La nostalgia
El pulso me ascendía a los aires. Claramente, era él. Lo señalaban el gris en sus ojos, el rubio que matizaba su cabeza. La actitud con el que se enunciaba...
Se trataba del chico que, principalmente, había sido mi pareja en preparatoria. El que,
subsiguientemente, se convertiría en el novio de una de mis mejores amigas y que luego le desgarraría el corazón en segmentos.
Podría poseer mucha belleza exterior. Sin embargo, dentro de aquellos mechones dorados,
yacía una mente que había espiado a Nessa por años, y había aguardado el momento ideal para acabar con la próspera vida que le esperaba.
No tenía razón alguna para conversar con él.
No tenía razón alguna para oír lo que planificaba decirme.
Sobre todo, no poseía razones para continuar sentada en aquella mesa que, de pronto,
había sido atestada de tensión. Por lo que echaba la silla hacia atrás, preparada para plantarle en gestod que no había por qué mantener alguna relación, que lo que desease decir no merecía mi atención, y que le convenía alejarse.
No cometería el error que mi respetada amiga había hecho. Y justamente por respeto hacia ella, no dejaría que el sujeto que le había hecho tanto daño
se me aproximase.
Adler se mostró en perfecta irresolución ante mi reacción. En un pasado, él y yo llevamos nuestros tratos pues en esos momentos me inspiró confianza. Nuestro grupo de amistad le respetaba.
Resultaba que ahora, aquel chico había sido partidario de iniciar un complot junto a alguien de nuestro círculo. Ambos divulgaron mentiras. Disolvieron al grupo. Mantuvieron engañada a Nessa, la más perjudicada de la cuestión, a quien le costó redimirse de tan embarazosa situación y que, hoy día, continúa lamentando lo sucedido, a pesar de que no posee culpabilidad de nada.
Las masas a nuestros alrededores parecían darse cuenta de lo que sucedía entre nosotros. Miré a diversas direcciones para
bajar la guardia y retomar mi asiento.
Directamente no aprecié la expresión de Adler, pero tenía cien por cien de seguridad que se sentía levemente aliviado por el gesto. Que no se embrollase, pues
mis ideales habían sido expuestos. Y no cambiaría de opinión.
Viro la cabeza hacia un costado. Podía percibir el centelleo en la mirada del chico del frente, a la cual no mostraba el más minúsculo interés.
—Aly, entiendo. He sido un cabrón integral contigo y con Nessa, y no tienes...
—No solo con nosotras, Adler —No deseaba dirigirle palabra
alguna pero se trataba de un tema demasiado colérico para mí. Lo siguiente lo pronunciaba lentamente—. Manifestaste el mismo comportamiento hacia todos.
—Lo sé, demonios, te juro que sí —se apresuró a continuar—. No tienes que escucharme porque sé que no quieres. Y también sé que no lo harás por consideración a los demás, lo entiendo. Y sé que lo que estoy a punto de decir va a
sonar completamente irreverente pero... —cierro los ojos en firmeza, negando. Adler realiza una pausa—. Te conozco, Aly: estás dispuesta a pasar los
errores de los demás por alto, por más graves que hayan sido. ¿No crees que deberías considerar también los míos? ¿No crees que, por una vez, deberías pensártelo y oír mi versión de los hechos antes de decidir tu último movimiento?
Sumida a la penumbra de mis párpados, seguí negando. Me traía sin cuidado lo que
vislumbrasen los asistentes. El barullo en sus conversaciones, por unos momentos, fueron el único sonido en el espacio.
Adler había concluido su parlamento y vacilante, se reclina contra el respaldo. Si pensaba que, como Joshua, regresaría sin mucho afán nuestra amistad, se equivocaba. Su desliz era demasiado grave para realizar vista gorda. Había heridos en el asunto. No pondría las manos al fuego por una simpatía que, posiblemente, jamás debió surgir entre nosotros y que, en un futuro, llevaría resultados.
Por más que se empeñase en solicitar atención, Nessa era mi mejor amiga. Su bienestar era lo
principal para mí. Y para ser honestos, no esperaba por mi cuenta aceptar una despreocupada disculpa. La cuestión no era de ese modo.
—Estoy jodido, Alyssa —continúa sin siquiera escuchar mi respuesta—. El último mes ha sido un total infierno: el fideicomiso se me acaba, los días los paso como un asocial... ¡Ya no soporto que Diane se arrastre constantemente a mí! De veras, Aly: desde que se fue Nessa, mi vida se fue a la maldita fregada. Ya no sé qué hacer para remediarlo.
—Comenzar a asumir las consecuencias de tus errores, por ejemplo —Permanecí de brazos
cruzados, echando un vistazo despectivo a sus movimientos. No planificaba mostrarme resentida, sino realista—. El daño que nos has producido justifica los sentimientos que experimentas hoy. El único que puede auxiliarte eres tú mismo esforzándote en realizar las cosas
correctamente.
—¡Es justamente lo que trato de hacer! —mantuvo las manos al aire. Cierra los ojos para suspirar y tirar de su cabello—. Sé bien que la única forma de enmendar mis errores es recurriendo a Nessa. Debo aclararle muchas cosas, y eso sólo lo lograré si estamos cara a cara. Intenté llamarla pero es obvio que no quiera contestarme. Ninguno de ustedes quiere decirme algo sobre ella o su paradero y, ¡diablos! —Afirmó los codos sobre el mantel colgando sus ansiosos ojos sobre los míos—. Necesito verla.
—Si tanto urges tener conversación con ella, ¿por qué no aprovechaste el último momento? Bien pudiste poner un poco más de esfuerzo y obtener esa última explicación. Sin embargo, permaneciste callado. —escondió su rostro—: ¿Por qué?
Pestañea como único medio para eludir mi mirada. En una fracción de segundo noté la gentuza menos asfixiante. Por ende, el aire se hacía más apto para respirar.
Adler dirigió sus dedos al cabello de nuevo, tirando levemente de las puntas, más cortas que la
última vez que le había visto. se reincorpora y suspira.
—Porque parecía ser todo, ¿sabes? Había metido la pata, perdí lo que más quería y pensé que no podría arreglarlo. Es como cuando muere alguien, ¿sí?: aunque que te esfuerces, no puedes devolverle la vida nuevamente... —Mi estómago respondió en un encogimiento. Soslayé su mirada—. Pero entendí que no todo estaba perdido. —aproximaba su rostro al mío—. Aly, eres la única que puede ayudarme. No hay trucos. Quiero hacer las cosas bien por una maldita vez. Y sabes que, por Snoopy, estaría dispuesto incluso a eso y más.
Su voz se tornaba mucho más intensa llegados al punto. El pulso se me descontroló conforme percibí el calor que su aliento desprende. En aquellas
circunstancias sería inadmisible hacer surgir un hilo de voz de mi garganta.
Nessa estaba bien donde se situaba. Inclusive, se hallaba mucho mejor que semanas
anteriores, cuando su llanto no frenaba. Su decisión de apartarse de su ex pareja fue, a mi
entender, la hazaña más conveniente que pudo realizar. No la juzgaba en ello. Y de veras que no me apetecía interferir en aquella sentencia y ser la culpable de llevar el asunto a mayores. Aún nos
encontrábamos en un punto débil en cuanto a confianza, y no distinguí si realmente era idea
buena satisfacer las peticiones del chico que le rompió el corazón, quien también obtuvo mi confianza y me situaba de tal modo que, a aquellas alturas, era difícil pensar sobre eso.
En medio de mi incierto mental, mis ojos se dirigían a distintas zonas de la habitación. No
había nada que no fuesen las mismas máscaras, mismo olor a champán y el reloj sumando segundos. La mirada de mi inesperado acompañante mostró un brillo urgente.
—Te lo pido, Aly. Por el tiempo que estuvimos juntos. Por el cariño que tenemos a Nessa...
Nuevamente, opté por negar con la cabeza. Era imposible realizar una elección en ese preciso momento.
Sin embargo, en sus palabras se encontraba una esencia inusual, especialmente sobre sus ojos vidriosos, que me impulsaba a reconsiderar el más mínimo detalle de sus pretensiones.
Quizás y su arrepentimiento era genuino...
Resoplé. Necesitaba silencio, una zona libre de ruido, un tiempo para considerar las posibles derivaciones y repercusiones que conlleva cada opción...
Y entonces, de la noche a la mañana, Joshua hizo presencia dentro del panorama.
Fue cuestión de una serie de segundos para que pudiese cerciorarme de que no era un error y que el chico susodicho que franqueaba la aglomeración de asistentes se trataba del Glaciar.
Un cabello castaño se izaba por encima de los demás, junto a él. Inclusive a aquella distancia, el pecho se me contrajo en dolor.
Bastó su presencia para hacer temblar los alrededores, para desestabilizarme. Incluso el acto que hasta hace poco hizo en el sofá, repentinamente, no me valía de nada.
Me agobió un estremecimiento cuando le vi esbozar una sonrisa. Los pliegues alrededor de sus labios se tensaban. Los ojos se le achinaron formando arrugas alrededor de ellos.
Nada me lo indicaba, pero la persona a la que dirigió esa sonrisa debía de tratarse de la castaña del sofá, a quien le placía mucho mirar.
Repentinamente, Joshua mostró el perfil contrario de su rostro al volverse y comenzar a desvanecerse entre las personas.
¿Cómo? ¿Se esfumaría así, en aquella desenvoltura? No podía permitirlo. La ansiedad
nuevamente había tomado cartas en mis decisiones. Aunque tenía inclinaciones sobre quien le acompaña, necesitaba conocer a la figura que le sigue. Más que nada, urjo saber el destino de ese recorrido.
Pasando por alto los ruegos de Adler, impulsé mi cuerpo hasta ponerme de pie. La vista del vestíbulo mejoraba desde aquella perspectiva. Viré la cabeza hacia la dirección que el futuro empresario había tomado, pero la corta estatura que poseo no me permitía mirar demasiado. Por suerte, comencé a descartar numerosos tonos y cortes de cabello hasta localizar el que le pertenece.
Inmediatamente, me coloqué en marcha. Ignoré la mirada perturbada de mi acompañante al plantarle en la mesa e iniciar un seguimiento al que había sido su mejor amigo.
La ejecución de mis planes no se llevó tal cual ya que mi visibilidad se reducía a cúmulos. Buceaba entre contadores y agentes con tamaño de gigantones. Era consciente de que era perseguida por llamados que Adler daba a mis espaldas por lo que sustituí mis pasos por zancadas, empuñando a todos los que fuesen obstáculo.
La debilidad hizo presencia en mis músculos y transpiración.
Adler no desperdiciaría oportunidad para abrumarme y hacer que tome una decisión precipitada de la que, en estos momentos, no quiero pensar.
Divisé a las masas de personas asentarse en un único sitio, el cual era al que Joshua, yo, la
persona aún desconocida y Adler nos dirigíamos. Yo no poseía buen campo visual, pero por el cielo raso podía apostar a que se trataba del corazón de la mansión; sitio donde se ubicaba el gran salón.
El sitio en cuestión constaba de una considerada amplitud, si bien eso no impedía que la
afluencia se acumulase en montones. La sinfónica afinaba para luego dar inicio a una serenata. Algo de Mozart: lo que se acostumbraba a escuchar en festejos de la índole.
Las personas no se movilizaron. Parecían presenciar —o aguardar— algo con detenimiento. Alcé la coronilla para echar vistazos. Madre mía, ¿por qué tantos invitados? Ni que Ewan se tratase del ministro del estado o algún personaje de relevancia para la nación.
Recordando que Adler se encontraría escudriñando por allí, avancé apresuradamente a la izquierda, permaneciendo entre las personas de mayor estatura. Las plumas y pedrería se ataviaban de los más fachendosos vestidos.
Me atreví a añadir unos cuantos pasos más a la delantera. Pronto me hallé a las orillas de un anillo de asistentes que ceñían a un conjunto de parejas que, en el
momento, bailaban la melodía.
Zanjé un par de personas que continuaban obstruyendo el panorama hasta posicionarme
aproximadamente, a metro y medio de la pista.
Los dúos se desplazaban distinguidamente sobre el suelo. Tacones y esmóquines de punta en blanco. Las máscaras por primera vez generaban aquel misterioso aire tras los numerosos pares de ojos de sus dueños. Había tantas parejas que no se le podía realizar seguimiento a una en concreto.
Mi mente me recordaba el posible asecho hacia mí. Roté alrededor del círculo de espectadores. La melodía se promulgaba a cada área que constituía el palacete. Mantuve los ojos al tanto de cualquier
característica que concordase al aspecto de Joshua, lo que resultaba difícil pues el
movimiento constante me dejaba muy poco tiempo para visualizar como era debido.
Solté otro resoplido. Al parecer, hallar un Glaciar dentro de un salón era arduo.
Eso hasta que volví las mirada hacia adelante y lo vi. Desapreciaba mi cuerpo por reaccionar a él.
Allí se situaba, moviendo su cuerpo al son de la sinfonía en base. La manera en que se movían sus músculos junto a esa sonrisa sugerente me desarmaba
por completo.
Las piernas se me hacían pesadas. La máscara le lucía mucho mejor que jamás. Y en dicho momento comencé a notar que solo tenía ojos para la afortunada dama con quien bailaba. Era la misma chica con la cual animadamente dialogaba
en el sofá del vestíbulo, cómo no.
La desestabilización que Joshua me inducía fue sustituida por un sentimiento amargo. ¿Por qué me afectaba mirarlo en su
compañía? Indudablemente, Joshua podía hacer lo que le viniese en gana. Tenía total libertad para bailar, besar o realizar cualquier otro acto con las chicas que desease.
Y aquel también era el error: no podía mirarle junto a otra chica. No soportaba verle hacerle
todo lo que hacía conmigo. ¿Qué sucedería cuando Joshua dejase de divertirse sobre todas para
fijarse en una en concreto? ¿Qué sucedería cuando él comenzase a salir con esa chica y solo
hiciera de mí un embarazoso pasado?
Sin percatarme, desfallecía de pie. El rímel en mis pestañas comenzaba a picar. Entonces, el gentío a mi redonda dejaba de moverse. Pensé que los siguientes aplausos se debían al cese de la música pero no.
—Un espléndido trabajo el que nuestra banda sonora ha hecho esta noche. Un aplauso por ello
—Enunció Ewan, nuevamente, a través de un micrófono. Se endereza para dar un sorbo a su copa y alzarla orgullosamente—. Ahora que restan pocos minutos para finalizar este año, quisiera aprovechar algunos para comentar el profundo
agradecimiento que quisiera dar a mi estimado equipo de trabajo, el cual ha trabajado duro los
últimos años para hacer del proyecto Hall una realidad. Un merecido aplauso por ello.
Permanecí de brazos cruzados, sin prestar mucho afán a hacer lo que el anfitrión pedía. Los invitados aplaudían al unísono, elevando sus copas en brindis a su jefe y creando eco en cuanta pared se hallase en la estancia. Más o menos, a finales de los aplausos, su voz retornó.
—Asimismo, me gustaría ofrecer un brindis a mi preciosa esposa —señaló con la copa entre los dedos hacia mi madre, quien compartía junto a mí la misma expresión de sorpresa. Él le hizo
un gesto con la cabeza para que se aproximase. Ewan le rodeó wn un brazo y, seguidamente, plantq un beso en la sien—. Ella ha sido factor clave en este avance empresarial, y en el mío. Gracias por descubrir y amar al verdadero hombre que soy... Te amo, cariño.
Sentí escalofríos. Las comisuras de Ewan se alzaban a la presencia de mi madre. Los aplausos no dejaban de brotar mientras que ambos chocaban los bordes de sus copas en unas amplias sonrisas. Elevé una interna plegaria para que finiquitasen lo acaramelado del asunto e Ewan acabase de buena vez con el discurso.
—Por último, quisiera hacer un nombramiento especial a aquellas personas que seguramente no sabrán realmente lo que son —afianzó la mirada al suelo en modo sospechoso—. Hijo, aunque no estás al tanto, haces una labor importante en mi vida. A pesar de los errores que has cometido, como todos, te redimiste como un verdadero hombre. Es una bendición tenerte a mi lado.
Un silencio repentino ha gobernado la anchura del salón. Alcé la cabeza para poder entrever la expresión de Joshua. Ansiaba conocer su reacción: si
estaba anonadado, enajenado, o profusamente colérico.
No podía saberlo, pues su ausencia brilla desde el sitio en que inspeccionaba.
Aparentemente Ewan prosiguió la conferencia, pero lo cierto era lo contrario. Los oídos se me aguzaron, y comencé a prestar verdadera atención respecto a lo
que decía cuando atendí mi nombre en sus labios.
—Aly, el último año no te he tratado como merecías. Estoy profundamente arrepentido.
Quisiera recordar lo valiosa que eres para tu madre, tu hermano y para mí. Y pese a que hace falta
mucho más que disculpas para ello... —Hizo una pausa para enjuagarse los labios. Parecía esforzarse en disimular su voz
desquebrajada—: deseo ser suficiente para recibir tu perdón.
Sus palabras adoloridas me sentaron como porrazo sobre el vientre. No podía ser cierto. La expresión que Ewan poseía era demasiado para continuar soportándola.
Aquellos ojos avellana, aún hundidos en sensaciones imposibles de conocer, combatían en el tiempo que les restaba para encontrar mi figura entre el mar de receptores. Echando una mirada podía visualizar las lágrimas en su iris.
Era increíble lo que ocurría ante mis narices. Era una absolutamente situación irreal. Ewan, el hombre que no podía ser padre, padrastro o sencillamente algo para mí, se hallaba a punto de quiebre a los altavoces, en expresión que se leía tal libro abierto.
¿Qué quedaba por añadir? Ni el vocabulario técnico que poseo alcanzaba a describir lo que sentía.
Infundida en el impacto, intenté hacer lo posible por descifrar en precisión lo que sentía. Lo cierto es que era precisamente eso:
la nada. Mi corazón se había paralizado. Mi cabeza no marchaba a perfección. Sin falsedad de por medio, estaba embutida dentro de un estado similar a la parálisis.
Inhalé profusamente. De igual modo, ¿para qué necesitaría a Ewan? Él jamás sería algo mío,
ni aunque sortease su empresa. Mi familia era mi madre, que aun así no lo era: solo era una
rebuscona que no tenía claros sus objetivos. No tenía un padre: solo el que compartía mis genes y
no deseaba saber de mí, o el que tenía todas las de ser y la distancia nos separaba más a cada momento.
No tenía hermanastro: solo un chico que no me deseaba ni pintada y del que estaba
irremediablemente ida.
En ojo realista, no poseía una familia real, tal como los invitados que se hallaban en la
mansión creían. Sun Hee, Jade e incluso Adler, en cambio, tenían una que les acogió desde
pequeños, prestó atención las veinticuatro horas y no eran una cuerda de ricachones o personas
que no comprendían lo que sentían.
Disculpas: era lo que escuchaba. Lo único que mi mente recitaba. El inmaculado millonario Ewan Hall solicitaba aquella cosa de su hijastra, la que no deseaba tenerle dentro de su vida. La que, por más que se lo otorgase a los demás, jamás podría ofrecerle lo que él pedía. Todo porque ni ella misma podía darse una nueva oportunidad.
Por más que me engañase, tener familia era un lujo que, al parecer, no podía permitirme.
Una oleada de rabia y otro cúmulo de emociones me golpeaban a un costado, ocasionando que luchase para
permanecer equilibrada. No deseaba escuchar más del discurso de Ewan. No deseaba permanecer más tiempo en esa mansión.
Los ojos me direccionaban a cualquier sitio. A los alrededores no encontré más que lo que había visto en toda mi vida: magnates, banqueros, ejecutivos y otro montón de sujetos anclados al dinero que les
ofrecía el millonario Hall. Ninguno se interesaba verdaderamente en él o en la fiesta. Ni siquiera notaban la presencia de la hijastra de su jefe entre ellos.
Punto final: detestaba la clase alta, ser parte de ella y lo que ésta conllevaba.
Sin antes meditar, di media vuelta y me dispuse a cruzar el umbral. Podía apreciar afectada la eficacia de mi visión. Trastabillaba con los tacones, pero apenas puse atención a ello. Como tampoco le puse alguna en si alguno de a los que dedicaba
empujones se volvía a mirarme.
La impotencia en la que era sumida me aislaba de todo cuanto conformase la realidad.
En menos de contar tres, había llegado a la entrada del vestíbulo. Aún había demasiados asistentes. La indiscreción era evidente en la zona puesto que no estaba tan concurrida y las miradas que recibí eran inminentes. Pasé de cada una de ellas para echar a correr al sitio que muy bien sabía, era el único que contaba con lo que requería en aquellos momentos.
Estaba al fondo de la planta, dentro de un término lo suficientemente ajeno a la celebración. No veía momento de salir del desastre de familia que tenía a unos metros.
El tramo fue muy extenso debido a las dimensiones descomunales de la mansión. Sin embargo, lo había recorrido a la carrera, por lo que en pocos segundos me encontré jadeante frente a una puerta en la que detrás había una decena de peldaños. Le abrí y comencé a descenderlos.
Mis latidos retumbaban en mis oídos. No esperaba a disponer de la privacidad y seguridad que tanto necesito desde hace mucho.
Al localizar el rellano, paré. El arco de acceso al sótano se situaba a la delantera, la cual esa velada se convertía en un amplio ropero, donde los camareros acudían a guardar el abrigo de los invitados.
Dirigí las palmas hacia mis antebrazos entretanto avanzaba al interior. Los muros eran hechos de un reluciente metal.
Altas vigas de madera oscura conformaban la uniformidad del techo. Tímidamente me acerqué hacia las múltiples chaquetas y overoles, de distintas tallas y
accesorios que colgaban de las perchas. Su textura era cálida al
momento: ideal para abstraerse del mundo externo.
El frío de la noche sin duda se hacía más presente en aquel sitio. Una minúscula nube de
oxígeno me rodeaba la nariz y se disipaba en el aire. Mi cabeza
repasaba superficialmente los temas que se le introducían. El fin de aquella visita a la planta subterránea era lo único que tenía fijado.
Con sutileza, y un amargo sentimiento al realizarlo, coloqué mi cuerpo en posición de cuclillas. Barría las puntas de los tacones hacia atrás para apoyar las rodillas sobre los pisos. Con
cuidado, echaba algunas prendas a los costados para realizar un hoyo y descansar la espalda
contra él.
Descansé las pestañas sobre el comienzo de mis pómulos. Dejé caer la parte trasera de mi
cabeza al muro, soltando un suspiro falto de aire.
La voz de Ewan a los altavoces era perfectamente advertible en el techo de la soledad del piso. El mero hecho de aún poder escuchar su voz hacía que mis dedos se convirtiesen en puños.
Por consiguiente, las facciones de mi rostro se endurecieron... y prorrumpí a un llanto irremediable.
Era un proceso mecánico. Las lágrimas me tallaban la piel de las mejillas. Las pocas fuerzas que restaban en mi cuerpo eran expulsadas a un ritmo torrencial.
¿Cuál eran las razones concretas por las cuales lloraba? No podría definirlo. Probablemente
sollozaba sin impedimento alguno gracias a la soledad que poseía. Las emociones brotaban sin fórmula de mi interior.
Lo cierto era que me encontraba llorando lo que no había hecho durante el transcurrir del año, cuando lo había evitado a toda costa luego de cortarle a Joshua.
Incliné mi cuerpo hacia un lado, afianzando su peso sobre un hombro. En demasiada torpeza,
había recogido mis piernas contra el pecho, centralizando mi mente en el dolor nefasto que me estremecía.
Él último ruido que oí fue el de mi máscara siendo lanzada y golpeada contra una pared.
Las suelas de unos zapatos que no eran los míos se arrastraron sobre los suelos. Permanecí totalmente entregada a las lágrimas, por lo menos, hasta que mis fosas nasales percibían una intensa fragancia viril.
Mis palpitaciones cesaron. Había enlazado aquel olor al Red Polo de Joshua. Mi organismo no laboreaba muy bien que se diga en reconocimiento de perfumes, eso surgía a la luz cuando divisé las pupilas grisáceas de Adler.
Sobre nuestras cabezas, retumbaba la voz de Ewan quien comenzaba a contar los segundos que restaban para finalizar el año. Me dio la impresión de que Adler deseaba hablar, pero no estaba muy seguro que no serviría de mucho.
Le veía vacilar en extender un brazo hacia mí o ejercer algún movimiento. Noté tras la oscura máscara que encubría su rostro el hondo deseo de ayudar y no persuadirme.
Permanecí brevemente aturdida con su presencia. Su fornido cuerpo descendió hasta estar en mi mismo nivel. Nuestras miradas se compartían como si de soporte se tratase.
Aproximó sus dedos hacia uno de mis hombros.
Repentinamente, mi cuerpo comenzaba a corresponder al gesto. No opuse resistencia
cuando por fin se decidió en acercarse. Silenciosamente se ajustó en el hoyo que había hecho para estrechar su cuerpo en el mío.
Sentí la estupefacción, pero le permití posar sus dedos sobre mi columna. Un escalofrío
me arremetió.
Paulatinamente, mi bloqueo corporal desaparecía, y dejé caer mi rostro sobre su pecho. El aroma de la fragancia cobró intensidad de aquella manera. Poco después, los sollozos regresaron a mi cuerpo.
Su dedo pulgar trazaba círculos sobre el cierre de mi vestido. Su presencia, de cierto modo,
restaba una porción de crudeza de la situación.
Quién diría que me hallaría recibiendo el año nuevo en el sótano de una mansión, llorando en brazos de un chico que aparentemente repudiaba mientras que los demás celebraban en la planta superior.
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