La inquietud
—Una orden de Frapucchino y expresso de vainilla hecho. Disfrute del inmobiliario de la
estancia, sí es que le apetece quedarse, a no ser que tenga pensado retirarse con sus amigos a dar una vuelta. O si es un completo retraído con ser introvertido, no hay problema: puede quedarse a ver
las musarañas.
El chico de cabello a rulos me dirigía una mirada perturbada por mi elección de palabras.
Tomó los vasos de los que le hacía entrega y, echándome un último vistazo, se apresuró a
alejarse de mí y del local. A su ida, no reaccioné con nada especial. De veras. No me interesaba en absoluto la opinión que tuviese al respecto de mi léxico o elección de palabras: era asunto zanjado para mí.
Darcy echaba los billetes a la máquina registradora entretanto daba una mirada reprensible en
mi dirección. La distancia de un metro de extensión entre ambas era suficiente para que la mujer
inagotable del Starbucks advirtiese el malestar en mi expresión. Todos, al parecer, lo pillaban.
Había llevado a nota el tiempo que permanecí en aquel desagradable estado. Cada hora. Todos y cada uno de los segundos que daba la impresión que se multiplicaban conforme pasaba más tiempo.
Habían transcurrido veinticuatro horas desde la bronca con Joshua.
Según mi punto de vista, a él le sobraban las ganas de seguir combatiendo y optó por desgastarlas en mí. Era injusto ser la persona que pisase las malas hierbas de anoche, eso impedía que continuase normalmente mis labores.
Joshua se había evaporado del orbe después de sus declaraciones. Su voz atestada de
determinación continuaba estremeciendo mi pecho. Era como si anhelase incrustar sus palabras en mis oídos, que jamás se me ocurriera olvidarlas. Su objetivo era lesionarme y lo consiguió. Lo permití. Sus palabras se incrustaron como balas en mi pecho: no existía manera de olvidarlas.
A pesar del irremisible dolor que ocasionó, continuaba de pie, esforzándome en disimular.
Los sentimientos que tenía hacia Joshua eran como el hierro; por más que lo pretendiese, mi corazón no dejaría de perseguirlo, siendo por aire, tierra o tornado.
Aunque mate, duela o hiera, aún no me apartaría de él.
Mordisqueo el carrillo de mi mejilla derecha. A ver si el dolor
realizaba algo con mi desabrimiento interino y exterior.
—Adivinaré: te han mandado a freír espárragos.
La voz fémina que se dirigía a mí era imposible de no reconocer. A pesar de que me costase hacer un gesto tan cotidiano como eso, concentré mis fuerzas y eché un vistazo a mi derecha.
Esperaba encontrar a mi compañera de trabajo con ojos en la máquina que posee frente, o contando mentalmente las personas que se le acercarían a realizar una nueva orden. Sus ojos contrastaban con el azul cerúleo del cielo, los cuales afincaba sobre los míos. Era asombrosa la distinción de mirar sus ojos, llenos de emociones, como la intranquilidad, que los de los Hall.
Siendo rotundamente sincera, no me apetecía responder el comentario. Compartir palabras con Darcy, por lo general, siempre vendría bien. Pero hoy, fui incapaz de fijarme en algo que no fuese la voz agria de Joshua.
Volví la cabeza a su posición natural, clavando los ojos en el mostrador donde reposaba mis codos. El pecho se me encogía: Darcy sabe que ando en estado crítico.
Ella adecuó su posición para tantear mi cuerpo con la mirada.
—Lo que sea que te haya pasado, debió ser muy malo para que no desees hablar conmigo —
llevó el extremo de su codo a la encimera. Los nudillos de su mano opuesta se afirmaban en
una de sus caderas—. Conmigo puedes toda esa ira ahora y hablar sobre ello.
Cautelosamente, miré su sonrisa aun en pie por el rabillo del ojo.
Darcy conocía a mi madre: fueron compañeras en la escuela. Las largas jornadas laborales que
congeniábamos desde mi primer día de trabajo le permitieron conocer los problemas
interfamiliares en que me hallaba asiduamente sometida. Como si no fuera suficiente, conocía a Richard, su ex novio de secundaria y eterno colega, con el que me convenía platicar cuando ella lo sugería.
En relación a eso, no hablaba con mi ex padrastro desde el trayecto hacia Tennessee. Había tantos asuntos en mi cabeza que casi no había lugar para aquel recordatorio. Imaginé el montón de trabajo que aún debe estar realizando en vacaciones, y sólo así se me suprimía toda necesidad de comunicarme con él. ¡Si escribía a sus adeptos cuando decidí escribirle en el auto de Ewan!
—¿Aly Sol Lauper?
Sin mucha disposición, arrastré los pies contra las losas. Las pupilas se me cruzaron con su
insondable mirada. Fue momento en que caí en cuenta de sus verdaderos fines. De ningún modo me instaba a soltar información; al contrario, deseaba pasar de ella e invitaba a una sana distracción para dejar atrás lo que me atormentaba.
No sabía reaccionar a aquella expresión, por lo que limité mis mohines a contraer los labios.
Darcy sonrió y se cruzó agradablemente de brazos antes de encestarme un liviano porrazo en un bíceps.
—¿Qué tal si dejas a la Aly enfadada y te invito un café casero en mi casa? —plantea.
La idea no era tan desastrosa: la casa de Darcy era la caña. Quedaba a unas cuantas manzanas, y las pocas veces que la había visitado la recordaba cálida y engalanada. Para vivir sola, Darcy se había lucido con ello.
No obstante, no me apetecía marcharme a lo ajeno; sentía que sería una infructuosa manera de olvidar los problemas que continuarían aguardando por mí en casa. Si no les hacía frente, acabaría por ganar nada. Por lo tanto, me convenía no rehuirles y hacerles frente en cuanto sea posible.
—Es atrayente la oferta, pero no gracias —alcancé el pañuelo de limpieza que se encontraba al
extremo posterior del mostrador. Comencé a trapear la zona porque necesitaba las manos ocupadas—. He de preparar algunas cosas apenas me allegue a la residencia para partir a casa de mi madre.
Darcy alza una ceja. Ella conocía numerosos aspectos de mi vida cotidiana, y era de esperarse
que expusiera cierta sospecha al oír que voy un miércoles a casa. Por regla general, debería
quedarme en el Jester, realizando algún que otro oficio en el recinto o quedando con Jade o Nessa en el parque Zilker. No obstante, esta semana se ha impuesto la excepción. Y a pesar de que Darcy mostraba una intensa curiosidad por saber más del tema, no se atrevería a preguntar por ello.
—Mi padrastro efectuará una celebración en una de sus mansiones por fin de año. —
tragaba saliva para calmar la sequedad de mi garganta—. Familiares y colegas de su empresa harán presencia esta noche.
Aun hecha la aclaración, pude percibir que algo no le encajaba totalmente. Hice lo posible por pronunciar las palabras naturalmente. La tensión descendió cuando la escuché
tomar asiento sobre la silla de madera y advertir el ruidillo que hacían los botones de la caja al ser presionados.
—Y ¿puedo preguntar si quieres ir? —hincó lentamente. Sabía que la pregunta que hacía era
indiscreta.
Ajusté el aferre que ejercían mis dedos sobre la toalla. No iba a meditar en si realmente deseaba hacerlo. La respuesta era obvia.
—La cuestión no es que quiera: es mi deber ir —puntualizo colocándome de perfil hacia ella.
Eludí su constante mirada mientras marchaba y me preparaba para hacer entrega de la siguiente orden.
***
Pese a que los objetos de etiqueta son la estampilla que reconoce toda familia adinerada, mi punto de vista difería mucho en aquel aspecto. El dinero no se me iba en lo que no necesitase. La
alta gama o marcas reconocidas no eran lo mío. No es que fuese cutre en lo que a moda se refiere; solo prefería el minimalismo. Y por si quedaban dudas, el dinero que posee mi madre no salía
precisamente de mis bolsillos.
Con todo, la sociedad —y mi familia indirectamnete— exigía que diese la talla de tan magno evento. Y a decir verdad, asistir a una mansión que compite con el Capitolio, colmado de personalidades en trajes de diseñador, hasta yo hallaría mal visto dar presencia en shorts y algo escotado. Sería como tener un cartel que gritaría «¡detesto mi familia y su dinero!»
No era necesario que todos supiesen de ello.
Para mantener a margen todo tipo de reprensión, hice selección por un vestido estilo trompeta,
hecho de encaje negro que se extiende hasta mis brazos y con un aire que aúlla pomposidad y
sensualidad: un ensamblaje perfecto para el festejo. Era consciente que recibiría miradas recelosas por no llevar ningún tipo de joya, pero los aretes habían quedado en las vidrieras. No iba a esforzarme en un look al que, habitualmente, no pongo cuidado.
Sé que si Sun estaría presente negaría con la cabeza.
Debido a que el traje tenía espalda descubierta, tomé mi cabello y le eché hacia un hombro. Me costaría respirar con aquel traje. Espléndido.
Dejando de la cuestión del peinado, luché para no pisar el borde inferior del vestido y
acerqué mi cuerpo al lavabo. Vestirme en mi pieza, el mismo lugar que Joshua, era sencillamente imposible. Imaginarlo abotonando su camisa, o bañando su pecho en aquella fragancia que
arrodillaba a más de una... No habría salido de allí viva.
Eché un vistazo al costado de la cama, donde yacía una máscara grisácea. Sí, había ido antes a una gala de máscaras. Lo que restaba de fresco en mis memorias es que aquella noche resultó fatal. Por lo que no esperaba ni mucho menos, que la segunda vez superase a la primera.
Tomé el accesorio y lo ajusté a mi rostro. Eché unas vistas al espejo y lo corroboraba: era absurdo. Mi mano no permanecería mucho tiempo en aquella posición antes de acalambrarse.
El ronroneo del Hall Ultra de Ewan me generó un sobresalto. Por pocos instantes, había
atendido el ruido como el del Chevrolet de Richard, lo que me llevó una desagradable sensación tras patentizar el error.
Poco después, se escuchaba otro arranque. Uno que ni el suntuoso vehículo de Ewan podría rebasar. Irremediablemente, el pulso se me acercó al límite de kilómetros del Honda de Joshua.
—¡Aly, baja! —escuché la voz de mi madre bajo los tacones. Di un sobresalto y obligué a mi pulso a apaciguarse.
Al dar un paso hacia el pasillo, sabía que sufriría con los tacones. Permanecer con la columna erguida o evitar oscilar mientras marchaba sería arduo.
Habría ido directamente a
la pieza, aprovechando el no tener que concernir con Joshua pues se encontraba fuera de casa. No obstante, eso requería de un gran porcentaje de tiempo y esfuerzo. Y sufrir la furia de Amanda Lauper tras un momento de espera era algo que, sin dudas, quería eludir a toda costa.
Mucho más hastiada de lo normal, me apresuré a la planta baja, donde se encontraban
Ewan y su hijo, uno tras el otro, en el interior de sus autos.
Fui hacia el automóvil de Ewan. No lo había hecho, pero si me hubiera sugerido ir junto a
Joshua, habría puesto grito al cielo. La mínima idea de cruzarnos mirada infundía latidos muy fuera de lo normal en mi pecho. Ahora más que jamás anhelaba cumplir sus deseos y mantenerme lo más apartada de su vida.
Él lo había dejado en claro. La más minúscula partícula de esperanza de trato entre nosotros se encargaría de extinguirla por su cuenta.
Me correspondía tomar sitio en los asientos traseros, justo detrás del ventanal se encontraba
Joshua observando a través del parabrisas, siguiéndonos de cerca. Tendría presente sus ojos castaños sobre mi espalda durante lo que resta del tramo.
A estas distancias de él, no conseguí respirar. Pensar si hubiéramos tenido que compartir el mismo aire.
Para hacerme un favor, hice lo posible en sacar a Joshua de mi cabeza. Incrusté la mirada
sobre el salpicadero. Vi la pantalla inteligente, el cual poseía el logotipo de la marca Hall al extremo inferior. Ewan desplegó los pulgares hacia ella, presionando una serie de botones. Ascendí la mirada por su brazo a su enigmático rostro. Me acostumbraba a verle en traje
empresarial, incluso más que en prendas casuales. La imagen de hombre corriente no le pegaba.
Ni siquiera en la maldita máscara de tres al cuarto que debía llevar, la cual le añadía más misterio del que posee.
A su costado, se atinaba mi madre. Impecable, haciendo gala de su curvilínea figura en un
vestido de cuello alto. Ella
llevaba el brillo que precisamente hacía falta en mí.
Las palabras que me había dicho en el spa no tenían puesto en ningún sitio. Su pomposidad siempre sería la estrella.
El área se envolvió en un lúgubre silencio. No me apetecía charlar con nadie dentro del vehículo, ni nadie deseaba cortar el silencio por temor a empeorar la situación. Las miradas inseguras y oxígeno cohibido no hacían del recorrido una situación más amena.
Finalmente, cesó el murmullo del motor. El lugar de la celebración se podía divisar desde metros. Efectivamente, se trataba de una mansión con gran alusión al Capitolio. Una extensa cola
de autos se hacía a su delantera. Fuentes afloradas y estatuas se acumulaban a ambos extremos de los peldaños que la gente subía y bajaba constantemente, todas con relación a la estancia.
Ewan y mi madre cruzaron una nueva mirada, como si esperaran alguna reacción de mí.
Realmente, no había nada que decir sobre la casa. Sencillamente la miré y fruncí levemente
los labios a la espera de sus próximos movimientos.
Ewan se apeó del automóvil.
Por la ventanilla, le vi rodear el auto, sosteniendo la varilla que mantenía su máscara. Se dirigió
hacia la puerta de mi madre, y le abrió para que descendiese como la majestad que era.
Seguidamente, se acercó y realizó el mismo gesto conmigo. Acomodé los tacones sobre el pavimento antes de tomar impulso y apearme por mí misma, rechazando su gesto.
Alcé la vista. La corriente mecía las ondas que hacían montón en mi hombro. El Honda de
Joshua se observaba a nuestras espaldas, por lo que insté a mis ojos a no verle y echar un
nuevo vistazo al imperio de enfrente.
La mansión era antesala de una gran gala, y sus anfitriones no la harían esperar más.
***
El vestíbulo no era ninguna novedad: camareros, opulenta fachada, diversas clases de gente
franqueando para transitar y una mansa sinfónica de fondo. Los invitados y nosotros
compartíamos una única cosa EB común: máscaras, que no revelarían nuestra identidad hasta que el reloj marcase las doce. El ambiente se atesta de
conversaciones banales y cortesías: nada que yo no hubiese visto antes.
Colegas de la empresa de Ewan hacían cola para saludar a su dirigente y agraciada familia. No tardé en recibir saludos y besos de desconocidos a los que no guardaba ni un cuarto de interés.
Lo sabía. Conocía perfectamente que, a nuestro alrededor, no había más que hipocresía. Desde
las corbatas de los asociados hasta el bótox de sus esposas. Desde las risas hasta las pobres
sucesoras de las familias que parecían sacadas de una ceremonia de alfombra roja pero que, secretamente, se quejaban de la dieta que no les permitía engullir aperitivos que excediesen de cincuenta calorías.
—¿Es usted la señora Hall? —habló un nuevo allegado. Se trataba de un señor de ojos
esmeralda y cabellos encanecidos.
—En efecto —Mi madre, que ni siquiera poseía dicho apellido, se pavoneó ofreciendo una mano al anciano. Él parentaba poseer mucho dinero, razón por la que
quizás sus pupilas irradiaban más de lo normal.
Y gesto por el cual me lancé estrepitosamente hacia el frente, reprimiendo una arcada. Aturdida, relamí mis labios, suspiré y me dispuse a retomar la postura.
Dos pares de ojos se hincaban en mí. El anciano me miraba atolondrado sosteniendo la mano de mi madre entretanto ésta me pulverizaba con los ojos.
No comprendí la razón de sus observaciones hasta que el tintineo de una copa hizo eco en las habitaciones.
—Me es un placer ser el encargado en esta maravillosa noche de informar la llegada de
nuestro amigo y anfitrión, dueño de tan magno evento, el señor Ewan Raphael Hall.
Me sangraron los oídos a causa de la siguiente lluvia de aplausos. Parecían haber sucedido sin pausa alguna hasta que, en el punto de mayor elevación, se asentó Ewan, agradeciendo a su colega por la presentación. Mi... el esposo de mi madre estrechó amistosamente su hombro para volverse y lucir una exuberante prudencia. En sus manos se mostraba una copa de vino.
Fruncí el ceño. Richard prefería el whisky escocés.
—Sean bienvenidos a otro de mis queridos hogares. Esta noche solo sirve para ratificar la
fuerza y el amor que une a todos nuestros empleados en una cosa: nuestra familia. Así que, por
favor, siéntanse bien recibidos. No se diga más: buenas noches y feliz Año Nuevo.
La ronda de aplausos se emitió en mayor potencia. Los invitados
agradecieron las palabras de Ewan y de inmediato acataron sus órdenes actuando como en sus casas. Reconocí que, esta vez, las frases que convidó Ewan no resultaron tan frías como solían
ser.
Empujé el soporte de la máscara hacia atrás hasta que los bordes se clavaron en mi piel. La
escala de dolor no era tan alarmante: era suficiente para mitigar mi cólera y abstraer mi mente del terrible ambiente.
Mi madre continuaba recibiendo saludos. Ewan descendía del escenario, adhiriéndose a
un grupo de hombres. Los invitados ascendían y descendían los escalones, ingresaban
y salían de habitaciones.
La fiesta parecía desarrollarse totalmente ajena a mí. No encontraba en ella un lugar de mi
agrado. Y estaba más que segura de que no era la única se sentía de aquel modo.
No puse demasiado esfuerzo en localizarlo. Mis ojos dieron con él, como si de un proceso
mecánico se tratase.
Joshua no se hallaba tan malhumorado a como esperaba, o mejor dicho, a como todos
esperaban. Lo cierto era que no estaba al costado de su padre escuchado la típica conversación de trabajo entre sus colegas, sin pensar en introducirse en ella. No intentaba entrar en cualquier otra pieza para apartarse de la chica que aborrece y su horripilante familia. Mucho menos, y lo que tenía mayor
posibilidad, no se le veía con la espalda reclinada a un muro en un segundo plano mental.
Estaba en un sofá, en expresión satisfecha, platicando junto a una joven de cabello castaño.
El corazón me dio un vuelco.
La chica con la que compartía mueble era guapa. Habría ingresado a Victoria's Secret sin intermediarios. Parecían estar platicando desde hace unos buenos momentos. Se me hacía un nudo en la garganta cuando la
vi arrimarse más hacia Joshua, y que él no hiciera nada al respecto. La cuestión se tensó cuando ella posó los dedos sobre su rodilla. Joshua había comprendido sus mensajes, por lo que acercó su rostro al de ella y le susurró al oído.
El nudo que tenía en la garganta se trasladó a mi estómago. La manera en la que Joshua sonreía, el interés en sus pupilas no era ninguna novedad. Conocía aquel comportamiento: los
comentarios que surgían de su boca, la forma en que las células reventaban bajo mi piel cuando
me tocaba...
En estos momentos, me sobrevino un concentrado de emociones.
La chica asintió de manera complaciente. Ninguno de los dos rebajó sus sonrisas cuando Joshua rodeó su espalda echando un vistazo a las escaleras que llevaban a la planta superior. Sin mucha discreción, se pusieron de pie, y avanzaron entre la multitud.
Mi corazón no cesaba de palpitar rápidamente. No hacía falta ser un genio para saber a qué
deseaban llegar.
El aire se desatendió totalmente de mis pulmones, y no hice más que permanecer plantada en
el vestíbulo. Sentía una zozobra exasperante luego de presenciar aquella escena.
Era obvio. Joshua no permanecería allí aburrido como una ostra. Él preferiría hacer algo entretenido con chica sencilla. Una libre de problemas y preocupaciones interiores. Una que fuese lo suficientemente pasajera para que no le importase en absoluto sus asuntos.
Una que no le evocase, en ningún sentido, a la imagen de su hermanastra.
Entre tú y yo no hay nada.
Hace mucho que ya no formas parte de mi vida.
Estoy agradecido por no estar donde no hay nada y no puede haber nada.
Joshua jamás volvería a mirarme de la manera en que había hecho con aquella castaña. Él no volvería a tratarme como hacía tan solo un año. ¿Qué más podía esperar de él, además del inmundo aborrecimiento? ¿Además de la huella que había dejado en mis labios? ¿Además del amor que, justo cuando comenzaba a echar raíces,
eché por la borda?
De improviso, encontré mis tacones de diseñador repercutiendo apresurados por los tablones de madera. Tropecé con un considerable número de invitados, a lo cual recité unas cortas disculpas. No me hallaba en condiciones de marchar cautelosamente.
Al momento en que me detuve, tomé asiento sobre una silla cualquiera en una habitación
reducida. ¿Cocina?, era difícil saberlo. Lo cierto es que el sitio estaba a punto de rebosar, pero
nada comparado con el de afuera.
Alcé la vista sobre la muchedumbre. En un muro vislumbraba un enorme reloj digital: las diez y cuarto. Solté un resoplido. Aún restaba demasiado tiempo para escapar de aquel presidio.
Apoyé un codo en la dureza de la mesa que poseía delante. Ladeé levemente la cabeza con
Joshua aun resplandeciendo junto a esa chica en mis memorias.
—Me vas a disculpar pero creo que te ves muy molesta como para preguntar cómo estás.
Por poco el corazón me saltó del pecho. No había notado la presencia de un joven invitado que tomó asiento tranquilamente delante de mí. Su acento exponía que no pertenecía a ningún sitio norteamericano.
La garganta se me contrajo. La incertidumbre de saber el tiempo que lleva allí, o si he robado el asiento de alguien, ataca mis planes de alivianarme.
Dio la impresión que el silencio que guardé le comenzaba a preocupar puesto que pasó
ambas palmas sobre su enrevesado cabello. La camisa blanca debajo de su chaqueta llevaba algunos botones sueltos. Me manifestaba cierto aire de rebeldía.
Solté el aire que ejercía presión en mi pecho. Su curiosa mirada sobre mí.
—¿Sale a relucir que no la he llevado excelente?
Una ceja rubia se arqueó por encima de su máscara. Bordeó con la yema de un pulgar el
borde de su copa que, a juzgar, posiblemente posea unos cuantos mililitros de vodka.
—Mmm... un poco —envolvió la única copa sobre la mesa. En cuestión de segundos, engulló
el contenido—. Aunque no te preocupes: si te fijas bien,
todos parecen haber pisado mierda por el camino —susurró mientras echaba un vistazo a todas las direcciones—. Disculpa mi mal vocabulario. Es
como si decir una mala palabra aquí fuera ilegal o algo así.
Realmente, no pude continuar reprimiendo la risa. El chico era desconocido, y
definitivamente no encajaba dentro del fino ambiente de la celebración.
En cierto modo, me encontraba en el mismo plano de él.
—Tampoco te da mucha gracia estar aquí, ¿eh?
—Si no habría sido porque mi padre es uno de los filiales y está en otro país, me habría quedado solo y feliz en casa. —Hace una breve pausa mirando a la nada—. Bueno, tampoco es que esté tan a gusto allí.
Asentí. Posiblemente, su padre era el único miembro de su familia que poseía cerca.
Quizás se veía compartiendo la misma situación de Jade: distante a sus raíces y auténtico hogar.
—¿Qué hay de ti?
La pregunta me había tomado por sorpresa. Contraje y me mordí los labios.
—Mi madre contrajo nupcias con uno de los peces gordos de la empresa —parafraseé—.
No deseaba asistir a la gala igual que mi hermanastro, pero ya se ve lo que ha sucedido.
—Auch: familia disfuncional. Te entiendo —la tonalidad en sus pupilas contrastaba con el de su
máscara. No se apartaba de la mesa—. Qué maravilla: nadie parece querer haber venido. Y lo
entiendo porque esta fiesta es la mierda. —Pasmado, volvió la mirada hacia mí—. Joder, disculpa...
—Calma. Admito que posees un tanto de razón —echo un vistazo a mi alrededor,
corroborando sus palabras—. Por cierto, me llamo Alyssa. Un placer.
Era la primera vez en la velada que ofrecí un saludo con verdadero gusto.
Pese a aquel júbilo, él no parecía situarse en la misma sintonía. Permaneció con el brazo derecho desplegado por encima de la mesa. El repentino silencio que hacía reino en sus labios era demasiado extraño, no se debía a la espontaneidad en la que estábamos.
Mis ojos verdeazulados inspeccionaban a fondo su expresión. El chico de mi edad permanecía cabizbajo. Su vista en el mantel. Jugueteó constantemente con los dedos sosteniendo la copa vaciada, negado a mediar respuesta.
Fue entonces cuando masculló unas cuantas palabras, las cuales pusieron en duda cualquier cosa referente a él.
—Lo sé.
Fruncí el entrecejo. ¿A qué se debía ese murmullo? ¿Acaso me había confundido con alguien
que, claramente, no se trataba de mí? Era lo más probable, tomando en cuenta las características de aquel chico que no me recordaban a nadie concretamente.
Como si advirtiese mi desconcierto, alzó la vista. Las escasas facciones que constituían su rostro aún no me enlazaban con nada en la cabeza. ¿Se trataba de un compañero? ¿Alguien que conocía desde la infancia y, por ende, no alcanzaba a reconocer?
De improviso, asió las bandas de su máscara. Dio unas nuevas repasadas a su redonda y de
forma casi imperceptible, retiró la máscara que encubría sus rasgos de su rostro.
Quedé boquiabierta. Atento a la reacción que yo di, se volvió a enmascarar.
Aún no podía creerlo. Siquiera podía prestar atención al suspiro que abandonó sus labios, o a su mirada que volvía a cruzar la mía. No la regresé.
Estaba hecha un lío. Había fracasado en todo lo que se refería a palabras, movimientos y demás gestos.
Lo único que redundaba en mis oídos era un término: Nessa.
Y lo único que podía visualizar en torno a la mesa y demás invitados llevaba un nombre:
Adler.
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