Capítulo III | Desilusión

1904


El aire de la mañana era frío, incluso dentro de su barraca, aunque él podía tolerar esa temperatura y más.

Tal vez San Petersburgo no era tan helada como Manchuria, pero ninguna se equiparaba a Siberia. Después de atravesar la tundra siberiana hacia China, cualquier ventisca era poca cosa.

Permanecía con la mirada perdida en el techo, únicamente contando los minutos y las horas.

Ese era su último día de servicio, al siguiente amanecer partiría a San Petersburgo después de seis largos años de servicio militar obligatorio.

Mañana estaría en un tren de vuelta a Rusia, a su madre y a Freya... su prometida.

Suspiró ante ese último pensamiento.

Amaba a Freya... bueno, creía que lo hacía. La verdad era que no estaba seguro.

Aquella pasión desbordante que se describía en los libros y poemas, el ferviente amor en las novelas de Tolstoi, como el que Ana le profesaba a Vronsky, que ciega a los individuos y los impulsa a hacer estupideces por el otro; él no sentía nada remotamente cercano con Freya. Le caía bien y hasta cierto punto se preocupaba por ella, pero no era amor.

Había llegado a pensar que esa clase de sentimiento sólo se encontraba en los libros.

Su madre, por ejemplo, no había hallado el amor verdadero en su esposo; para ella y la mayoría de la clase media y alta de Rusia, encontrar una agradable compañía era el matrimonio más exitoso al que se podía aspirar. Algo más profundo, más sincero, era un mero sueño; algo reservado para los cuentos de hadas.

Aún así, aunque la idea de regresar para casarse no le parecía excelente, el simple hecho de volver a su país después de tanto tiempo le alegraba el alma.

—Sólo 15 horas más, Hyosha. Y seremos libres. —La voz de su amigo Isaak entrando en la habitación lo obligó a reaccionar.

Hyoga Alexeyevich Lebedev y Isaak Andreyevich Morozov habían sido amigos desde niños, y parecía que el destino quería que estuvieran uno a lado del otro, pues sus caminos siempre se habían cruzado.

Sus padres trabajaban en la misma compañía, habían asistido a la misma escuela y la hermana menor de Isaak, Katya, estaba casada con el hermano mayor de Hyoga, Alik.

Ahora, habían tenido la fortuna de servir en el mismo regimiento por seis años; y con un poco de suerte, regresarían a casa juntos también.

—Contando las horas, ¿eh? Espero que no surja algo de último momento, sería muy desafortunado para nosotros.

Un tercer chico entró en la barraca y se unió a los otros dos en la cama.

Viktor Daniilovich Nikiforov había conocido al par de amigos en el servicio militar y habían logrado congeniar bastante bien. Era un muchacho simpático y muy agradable. Dramático de vez en cuando y un poco alarmista también.

—Si algo de verdad llega a pasar, te mataré —añadió Isaak después de un suspiro molesto.

—Si algo de verdad llega a pasar, por favor, hazlo —respondió Viktor con una sonrisa—. No podría tolerar quedarme en China un día más.

Los tres rieron ligeramente.

¡Zàijiàn*, Manchuria! ¡До свидания*! —continuó Viktor—. ¡Esperemos no tener que volver a verte!

Quizás los comentarios poco optimistas de Viktor podían atribuirse a su dramática personalidad, pero en realidad, todo aquello no estaba del todo infundado.

Corrían varios rumores de una inminente guerra contra Japón, y la presencia rusa en Manchuria era uno de los principales detonantes.

—Los veo más tarde —comentó Hyoga, levantándose de la cama y acamodando su gimnastyorka* para que quedara perfectamente lisa—, debo ir a pasar revista.

—¡La última! —celebró Viktor.

—Cruzo los dedos —concluyó Hyoga con una sonrisa. Una sonrisa que se desvaneció apenas salió de la barraca.

Le preocupaban las palabras de Viktor; aquel escenario no sólo era posible, sino demasiado probable.

La guerra estaba próxima, y aunque no estallara en ese momento, seguramente lo haría en los siguientes meses, y las condiciones del reclutamiento obligatorio en el Imperio Ruso no lo favorecían mucho.

Una de las tantas cosas que estaban mal en Rusia era el largo servicio militar que los hombres debían prestar. Era imperativo que todos los jóvenes se enlistaran en el Ejército Imperial a la edad de 20 años —a menos que fueran hijos únicos, en ese caso se les exentaba de aquel servicio— y después de seis años de servicio activo, debían pasar nueve años en las reservas del ejército, que al igual que en Japón, sólo verían acción si iniciaba un conflicto.

Y con la guerra prácticamente encima, era poco probable que Rusia mantuviera la paz durante los próximos nueve años. No importaba que el Zar repitiera una y otra vez que él no declararía la guerra al Imperio del Sol Naciente, en un conflicto se necesitan dos, y bastaba con que uno lanzara el primer golpe para que los esfuerzos del Zar se vieran frustrados.


º・**。᪥。**・º


El día transcurrió sin novedad —literalmente, porque los oficiales comisionados permanecieron en su barraca casi todo el día.

A las 18:00 horas, Hyoga se había convencido de que si nada había ocurrido para entonces, ya nada lo haría. Sin embargo, no conseguía relajarse.

Estaba jugando poker con Isaak y Viktor, pero su pierna derecha subía y bajaba constantemente a un ritmo veloz.

No era el único.

Quién sabe cuánto tiempo llevaban observando sus cartas, ninguno había dicho una palabra o hecho algún movimiento.

—Este día ya duró demasiado... —suspiró Viktor, golpeando sus cartas contra la mesita de madera y levantándose para caminar un poco.

—Unas horas más —consoló Isaak, inmediatamente después apagó su cigarrillo y dejó sus cartas boca abajo en la mesa—. Hablemos de algo o me volveré loco. ¿Has sabido algo de Freya?

—Dichoso que regresas a los brazos de una dama —agregó Viktor con tono soñador.

Hyoga se encogió de hombros. —Lo usual. Cenas, bailes y demás. La vida en San Petersburgo no es muy entretenida ¿sabes?

—Es mejor que aquí —respondió Isaak, deslizándose ligeramente en la silla—. Si no tuvieramos hermanos mayores no estaríamos aquí.

—Lo que sea por proteger al heredero —respondió Viktor, sarcástico.

—A menos que quieras una carrera en la milicia —añadió Hyoga con pereza.

—¿Quién sería tan estúpido como para querer algo así?

—Los pobres, Isaak. No todos tienen tanto dinero como tú.

—Me disgusta hablar de dinero, caballeros —intervino Viktor—. Mejor cambiemos de tema.

—Si tuviera tanto dinero como tú dices, podría haber comprado mi salida de aquí —reprochó Isaak a su amigo rubio con cierto dejo de molestia en su voz—. Los aristócratas no hacen esto.

—Algunos sí, por placer.

Isaak y Hyoga estaban decididos a no soltar el tema; cuando ambos se envolvían en una discusión, no quedaban satisfechos hasta tener la última palabra.

Viktor rodó los ojos y se dirigió a la ventana. No estaba de humor para escuchar la más reciente edición de la riña entre sus amigos.

Mientras admiraba el sombrío paisaje que le ofrecía el campo militar ruso, sus ojos se expandieron cuando vio al sub-teniente de su división aproximarse a su barraca.

¡Гавно! ¡Plushenko viene para acá!

Inmediatamente quitaron las cartas de la mesa y limpiaron la ceniza de los cigarrillos, dejando la habitación medianamente presentable para la llegada repentina de su superior.

—Caballeros.

Podporuchik Plushenko. —Los tres saludaron debidamente al hombre.

—¿Son los únicos aquí? —preguntó el sub-teniente, aunque parecía sereno, sus ojos le delataban, reflejando una enorme angustia.

—Sí, señor —respondió Hyoga.

Plushenko asintió, mirando nerviosamente a su alrededor.

—Bien, reúnanse cuanto antes en el patio principal. El General hará un anuncio importante.

—¡Señor! —Los tres volvieron a saludar antes de que el sub-teniente saliera de la barraca.

Los amigos permanecieron inmóviles unos momentos.

—¿Qué creen que sea? —preguntó Viktor para romper el hielo, o quizás para ver si sus amigos podían disipar sus malos presentimientos.


º・**。᪥。**・º


Una vez que todos los regimientos estaban reunidos y en formación en el patio principal del campo, el General Alexeyev salió a comunicarle a sus tropas los eventos recientes.

—Caballeros, no me causa ningún placer informarles esto...

El corazón de Hyoga comenzó a latir con fuerza, sentía que se le saldría del pecho en cualquier momento.

—Port Arthur has sido atacado por los japoneses.

—Mierda —gruñó Isaak entre dientes, su grosería fue apagada por la reacción del resto de las tropas. Ni Viktor ni Hyoga lograron reaccionar.

—El Zar aún no ha declarado la guerra formalmente, pero es sólo cuestión de horas para que la orden llegue. En los próximos días se les darán instrucciones a sus regimientos. Estén atentos.

El orden y disciplina que caracterizaban al ejército brillaban por su ausencia. Aquel era un campo militar lleno de hombres cansados de la guerra y de China, ansiosos por ir a casa y ver a sus familias.

—¡Por el Zar y el Imperio, lucharemos hasta el final!

Y con esa frase, Alexeyev regresó a su barraca y los soldados rompieron filas.

—¡Maldición! —espetó Isaak lleno de ira.

—Creo que nunca volveremos a Rusia... —añadió Viktor con tono derrotista.

Hyoga seguía en trance. Eso posponía la boda con Freya aún más; pero a estas alturas, el rubio prefería casarse con la muchacha antes de permanecer en el ejército un día más.

—Debo escribir algunas cartas.


º・**。᪥。**・º


—Qué suerte la nuestra, ¿no?

—Cállate.

Viktor intentaba no sentirse tan abatido por las recientes noticias, lanzando ocasionalmente algún comentario chistoso o sarcástico. Isaak seguía de mal humor, pateando y maldiciendo todo a su paso. Hyoga, por su parte, no había dicho una palabra, simplemente escribía cartas sin parar, a su madre, a Freya, a su hermano, etcétera.

—Tal vez no nos manden de inmediato. Es decir, alguien se tiene que quedar en Manchuria ¿no?

—¿Y quién entonces? Las tropas en Europa tardaran en llegar hasta China, ¡la guerra ya empezó! Y somos los que estamos más cerca.

—Concuerdo con Viktor —intervino Hyoga por primera vez—. Es mejor esperar refuerzos de Moscú, atacar más rápido no siempre es lo mejor.

Isaak rodó los ojos.

Los amigos fueron interrumpidos una vez más por el sub-teniente Plushenko.

Los soldados en la barraca detuvieron lo que hacían inmediatamente para saludar a su superior.

—Descansen —ordenó el hombre—. Tengo en mis manos las órdenes para nuestra división.

—¿Del Zar? —inquirió Viktor.

Plushenko dudó unos momentos antes de contestar. —Del General Alexeyev. Mañana partiremos hacia Port Arthur, defenderemos el puerto.

Hyoga frunció el ceño y pidió permiso para hablar.

—¿No es mejor esperar refuerzos de Europa antes de movernos?

—El general Kuropatkin piensa igual, pero la decisión final recae en Alexeyev. Partimos mañana al amanecer.






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~ Anexo ~

Zàijiàn - Adiós en chino.

До свидания - «Do svidaniya» Adiós en ruso.

gimnastyorka - Casaca del uniforme militar del ejército ruso.

Гавно - «Gav-no» Expresión de disgusto o molestia.

Podporuchik - Sub-teniente (Teniente Junior) o Primer Oficial. Uno de los rangos bajos de los oficiales superiores o comisionados.

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