Capítulo VIII | Prohibido

Septiembre, 1904


Hyoga y Shun continuaron con sus visitas secretas. Aquello le daba un aire emocionante a la guerra, y la hacía un poco más llevadera.

Cada vez que Shun tenía guardia nocturna y Hyoga la noche libre, el ruso se escabullía hacia la defensa japonesa, después de varios días, ya tenía memorizado un camino bastante seguro para ir y regresar. Platicaban de muchas cosas y ninguna, se inventaban juegos tontos para pasar las horas y contenían las risas que soltaban de repente.

Shun se mostraba atento al panorama, no porque de repente se hubiera vuelto experto en aquella tarea, sino para ver si Hyoga vendría a verlo —aunque de haberlo divisado, el ruso hubiera tenido que cambiar de ruta inmediatamente—, la ansiedad crecía dentro de él cuando no llegaba; al cabo de unos días, comenzó a reconocer el horario de guardias y noche libres del rubio.

Cuando sus guardias se coordinaban y no era posible visitar la trinchera japonesa, les reconfortaba pensar que el otro estaba del otro lado del puerto, despierto y admirando el mismo cielo nocturno.

Shun había pensado en mandar algún tipo de señal con alguna linterna o algo por el estilo, luego eliminó aquella posibilidad por completo de su cabeza; si Hyoga podía ver esa señal, todo el campamento ruso podía, entonces ambos estarían en problemas.

No obstante, solo saber que ambos estaban ahí, acompañándose a la distancia, era suficiente para sobrellevar la noche.

Las reuniones en la arboleda eran menos frecuentes —pues levantaban más sospechas— pero ninguno se atrevió a sugerir terminar con ellas. Algunas veces desaparecían el día entero, otras solo un par de horas. Habían prometido parar inmediatamente ante la más mínima sospecha de alguien. Lo que hacían iba mucho más allá de romper las reglas, y si alguien se llegaba a enterar, las consecuencias serían desastrosas.

No obstante, aquellas reuniones eran las que esperaban con más ansias, pues ahí tenían más libertad para hablar y hacer todo tipo de cosas: caminar, reír, recostarse en el pasto y observarse con más claridad; cosas que en la trinchera eran por demás imposibles.


º・**。᪥。**・º


Shun se recargó en el tronco del árbol que tenía detrás, cerró los ojos y disfrutó del fresco aire que rozaba su rostro y sacudía su fleco.

—¿Llevas mucho tiempo esperando? —La inconfundible voz lo hizo incorporarse con una sonrisa.

—No demasiado —respondió, acercándose a Hyoga—. ¿Tuviste problemas?

El ruso negó con la cabeza. —Viktor habla mucho.

Shun rió ligeramente. —Suena a que es un sujeto agradable.

—Es chistoso. En otras circunstancias —Hyoga tomó la mano de Shun, acariciando el dorso suavemente—, le caerías muy bien.

Shun esbozó una sonrisa.

«En otras circunstancias...» pensó el japonés, pero se impidió terminar esa idea.

Durante aquella reunión no vagaron por la arboleda, sino que se recostaron en el pasto que comenzaba a tornarse amarillo y observaron las nubes pasar, disfrutando la tranquilidad del lugar.

—Esto me gusta —declaró Hyoga—. Es... relajante —concluyó con un tono somnoliento. Tal vez era demasiado relajante.

—Solía hacer esto cada vez que podía en casa. Cuando mi mamá me enviaba al mercado o sólo porque sí —agregó Shun.

—¿Para escapar de tus deberes?

—De hecho, sí.

Ambos rieron.

Hubo una pausa antes de que Shun retomara la conversación.

—Así evitaba estar a solas con June.

Hyoga rodó hacia su lado izquierdo para mirar a su compañero.

—¿La chica por la que estás aquí?

El castaño asintió con la cabeza.

—No podías... ¿sólo negarte? Digo, eres una persona normal y ella también, nada diplomático o algo por estilo. ¿No era más fácil decir que no?

Shun se volteó, ambos quedaron de frente al otro.

—Tú no le negaste nada a Freya.

—Es diferente. Somos una familia de clase media alta y mi mamá tiene amigas en la corte. La gente hablaría si no me caso antes de los treinta.

—¿Y cuántos tienes?

—Veintiséis.

Shun abrió los ojos en sorpresa, no aparentaba más de veinte.

—Pero tú acabas de cumplir dieciocho, nadie te juzgaría por no querer casarte a esta edad.

Shun rodó los ojos. —Típico de ustedes pensar que son más importantes.

—¡Oye!

—Es exactamente lo mismo, Hyoga. La gente habla seas rico o pobre. Ni tú ni yo nos negaríamos porque significaría aceptar la verdad.

El silencio se hizo de nuevo, ambos contemplándose atentamente.

—¿Y cuál sería esa?

Shun sonrió, luego estiró el brazo para quitarle a Hyoga la furashka y admirar su rostro mejor.

—Que preferiría mil veces estar contigo que con cualquier mujer.

El rubor subió por las mejillas del rubio. Jamás había recibido algún piropo de alguien, mucho menos de un hombre. Pero que Shun le dijera esas cosas no parecía molestarle o incomodarle en absoluto.

La nívea mano del japonés recorrió los cabellos dorados, apartándolos con delicadeza de la frente del ruso; luego siguió su camino bajando por la mejilla hasta llegar a la barbilla, y finalmente subió hasta posarse sobre los labios del rubio.

Shun contempló embelesado aquella parte carnosa y rosada. Quería besarlos, sentir su suavidad y el cálido aliento de Hyoga. Se debatía internamente si debía o no hacerlo. Quizás a Hyoga no le gustaría, era obvio que no deseaba ir tan rápido. Sus ojos recorrieron el rostro bronceado hasta hacer contacto con los ojos azules que le miraban atentamente de regreso.

Ninguno dijo una palabra, pero se habían dicho todo. Shun había preguntado y Hyoga le había respondido.

—Jamás he hecho esto... —murmuró el ruso.

—No te creo —añadió Shun entre risas.

—Con un chico, quiero decir.

—Yo tampoco. Con nadie, en realidad. Así que no sabré si lo haces mal.

Hyoga intentó aguantar una carcajada pero falló.

Inconscientemente, ambos comenzaron a acercarse al otro. Los corazones palpitaban con fuerza, como si fueran a salir repentinamente de sus respectivos pechos; y los ojos cerrados, para que ningún estímulo desviara la atención del evento principal, para sentir únicamente la sensación de los labios del otro sobre los propios.

Hyoga sintió que el aire dejaba sus pulmones en el momento en que los labios de Shun se posaron sobre los suyos. Eran suaves y finos. Al tenerlo tan cerca pudo sentir su aroma, una mezcla entre jabón y delicados tintes florales.

Abrió la boca ligeramente, obligando a Shun a hacer lo mismo, acto seguido, aprisionó el labio superior del japonés sutilmente. Shun apretó los ojos, aquello era lo más delicioso que hubiera probado y sentido en su vida.

Finalmente, se separaron para retomar el aliento. Se contemplaron unos momentos sin decir nada, sólo perdiéndose en la mirada de otro con sonrisas soñadoras.

En aquel momento, nada más importó. Ni siquiera el hecho de que habían cruzado la línea hacia un lugar sin retorno.

—Nada mal —dijo Shun al cabo de unos minutos—. Freya tiene mucha suerte.

Hyoga bufó una ligera risa. —¿Otra vez?

—Cuantas veces quieras.


º・**。᪥。**・º


Volvieron a sus respectivos campos antes de las cuatro de la tarde, justo a tiempo para almorzar.

Shun intentaba actuar natural, pero no podía evitar poner una sonrisa boba cuando recrodaba su encuentro con Hyoga.

—¿Dónde estabas?—. La voz de Shiryu lo sobresaltó.

Su corazón comenzó a palpitar con fuerza, y sus ojos abiertos en sorpresa casi lo delataron.

—Fui a... peinar el terreno... —mintió, no muy convincentemente.

Shiryu arqueó una ceja. —¿Tú solo?

Shun abrió la boca para responder, pero la llegada de Seiya le impidió hablar.

—¡Volviste! ¿A dónde te fuiste a meter? Pensé que Jabu te había hecho algo —bromeó el moreno, dando una palmada amistosa en la espalda de Shun.

—¿Por qué saldrías del campamento solo y sin que nadie te lo ordenara? —interrumpió Shiryu, algo tajante—. ¿Qué fuiste a hacer en verdad?

Dos pares de ojos se posaron sobre él, unos curiosos, y los otros, acusadores.

Shun palideció. ¿Por qué Shiryu era tan perspicaz? Mordió su labio inferior, esperando que una respuesta sensata le cayera del cielo. Después de unos segundos, arrojó la primera excusa que se le ocurrió:

—Yo... fui... a caminar...

Seiya y Shiryu lo miraron confundidos. Shun se encogió en su lugar. Aquella mentira era terrible, jamás podrían creerla.

—¡Shun-chan! ¡Esto no es Kyushu! ¡Si sales así podrías morir!

Shun suspiró aliviado ante la respuesta de Seiya. Sonrió nerviosamente y miró disimuladamente a Shiryu, el chico no se veía muy convencido. El castaño tragó saliva.

Finalmente, Shiryu negó con la cabeza. —Ten más cuidado, Shun.

Con esas palabras, el alma le regresó al cuerpo, intentó disimular su alivio lo más que pudo.

—Descuida, estaré bien.

Tendría que decirle a Hyoga que debían suspender las reuniones en la arboleda por un rato.


º・**。᪥。**・º


Al cabo de unos días, el general Kido les informó de la nueva ofensiva planeada. En las últimas semanas, habían recibido nuevas provisiones del Imperio, inlcuyendo armamento nuevo y cerca de 16,000 tropas adicionales; una enorme ventaja sobre los rusos, quienes luchaban por conseguir comida fresca.

Después de obtener el control de las Huérfanas, el ejército Japonés únicamente había conseguido una colina más. Los ataques frontales no daban resultado y en vista de la falta de armamento apropiado, se habían dedicado a cavar millas y millas de trincheras —la única manera posible de ganar terreno, al parecer—. Finalmente, los generales japoneses llegaron con un nuevo objetivo: los Reductos del Templo y de Erhlung —las fortalezas encontradas al este—, y las colinas Namakoyama y 203 —al oeste—; esta última era la cereza del pastel, por su altura y posición, aquella elevación de más de dos kilómetros definía quien tenía el control absoluto de Port Arthur.

Las tropas japonesas se encontraban a escasos metros de los Reductos, era momento de lanzar el temible ataque frontal, con ayuda de los "bebés de Osaka", como habían apodado a la artillería pesada recién llegada.

En el campamento ruso, el juego de cartas que se desenvolvía entre Isaak, Hyoga y Viktor se vio interrumpido por el alertamiento a las tropas y el aturdidor sonido de la artillería japonesa.

—Otra vez estos yaposhkas* con su tren gritón —se quejó Viktor, refiriéndose al armamento japonés. Nadie sabía exactamente que tipo de arma era, pero el ruido que provocaba se asemejaba al rugido de un tren, de ahí el apodo que el ejército ruso había inventado.

—Nikiforov y Morozov, repórtense en Namakoyama. Lebedev, te necesitan en los reductos del este.

Isaak y Viktor se colocaron sus furashkas y tomaron sus rifles mientras Hyoga permanecía inmóvil.

Había dos ataques simultáneos ocurriendo en ese momento. Dos frentes. Este y oeste.

Sólo rogaba porque Shun fuera enviado a combatir al frente opuesto.

—¡Mladshiy unter-ofitzer Lebedev! ¡Muévase!

Hyoga dio un respingo e inmediatamente se preparó para salir.


º・**。᪥。**・º


Cuando Hyoga llegó a su posición los japoneses estaban a punto de iniciar el ataque de infantería a las fortalezas. Los gritos de los generales rusos y japoneses le aturdían, así como el sonido de los rifles. Se movía con torpeza y se le notaba desconcertado. Su mirada no dejaba de analizar una y otra vez el frente japonés, como si desde ahí pudiera divisar si Shun se encontraba ahí o no.

A gritos y empujones tomó su lugar en las filas rusas, y automáticamente comenzó a avanzar. Sus piernas parecían tener voluntad propia —resultado del tan extenso servicio militar que había prestado, seguramente—, su mayor deseo era detenerse hasta estar seguro que Shun no estaba del otro lado.

La ansiedad crecía dentro de él, ¡tenía que concentrarse! De lo contrario moriría y entonces sería peor. Sacudió su cabeza para echar cualquier distracción de su mente y, después de dar un último vistazo al campo de batalla, procedió a disparar.

Anteriormente, Hyoga intentaba ser rápido a la hora de enfrentarse con un enemigo, en aquellos momentos era su vida o la de ellos, no había mucho tiempo para pensar ni nada por el estilo, y no era una actividad que le provocara ningún placer, no deseaba grabar sus rostros perpetuamente en su cabeza. Sin embargo, esta vez era distinto, no quería asesinar a Shun por error; hasta el momento, no había nada que le indicara que se encontraba ahí, pero tampoco nada que le asegurara que no lo estaba. Ver con atención los rostros de los hombres que estaba por matar parecía un pequeño precio a pagar. Aquella fue una de las batallas más crueles para el rubio.

Sumergido en la desesperación y la inquietud, no notó al soldado que tenía frente a él, el otro tampoco había notado que estaba ahí, simplemente había corrido en su dirección, hasta que chocaron uno contra el otro.

Después de la conmoción inmediata y el pánico fugaz provocado por la incertidumbre, ambos jóvenes se miraron, únicamente para quedar asombrados —y aterrados— por lo que tenían enfrente.

—Shun...

Shun lo tomó por la gimnastyorka y lo obligó a agacharse.

—¡No! ¡¿Por qué?! —exclamó Shun, aunque la queja no era dirigida a Hyoga, sino a un ser superior—. Qué bueno que choqué contra ti.

Hyoga seguía en trance, aún no podía creer su suerte.

Justo cuando estaba por reaccionar, Shun se le abalanzó después de escuchar el estruendo de los "bebés de Osaka".

Quedaron uno sobre el otro, de frente, sus rostros a tan solo milímetros de distancia. Tan sólo un poco más y sus labios chocarían, una idea que pasó por la cabeza de Shun, pero la eliminó inmediatamente, pues no era ni el momento ni el lugar.

La realidad de su situación impactó contra los chicos como una bala de cañón. Este no era un mundo para ellos, se les obligaba a odiarse y matarse por un conflicto entre imperios que no les incumbía y del que entendían muy poco.

—Cuídate, por favor, ¿sí? —le suplicó Shun al oído antes de incorporarse.

La impotencia inundó a Hyoga. Quería protegerlo, pedirle que se fuera de ahí, llevarlo a la arboleda y esperar a que la batalla terminara. Pero tanto él como Shun tenían un deber que cumplir. Su encuentro ya había durado demasiado, y de no ser por el caos que reinaba en el lugar, seguro los habrían visto.

El ruso asintió, y después de contemplarse por unos breves segundos, cada uno emprendió su camino.

¿Qué más podían decirse? No era como que pudieran ponerse a platicar como solían hacerlo.

Después de todo, lo que tenían era algo prohibido.






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~ Anexo ~

Yaposhka - (Япошка) Término despectivo ruso para referirse a los japoneses.

Mladshiy unter-ofitzer - Oficial Junior. Rango más bajo de los oficiales no comisionados (conscriptos y personal reclutado) de la infantería rusa, pero con mayor rango que los soldados rasos (Ryadovoy).

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