Capítulo XI | Pecado


Hyoga estaba en su puesto como de costumbre, no había podido escaparse para ver a Shun en ningún momento. La seguridad en la Colina 203 se había reforzado aún más, ahora que los japoneses parecían haber notado su importancia estratégica. El campamento ruso era un caos.

Además, había otra razón más personal: Viktor. El chico estaba perdido en acción desde la última batalla. Le frustraba la condición de su amigo, aún si lo último que le vio hacer fue intentar matar a Shun, no podía evitar pensar lo peor respecto al destino que le deparaba; los japoneses tenían fama de sanguinarios.

Entre el sueño que le quitaba la desaparición de Viktor, y el hecho de que Isaak no tenía con quien entretenerse en su ausencia, no había podido visitar el campamento japonés.

Un ruido llamó su atención repentinamente. Pisadas sigilosas; con lo cerca que estaban y el silencio de la noche podía escucharlas perfectamente.

Apuntó el rifle en dirección al sonido, seguro era algún compatriota, con la seguridad reforzada del campamento era casi imposible que un japonés lograra escabullirse.

Conforme se acercaba, divisó el uniforme azul oscuro, su corazón se detuvo. Inmediatamente después, y antes de que pudiera quitar el seguro de su rifle, vio el rostro del intruso.

—¡Shun! —suspiró el rubio, recuperando el aliento—. ¡Me asustaste! Pude haberte matado.

Gomen... ¿quién iba a ser?

Hyoga se encogió de hombros. —Shiryu. Quizás se arrepintió de haberme dejado con vida la otra vez. —Shun rió—. ¿Cómo llegaste hasta aquí?

—La última vez que nos vimos me dijiste como llegar, ¿recuerdas? Tuve que improvisar, algo cambió desde entonces, había demasiados soldados.

—Y aumentarán si siguen atacando la 203– remató el ruso—. Es peligroso, Shun. La próxima vez... —Hyoga no pudo terminar, la voz de un compañero lo interrumpió—. ¡Rápido! Escóndete.

No había muchos lugares para hacerlo; sin embargo, Shun se paró detrás de una viga, no era perfecto, pero la oscuridad y el color oscuro de su uniforme ayudaban a hacerlo invisible, siempre y cuando el oficial no decidiera pasearse por ahí.

—¿Todo bien por aquí, Mladshiy unter-ofitzer Lebedev?

—Sí, señor —respondió, aguantando la respiración.

El oficial asintió mientras echaba un vistazo a los alrededores. Se detuvo unos segundos cerca del escondite de Shun. Hyoga dejó de respirar pero se forzó a mantener una expresión neutral en su rostro. El oficial no notó nada sospechoso, era simplemente una revisión de rutina, implementada después de los últimos ataques japoneses.

—Continúe con el buen trabajo.

Hyoga suspiró aliviado cuando el oficial se marchó.

—Creo que no es conveniente que vengas de nuevo —dijo cuando Shun salió de su escondite.

Shun se encogió de hombros y caminó hacia el ruso. —Igual sólo venía a concretar una cita. Esto no es suficiente para compensar el tiempo que perdimos. —La nívea mano se posó suavemente sobre la mejilla de Hyoga, no había espacio entre ellos, el rubio podía sentir los latidos de Shun en su pecho—. ¿Puedes verme mañana en nuestro lugar?

Hyoga cerró los ojos, el aliento de Shun lo embriagaba. Debía decir que no, con Isaak detrás de él era riesgoso.

—De acuerdo.

No podía esperar más. Una reunión hecha y derecha con su chico era lo que su cuerpo y corazón le pedían desesperadamente.

Shun esbozó una sonrisa, acto seguido besó la comisura de los labios del rubio. —A las tres —le susurró al oído. Hyoga se estremeció.

El japonés tomó su rifle y emprendió cuidadosamente la retirada. Hyoga permaneció unos momentos inmóvil e incapaz de reaccionar.


º・**。᪥。**・º


Hyoga estuvo en las nubes el resto de la noche y el día siguiente. Isaak estuvo ocupado en varias cosas, lo que le quitó un problema de encima; de todas formas, en esas condiciones no habría sido capaz de inventar una excusa convincente.

Una sensación ardiente y desesperada crecía en su pecho, no tenía idea de por qué. Quizás el éxtasis de estar a solas con Shun una vez más, la emoción de tenerlo cerca luego de un mes de no saber nada de él. No tenía idea de lo mucho que le gustaba estar a su lado hasta que no pudo hacerlo, Shun era como oxígeno para su persona, una droga adictiva sin la cual no podía funcionar.

Se adelantó y llegó antes de tiempo. No recordaba exactamente cómo había llegado hasta la arboleda, todo sucedía demasiado rápido pero a la vez no lo suficiente. Cada minuto que pasaba esperando la llegada de Shun le parecía una eternidad.

El japonés llegó quince minutos después de la hora estipulada.

Finalmente lo vio, un arrebato indescriptible llenó su pecho. Desbordaba alegría. ¡Realmente era él! Tan guapo y perfecto como siempre. Por fin estaban solos, sin nadie que los viera, sin relevos ni riesgos.

Ambos corrieron hacia el otro, dejando los rifles tirados en el pasto seco, sus cuerpos chocaron en un abrazo decorado con un vehemente beso en los labios. Shun se dejó perder en los brazos del rubio, fuertes y cálidos, sus manos recorrían su espalda haciéndolo temblar.

Hyoga saboreaba los labios del castaño, pero no era suficiente, deseaba más. Su lengua se abrió paso hacia el interior, encontrándose con la de Shun, la dulzura exquisita le hizo perder la razón, por fin podía dar rienda suelta a su pasión contenida; mientras más se liberaba, más crecía el ansia en su pecho.

Shun se separó para retomar el aliento, su pecho subía y bajaba con desesperación. Hyoga no podía esperar más, sus labios atacaron directamente al cuello del japonés. El cuello del uniforme le molestaba, Shun se percató de lo mismo y sus manos comenzaron a desabotonar la casaca con torpeza. La prenda desabrochada dejó entrever el fino juban de algodón, Hyoga se imaginaba lo que había debajo, podía sentirlo sobre la tela, un cuerpo igual de delicado que el rostro de su dueño, fuerte y firme por los entrenamientos físicos, pero no tan marcado, pues Shun no era ningún atleta.

Shun retiró las prendas una por una, revelando la parte superior de su cuerpo, hermosa e impoluta como una escultura de mármol. Hyoga lo miró con detenimiento, recorrió con su mano el pecho y abdomen del japonés. Shun se acercó, quitó la furashka del ruso liberando los cabellos rubios sujetos aún por una coleta baja, sus manos recorrieron las hebras doradas, bajando hasta el cuello, mientras llenaba de besos el rostro de Hyoga, sus mejillas, su sien, su nariz y sus labios.

Fue sólo cuestión de tiempo para que Shun terminara recostado en el pasto, la hierba seca frotaba su espalda con cada movimiento involuntario que Hyoga provocaba en él.

La gimnsatyorka comenzaba a estorbar, el ruso se deshizo de ella en un movimiento rápido. Continúo llenando de besos el cuerpo del japonés, lo tocaba y acariciaba con los labios una y otra vez, obsesionado con la belleza de aquel cuerpo, no sólo a la vista, sino también al tacto, deleitando todos sus sentidos.

Shun delineaba los brazos del rubio con sus manos, sintiendo cada músculo, cada cicatriz y vello que se encontraba en ellos, continuó en los hombros, pasando sus finos dedos por las clavículas, bajando por los pectorales y hacia el abdomen, definido y perfecto. Sus manos deseaban ir más allá, más abajo. La situación era clara, pero Hyoga era más reservado que él con respecto a su sexualidad, aunque a esas alturas poco importaba.

La lengua del ruso rozó un punto sensible en su pecho, Shun arqueó la espalada soltando un gemido de placer, su pelvis chocó contra la contraria, y el japonés pudo senitr el bulto creciente entre las piernas del rubio. Sus manos traviesas continuaron el descenso, aquella era su señal; bajó por las caderas, sintiendo los gluteos y apretándolos para pegarlos contra su propio cuerpo. La erección del ruso estrechó contra la entrepierna del castaño, Hyoga dejó salir un gruñido grave; lo que hasta ahora sólo habían sido gimoteos y suspiros comenzaba a elevarse, más rápido, más ardiente, más ruidoso.

El resto de las prendas pronto abandonaron su lugar. Los cuerpos se enredaron entre sí, era imposible determinar donde iniciaba uno y donde terminaba el otro. La constante fricción entre ambos provocaba en Shun los sonidos más gratificantes que Hyoga hubiera escuchado en su vida, el rubio se olvidó por un momento de él mismo y sus necesidades, y presionó más. La rapidez y cadencia de sus movimientos aumentaba con los gemidos de Shun, hasta que este último alcanzó el clímax con una melodía inigualable que llenó al ruso de placer, seguido de una sensación húmeda y cálida que resbalaba por su entrepierna. Hyoga se apresuró a besar los muslos del japonés, disfrutando al mismo tiempo el albo néctar que emanaba de él.

El pecho de Shun subía y bajaba, tratando de recuperar el aliento, acariciando el cabello dorado del ruso, quien seguía depositando besos en sus muslos.

Los labios se encontraron de nuevo, aún insatisfechos. Las finas —aunque no tan inocentes— manos de Shun continuaron su trabajo para el deleite absoluto de Hyoga, ahora era su turno. Lo abrazó y lo obligó a girar, una vez que quedó sobre él sus labios chocaron con los del rubio, saboreó el interior de su boca, ansioso de probar un fluido distinto, más dulce. Recorrió el cuerpo del ruso con un camino de besos hasta llegar al objetivo deseado, presionó sus labios contra este, un tacto sutil al principio, pero suficiente para enloquecer a Hyoga; su lengua continuó el trabajo, las manos sobre las caderas intentaban limitar los movimientos del ruso, este se aferraba al pasto que cedía inmediatamente a su fuerza y terminaba por ser arrancado. Finalmente lo consiguió, y al mismo tiempo que Hyoga gritaba y liberaba triunfante su éxtasis, Shun degustó la textura exquisita de su pareja, dulce con tonos un tanto salados. La sustancia aún escurría por la comisura de sus labios cuando —exhausto— Shun depositó un beso sobre Hyoga, no tan acalorado como los anteriores, este era más suave y tranquilo, casi tierno.

Le había gustado desde el principio, cuando lo besó la primera vez pensó que su pecho explotaría; ahora se habían dado todo, se habían visto tal y como eran, se habían probado y sentido de una forma que sólo los amantes tienen permitido. Habían consumado su pecado de la manera más exquisita y perfecta.

Ya no quedaba más, sólo disfrutar.


º・**。᪥。**・º


Permanecieron recostados, uno junto al otro, por un par de horas. No había nada que decir, solo sentir la presencia del otro y recobrar fuerzas.

Cuando Shun sentía que iba a quedarse dormido, las caricias de Hyoga sobre su mejilla se lo impidieron. Sonrió adorablemente al encontrarse con los ojos azules contemplándole con dulzura.

—Я тебя люблю... —susurró.

—¿Eso qué significa? —preguntó Shun entre risas.

Aishiteru...

El corazón de Shun se detuvo, en su interior sabía que sentía lo mismo, pero no esperaba escucharlo de parte de Hyoga, ni que ocupara aquella palabra tan poderosa. Ellos no acostumbraban decirlo con tanta libertad, y no estaba seguro si aquella declaración era simplemente resultado de la ignorancia cultural de Hyoga o si lo decía en serio.

Antes de que pudiera decidirse, Hyoga lo besó, y toda duda que quedaba en el japonés, se disipó.

—No podemos seguir así —declaró el rubio cuando se separaron—. Esta vez fue Shiryu quien nos descubrió, la próxima podría ser alguien más y no tendremos tanta suerte.

—Me pregunto cuál es la alternativa —respondió Shun, un tanto sarcástico—. ¿Qué tienes en mente?

—Huye conmigo.

El silencio se adueñó del ambiente. Shun fue incapaz de responder. Aquello era demasiado. Si alguna vez pensó que la situación había llegado al límite, claramente se había equivocado.

Ante la falta de respuesta, Hyoga continuó:

—En la noche. Voy por ti y nos escapamos.

Eso no era un plan, era una ilusión. Un deseo que había llegado demasiado lejos. Era más fácil decirlo que hacerlo. Jamás lo lograrían.

Shun sonrió, no quería derrumbarle a Hyoga su poética idea tan repentinamente.

—¿Y adónde iríamos?

Hyoga se encogió de hombros. —Mongolia, Siberia... para empezar. Cualquier lugar lejos de todo esto. Luego podemos decidir adonde ir después. Un lugar donde nadie nos conozca, donde a nadie le importe... esto.

Shun entendió perfectamente a qué se refería. Su sonrisa no se había borrado, pero cada palabra que Hyoga pronunciaba lo convencía más de que aquello era imposible.

—¿Existe algún lugar así? —inquirió, tocando la mejilla del ruso. La impotencia se notaba en su voz.

Hyoga sonrió, feliz de poder brindarle esperanza. —Francia, por ejemplo. He escuchado que allá no les importan estas cosas.

—Sería lindo ir a Europa. —Los ojos de Shun se iluminaron ante la posibilidad de ir a occidente—. ¿Hablas francés?

—¡Por supuesto! —celebró el ruso—. Tuve una educación cara, y un maestro gruñón determinado a que hablara con fluidez a como diera lugar.

Shun rió. —¡Qué sueño sería ese!

—Depende de ti.

No era imposible. Las opciones tangibles existían, quedaban aún muchos detalles por discutir, pero había esperanza. Y eso era todo lo que Hyoga necesitaba para atreverse a semejante acto de traición.

Sí. Porque aquello además significaba deserción.

Antes de poder resurgir juntos, iban a tener que hundirse profundamente.

Shun suspiró antes de responder.

—No es tan fácil. Lo pensaré.

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