga, a sí mismo.

El mismo Shiryu lo había dicho: «Ikki no quería esta vida para ti. Quería que fueras un doctor exitoso.»

Ikki lo había entendido. Él había anhelado una carrera militar, por gusto o por necesidad, quizás por las oportunidades que esta ofrecía o porque en su interior era más patriótico de lo que Shun jamás sería. Tenía un objetivo, asistir a Rikudai, y así poder aspirar a cargos más altos; había elegido la pesadez de la montaña, haciendo trabajos para el Kokuryūkai que muy probablemente no eran de su agrado, pero que eran necesarios si quería lograr su cometido.

Su hermano le había dado el ejemplo, ahora sólo tenía que armarse de valor para ir por su objetivo, el que él eligiera, no el que el ejército le impusiera.

Estudiar medicina, amar a quien él quisiera y pasar el resto de su vida con él; y más importante —la clave para alcanzar cualquiera de los dos—, dejar de huir de su problemas.

Ese era su objetivo. Su deber. Vivir como un traidor y desertor, su montaña. Irse y dejar todo atrás era más difícil, más pesado, que dejarse morir.

Se había hecho un juramento, y lo iba a cumplir.


º・**。᪥。**・º


Por la tarde, un poco más tranquilo, Shun recordó que Viktor estaba ahí con él. Quería tener una última conversación con él antes de irse de repente y para siempre.

El ruso estaba dormido, o eso parecía, yacía en una posición un poco incómoda, de brazos cruzados y la cabeza agachada, completamente inmóvil y con una respiración ligera pero constante.

Se sentó junto a él, quería charlar pero despertarlo no era muy cortés. Se limitaría a verlo dormir, quizás podría escabullirse en sus sueños o algo así.

Como si pudiera escuchar sus pensamientos, Viktor despertó en cuanto sintió al japonés a su lado.

—¿Sigues aquí? —preguntó con somnolencia, Shun asintió con la cabeza—. No escuché ni entendí todo, pero creo que tu amigo te va a sacar de aquí, ¿no es así? —Su voz era diminuta, le costaba a Shun entender algunas partes.

—Mañana en la noche —agregó Shun después de un rato, no sabía si podía confiarle esa pieza vital de información a Viktor, pero no veía razón para no hacerlo.

—Con Hyoga, ¿no es así? —El tono en su voz era desgarrador. No porque estuviera decepcionado de su amigo, no parecía importarle que Hyoga tuviera esa clase de sentimientos hacia un yaposhka, ni siquiera era un tono molesto o enojado porque Shun se iría lejos de toda esa pesadilla con su amigo; era más bien un tono depresivo, angustiado y afligido.

Shun se iría con Hyoga, su amigo, un chico con el que había compartido un sinfín de momentos. Él era su camarada, compatriota y hermano; no obstante, Hyoga estaba dispuesto a arriesgarlo todo por Shun, el yaposhka, el enemigo. No era intencional, si Hyoga supiera que él se encontraba ahí seguramente lo sacaría. Pero no lo sabía, y probablemente lo daba por muerto. No faltaba mucho para eso.

Shun notaba el humor trágico del chico en sus ojos. Jamás había visto a alguien tan triste.

—Puedes venir con nosotros —aseguró. No tenía idea de cómo, y seguramente él no estaba en posición de tomar ninguna decisión de esa clase; sin embargo, estaba seguro de que Hyoga se alegraría si lo veía de nuevo.

Viktor sonrió, no importaba cuán melancólico estuviera, su sonrisa siempre iluminaba su rostro. —No, sólo los retrasaría. —Sus palabras fueron interrumpidas por una tos seca y ruidosa—. No llegaría muy lejos de todos modos.

Shun no sabía que más decir, ciertamente el aspecto de Viktor empeoraba con cada minuto que pasaba en esa tienda, no parecía haber esperanza y el chico lo había aceptado, aunque eso no significaba que le agradara su desenlace.

Se contemplaron unos momentos, los ojos de Shun le decían lo mucho que lo sentía y deseaba hacer algo para ayudarle, los contrarios le respondían que no se preocupara, estaría mucho mejor cuando todo terminara en un par de días.

—Sólo hazme un favor, ¿sí? —La sonrisa de Viktor volvió a ilumnar su rostro y el corazón de Shun—. Siempre quise ir al mar, tomar un baño de sol y echarme un clavado desde un acantilado —ambos rieron—, Hyoga lo sabe. —Hizo una pausa para tomar aliento, su voz comenzaba a quebrarse—. ¿Pueden... hacer eso por mí? Tú o él, da igual.

Shun no pudo más y dejó sus lágrimas correr libres por su rostro.

—Hay tantas cosas que quería hacer y probar, pero cumplí veinte antes de que me diera cuenta. —Viktor acompañó a Shun y comenzó a llorar también—. Ahora ya no podré hacerlas, ni... regresar a casa.

Sin pensarlo mucho y casi de manera automática, Viktor se acomodó en el regazo de Shun, este lo abrazó, se sentía delgado y frágil, su pecho apenas y se levantaba y su corazón palpitaba con lentitud.

—Cualquier cosa nueva y divertida que puedan hacer, háganla por mí ¿sí?

Shun apretó los ojos; esto, junto con la muerte de Ikki, era de lo peor que había tenido que aguantar en ese lugar.

Asintió con la cabeza, luego emitió su respuesta en voz alta, pues no había forma que Viktor pudiera verle en la posición en la que se encontraba.

—Te lo prometo.

Quedaban un poco más de veinticuatro horas para que Shiryu fuera a buscarlo. Poco más de un día para iniciar una nueva vida.

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