La inseguridad

—¡Cielos! Debo admitir que sorprende verte en otro lugar que no sea el trabajo.

Al comentario, tan característico de ella, no hallé contestación. Me encontraba en un punto de quiebre funesto y si me mantenía de pie era porque, en consecuencia, me precipitaría a
sus pies.

Ante mi movimiento, ella había emitido un grito ahogado. Sus brazos no sopesaron en
envolverme entre una mezcla de aroma a lavanda y algún producto desinfectante, la suficiente para ocultar mi rostro en la depresión que unía su cuello y hombro y extenuarme del todo.

Sucedido el gesto, ella procedió a hacer una abertura para permitir mi paso a la estancia. Había supuesto un verdadero esfuerzo de mi parte acudir a ella. No podía cesar de darle vueltas a lo que había acabado de presenciar en mi casa.

La casa de Darcy se ubicaba en una localidad austera de la ciudad, a poca distancia de la de mi madre. Los pinos parecían ser la única señal de vida silvestre alrededor sin negar el hecho de que, por fuera, la infraestructura de cada hogar era sublime, si bien no demasiado.

Ingresada al sitio, pude apreciar la calidez que emanaba cada ornamento de cerca. Por fuera,
era la típica fachada colonial de la época: nada al nivel de lo que yacía dentro.

El comedor no quedaba muy lejos de la entrada, o al menos, era lo que parecía. La sala de
estar era lo principal con que se topaba. A diestra de ésta, descansaban unas escaleras de madera que llevaban a un segundo piso y a mano izquierda, un extenso pasillo por donde, intuía, estaban
los dormitorios para invitados.

Mi compañera de trabajo vivía sola, por lo que no había ruido. Nos dirigió más delante de la
sala, donde se vislumbraba un sofá de dos piezas y una chimenea, hacia el comedor mencionado. Había una isla diminuta como ombligo del espacio, rodeada de sillas a sus costados, y una estufa y electrodomésticos al fondo. 

Darcy me hizo tomar asiento y le vi retirarse para servir té. Su cabello castaño rojizo se presentaba suelto, cubriendo gran parte de su espalda que, a su vez, era cubierta de un
sobretodo beige. Sus ojos celestes no me perdían de vista al hacerme entrega de una taza tibia, e hizo amago de sentarse en la silla más aproximada.

De mis labios salió un suspiro que hacía contraste con el vapor que huía del líquido. Ninguna
de las dos dijo algo para destrabar el silencio. Me limité a tomar un sorbo y ella a aguardar el momento para intervenir.

—Me temo que esa cara de susto no me está dando muy buena espina —Me coloqué cabizbaja
y puso un codo en la mesa—. Puedes tener la seguridad de decirme cualquier cosa, cariño.

Supuse que se trataban de síntomas posteriores al shock de antes, ya que mi cuerpo fue
embestido de un frío atroz y sumiso. La mujer se deshizo del sobretodo que la abrigaba y
procedía a cubrirme con él y otras toallas del sofá. Mi estado mental continuaba ajeno a lo que
sucedía.

—¿Prometes no contar nada? —farfullé con voz sosa.

Ella produjo una risa inadecuada para el momento.

—Como si fuera capaz de hacerlo —Se inclinó a acariciar mi columna lentamente.

La calma que nos rodeaba era totalmente inusual para mí. Algo a lo que no me hallaba
acostumbrada y me instaba a perder el hilo de la conversación.
Sin embargo, no me opuse a su petición. Y de un modo intermitente, se lo relaté.

—Mi padrastro actual había sido expareja de mi madre. Le había conocido anteriormente junto con su hijo, con quien había compartido una conexión innata, y posteriormente, algo más... indebido. Se trata de un Glaciar, un ser frívolo incuestionable y detractor al que yo induje a esa actitud. Terminé con lo nuestro de la peor manera existente, y de ello me llevo la culpa. Sin embargo, el vínculo que nos enlaza es muy intenso... irrefrenable. 

»No las traigo todas conmigo: Nuestros futuros y padres están en nuestra contra. Las
circunstancias nos distan. A cada instante, un hecho dirige a otro, y muchas más veces de las que
quisiera puedo sentir que la situación se escapa de mi dominio…

Impidiendo que reventase en el momento, el suave toque de Darcy me impulsaba hacia su
regazo. 

—Ay, cielo… —Retiró la taza humeante de mis manos para abandonarla sobre la superficie
de granito—. Déjalo salir.

Era consciente de que omitía lo que había ocurrido hace pocos minutos en casa. No obstante,
la sutileza en sus dedos al acunar mi cabello y acceder a mi llanto sobre sí me generaba un
sentimiento de consuelo sin precedentes, cosa a la que prestaba atención entretanto me
embargaba en sufrimiento.

En el rostro de mi madre sin hálito y en el vacío en los ojos del Glaciar.

En la semejanza que había entre el regazo de Darcy y el de Richard.

Mediante el desahogo, había perdido toda noción del tiempo. Las lágrimas continuaban su
salida de mis ojos, como escape a las contrariedades que forjaba su dueña.

En medio de todo, la voz amena de Darcy servía como sustituto al colirio.

—Eres una chica increíble, cielo. En poco tiempo, tu inteligencia y
coeficiente te harán tomar la decisión correcta, y vas a poder hacer frente a todas las dificultades en las que te encuentras. Te acordarás de eso.

***

La charla que había mantenido con la querida cajera del Starbucks me había ayudado a
consolidar y hacer un nuevo análisis sobre diversos puntos. Muy bien sabía que tener un ser tan potente como ella era una ventaja, pero fue a raíz de aquellas palabras que me dio —y que aún hacían eco en mis oídos— que reafirmé mi convicción de ello, y fue cuando comencé a entrever una mínima luz entre aquel día insufrible.

En un principio me pareció totalmente inadmisible acudir a su casa en mis circunstancias,
sabiendo que ella me había invitado con otros fines. Pero al ver que en esos momentos requería de un apoyo de tal índole no se me vino otro rostro a la mente. Y eso que estaba hecha un lío.

En su compañía había recibido mucho más de lo que mis expectativas dieron inicialmente. Su actitud bien se comparaba a la de una madre colmada de comprensibilidad, y dispuesta a
transmitirla a quien la necesitase. La suerte estaba de mi lado, pues ella me había dado eso y más.

Lo único que le cuestionaba era una de sus afirmaciones. No vi lógica a que me lo expusiera
con tanta seguridad. Quizás, gracias a aquel día, había perdido la certeza en muchas cosas.

¿Anhelaba la presencia de Joshua? Indudablemente.  Él poseía mucho, en cierta manera, de lo que tenía Richard para calmarme en momentos como ese. Era mi refugio, el nirvana que surtía de fuerzas mi debilidad. Había visto algo en sus ojos al abalanzarse en su padre. Algo que me estremecía cada vez que lo recordaba, pues hace mucho que no veía una mirada similar en mucho tiempo. Una mirada dirigida a él y luego a mí.

Una mirada que sacaba a relucir toda su oscuridad de un modo
escalofriante, perturbador.

Una mirada de muerte.

Era por ello que había huido despavorida de casa. En aquellas circunstancias y con mi madre
amenazada de tanto peligro, deseé no permitir que lo que me había sucedido se repitiese en ella, de veras que me arrepentí de haberle abandonado. No obstante, preferí dejarle con la defensa de mi Glaciar, aunque en esos momentos no parecía él mismo ante nadie.

Allí, reacia a seguir recibiendo retén en casa de Darcy, y cruzando la ciudad a solas, había
descubierto una nueva forma de aligerar el embrollo en que se sumía mi cabeza. Me negaba a volver a casa, donde mi madre y posiblemente Joshua no me permitirían entrar con Ewan en su estado. Sabía lo sobreprotectores que podían llegar a ser, y dicho con sinceridad, tampoco es que
me pareciese apetecible estar allí.

El verdadero caos habría reinado en cuanto me la hubiese llevado a mi madre de allí, con un
esposo furioso dispuesto a darle persecución y una hija sin poder manejar la situación como
deseaba... Además de que había un peligro inminente al que nos expondría después y que pronto
iba a descubrir.

Caminando, volví a pensar en el chico Glaciar. A pesar de lo que había descubierto hace poco
sobre él y sus andanzas en el mundo bajo, le comprendía. Le reprochaba haberme ocultado algo de tal grado, si bien entendía sus razones. No era sencillo escapar de una secta a tan temprana edad y sin ninguna influencia a la que recurrir. Sí: había sido imprudencia suya
meterse en tratos que no le convenían, y por eso acabó atado a esa obligación. No le libraba de
toda culpa. 

Sin embargo, yo no me fijaba en ello: me fijaba en su perseverancia, en sus esfuerzos por salir vivo de aquel acorralamiento. Como Nessa, no desperdició la nueva oportunidad que la vida le cedía para corregirse, para dar un nuevo nombre a su destino y asumir sus nuevas responsabilidades como mano derecha de su padre.

Eso es lo que tenía en cuenta de él, y lo que era admirable.

Un viento solaz embargó mi cuerpo por varios momentos. El cielo era cubierto de gruesas
nubes que adoptaban tonalidades oscuras, y eso era el reporte perfecto del clima. Había avanzado a un sitio que no me parecía conocido. Lo más probable es que se tratase de un tramo ambiguo que desembocaba a un sitio popular.

Efectivamente, el trayecto era un callejón, muy lejos de ser tenebroso. Los pinos adyacentes le otorgaban un toque de vitalidad a los locales de pintura desgastada. La zona era solitaria. Sentí cierta cantidad de  inquietud por ello.

Un establecimiento soberbio, que luego reconocí como mall, no tardaba en saltar a la vista.
Poseí un ángulo reducido de él debido a la lejanía, pero no por ello se dejaba de notar su
imponencia. A su frente —o mejor dicho, a sus espaldas— se hallaba un estacionamiento amplio, con algunos vehículos aparcados.

El sitio era lo que resaltaba en el callejón. No presentaba nada especial para mí, cierto… a excepción de un pecho que se estrechó a mi espalda, provocándome un corte de aire inmediato.

—¿Me extrañaste, preciosa? —dijo una voz contra mi cuello. 

Su tono presuntuoso fue suficiente para saber de quién se trataba. La certeza que desprendía junto al aroma de coco, perceptible por la proximidad, me mareó involuntariamente.

Resuelta a huir de él, procedí a encestarle un golpe limpio de defensa que esquivó profesionalmente. La razón de
su presencia y acorralamiento no resultaba demasiado coherente, hasta que, poco después, lo
rememoré.

Habían transcurrido tres semanas del último encuentro.

No estaba segura de si Reese me había hecho un seguimiento, pero estaba allí, delante del
estacionamiento, dejando a la vista que Joshua no había saldado la deuda que poseía por su silencio y dispuesto a cobrarla del modo alternativo, el que había advertido aquella noche.

El terror se concentraba en cada zona de mi organismo. Guerreé con mayor desenfreno
contra aquel demonio que había devuelto mis peores pesadillas. Debía correr, responder, evitar
que un bloqueo frenase mis metas.

No obstante, él logró calcular cada movimiento nervioso y darme la vuelta. Su mano izquierda se clavaba a mi cuello, paralizando cualquier acto defensivo, y colocó una navaja limada bajo mi mandíbula.

—Tranquila, preciosa. Recuerda que este es un mero pago —Hecha un manojo de nervios, intenté golpear mi frente contra la suya pero aplicó mayor fuerza en mi cuello—. Supongo que tu ligue de aquella noche no quiso dar su brazo millonario a torcer… y no tuvo otra
alternativa.

El aire comenzaba a hacer falta en mis pulmones. Mis movimientos continuaban desesperados, aunque comenzaban a dificultarse.

Ansiaba emitir una palabra, pero él me había introducido al
parking y, a solas, me empujó contra un muro. Acercó su nariz a mi pecho y gemí de frustración.

—Mmm… Hueles tal y como aquella noche en el campus —Subió hasta el lóbulo de mi oreja, dejando una estela nauseabunda al rememorar el hecho—. Es un honor poder concluir lo que iniciamos allí, ¿no?

Retazos del traumático suceso regresaban a mi visión, tangibles, escalofriantes. Un hormigueo de terror me asaltó cuando le vi alzar mis muñecas por encima de mi coronilla.

Sin soltar la cuchilla, introducía su nariz en la superficie superior de mi cuerpo, perturbándome,
asfixiándome. Saltaba sobre mí para apartarlo de encima. Sin embargo, no contaba con sus previsiones, y en cuanto aprecié una aguja clavarse en mi antebrazo y ser retirada posteriormente, todo signo de
lucha fue minimizado. Mi mente se nubló en totalidad.

Divina…

Perfecta…

Preciosa…

Todo entorno a nosotros y aparentemente firme danzaba a mi alrededor. Los colores se hacían más vivos, la velocidad se reducía.

Con la poca voluntad que poseía, recé para mis adentros, ansiando que aquello no estuviese sucediendo. Que se tratase de un corto momento de crueldad y
que Joshua o alguien llegase a tiempo para impedir los objetivos de Reese.

El bloqueo se instalaba hondamente en mí. Cualquier sustancia que Reese introdujo en mi torrente sanguíneo estaba haciendo efecto. Mis labios no proferían más que suaves súplicas incomprensibles, súplicas que ni él mismo atendería puesto que estaba decidido en sus actos, y
con ellos me conducía a un entumecimiento mental y físico total.

Iba a suceder, y nada ni nadie lo contradecía, ni lo impedía…

«Inclusive yo.»

Las caricias de Reese eran ajenas a mí. Muy poco podía advertir frente a mis ojos, ni siquiera
el instante en que sentí no tener ningún apoyo bajo mis pies y caí abruptamente al suelo... o a lo
que fuese. El dolor era lo que más apreciaba con evidencia.

Oí un conjunto de voces y ruidos nada entendibles. ¿Provenían de los alrededores? ¿Qué estaba ocurriendo en mi interior, y por qué me sentía tan pesada?

Sirenas… Nebulosas… Una perspectiva pésima de la realidad…

—Señorita, ¿se encuentra bien? ¿Puede escucharme con claridad...?

Después de un tiempo incierto, aprecié unos brazos ceñirse a mi cuerpo. La voz de alguien se hizo ausente a mis oídos. No podía movilizarme.

A partir de allí, sentí mis órganos apagarse gradualmente. Uno a uno. No entró más aire a mi
nariz… y mi visualización se tornó absolutamente oscura.

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