Capítulo V | Port Arthur
『Agosto, 1904』
Hyoga apretaba los ojos intentando dormir, era terriblemente difícil con la caprichosa luz del sol en su esplendor, colándose por la ventana de su barraca, haciéndose más intensa cada vez, como si se burlara de él.
Isaak estaba a su lado, él ya se había rendido hace horas, haciéndose a la idea de que no lograría dormir antes de su guardia nocturna.
La luz, mezclada con el constante ir y venir de los soldados y el ajetreo natural del día, hacían de aquella labor —aparentemente normal— una verdadera pesadilla.
A las 19:00 horas, Hyoga se incorporó; no tuvo necesidad de espabilarse, pues no había logrado dormir en absoluto. Pateó suavemente a Isaak para levantarlo, este fingió somnolencia y se revolcó en su cama unos segundos.
Mientras Hyoga se vestía y ataba su rubia cabellera en una coleta baja, Viktor entró en la barraca.
—¿Qué hay? —inquirió Hyoga, al ser el relevo de Viktor quería que el chico le diera un adelanto de lo que enfrentaría aquella noche.
Viktor bostezó ruidosamente.
—Nada. Todo sereno.
Hyoga asinitió con la cabeza. No sabía que le molestaba más, el hecho de ir y tener que enfrentarse a un montón de japoneses problemáticos, o que lo privaran de una buena noche de sueño para pararse a vigilar una colina solitaria que no recibía ninguna atención por parte del enemigo.
—Buenas noches —murmuró Hyoga entre dientes, envidiaba a Viktor por poder irse a dormir en un horario normal.
Viktor sonrió y lo despidió con la mano.
—¡No te tardes, Isaak! —gritó el rubio mientras salía.
º・**。᪥。**・º
La colina a resguardar era Takushan, o Gran Huérfana. Junto con su colina hermana, Hsiaokushan —Pequeña Huérfana—, eran el límite de la fortificación del puerto.
Aquel lugar en la Península de Liaodong era la envidia de la zona, no solamente por su posición estratégica, sino por la fortificación natural que ofrecían las colinas.
El puerto de Lushun pertenecía originalmente a China, pero les había sido arrebatado por los japoneses durante la guerra Sino-Japonesa. Aunque por orden de Rusia, Alemania y Francia, el Imperio del Sol Naciente se vio obligado a ceder el puerto de regreso a China, únicamente para que fuera entregado en bandeja de plata al Imperio Ruso para la expansión del novedoso tren: el Transiberiano.
Las fortalezas y murallas que los chinos habían construido fueron continuadas y mejoradas por los rusos. En conjunto, todas las montañanas, murallas, fortalezas y trincheras, hacían del ahora llamado Port Arthur uno de los puertos más impenetrables del mundo.
El primer perímetro de defensa era una cordillera no muy fortificada, al menos artificialmente. Entre esas colinas estaban las Huérfanas, pero aunque la defensa militar era poca en comparación con los perímetros internos, la empinación de estas y el profundo y represado río Ta que corría frente a ellas eran obstáculo suficiente para ocasionarle problemas al enemigo.
Del otro lado de la cordillera, en un campamento recién establecido. El Ejército Imperial de Japón planeaba la estrataegia adecuada para tomar esas colinas.
Tomar las Huérfanas era el primer paso para hacerse del puerto completo. Pero la arrogancia de los generales estaba por hacer de esa sencilla misión una de los enfrentamientos más largos que vería aquella guerra.
—El ataque será frontal. Nuestra tropa ayudará a bombradear las colinas y luego en el ataque de infantería —el General Kido declaró a su escuadrón—. El General Nogi tiene confianza en la capacidad del ejército de tomar Port Arthur rápidamente y sin contratiempos.
—Es una locura... —susurró Seiya disimuladamente a sus amigos—. Todo el lugar es una fortaleza militar impenetrable, ¿cómo espera que lo tomemos "rápidamente"?
—Nii-san me dijo que durante la guerra contra China lo tomaron en un día —agregó Shun—. Nogi debe querer hacer lo mismo.
Era verdad que la idea de tomar Port Arthur en un día con los hombres que tenían no era completamente lunática. Se había hecho antes, y Nogi Maresuke —el líder de toda la operación— confiaba en que se podía repetir, su ejército no había hecho más que fortalecerse en los últimos años.
Pero ninguno de los generales a cargo consideraron —o no quisieron hacerlo— que la defensa rusa era infinitamente mejor y más grande que la china.
—El ataque comenzará a las 4:30 de la mañana.
º・**。᪥。**・º
Hyoga estaba desparramado en un incómodo banquito, recargado contra la pared. Cabeceaba mientras se soñaba en su hogar en San Petersburgo, con su madre y Freya.
La chimenea estaba encendida, destellando cálidamente, un completo contraste con el criminal clima que invadía la capital.
Su madre yacía sentada en el sofá junto al fuego, con una taza de té en las manos y una sonrisa en sus labios. Charlaba amenamente con Freya, quién reía divertida ante una anécdota graciosa de la juventud de Hyoga.
La risa melodiosa de la muchacha sólo hacía la estancia más encantadora, así como su físico; aquella sonrisa grande combinaba perfecto con los aretes de perlas y el elegante y largo vestido rosado.
Freya trataba de esconder su sonrisa con su mano, cubierta por el blanquecino guante de satín, en un intento por ser recatada; Hyoga odiaba que hiciera eso, verla reír le parecía divertido y reconfortante.
Añoraba aquellas noches junto al fuego después de cenar.
Mientras admiraba la felicidad de su madre y prometida, posó su mirda sobre el fuego, este continuaba bailando constantemente, como si riera también. Poco a poco se fue haciendo más y más intenso, hasta que finalmente estalló con un rugido esordecedor.
Hyoga fue violentamente arrojado a la realidad. Se había caído del banquito y aterrizado bocabajo.
—¿¡Qué fue eso!? —Isaak llegó corriendo hacia su posición, sus ojos se abrieron al ver a su compañero tirado en el suelo.
Hyoga se incorporó torpemente, aún aturdido por el sueño y el ruido. Isaak permaneció boquiabierto, mientras intentaba adivinar por qué Hyoga estaba en el suelo.
—¿Lo escuchaste también? —preguntó el rubio, quería asegurarse que no había sido su sueño nada más.
—¡Todo el maldito lugar!
Un tercer joven se les unió, gritando las órdenes de su superior.
—¡A sus posiciones! ¡Los japoneses nos están bombardeando!
º・**。᪥。**・º
—¡FUEGO!
Shun cubría sus oídos con las manos, pero no era suficiente para aminorar el estruendo. Sentía que sus tímpanos se desgarraban a cada cañonazo. Apretaba los ojos con fuerza, como si aquello le ayudara a disminuir el ruido.
Ahora más que nunca, deseaba estar en casa.
—¡Carguen municiones!
Seiya y Shun comenzaron a cargar la artillería pesada una vez más, mientras Shiryu se preparaba para disparar otra vez.
—Qué asco, ya me quiero ir —murmuró Seiya entre dientes.
—¡Fuego!
Los tres amigos se encogieron en su lugar al momento del estruendo.
El incesante bombardeo a la Huérfanas continuó durante toda la madrugada, y siguió durante el día y tarde siguientes.
Shun, Shiryu y Seiya fueron relevados cerca de las 8:30 de la mañana. Aturdidos y ensordecidos por el ruido de los cañones se dirigieron a su tienda a descansar y reponer fuerzas; aunque aquello parecía una mala broma con todo el barullo en las colinas.
Hyoga y Isaak mantuvieron su posición hasta el cambio de turno reglamentario, no podían hacer mucho con los japoneses atacando a diestra y siniestra las colinas, únicamente resguardarse y estar listos en caso de que la estrategia nipona cambiara.
—¿Piensan terminarse sus municiones, acaso? —preguntó Viktor al encontrarse con sus amigos en la barraca.
Hyoga se encogió de hombros, harto de la terrible noche que había pasado.
—Ni siquiera pude dormir —se quejó Viktor con un puchero.
—Bienvenido al club —respondió Isaak, brincando sobre su cama.
Viktor arrugó la nariz mientras se acomodaba su furashka* y partió hacia las Huérfanas.
La guardia de Viktor transcurrió casi igual que la de sus compañeros. Cuando su turno estaba por terminar, la lluvia hizo acto de presencia, llenando los campos de Port Arthur con un espeso lodo.
La temperatura descendió, así como la visión de ambos bandos.
Justo cuando Viktor estaba por retirarse, el bombardeo cesó.
Aliviado, pensó que sus amigos tendrían un turno tranquilo, los japoneses se habían cansado de atacar la colina y finalmente desistían.
Excepto que no fue así. El bombardeo había terminado, pero ahora comenzaba el tan esperado ataque frontal de Nogi.
La infantería japonesa inició su avance hacia las colinas.
Al ver que el enemigo se movilizaba, se les ordenó a los soldados en turno permanecer en sus posiciones y esperar refuerzos.
º・**。᪥。**・º
Shun avanzaba hacia adelante, sin tener mucha idea de lo que estaba haciendo. Sentía sus sentidos aún aturdidos por los constantes bombardeos del día, o quizás era la impresión de estar finalmente en su primera batalla real.
El clima era el adecuado para la ocasión. Lúgubre y oscuro. Incierto. La neblina provocada por la lluvia bloqueaba la poca visibilidad que la noche ofrecía, y la baja temperatura intentaba rebajar los ánimos de los hombres y las posibilidades de ganar a su nivel.
No podía ocultarlo, tenía miedo. No sabía que esperar y no deseaba morir ni ver a ninguno de sus amigos hacerlo.
Se limitaba a seguir a sus compatriotas, ellos se dirigían al río con las armas en alto, él lo haría también.
—La montaña... ve por la montaña...— se repetía internamente.
El Ejército Imperial de Japón se encontró con un río más profundo de lo imaginado. La presa construida por los rusos junto con la lluvia no era una buena combinación.
El instinto de Shun lo hizo frenar, notó a Seiya igual de dubitativo a su lado.
No podían detenerse.
Cruzar el río fue el primer obstáculo con el que los japoneses se encontraron.
Arriba en las colinas, los rusos observaban al enemigo intentar cruzar el cuerpo de agua sin éxito.
Hyoga contemplaba atento como el río se convertía en el enemigo a vencer de los japoneses, ahogándolos uno por uno. Tal vez no llegarían a enfrentarse cara a cara. El río se encargaría de ellos.
Bastó con que uno llegara al otro lado para que los demás lo consiguieran poco después.
La empinada colina era el siguiente obstáculo, pero ya era demasiado riesgoso.
Hyoga escuchó la orden de comenzar a disparar. A libertad y con el fin de matar a quien consiguiera cruzar al otro lado.
Los refuerzos rusos tardaban en llegar, la cadena de mando era un caos y las órdenes confusas. Ciertamente no esperaban que los japoneses los atacaran de frente tan súbitamente.
Aún cuando las Huérfanas estaban cerca del puerto, no era suficiente para que los acorazados en la bahía les ayudaran. Tendrían que arreglárselas solos.
Shun sentía el agua entumecer su cuerpo. Trataba de mantener su rifle fuera del agua, pero era terriblemente difícil. Tenía la sensación de no poder respirar bien y la orilla se veía cada vez más lejos.
Escuchó un grito desesperado que se ahogó al instante. Era Seiya, quien batallaba por mantenerse a flote.
Shun lo alcanzó como pudo y sujetó su brazo con fuerza hasta que el moreno recobró el equilibrio.
—¡Quédate cerca! —le gritó. Una petición estúpida a la mitad de una invasión.
Seiya asintió torpemente.
Ambos continuaron hacia adelante. Cuando lograron cruzar al otro lado, fueron recibidos con disparos.
Aunque el paso de los japoneses era impedido por el clima, las colinas y el fuego ruso, arriba las cosas eran aún más caóticas.
—¡Conserven sus posiciones!
—¡Avancen hacia el enemigo!
Hyoga tenía ganas de botar su arma e irse a dormir. Ni sus superiores lograban ponerse de acuerdo.
Decidió que él sería su propio comandante. No podía ver nada desde ahí arriba a pesar de las linternas de algunos de sus compañeros.
Si quería hacer su trabajo tendría que bajar.
Con cuidado, bajó por la empinada Takushan, esperando no derrapar en el lodo.
Se escondió detrás de una roca, sorprendería a cualquier japonés que pasara por ahí.
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Shun decidió que era mejor irse lo más alejado del centro, para evitar el inminente cruce de fuego.
Jaló a Seiya y lo guió hacia la izquierda. Estaba oscuro; el fuego y las linternas se concentraban en su mayoría en el centro de la colina, donde la acción se llevaba a cabo. Los rusos estaban desorganizados, quizás lograrían esquivarlos.
Probablemente era igual o más peligroso irse en la oscuridad, pero en ese momento le parecía mejor opción evitar la artillería rusa. De todos modos, permaneció alerta.
Era complicado intentar subir la colina, vigilar que Seiya siguiera a su lado y estar atento a cualquier rosuke* que pudiera aparecer de la nada.
Hyoga escuchó el ruido de las botas encajarse en el espeso lodo y un sutil jadeo. Se asomó con cuidado. Eran dos.
Se acomodó para tener la visión suficiente para lograr un disparo limpio, esperó a que las figuras se acercaran más y cuando las tuvo lo suficientemente cerca apretó el gatillo.
Shun escuchó un disparo y el lodo a sus pies salpicar. Él y Seiya se arrojaron al suelo para cubrirse.
Shun logró conservar su posición, pero Seiya rodó colina abajo. Finalmente se convenció de que no podía avanzar con su amigo, era una guerra y tenían que preocuparse por ellos mismos. Ya se reunirían cuando la batalla terminara.
Hyoga maldijo en voz baja, su disparo ni siquiera había alcanzado a su objetivo, únicamente había revelado su posición.
Shun miró hacia arriba, alcanzó a divisar una figura sobre una roca.
Endureció el semblante y tomó su rifle.
Hyoga se percató de que alguien iba en su dirección. Alarmado, emprendió la retirada.
Shun corrió detrás de su objetivo, gritándole que se detuviera como si de verdad le fuera a hacer caso.
Por la cabeza de Hyoga pasaron mil cosas, podía dirigirse a la cima de la colina, entonces su persecutor se encontraría solo y desprotegido en el corazón de la defensa rusa. O... le daría acceso directo a su cuartel.
Aquella jugada era arriesgada, y como no tenía ánimos de dejar las cosas al azar, se fue por lo seguro. Llevar a su oponente lejos de las colinas.
Si Shun hubiera sido más listo, habría desistido de perseguir a su presa y hubiera continuado la subida. Pero el inexperto soldado no deseaba volver a la acción e hizo de su meta personal alcanzar al rosuke y acabar con él.
º・**。᪥。**・º
Los gritos de guerra y estallido de los rifles comenzaron a disminuir.
Corrieron hasta una arboleda, donde Hyoga aprovechó que su enemigo se había quedado atrás para esconderse detrás de un tronco y esperar su llegada.
Shun corrió hasta el diminuto bosque; una vez ahí, bajó la velocidad, era impulsivo pero no idiota. Cargó su rifle y comenzó a avanzar con cuidado, listo para disparar.
Hyoga escuchaba algunas ramas y hojas crujir bajo los pies del japonés, pudiendo determinar su distancia y posición. Su respiración se mezcló con los crujidos, su objetivo estaba cada vez más cerca.
Cuando ya no pudo aguardar más, salió de su escondite repentinamente. Rifle en mano, listo para disparar. Listo para matar.
Shun pegó un brinco y apretó los ojos como reflejo. En cuestión de segundos se reprendió por su conducta asustadiza y recobró la compostura, apuntando al rosuke frente a él.
El duro e insensible intercambio duró poco.
La mirada de Hyoga se suavizó ligeramente, pero su respiración y corazón continuaban agitados.
Los japoneses que había visto hasta ahora eran chaparritos y amarillos. Pero el que estaba frente a él tenía la piel de mármol y los ojos esmeralda —aunque su estatura seguía siendo baja—. Sus facciones habían sido talladas por el mejor de los escultores y su cabello completaba la obra de arte, a pesar de encontrarse sucio y enlodado y sus ojos privados de sueño. La inocencia estaba plasmada en su rostro, esta guerra era demasiado para la inmadurez que presentaba, el chico no podía tener más de dieciocho años.
Quedó petrificado y boquiabierto ante aquella imagen. Juró en su pensamiento que no se dejaría impresionar por la apariencia del muchacho frente a él. Seguía siendo un japonés, un enemigo.
Los latidos de su corazón y la sensación en su estómago le advirtieron algo que Hyoga ya temía desde la primera vez que besó los labios de su prometida: sus sentimientos no estaban destinados al sexo opuesto.
Claramente, su naturaleza tuvo más peso que su juramento; pues casi sin percatarse, comenzó a bajar el rifle.
Shun había dejado de respirar por unos instantes, más por miedo que por admiración; se preguntaba por qué demonios el joven frente a él no lo mataba de una vez, aunque le agradecía por ello.
Su pulso comenzaba a temblar, tensó sus brazos para mantenerse firme, pero no engañaba a nadie.
Hyoga bajó por completo su arma. Él mataba hombres, no chiquillos... o al menos eso se dijo cuando se supo incapaz de dispararle a aquel muchacho.
Lentamente dio un paso al frente.
Shun se alarmó aún más y retrocedió apenas unos milímetros. Una cosa era disparar su arma y atinarle al pecho de un hombre al que no le conocía ni su rostro ni su nombre. No sabía el nombre del ruso, pero lo había visto de cerca, directamente a esos ojos azules tan fríos y claros como el hielo, y se había estremecido con la mirada que le devolvían.
—¡Aléjate! ¡No des un paso más! —gritó en japonés, después se percató que quizás el rubio no entendería una palabra.
Milagrosamente, Hyoga le respondió en su idioma, ciertamente se aprendían varias cosas en el ejército.
—No voy a hacerte nada.
—N-No... no te acerques...
Hyoga ignoró la petición y continuó avanzando con los brazos en alto.
—¡Te mataré!
—No lo harás. —Shun se paralizó ante la respuesta y apretó lo que tenía que apretar para no soltarse a llorar—. Ya lo habrías hecho.
Antes de que Shun pudiera reaccionar, Hyoga ya se encontraba a menos de un metro de él, este sujetó el cañón de su rifle y lo bajó.
Sus miradas se cruzaron una vez más, Shun miró a su oponente a través de las finas hebras doradas que caían sobre su rostro. Sus ojos eran más hermosos de cerca.
Se puso colorado, primero de éxtasis y luego de vergüenza.
Se contemplaron por unos segundos más hasta que Shun desvió la mirada al suelo.
Hyoga pensó que se echaría a llorar y se mentalizó internamente para consolarlo.
Shun cayó de rodillas al suelo, el rubio se agachó con él. Justo cuando estaba por frotar su espalda para reconfortarlo, el japonés vomitó ahí mismo.
El ruso se quedó confundido —y algo asqueado— por la reacción del muchacho.
Definitivamente aquel chico no estaba hecho para la guerra.
Pero al parecer, ninguno de los dos lo estaba.
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~Anexo~
※ Furashka - Gorra del ejército ruso.
※ Rosuke - Término despectivo para referirse a los rusos.
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