Capítulo XIV | Salvación


—¿Lo fuiste a ver? —preguntó Seiya, una vez que Shiryu regresó. El chico asintió.

—No entiendo nada... ¿por qué no dice algo para defenderse? ¿¡Por qué no dice que no lo hizo!?

—Porque sería mentira...

Seiya miró horrorizado a su amigo. Aquello no podía ser verdad.

—¿Qué dices?... P-por... ¿¡Por qué!?

—No tengo los detalles, Seiya —mintió Shiryu, esperando que el moreno no hiciera más preguntas.

—Debe haber una explicación.

Shiryu asintió. —Volveré a hablar con él, a ver que podemos hacer.

—Cuenta conmigo.


º・**。᪥。**・º


Ambos cabos llegaron a la tienda designada para los prisioneros de guerra. El guardia arqueó una ceja al ver a Shiryu nuevamente.

—¿Tú de nuevo?

—Sí —respondió Shiryu, bastante seguro de sí mismo—. Somos tus relevos, el Capitán Matsuoka necesita que vayas a inspeccionar las trincheras. Te cubrimos mientras vas.

El hombre arrugó el entrecejo. —¿En serio?

Seiya asintió. —Ve rápido, o nos regañarán a todos nosotros y nos pondrán a correr alrededor del campamento.

El guardia echó un último vistazo a Shiryu, tratando de ver si había alguna pista de que el chico mentía, pero era bastante convincente.

—De acuerdo.

Una vez que el hombre se perdió, Shiryu se volvió hacia Seiya:

—Le tomará un rato volver, si alguien se acerca, actúa natural y tose tres veces, ¿de acuerdo?

—De acuerdo. Shiryu... —Seiya lo tomó del brazo antes de que se introdujera en la tienda—. Hay algo que no me estás diciendo ¿verdad?

Shiryu no respondió, se limitó a mirarlo y dejar que sus ojos revelaran la verdad.

—Que la tos se oiga natural, Seiya, por favor.

Dentro de la tienda, Shiryu buscó a Shun con la mirada, pero únicamente logró divisar a Viktor.

—¿Ya volvieron? —preguntó el de cabello azabache, intentando no sonar demasiado brusco. Quizás Shun seguía con el General Kido.

Viktor asintió con la cabeza. —Está allá atrás. No ha parado de llorar. —A las palabras del ruso le siguió una terrible tos, Shiryu no había notado lo pálido que se veía, y las enormes ojeras que ostentaba debajo de sus párpados. Se sentía mal por él, no parecía ser mala persona, y todo indicaba que a Shun le agradaba; era una pena que no pudiera hacer nada por él.

—Gracias.

Shiryu fue en la dirección señalada, encontró a Shun tirado en el suelo con las piernas recogidas. Podía escuchar un ligero sollozo.

Sintió su corazón partirse, sabía que Shun no quería morir, pero jamás imaginó que lloraría por eso, él no solía ser así.

—¿Shun? —lo llamó, poniendo su mano delicadamente sobre el hombro del chico—. ¿Qué te dijeron? ¿Qué pasó?

Shun se sobresaltó ligeramente por el toque en su hombro, levantó la cabeza y al ver a Shiryu se incorporó, limpiando las lágrimas que escurrían por sus mejillas e inundaban sus ojos.

—Shiryu-kun... ¿Qué haces aquí?

—Vine a ver que pasó. Creo que tengo una idea.

—No importa ya.

Shiryu mordió su labio inferior, la actitud derrotista de su amigo era peor de lo que había imaginado.

—¿Te dijeron cuándo... o cómo...?

Shun frunció el ceño, como si no supiera de que rayos hablaba su amigo.

—Ah, sobre eso... sí, me fusilaran por traición el próximo lunes a mediodía —dijo, sin darle mucha importancia.

Shiryu lo miró desconcertado. Shun estaba hecho un mar de lágrimas pero la idea de morir no parecía importarle en absoluto.

—¿Y qué más...? —Shiryu no pudo terminar de hablar, pues Shun lo interrumpió.

—Ikki nii-san murió en acción.

El chico de cabello azabache quedó completamente petrificado. Kido debía de ser un idiota por soltarle a Shun dos bombas en un día. Aquello explicaba la reacción de Shun, su hermano era su mundo —aparte de Hyoga, más recientemente— y se lo habían arrebatado de la manera más cruel.

—Ay, Shun... lo lamento.

—Y además, resulta que era un espía. —Shun soltó un suspiro que lentamente se convirtió en risa—. Lo fue desde que peleó en China. Por eso no quería que viniera, debí hacerle caso. —El tono sereno de su voz fue perdiendo poco a poco los estribos—. Él quería una carrera militar, lo dio todo, se convirtió en... ¡eso! ¡Por un país al que sólo le importa la expansión a costa de lo que sea! Japón está podrido por dentro. —Shun se detuvo a respirar profundamente, Shiryu era incapaz de decir algo—. Kido lo alabó, «tu hermano sirvió a su país con honor», dijo; él era un espía y lo celebraron, a mi me creen un traidor y me matarán. —Las palabras eran frías y secas, no contra Ikki, sino contra el Imperio, contra un mundo sin sentido que se olvidaba de las personas que vivían en él.

En efecto, era un mundo curioso. Ikki había traficado información con China y Rusia, Shun sólo había intercambiado besos y caricias con un hombre del origen equivocado. La única diferencia entre los hermanos era que el primero contaba la bendición del Imperio. Uno había muerto como héroe, y el otro moriría como traidor.

—Como sea —concluyó Shun, decaído—, ya no importa. Al menos no llegó a saber lo que hice con Hyoga. Igual, creo que me reuniré con él pronto, supongo.

—No tiene que ser así, si no quieres. —Shiryu vaciló si debía contarle a Shun su idea, después de lo que había escuchado, no sabía si una vida con Hyoga seguía entre sus prioridades—. Ikki no quería que te enlistaras porque no quería esta vida para ti; quería que estudiaras medicina y te convirtieras en un doctor exitoso. Odiaría verte morir aquí... odiaría ver que te dieras por vencido.

Shun lo miró, sin poder contener más sus lágrimas. —Creo que lo sigo decepcionando con cada paso que doy. No le hubiera gustado lo de Hyoga, de eso estoy seguro.

—Él te amaba, Shun. Más que a nada en el mundo. Sólo le importaba tu felicidad.

Shun esbozó una leve sonrisa. —Pero... ¿qué queda por hacer?

Shiryu sonrió con picardía.

—Aún no lo sé, pero sé que dos cabezas piensan mejor que una. Y hay una allá afuera que podría tener una perspectiva distinta, y con ella un plan. —Shun lo miró con curiosidad—. A veces ibas a reunirte con Hyoga en la arboleda que está a unos kilómetros de aquí, ¿no es cierto?

—S-sí... —respondió Shun, un poco avergonzado al recordar lo último que habían hecho allá.

—¿Concretaron una cita ayer?

—El viernes, a las cuatro.

—Genial, iré en tu lugar.

—¿Qué piensas hacer?

Ambos dirigieron su mirada a la entrada de la tienda, luego de escuchar la tos falsa y forzada de Seiya, sonaba a un viejo atragantado.

Shiryu rodó los ojos, luego respondió con firmeza:

—Improvisar.


º・**。᪥。**・º


Hyoga llevaba esperando un par de horas en la arboleda, sus pasos iban y venían rápidamente formando un circuito infinito de desesperación absoluta. No había rastro de Shun y comenzaba a preocuparse.

Además de Jabu intentando dispararle, no pudo ver mucho más; quizás Shun había logrado que Jabu cerrara la boca, o se la había cerrado él mismo. O por el contrario, tal vez Shun estaba muerto o preso. No tenía idea de nada, y su ausencia sólo incrementaba su incertidumbre.

No pensaba regresar a su barraca sin haberlo visto, así tuviera que esperar el resto de la tarde y toda la noche. Para su fortuna, no fue necesario, pues escuchó unas pisadas crujir sobre las hojas caídas.

—¡Qué alivio! —exclamó—. Pensé que no vendrías, estaba preocupado por ti y... —Hyoga se detuvo en seco al ver quién estaba frente a él.

—Lamento decepcionarte. —El tono de Shiryu era sombrío. Aquello, mezclado con la evidente ausencia de Shun, crearon en Hyoga un mal presentimiento.

—¿Dónde está Shun?

—Está vivo, y... bien, en lo que cabe. —La respuesta fue escueta, no quería entrar en detalles. No había tiempo para eso.

Hyoga soltó un supiro ruidoso, sus temores se habían hecho realidad, aunque no del todo; Shun seguía vivo y eso era algo.

—Pero no por mucho. —Las palabras del japonés destruyeron la poca esperanza que albergaba el rubio—. Lo matarán por traición el lunes al mediodía.

El ruso apretó los ojos. Todo estaba totalmente echado a perder. Lo que alguna vez había sido, lo que pudo haber sido, no quedaba nada más de aquel sueño, sólo cenizas. Había vivido toda su vida relativamente bien sin Shun, ahora no se imaginaba un futuro sin él a su lado.

—Tardamos demasiado —murmuró Hyoga—. Íbamos a fugarnos —continuó con un hilo de voz, conteniendo las lágrimas.

Shiryu levantó la cabeza y lo miró. Mientras la esperanza se escapaba de los ojos de Hyoga, los de Shiryu se iluminaban con esta. Había ido hasta allá para ver si Hyoga tenía algo que ofrecer, y vaya que lo tenía; después de ver el semblante derrotado del rubio lo dudó, pero ahora se le presentaba el plan definitivo, la salvación perfecta.

—Cuándo. —Aquello no era una pregunta, ni siquiera una afirmación, era una orden. Una demanda firme de parte de Shiryu.

Hyoga lo miró extrañado. —No habíamos definido la fecha, me dijo que lo iba a pensar. Le dije que estaría listo en cuanto él lo estuviera.

«Shun, idiota. Se hubieran ido en cuanto te lo propuso.» pensó el japonés.

—¿Tenías un plan?

Hyoga asintió lentamente, creía saber lo que Shiryu proponía, pero no podía creerlo.

—Sí.

—No me lo digas. Es mejor si no sé mucho —declaró Shiryu con firmeza, luego de una pausa, continuó—. Sólo lo importante, para que pueda decirle a Shun.

Tenía que expresarlo en voz alta, de otra forma Hyoga jamás le hubiera creído. Ambos se contemplaron, intentado descubrir alguna farsa, alguna intención oculta. Pero los ojos de ambos eran puros y verdaderos. Después de todo, Shiryu había dejado vivir a Hyoga en aquella ocasión.

—Tiene que ser antes del lunes —añadió Shiryu, con algo de urgencia en su voz.

Hyoga comenzó a pensar rápidamente lo que tenía que arreglar antes de su partida. Robaría algo de dinero y unas cuantas provisiones. Le dejaría a Isaak una nota o se despediría en clave o algo por estilo.

—El domingo por la noche. Tráelo aquí después de las diez.

Shiryu asintió. No quedaba más que decir; estaba por darse la media vuelta pero permaneció en su lugar.

—Hyoga, pusimos minas cerca de la 203, tengan cuidado si pasan por ahí.

El rubio asintió.

—Gracias, Shiryu.

El mencionado sonrió ligeramente. —Ya te lo había dicho antes, lo hago por Shun.

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