Capítulo I | 1903

1903


Las nubes navegaban lentamente por el cielo. Sin prisa alguna, sin ninguna preocupación ni obstáculo tampoco.

¿Qué maravilloso sería ser una nube?

Siempre andando por los cielos con calma, sin nada que lo obligara a hacer nada que no quisiera. Sin nada que lo presionara ni le dijera qué hacer ni cómo ser.

Aunque cabía la posibilidad de que las nubes desearan permanecer en el mismo lugar y fueran forzadas a acatar la voluntad del viento; siempre siguiendo la corriente y soportando ser arrastradas por las convicciones y deseos de otros.

Quizás, después de todo, no había mucha diferencia entre ser un joven o una nube.

Shun suspiró, su sesión diara de reflexión había llegado a su fin, debía apresurarse o comenzarían a sospechar de su ausencia.

Pero reflexionar en los campos de la Prefectura de Saga no era lo único que pretendía con tal escapada, había algo más que impulsaba al joven japonés de cabello castaño a huir a ese lugar.

No un algo, más bien un quién.

Una mujer para ser precisos.

Izuki June era una gran amiga, pero la presión de la sociedad, de su madre, e incluso de la misma June, habían logrado colmar su paciencia.

Apenas hace unos meses había cumplido los 17 años, pero de alguna manera, todos esperaban que contrajera matrimonio. Y como siempre se le veía en compañía de June, pues era la candidata número uno.

La chica era preciosa, a pesar de contar con un hermoso cabello rubio y ojos azules que sacaban a relucir su ascendencia británica —consecuencia de la occidentalización y recientes alianzas con el Imperio Británico, aunque un poco más estética que las demás—, que según sus conocidos, combinaban perfecto con Shun, lo que garantizaba unos bebés de lo más lindos y adorables.

Otra razón para quedarse juntos —esto de acuerdo a las palabras de su madre—, era la posibilidad de que Shun no encontrara mujer en otro lado. Justo como la muchacha anterior, Shun tenía varios rasgos que se podían considerar "occidentales", aunque de hecho, él era cien por ciento japonés. Su piel era terriblemente pálida, sus ojos poseían un color esmeralda hipnótico y su cabello —además de suave y abundante— era castaño claro, un tono más claro que el del japonés promedio.

A pesar de que aquellos rasgos combinaban a la perfección para hacerlo uno de los jóvenes solteros más codiciados de la Prefectura, su madre y algunos otros adultos consideraban que sus características producirían —de ser mezcladas con alguien que luciera más nipón— una progenie híbrida, poco japonesa y para nada atractiva. Incluso corría el rumor de que el padre del muchacho no era el venerable señor Amamiya Shintaro, sino un británico cualquiera.

La verdad era que Shun era tan hijo de Amamiya-san como su hermano Ikki, y su sangre tan japonesa como la del Emperador. Sin embargo, para evitar que los genes extraños se expandieran por toda Saga, era preferible casarlo con la chica que ya tenía ascendencia occidental.

Claro está, a la juventud de la Prefectura no podía importarle menos. Shun era guapo y soltero, y aquello era lo único que importaba.

Sin embargo, la razón por la que Shun no deseaba contraer matrimonio a tan corta edad no era totalmente culpa de June. Ella era una buena amiga, pero no existía nada más entre ellos, al menos no para Shun. Para él, no habría ninguna chica en su vida. Y no era porque fuera joven y la idea del matrimonio le repugnara, sino porque simple y sencillamente Shun encontraba el placer en compañía de su mismo sexo.

Su homosexualidad no era secreto para él, desde niño había sentido que las chicas no eran lo suyo, y cuando cumplió trece años y sus amigos y vecinos se embobaban con las figuras femeninas, le quedó más que claro que sus gustos eran otros.

El resto de la familia Amamiya mentiría si dijeran que no tenían idea de la orientación sexual del menor. Si bien Shun no lo había gritado a los cuatro vientos —no se lo había dicho a nadie en realidad— para sus familiares era notorio que era homosexual. Era como un juego, todos lo sabían pero nadie decía nada; incluso a veces se decían comentarios poco ortodoxos, probando los límites de cada quien, esperando a ver quién sería el que se quebrara primero y lo confesara.

Contrastaba con su hermano Ikki, quien era el orgullo de su padre y el epítome de lo que la nación consideraba un buen hombre. El joven era bastante mayor que Shun, casi diez años —cosa que no ayudó a desmentir el antes mencionado rumor—, era más alto y fornido, de piel más morena que su hermano menor y cabello como el ébano, además de estar dotado de una gran inteligencia; no es que Shun fuera estúpido, pero su naturaleza, pasiva y tímida, en ocasiones no lograba que aquella característica brillara como se debía.

Finalmente, Ikki tenía un buen puesto en el Ejército Imperial Japonés. Al ser una familia modesta, las oportunidades del chico eran reducidas, más aún después de la sorpresiva llegada de un hermano menor. Pero Ikki era valiente y tenaz, y una carrera en la milicia era algo que estaba a su alcance y además iba bien con él.

Así pues, después de enlistarse, su ascenso en las filas del Ejército Imperial fue relativamente fácil. El chico era casi un prodigio, su valor en batalla durante la guerra Sino-Japonesa le hizo adquirir reconocimientos entre sus camaradas y oficiales, además de experiencia en el campo de batalla. A la edad de 19 años logró ingresar a la Academia Militar, dónde pudo explotar sus habilidades, además de desarrollar una admirable fluidez en el idioma chino y ruso. Poco a poco fue ascendiendo hasta el rango de Capitán, que obtuvo a la edad de 25 años. Un año después, su siguiente paso era ser elegido para la muy codiciada Rikugun Daigakkō, la joya de la educación militar, donde aprendería tácticas especiales y podría aspirar a cargos más elevados.

Sin embargo, Ikki sólo contaba con un año de servicio en el frente, necesitaba por lo menos dos para poder ser candidato a presentar el examen a Rikudai; y aquel sueño estaba cada vez más cerca.

Las relaciones entre el Imperio Ruso y el Imperio de Japón no eran muy buenas, ambas naciones estaban deseosas por expandir sus territorios en China y Corea. Ikki aguardaba el momento en que la guerra estallara y así poder avanzar en su carrera militar.

A pesar de aquella sobresaliente trayectoria, Ikki no era el recto soldado que aparentaba, al menos no de manera tradicional. Había un pequeño secreto que nadie de su familia conocía.


º・**。᪥。**・º


Shun llegó al vecindario justo a tiempo para el té de la tarde. Antes de llegar a la puerta se encontró con sus amigos de toda la vida, Seiya y Shiryu.

Los tres muchachos eran de la misma edad, y vivían en la misma calle. Habían asistido a la escuela local juntos y cuando no estaban ocupados aprendiendo un oficio para vivir de él, pasaban las horas flojeando en los campos o mercados.

El primero en saludarlo fue Seiya, un chico muy vivaracho y simpático, no tan guapo como su par de amigos pero no tan feo como solían describirlo sus allegados. El moreno era bastante chistoso, además de ingenioso y una excelente compañía. Su padre lo había enviado con un pescador para que aprendiera el oficio para luego ayudar en el negocio familiar.

El segundo, Shiryu, era un sujeto muy inteligente de larga cabellera negra. Aprender era una de sus grandes pasiones —una habilidad desperdiciada por su falta de dinero y oportunidades— y aunque era bastante serio y recatado, poseía una enorme lealtad y sentido del humor. Como Ikki, los padres de Shiryu lo habían animado a perseguir una carrera militar, ya que estaba en la edad para ser reclutado; pero, aunque pertenecer a la milicia era todo un honor, el joven no deseaba seguir los pasos del hermano mayor de Shun.

—June estaba buscándote hace un rato —comentó Shiryu al acercarse a Shun—. Le dijimos que estabas en el mercado.

—Debieron decirle que morí —bufó Shun después de llevarse las manos a la cara.

—¡Por qué te quejas tanto! —agregó Seiya—. No es para nada fea. Además, creí que eran amigos.

—Sí, lo éramos. Hasta que empezó a insinuar otras intenciones —aclaró Shun, cruzándose de brazos.

—Tendrás que casarte algún día, mejor ella que la conoces y te cae bien a cualquier otra desconocida, ¿no crees? —remató Seiya con un codazo amistoso.

—Si no es por amor, prefiero no hacerlo.

—Suenas a una mujer, Shun-chan.

Justo antes de que Shun le diera un puñetazo a Seiya por su comentario, su hermano gritó desde adentro de la casa.

—¡Shun! ¡Entra a la casa!

—Veo que el capitán volvió de su viaje —añadió Shiryu con una sonrisa.

Shun sonrió de vuelta y asintió. —Ayer por la tarde. Nos vemos luego.

Dentro de la residencia Amamiya, la mesa estaba dispuesta para el té. Con los cuatro miembros reunidos alrededor, la señora Amamiya se dispuso a servir la bebida.

—June pasó por aquí, de nuevo —comenzó a decir la señora Amamiya después de darle un sorbo a su té—. No tenía idea de cuando volverías, ¡qué va! Ni siquiera sabía que habías salido.

—Salí a... caminar... —respondió Shun.

—A huir, más bien —intervino Ikki, conteniendo la risa.

—Cómo sea, la invité a tomar el té mañana.

Al comentario de la señora Amamiya le siguió el ruido de la porcelana chocando bruscamente.

—No, ¿por qué? —se quejó Shun, mientras miraba a su madre con ojos suplicantes.

—¿Por qué no? Es momento de que sientes cabeza. Sus padres tienen dinero y contactos. Podrás estudiar medicina si te casas con ella.

Ese era el mejor chantaje que su madre podía utilizar. El sueño dorado de Shun era ser doctor, aunque ya había dejado ir ese sueño hace mucho tiempo.

—Puedo estudiar medicina en el ejército —musitó después de una pausa.

—¡Olvídalo, Shun-chan! No tienes madera de soldado —aclaró Ikki con una sonrisa—. La dama June es tu única opción.

Shun recibió el comentario con una risita. Él y su hermano eran los mejores amigos, pero esa camaradería incluía molestarse mutuamente con pequeñeces.

—¿Qué tal las cosas en China oriental? —El señor Amamiya cambió el tema, dando punto final al asunto de June.

—Repleta de rosukes, olvidan que su único territorio ahí es Valdivostok. La guerra es inminente.

—Pero eso sirve a tus propósitos, ¿no es así, nii-san?

Ikki esbozó una ligera sonrisa.

—No sólo a él. A toda la nación —agregó solemnemente el señor Amamiya—. Es nuestro momento para demostrar de lo que estamos hechos. Enorgullecer al Emperador y a nuestra raza.

La respuesta ultra-nacionalista de Amamiya-san fue recibida con silencio, aunque no necesariamente expresaba lo mismo, cada uno de los miembros de la familia pensaba diferente.

La señora no tenía una postura, guerra o no, expansión o no, ella no haría ni vería nada de eso. A Shun no le encantaba la idea de la guerra, aunque nunca lo diría en voz alta; Ikki por otra parte, compartía la mentalidad de su padre, quizás por eso congeniaban tan bien.

La guerra era casi un hecho irrefutable, y justo como Shintaro-san lo había dicho, serviría a los propósitos de varias personas...

Y a más de un miembro de la familia Amamiya.




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Hola!!!

Una nueva historia que lleva en construcción ya casi un año! ^^ La idea se me ocurrió hace ya un tiempo, pero me faltaba definir varias cosas.

Finalmente sale a la luz!!! Actualizaciones todos los viernes (con suerte 😄).

Muchas gracias por leer!! 💕

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