Capítulo XIII | Traidor


El sol de la mañana iluminó el campamento japonés, aclarando el área y los rumores de la noche anterior.

Seiya y Shiryu se reunieron en el comedor.

—¿Y Shun? —preguntó el de cabello negro.

—No sé, no regresó anoche de su guardia. Tal vez tiene que ver con el intruso de anoche.

—¿El qué? —la voz de Shiryu sonó alarmada, aunque el chico pretendía que saliera natural.

—¿Es en serio, Shiryu-kun? ¿No te despertó el ruido de las campanas?

—Con que eso fue... pensé que soñaba.

Seiya soltó una risita. —Parece que un rosuke se intentó meter anoche, fue durante el cambio de turno, tal vez Shun se quedó para reforzar la seguridad por si volvía.

—¿En el cambio de turno, dices? —Shiryu sumaba los factores lentamente, el resultado al que llegaba no era nada bueno.

El rosuke era muy probablemente Hyoga, y si el barullo se había armado en el cambio de turno, estaba casi seguro que Jabu los había cachado antes de que el rubio pudiera irse.

—Y... ¿no lo atraparon?

Seiya negó con la cabeza.

Antes de que Shiryu pudiera formular otra pregunta, un grupo de soldados se sentó en la mesa contigua.

—¿Estuviste ahí? ¿Qué pasó? —preguntó uno.

—Yo no, pero al que relevo sí. —respondió otro, emocionado.

—¿Y?

—Parece que alguien dejó entrar a un rosuke, pero Sato los atrapó antes de que pudiera pasar la trinchera. Huyó antes de que lo mataran.

Baka Sato —agregó un tercero—. Tiene una pésima puntería.

—¿Pero quién lo dejó pasar?

—Amamiya.

Seiya se atragantó con su bebida, Shiryu no se inmutó.

—¡Repite eso! —vociferó el moreno, parándose acusadoramente frente al grupo de soldados.

—Amamiya fue quien dejó entrar al intruso anoche.

—¡Nah! No te creo —argumentó el primero de los soldados, de nombre Katsuki—. Él no haría nada de eso. Se me hace que fue Sato y le echó la culpa

—¡Eso! —secundó Seiya.

—Dicen que es un espía —volvió a hablar Katsuki.

—¿Amamiya? —La quijada del segundo chico, Higurashi, casi cae al suelo con la declaración de su amigo.

—¡No, idiota! ¡Sato! ¿Recuerdan que estuvo fuera de combate unos días? —comenzó a explicar Katsuki, Seiya tomó asiento—. No estaba herido ni nada de eso, nadie sabe que fue a hacer. Si alguien tiene contacto con los rosukes seguro es él.

—Je, no me sorprendería. ¡Qué cobarde! —exclamó Seiya, luego se volvió hacia su mesa original—. ¿Tú que piensas, Shiryu?

Pero Shiryu ya no se encontraba ahí.


º・**。᪥。**・º


Shun no había podido dormir en toda la noche. No había pasado nada más, simplemente lo habían dejado con los demás prisioneros de guerra, que tampoco eran muchos. Le preocupaba lo que pasaría en la mañana, pero cuando el momento llegó, todo siguió igual. Según las ordenes del capitán, ya deberían de haberle avisado al General Kido de su transgresión, seguramente estaba debatiendo con el resto de los generales que hacer con él.

Había sucedido lo inevitable, Hyoga y él sabían que aquello era una posibilidad; no obstante, jamás se imaginó que de verdad se encontraría en esa posición. No estaba listo para enfrentar el castigo que le aguardaba, o para darse por vencido con Hyoga. No quería que aquel fuera el final de su historia con el ruso, ni de su vida. Pero sentado en el suelo de esa tienda nada parecía importar ya. Estaba impotente, había sido estúpido y ahora tenía que pagar por ello, se había dejado caer hasta el fondo y esta vez no podría levantarse.

—¿Qué hace un yaposhka aquí? —expresó una voz decaída. Shun se volvió hacia ella, el acento era peculiar, elegante y presumido; y la dicción japonesa, terrible. Sin embargo, había algo familiar en ella. —¿Tus amigos amarillos se cansaron de ti? ¿O qué? —El rencor se escabullía entre cada sílaba que el hombre pronunciaba, de la misma manera que se escapaba cuando escuchaba a su padre o hermano hablar de los rosukes. No conocía a aquel muchacho, no le había hecho nada en realidad, y aún así, el chico le profesaba un odio profundo; y se suponía que él tendría que odiarlo también, porque sí, porque él era japonés y el muchacho era ruso. En otras circunstancias, seguro se habrían saludado cortésmente en la calle. Aunque no era sólo odio lo que llenaba el corazón de aquel chico, de su hermano, de su padre, de todo el ejército: era miedo. Miedo a lo desconocido, miedo a ser aplastados por una civilización desconocida y bárbara.

—Algo así... —murmuró Shun—. Dejé ir a uno de ustedes.

El muchacho levantó el rostro para ver al yaposhka de frente. Sus ojos se abrieron en sorpresa, y algo de fastidio.

—¿Tú otra vez? —bufó—. La vida da vueltas curiosas. —Shun frunció el ceño y miró al chico con más atención. Tenía el rostro sucio, lleno de tierra y sangre, al igual que su uniforme, nunca entendería porque el Zar escogió aquel color tan puro para los uniformes de su ejército. El cabello platino le caía frente al rostro, enmarañado y cubierto de sudor, a través de el flequillo se podían observar sus ojos, azules como el mar, agitados por una ola de odio y rencor, aunque no era lo único que reflejaban, también había desesperación y tristeza en ellos; la primera por la incertidumbre de su situación, la segunda por ver como su corta vida se esfumaba con cada minuto que transcurría en la tienda, un completo desperdicio.

—Eres tú... —susurró el japonés—. Intentaste matarme aquella vez.

Viktor desvió la mirada, molesto.

—¿Cuál es tu nombre? —preguntó, aunque no sabía si el chico querría responderle.

Después de un largo silencio, contestó:

—Viktor.

Shun explayó los ojos, seguramente Viktor era un nombre común entre los rosukes, pero él qué iba a saber, no conocía casi nada de ellos, salvo lo que Hyoga le había platicado y la propaganda del Imperio, pero no le daba mucho crédito a aquella información.

—¿Tú eres Viktor? —El muchacho lo miró extrañado. —Hyoga habla mucho de ti, ha estado preocupado los últimos días.

A Viktor se le cayó la quijada al escuchar las palabras de Shun. ¿Cómo sabía todo eso?

—Tu otro amigo... ¿Isaak? También la ha pasado mal desde que te capturamos.

—¿Cómo sabes eso? —espetó el joven de cabello platino.

—Yo... —Shun se detuvo unos momentos, no sabía cómo explicarlo. —El rosuke que dejé escapar... era Hyoga.

—¿Estuvo aquí?

Shun asintió. —Viene... regularmente... —confesó.

Viktor lo contempló unos momentos antes de comenzar a reír.

—Lo sabía... —musitó—. Freya no podía ser real, era demasiado perfecta. ¿A eso se escapa cada noche de por medio? ¿A verte?

—Bueno... sí. Pero Freya es real, lo prometo —se apresuró a decir—. ¿Por qué no lo sería?

—No creo que venga a verte solo para charlar.

Shun se ruborizó ante los comentarios de Viktor. Era bastante perspicaz.

—Es muy guapo. Me gustó en cuanto lo conocí ¿sabes? —comentó el ruso, con una ligera sonrisa en los labios—. Jamás me atreví a decirle nada.


º・**。᪥。**・º


Afuera de la tienda, Shiryu trataba de convencer al guardia en turno de que traía órdenes del General Kido para hablar con el traidor. El hombre no se notaba para nada convencido, pero si lo que Shiryu decía era verdad, entonces estaría en serios problemas si se reusaba a dejarlo pasar; en todo caso, si aquello era mentira, el que pagaría las consecuencias sería el mismo Shiryu y no él.

Con renuencia, lo dejó pasar.

Fua relativamente fácil encontrar a Shun, era el único chico de azul en ese lugar. Se sorprendió un poco al verlo charlar con otro prisionero.

Ambos se callaron en cuanto vieron al de cabello negro frente a ellos. Viktor se recorrió lentamente lejos de Shun, Shiryu le dedicó a Viktor una mirada adusta y luego se agachó para ver a su amigo de frente.

—Eso no ayuda a tu causa, ¿sabes? —le dijo, mirando a Viktor de reojo.

—Ya nada puede salvarme, Shiryu-kun.

—Te dije que tuvieras cuidado.

—Lo sé, no puedo culpar a nadie más que a mí.

—Hyoga pudo quedarse, en lugar de huir y... —Shiryu calló abruptamente, no tenía caso discutir con Shun por eso, ya no. —¿Alguien te ha venido a ver?

Shun negó con la cabeza. —Me matarán, ¿verdad? —dijo con un hilo de voz y luchando contra el nudo en su garganta.

Shiryu lo miró con impotencia, no había nada que pudiera decirle para reconfortarlo.

—No pensemos en eso, veré que podemos hacer.

Shun sonrió ante el intento de su amigo. No había nada que hacer.

Un grupo de soldados se hizo presente para escoltarlo con el General Kido. Miraron a Shiryu pero no le dieron importancia.

—¿Seiya lo sabe? —preguntó mientras lo tomaban por los brazos.

—Sólo lo que todos dicen, no lo quiere creer.

Sus miradas se cruzaron, Shiryu no sabía si aquel brillo en los ojos de Shun significaba «gracias» o que deseaba que Seiya supiera todo. Al final, decidió que lo mejor era guardar silencio.


º・**。᪥。**・º


Una vez en la oficina del General Kido, los hombres que lo custodiaban se redujeron a dos, uno a cada lado suyo. El General ni lo miraba, parecía que no notaba su presencia, quizás alguna especie de castigo o invitación para reflexionar.

—¿Qué pasó ayer, Cabo Amamiya? —declaró el hombre después de un largo silencio. —¿Quiere explicar bien la situación?

Shun lo miró, pero no tenía la menor idea de cómo contestar. Permitiría que lo juzgaran por traición, pero nada más.

Ante el silencio del castaño, el hombre continuó:

—Un rosuke llegó a tu trinchera y tú lo dejaste pasar en lugar de matarlo, ¿no es así? —Shun asintió con lentitud. —Si el Cabo Sato no hubiera llegado, quién sabe hasta dónde habría llegado el intruso. —El hombre dejó escapar un largo y ruidoso suspiro, la actitud poco cooperativa de Shun le irritaba. —No es que importe mucho, pero... ¿por qué lo hiciste?

«Por amor» pensó Shun.

—¿Por qué cambiaste tu lealtad?

—No le dije nada de nada... sólo...

—No importa en absoluto, lo dejaste pasar y lo ayudaste a escapar. El acto de traición es innegable.

El silencio volvió a inundar el espacio por unos minutos.

—Bueno —agregó Kido—, creo que es bastante evidente que lo que dice el capitán Hasegawa y el Cabo Sato es verdad, y no parece que nos vayas a decir más —el hombre hizo una pausa—. Ya... te imaginas cual será tu castigo, ¿no es así?

Shun no respondió, únicamente clavó los ojos al piso.

—Serás fusilado por traición en cinco días.

El castaño apretó los ojos, tratando de tragar el nudo en su garganta que amenazaba con salir en forma de llanto.

—Puedo... ¿puedo enviarle una carta a mi hermano? Para avisarle... —No había pensado para nada esa petición, seguramente Ikki lo odiaría por eso, pero prefería que lo supiera por él mismo y no mediante una sosa carta del ejército.

Kido lo miró con ojos sombríos. —Sobre eso... creo que no será posible.

Shun arrugó el entrecejo.

—El Capitán Amamiya murió haciendo su deber.

El castaño sintió que su corazón se detenía y que el suelo debajo de él se desvanecía de sopetón. Intentó reprimir el grito de dolor pero falló.

Aquel hombre mentía, no podía ser de otra manera. Pero, ¿qué ganaba el General Kido con decirle una mentira así?

Esa vez que lo vio cuando visitó Port Arthur había sido la última; aquel abrazo, tan cálido y cariñoso, no volvería a sentir uno igual. Esos destellos de las estrellas de Phoenix, su despedida definitiva; no volverían a brillar con los mensajes de su hermano.

Ikki se había ido pensando que era un buen chico, que volvería a casa a reír y ser feliz como antes. Pero ninguno de los dos volvería a Japón ya.

La guerra finalmente había alcanzado a la familia Amamiya, y con creces.

—¿Qué batalla? —murmuró Shun, su voz apenas era audible. Quería saberlo todo.

—Ninguna —declaró Kido con firmeza—. Murió en una misión de espionaje.

Shun entendía aquellas palabras por separado, pero no lograba comprender como todas encajaban en el concepto que tenía de su hermano.

—Era parte del Kokuryūkai —continuó Kido, muy probablemente actuando en contra de las políticas de aquella sociedad—. Y esperábamos que tú te unieras también, cuando te enlistaste. El Capitán Amamiya no quiso que te metieras en todo eso, por eso elegimos a Sato Jabu para los pequeños trabajos de hace un par de meses.

El castaño sentía que todo le daba vueltas. Kido le había arrojado una bomba tras otra, como si descargara toda la ira de los bebés de Osaka sobre él. Su vida terminaría en cinco días, su hermano había perecido por una guerra que nada tenía que ver con él y además había formado parte de una sociedad secreta de la cual no tenía conocimiento y que para el japonés promedio eran meros rumores y cuentos de viejas.

Su mundo se había derrumbado en pedazos de un momento a otro, y Shun no podía hacer nada, sólo observar como todo caía a su alrededor.

—Tu hermano sirvió y murió con honor por su país —añadió Kido, mientras los soldados que custodiaban a Shun lo tomaban para llevarlo nuevamente a la tienda de prisioneros—. Es una pena que no podamos decir lo mismo de ti.

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