𝐈𝐈𝐈
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III. HE'S A FUCKIN' DEMON !
1 9 1 9
Birmingham, Reino Unido.
Orión.
Los susurros predominaban por todas las calles de todo Birmingham, el periódico hablaba por sí solo; el tétrico tema de conversación lo lideraba los Vegnov, el apellido operaba por la boca de los ingleses dando diálogo en curiosidad a la tentación del saber. Pisaron la ciudad para hacer malas noticias, catástrofe y desastres, de eso cualquier persona con un seguro subconsciente lo supondría. Dando resultado a una terrible respuesta acertiba.
El motor del tren fue acompañado por la sintonización de los murmullos de los presentes desapareciendo como el humo de sus cigarrillos. Huyendo del lugar tan rápido como el tren llegó, como si de una bestia se tratase obteniendo no mucha diferencia en la comparación. El silencio predominó por el rincón de las vías, el suspenso dirigió los parajes del sitio; el audible sonido de su tacón chocó con la madera del suelo, adjunto de las pisadas de sus acompañantes.
Los pocos presentes observaban las siluetas con impresión y el derrumbo de la curiosidad de un menor apegado al regazo de su madre en un movimiento repentino cayó de pie al suelo, corriendo en dirección hacia estos, saliendo del humo provocado por el motor del tren y que a su vez la madre del niño pedía a suplicas que regresara junto a ella.
—Disculpe, señor...
Una voz infantil capturó el interés de los Vegnov, dirigiendo la palabra hacía el ruso frente a él. Adalia no tardó en sonreír como si hubiese ganado el premio mayor, amaba los niños a comparación de Edevine, que procedió en fruncir su ceño hacía el pequeño delante de su hermano.
—¿Quiénes son ustedes?
Orión llevo una de sus manos hacia su cabeza, retirando su sombrero seguido de su cigarrillo. Se colocó de rodillas quedando a la misma altura del menor. Aquel leve movimiento del castaño provocó un sobresalto por parte de la madre del pequeño, en intriga a la inquietud de lo que pasará después.
—Los 4 jinetes del apocalipsis.
Carreras de Cheltenham.
Era una farsa.
Para los Vegnov, Kimber era solo una basura en el suelo.
Y los Lee, únicamente provocaban un mal sabor de boca.
Ambas combinaciones causaban repudio y sin embargo, trabajaban juntos. Ahora, te estarás preguntando.
¿Cómo demonios podría ser una farsa el evento Cheltenham?
Sencillo, la hipócrita protección de los Lee hacía Kimber; era el decreto de robarles a los corredores de apuestas del hombre antes mencionado. El día de hoy, Peaky Blinders peleará ante ser los sucesores de Billy y el juego era mostrarle a este la alevosía que embanava la familia Lee y los hombres de Kimber que ampliamente se dejaban sobornar. No obstante, los Vegnov nunca se quedan atrás.
Las cartas del juego girarán en torno al adelanto de un movimiento de la partida. Para ser más específicos, los Vegnov moverán la primera pieza antes que Thomas y los títeres de sus hermanos.
El objetivo principal era pasar desapercibidos por todo el hipódromo del evento. Pero siendo una gran figura pública ante la visión de toda persona perfectamente consiente, reconocería toda buena mística presencia que caracterizaba a la banda gángster.
Algo que Edevine Vegnova y Adalia Volskaya no pudieron dejar de ocultar.
Esa mágica y perfecta mística presencia.
Los presentes en el área dieron por mirar a la entrada del lugar, perplejos ante lo que sus ojos observaron. Los instrumentos sonoros de la música dieron pausa a la antes sinfonía del Charleston, los danzantes de la pista pararon en suspenso; formando un silencio arrebatador. Los rumores eran ciertos.
Los Vegnov estaban aquí, en Birmingham.
Ambas concientes de la desmedida atención que recibían. En una impecable seguridad, caminaban hacía la barra; a su vez, los presentes deslumbrados les abrían camino hacía su destino. Sus extraordinarios tacones se escuchaban entre el extenso lugar, al ritmo del movimiento de sus caderas moviéndose como los rizos de su cabello y que a su vez, se destacaba entre tanta dama con la cabellera corta; era larga, color marrón chocolate y los amplios mechones danzaban libremente al compás del balance de su amplio vestido rojo cereza, el color guindo de sus deslumbrantes y brillosos labios daban como resultado la soberbia mirada de una mujer fría y calculadora.
A su costado izquierdo, se encontraba nada más y nada menos que la Doctora Cirujana Adalia Volskaya.
Una escocesa imposible de no contemplar.
Ella tampoco se quedaba atrás.
Nunca lo hacía.
La exquisita figura lo suficientemente estilizada, daba el empoderamiento de una fina presencia. Su notable belleza sobresalía entre su vestido corto color rosa palo, debajo de este se contemplaban dos apreciadas tentaciones imposibles de no examinar con asombro, una tela ligeramente transparente cubría ambas extremidades quienes se encontraban al aire libre.
Aquello fue lo suficientemente incitador para ceder toda la atención a su rostro, el ligero contorno dorado brillante que se hallaba alrededor de sus párpados predominaba el color grisáceo de sus ojos.
Tan pronto como llegaron a su destino, la música no tardó en escucharse y poco a poco la sorprendente atención antes recibida, se esfumaba como el humo del cigarrillo de la castaña. Su guante de terciopelo, se posó ligeramente en la barra de cerámica. Alzó levemente su dedo índice, llamando al hombre tras la barra.
—Un vaso de agua, porfavor.
La delicada y pacífica voz de la rubia tomo desapercibido al sujeto, especialmente por lo que pidió con amabilidad. Era la primera vez que le ordenaban un vaso de agua, habiendo una increíble variedad de bebidas alcohólicas, la escocesa solicito algo ligero. Algo que el hombre no tardó ni lo más mínimo en dárselo, sabía con que tipo de persona estaba tratando.
—¿Ves al Shelby por algún lado?
Pregunto la rusa. Adalia observo hacía su alrededor sin disimulo, para luego dirigir su vista hacia Edevine, negando con seguridad.
—Desde la segunda planta, todo se mira muy extenso. Yo te aviso cuando haya llegado.
Tomo su vaso de agua posado delante suya y de su pequeño bolso rosado pastel, dejó unas cuantas monedas en el mismo lugar donde anteriormente se encontraba lo que solicitó y antes de irse, le dedicó una amplia sonrisa al hombre tras la barra, algo que maravillo al sujeto. Edevine la observaba con antipatía, imposible no irritarse con tanta amabilidad; cosa que la castaña ya se había acostumbrado.
Su vista se dirigió hacia la pista de baile, divisando a los presentes danzando al ritmo de los instrumentos delante de ellos, las cuatro paredes del lugar provocaban un eco estruendoso ocasionando que el sonido de la orquesta se escuchase de manera sonora. En sus ojos observaba las anaranjadas mesas del lugar y al recorrer cada una de ellas, se cruzó con esa amarga mirada.
Billy Kimber la examinaba con molestia más un toque de picardía para dar resultado a un ambiente incómodo y que a comparación de la castaña, lo miraba de manera dura en un rostro neutro e indiferente. Algo que Billy admiro.
El mayor prosiguió en observar a los costados de la mujer y que con su mirada buscaba alrededor de esta. Estaba sola y eso a Kimber le sorprendió.
No estaba Orión Vegnov.
Estaba lo suficientemente consciente para darse cuenta que aquel chico de faceta intimidante, nunca dejaba sola a la joven castaña.
Nunca.
Y no se equivoca.
¿Dónde demonios está el ruso?
El ruido de las balas introducidas en sus respectivos cartuchos retumbaba en murmullo, dichosos protagonistas del día.
Los gritos captados con dejes elevados de emoción daban como resultado la suposición del comienzo de las tan arregladas apuestas y que, mientras el ruso rodeaba el hipódromo con un inútil sigilo. La eminencia de su tan óptima presencia, daba una fachada de un hombre culto; ser un Vegnov de sangre era difícil, tener porte y captar la atención de los curiosos era un dón. Por debajo de aquel largo y oscuro abrigo de terciopelo, moviéndose al compás de la brisa del frío aire.
En cubría dos finos utensilios de hojas metalizadas afiladas, compuestas por un mango de plata adornados con piedras de diamante. Toda una fina joyería que los ambiciosos desearían tener.
Y que no tardaría en usar.
El revuelo que sus oídos captaron a un lado del marco húmedo de la puerta frente a él, fue el aviso. La indicación que esperaba de forma voraz, para poder llevar su estremecedora presencia hacia los reducidos rincones del sucio baño.
Dónde se encontraba nada más y nada menos que un hombre haciendo de las suyas, hace falta estar ciego para no ver que aquel cargaba su apellido Lee a todo resplandor y no hablo de ese tipo de resplandor, pues a toda vista y a toda compañía presente se encontraba robando a un apostador.
Al escuchar la barrbasada del hombre mientras cometía su acto de robo, tomando bruscamente el dinero del apostador quien ahora se encontraba indefenso es cuando la puerta no tardó en abrirse de forma desapercibida.
Las miradas de los pocos hombres dispersados en los rincones del húmedo lugar giraron en torno hacia aquella figura con grandes y superiores auras de condescendencia.
Tan rápido como su entrañable presencia no tardó en adentrarse al lugar, los presentes se limitaron a solo abrir sus bocas y robar el frío aire como un agujero negro se tratase mientras que desde sus lugares se helaban emanando temor, observando en dirección hacia aquel sujeto de rostro ególatra.
Desprendiendo en cada paso energías sobresalientes con tan sólo su suma presencia. Otros incluso abandonaron el lugar sin decir ni una palabra.
Nadie quisiera estar en un lugar donde Orión Vegnov se dedicará solo a una cosa: cazar.
El hombre trabajador, «fiel» a la protección de Kimber, tras a ver visto el rostro de espanto de su víctima ya encontrado sometido por este tras la pared frunció su ceño de forma confundida, girando su cabeza siguiendo la mirada de pánico del hombre, tras ver de quien se trataba sollozo desde su lugar.
—Caballeros...
Bastó solo un inútil movimiento para dejar al tipo frente a él estampado en el azulejo del suelo. Impacto de forma áspera el grueso y amplio tacón de su zapato derecho hacia la mejilla de este y que mientras el hombre tras la acción del ojiverde, de su boca no tardaron en emitir profundos quejidos, llevando ambas de sus manos al tobillo del ruso tratando en vano retirar el oscuro zapato impactado en su mejilla.
De la manera más paciente posible, Orión sacó de su largo abrigo un cigarrillo. Colocando este a su boca para luego encenderlo y llevar el fuego del fósforo a la punta de este, tomando su tiempo en darle unas cuantas caladas.
Podría incluso sentir que pisaba a un bicho, un insecto indefenso. Admiraba la imagen debajo de él, le complacía observar otra víctima de sus superioridades, de su poder, mandó y autoridad.
El Lee bajo su zapato, jamás se había sentido tan inferior y Orión podía sentirlo. Este lo gozaba, se satisfacía como una adictiva heroína.
Lo mejor para el apenas y estaba por comenzar.
Sin despegar su zapato a la extremidad de este, saqueo en las bolsas de su saco el dinero antes robado por el anterior apostador. La cantidad de efectivo era variada, dando a suponer que no era al primer hombre al que corrompia.
—Permiteme añadir, Sr. Lee—habló sin importar el humo del cigarrillo antes capturado en su boca, expandiéndose al frío aire—. Usted si que es amante de lo ajeno.
Retiro su zapato antes posado en la mejilla del hombre, para después tomar con la palma de su mano el rostro de este, obligando a que observará sus orbes que brillaban de tal forma exasperada que podría jurar que había un mar de fuego en el verde de sus ojos.
Bajo su abrigo de terciopelo, exhibió consigo su tan preciosa y filosa daga de plata, admirando sus pequeñas piedras de diamante que brillaban como unas lejanas estrellas en una oscura y cálida noche.
Sabía lo que le esperaba después de a ver visto el peligroso artefacto. Solo le quedaba aquel sentimiento de temor acompañado de la cobardía que recorrían por todo su torrente sanguíneo. Pues, no podía incluso defenderse.
Era inútil ante un Vegnov y más si ese Vegnov era el mismísimo Orión Vegnov.
Al no tardar en sentir la filosa punta deslizarse de forma voraz en repetidas ocasiones por toda el área de su cuello, la única cosa que pudo contemplar fueron los orbes verdes ahora oscuros del ruso frente a él.
Adornando su bello rostro con gotas rojizas de sangre, divisando una recién formada sonrisa ladeada dando una escena de sadismo. Tras sus últimos segundos de vida sólo su cuerpo le permitió sentir el material de cuero del guante oscuro «ahora rojo causado por el cóctel de sangre del hombre» que cubría la mano del ruso.
Dicho y hecho su acto, se apresuró en retirarse de ahí. La diversión para él apenas estaba comenzando, pues aún restaban más ratas corruptas como la que finalizó de acabar. Seguir pie al plan, una vez terminado de reunir todo el dinero robado, encontrarse con su hermana y darle la mejor cara a los Shelby.
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