La indignación

Para el fin de semana, Nessa, Jade y yo habíamos concernido en elegir un modelo residencial en concreto: dúplex. Para llegar a eso, habíamos requerido de una vasta meditación, pues no es
que a muchos les agradase la idea de vivir junto a desconocidos, sobre todo en el caso de Nessa.

Afortunadamente, habíamos llegado al acuerdo de que sería la opción más conveniente. Si deseábamos ser realistas, Nessa no podría permitirse más durante un período, a menos que
decidiese encontrar empleo, aumentar sus ingresos y adquirir suficiente presupuesto para algo
mejor, si bien aquello precisaría de lo mismo: permanecer más tiempo del previsto en el piso de
su hermano.

No había resultado demasiado complejo cambiar su opinión al respecto. Así, pues, no tardamos en ponernos en marcha.

Teníamos unas cuantas llamadas y visitas que realizar, las cuales se harían en un período de menos de catorce días, por lo que
pronto sería cuestión de tiempo para encontrar el mejor arrendamiento.

Con la búsqueda inmobiliaria, mis encuentros con las chicas se eran a menudo y por lo tanto, ameritaban de más tiempo. Tuve la impresión de que me comprimía, puesto que el lapso dentro de la facultad pareció prolongarse luego de ello, y el tiempo que destinaba al ocio fue reducido a una porción muy próxima a la nada. 

Además, me hastiaba suspender mi asistencia al gimnasio para dedicársela al vistazo de un domicilio.

Afortunadamente, no era la única concientizada en mi situación, por lo que la ayuda que Sun me brindaba en el orden del piso nos benefició equitativamente.

Todo aconteció durante dos semanas. Y llegados a ese tiempo, no hallé explicación de cómo había sobrevivido a aquellas tribulaciones.

Apartaba la mirada del libro sobre el atril a la vez que consecuentemente, dejo caer mi
columna contra el respaldo. El agotamiento se me
presentaba sobre cada extensión del cuerpo. 

A pesar de que el sitio está bajo una aparente serenidad, en las profundidades de mi organismo
se desataba lo contrario. Y en aquellas condiciones, me era inadmisible trabajar en el
Starbucks, por lo que honradamente pedí a Darcy que cubriese mi turno. Era consciente de que acabaría debiéndole la totalidad del orbe para eso, pero ya llegaría el momento de especular en mis muestras de agradecimiento.

Hinco un dedo sobre mi sien, sumida a algún tipo de volcamiento mental. De mis labios afloraba un  suspiro, justo antes de incorporarme a
recoger el libro y el cuadernillo de apuntes.

Eché un vistazo a la hora para asegurarme de que no se me escapaba ni un minuto. Mi
mente se encontraba a rebosar y no veía el momento de dejar de someterla a su máxima
capacidad.

Con la bolsa echada a un hombro, emprendo camino y cruzo los altos estantes de
libros que emanaban un aire antiguo. La biblioteca estaba vacía, y era de esperarse
teniendo en cuenta la hora en que me encontraba saliendo de allí.

La calle parecía dormir con a sus habitantes. Paso junto a unas cuantas personas, inmersas en sí  mismas. La jornada de todos parecía exigir tanto como la
mía, por lo que no los culpaba de vagar por allí a altas horas de la noche.

Ya en mi destino, eché la bolsa a un costado de la entrada. Me sorprendía tener un poco más de energía para hacer eso. Atender los asuntos de Nessa me había agotado en todos los sentidos, si bien la satisfacción de ser eficiente era suficiente para que continuase haciéndolo, aunque la universidad no parecía desear dejármela tan fácil, incluyendo la introducción de Joshua como en todo esto.

No: era imposible no tener su rostro presente, siempre. Su actitud el fin de semana pasado y toda la cuestión significaban otra inquietud para mi cabeza. Y es que incluso no podía dormir a causa de lo que iba a hacer, de sus palabras.

Lo más innumerable que tengo… son los impulsos de besarte.

Pero no puedo.

Suspiro de resignación. Joshua estaba tan o más alterado que yo con estos sentimientos. Y a ciencia cierta, no tenía la más mínima idea de lo que debía hacer con ellos.

Unos cuantos centímetros y podría haberlo besado.

Sólo Dios y Santa María Hwa Sa sabían qué habría pasado si hubiese sucedido.

Sin haberlo notado, mis piernas flaqueaban. Y tan inmersa estaba en mis ideologías que había
pasado por alto las luces apagadas y el susto de muerte que tuve cuando se encendieron

—¡Sorpresa!

Me encogí de hombros y comencé a cubrirme de la pirotecnia y cargamento de confeti de los que me convertí en objetivo. Los gritod de las personas que estaban allí no tardaban en resonar por toda la estancia, y había tenido que esperar a que aquella algarabía bajase de tono para entrever la evidente finalidad de aquella organización.

—Feliz cumpleaños, Solecito —los brazos de mi madre fueron los primeros en apretujar mi
cuerpo acongojado y aún afectado por el shock. Podía sentir mi rostro exento de expresión.

—Y vaya que te habías tardado en aparecer —aquella voz provenía de una Jade muy
exhausta—. Ha sido un dolor de culo estar a oscuras, por varias horas, debajo de una mesa. Espero y valores mi paciencia y resistencia corporal, por favor.

Aquello era una locura: globos en todas las tonalidades de rojo,
una cesta de regalos a la derecha, cuantiosas cantidades de dulces dispersados sobre la mesa, y en
medio de la misma, se alzaban dos pisos de pastel red velvet: tan elaborado como el resto de la decoración.

Era evidente la millonada de Ewan se había cargado al costear todo.

—Hemos preparado todo esto para ti, para celebrar tu día especial.

—No debieron abrumarse —mascullé con tono más despectivo del que pretendí.

—¿Abrumarnos? ¿Me tomas del pelo? ¡Aly, era una obligación esforzarnos tanto en una gilipollez como esta! —Nessa se aproximó. Llevaba el cabello suelto, exponiendo los reflejos
violáceos que poseía, e incluso, algunos de los que no me había percatado—. ¡Son dieciocho,
mujer! ¿Acaso no estás orgullosa de tu corta vida?

«Dieciocho años atestados de conflictos de que ni los adultos más maduros podrían soportar.»

Por supuesto que me sentía privilegiada, cómo no.

A partir de ese momento, comenzó el protocolo de felicitaciones, obsequios y un
inesperado brindis de whisky escocés dedicado a mí. Todo era
tan repetitivo que en algún instante se volvió abrumador.

No menospreciaba el aprecio de mis amistades en un evento tan trivial pues a decir verdad, para mí, cumplir dieciocho años era adquirir un año más de vida. Nada más.  Y los que tomaran
aquel suceso como una justificación para hacer alarde de su posición y posesiones me
hacían rechazar aquel espectáculo.

Y esas personas a las que me refería, eran legalmente mi familia.

¿Cómo lo sabía?: Por aquellos invitados, vecinos y personalidades que en realidad no me conocían, y dudaba importarles en absoluto. ¿Solo aparecieron por interés? Solo si era monetario o de impulso social, pues conocía este mundo.

Me sentí excluida en lo que parecía ser una celebración en mi honor. A excepción de Nessa,
Sun Hee, Jade y Shane, los que se hallaban en aquella sala ambientada no eran invitados
genuinos, solo meros contactos de mi madre e Ewan. Me refrenaba en devolver sus regalos pomposos por educación, pues todo se estaba volviendo una desfachatez.

No tenía refugio al que acudir. Y al pasar de las horas, al ver que la casa se llenaba de invitados, no podía negar lo fatal que me sentaba el que Joshua no hubiese aparecido.

Me afectaba, y dolía.

El rechazo al whisky y a abrumar a mis pocas amistades con mis dramas se hacían gordos.

Lo que pareció una tormenta pronto llegó a su final. Los participantes se marcharon de forma progresiva. Mi cuerpo a esas alturas no daba para más, y resultaba reconfortante saber que finalmente iba a descansar.

Nessa y el resto de sus compañeros se despidieron cariñosamente, a lo que estuve muy agradecida por su presencia: habían hecho la velada menos catastrófica hasta cierto punto.

Mi madre se encontraba en la estancia vacía. El sitio lucía fresco e impecable, tal como su
rostro. Su vestido de gala tenía una apertura a la altura de la pierna y escote, y era enteramente incómodo recibir su última despedida con aquel aire tan insospechado de mi estado.

—Que descanses, cielo —pronunció acunando su mano en mi mejilla. Como si no hubiese
sido su idea usar mi cumpleaños como realce personal—.No consideres esto como algo que no
sea la muestra del amor que te tenemos. Eres muy importante para todos.

Aislé un nudo en mi garganta. Aún no olvidaba el hecho de que a Joshua no le valió nada bajar para formar parte de esa pantomima. Su presencia era demasiado esencial para mí, y
me era inadmisible aceptar que había pasado eso por alto, aun cuando nuestros sentimientos por el otro estaban más que aclarados. ¿Acaso se había acobardado y dio el hecho por olvidado?

—Te duele que no haya venido, ¿no? —Alcé la mirada hacia su rostro exhausto—. El que tu
hermano haya estado todo este tiempo arriba y no hubiese bajado se me hace extraño. Supongo que aún no se siente cómodo sobrellevando esto. Quizás y debas echarle un cable.

Una presión se instaló en mi pecho. Estaba muy segura de que ese no era el caso ni su solución.

Sus labios pintados de rojo pasión se acercaron hacia mí para depositar un beso a la altura de mi frente, me estremecí ante el contacto.

Luego de eso, había descubierto que no tenía ni un rastro de sueño… o me costaba realmente
admitir mi decadencia de ganas de subir a la pieza.

Tu madre y mi padre están preocupados por tu estado de salud, y lo cierto es que yo igual.

Creo que es momento de replantearme tus disculpas.

Me interesa todo cuanto hables, todo lo que te suceda: sabes que acabaré creyéndolo.

Además de eso, lo más innumerable que poseo… son las ganas de besarte.

¿Cómo pretendía quw procesara el cambio si él actuaba de este modo? ¿Acaso tenía pensado
desestabilizarme con su simpatía y volver al inicio como si nada? Estaba hastiada, de él, de su postura pasiva y agobiante. ¡Joder, tenía sentimientos hacia él y hasta hace poco, él había
confesado los suyos! Vivir de aquella manera no me parecía.

Y con razón. Lo que menos debía esperar de él era atención, interés, su antigua manera de tratarme o un deseo semejante al mío.

Vaya que era idiota.

Por eso dejé los obsequios y resto de ornamentos en su sitio. De todos modos no estaba
preparada para aceptarlos, fuesen cuales fuesen.

Marché a los escalones gran velocidad, ascendiendo cada peldaño junto a un paso nervioso e inconsistente. La cólera fluía sobre mi organismo, formándose como un recubrimiento tan grueso y entero como una segunda piel en mí.

No estuve plenamente consciente de lo que hacía, pero con gusto lo realicé.

Al apenas concluir la cuesta arriba, desplacé mi cuerpo hacia la puerta que correspondía a la
pieza donde duermo, donde sabía que Joshua se encontraba recluido. Hacerme la imagen añadía grandes cantidades de euforia a mi interior hasta alcanzar el denominado punto de no retorno.

No me doblegaría de otro modo por él, había predicho que no ocurriría nuevamente.

—¡Joshua, estoy muy al corriente de tu presencia allí dentro! —comienzo a rebatir mis fuerzas sobre la puerta con seguro. Rabia fluyendo por mi torrente sanguíneo—. ¿Acaso
pretendías mantener tu postura intacta tras los muros, eh?

Las denominaciones elaboradas no parecían obtener resultado. Cúmulos de decepción y un revuelo de sensaciones tomaron riendas de mi comportamiento.

—¡Al parecer, todo lo que dijiste esa noche no fue más que una nimiedad! ¡No hay ni un momento donde hayas sido totalmente genuino! ¡Te preocupan el exterior, las opiniones, las malditas apariencias de las que se alimenta tu apreciado ego!, ¿no? ¡Todo lo que hay en ti es
falsedad!

Mi voz se tornaba inestable en las últimas palabras. Un sinfín de emociones avasallaban mi
mente, estremecían mis extremidades. En esos precisos momentos, me valió ser precavida con lo que decía. Fue necesario que descargara todo lo que había fomentado la celebración de hace unos minutos.

—¡No sabes lo fatal que me ha sentado, Joshua! ¡Te has vuelto irreconocible, todo por
cobardía! ¿No es eso lo que te encargabas de recalcar antes? ¿No repetías que enfrentarse al tabú era insignificante? ¡Tú lo decías, Niall Hall! ¡Lo hacías cuando…!

Mi voz fue acallada al sentir algo frio contra la piel de mi codo, algo que me impulsó al interior de la pieza.

Mi mejilla izquierda colisionó contra la calidez que emitía su pecho, cosa que me informaba que recién había salido de la cama. La cercanía y fusión de frío-calor en su cuerpo me habían atontado durante unos instantes. Escuché el picaporte de la puerta, luego de haber sido cerrada tras de mí sin emitir ruido alguno.

La luz de la luna que se infiltraba por la ventana caía sobre mi silueta, y era gracias a ella
que podía vislumbrar un tercio del rostro de Joshua, dándole aquel contraste perfecto entre
oscuridad que siempre iba con él. Sin embargo, me esforcé en no darle demasiada relevancia. Ninguno de los dos parecía tener humor para enfrentar lo que acababa de suceder bajo nuestros pies: la razón por la que hice acto de presencia en la pieza. 

Podía sentir la sangre hervir bajo mis mejillas a causa de la prepotencia, y del hecho de tener a Joshua con tan poca ropa tan cerca de mí. Su expresión tampoco demostraba que le hiciese mucho gusto mi aparición, o para ser más precisos, el modo en que lo había hecho.

—¿Qué creías que hacías allí fuera? —reprochó en esa tétrica y sensual voz baja.

Ese comentario no hizo más que hacerme perder los papeles.

—Pues, ¿qué creías que hacía, eh? ¡Estuve reclamando todo lo que lo ameritaba: eso es
lo que hacía!

—Por supuesto. Y supongo que allí también entra gritar a todo pulmón el amorío que tuvimos, corriendo el riesgo de que nuestros padres lo escuchen, ¿me equivoco?

Hubo un breve momento donde no vi algo que contestar a aquello. Había algo entre sus
palabras que había robado toda mi atención.

—Por lo que así es como defines nuestra antigua relación: un sencillo amorío —Pronuncio
lo último con desestimación. Algo en mí se quebraba al darlo por hecho—. ¿Es ese tu modo de referirte a lo que habíamos sido?

Santa María Hwa Sa: si hasta ese cubo de hielo andante me hacía decir cosas tan... íntimas, tan desvergonzadamente.

Una risa seca surgió de su garganta.

—A ver: en primer lugar, lo que «fuimos», si así se le puede llamar, nunca fue clasificado en
algún tipo de «relación»…

—¿Y era necesario tildarlo de alguna manera? —Cerré los ojos para fruncir el ceño y hablar al
suelo—. Evidentemente no fue oficial, pero ¿de qué otra forma se le podía llamar a eso?

Lo que decía era cierto. Nuestro trato anterior consistía en encuentros hechos de forma
clandestina, donde se permitían todo tipo de gestos y acercamiento de por medio; demasiado íntimos para un par de hermanastros que sentían la necesidad de conocerse. Sin embargo, y por más que lo pretendiese, no había táctica que mitigara el dolor que me
provocan sus palabras.

Joshua continuaba hablando de ello sin tacto, como si aquello no fue más que una mera etapa. O aún peor: como si lo que dijo hace unas cuantas semanas no hubiese sucedido nunca.

—Eso no me da ni una razón que justifique el escándalo que te has formado hace minutos tras
esa puerta.

Eso había dado rienda suelta a todos los impulsos que estaba refrenando y me abalancé a golpes contra él.

—¡Actúas como si nada, como si todo lo que dices sentir no existiese realmente! ¡El hecho
de que me hayas eludido durante toda la noche, luego de lo que dijiste, es mucho más que una
razón válida para esto! ¡Para esto y más!

—¿Y qué esperabas luego de decírtelo, Alyssa?: ¿que saltara a tus brazos y te besara en presencia de todos?

La rabia y el dolor no tardaron en transformarse en lágrimas. La fuerza que destinaba a mis puños no era suficiente para desarticular su postura insufrible.

—¡Tú fuiste quien no se atrevió en un principio!

De pronto, una fuerza iracunda refrenó cada uno de mis movimientos. Las manos de Joshua parecían pesas inamovibles sobre mis muñecas. Me tomé el atrevimiento de alzar la mirada a su expresión frígida, y un escalofrío de temor avasalló mi cuerpo.

Sus ojos oscuros eran la personificación del terror, y no había ente paranormal que los superase.

—Creo que es conveniente recordar que no fui yo quien decidió concluir con todo —Me
pasmó visualizar un destello de dolor entre el enojo gélido de su rostro—. Sabes bien que estaba dispuesto a pasar por alto lo que fuese, a no decaer, y sin embargo, decidiste acabar con ello. Me culpaste del desprecio que te tuve después, de lo mal que te trataba, pero sabes que eso lo originaste tú misma. ¡La que se lleva la culpa de mi frialdad eres y siempre fuiste tú! ¿En quién convierte eso al verdadero culpable?

Mi equilibrio no dio para más, desfallecí entre sus brazos, entre el odio y la repugnancia que
segregaba su lengua. Su alma gruesa y herida era demasiado peso con el que cargar, que procesar.

Y era muy probable que, en el fondo, siempre hubiese sabido la razón de él, de lo que había convertido a aquel hombre cálido en el reconocido Glaciar.

Mis piernas flaquearon bajo su imponente firmeza. El dolor adyacente a mis muñecas era nada junto a la culpa que comenzaba a hacer estragos en mi interior.

Siempre había cuestionado a las mujeres que pensaban merecer el daño que le hacían sus
parejas. Aquella noche, yo misma me encontraba cuestionando eso.

Eres divina… Perfecta…

«¿Acaso merecí aquello también…?»

Joshua pareció darse cuenta del efecto que me causaba su temperamento, por lo que deliberadamente, bajó la guardia y procedió a desprender sus dedos de mí. Mi piel, que antes sufría su ira, ahora latía, enviando informes de lesión a mi cerebro. No me digné a vislumbrar el semblante que él
tomaba esa vez. Mi voz carecía de firmeza.

—Lo hice por el esfuerzo que habríamos desgastado para alzarnos frente a nuestra familia, solo para quedar con miles de metas y kilómetros separándonos —Tomo un respiro—. Lo hubieses visto o no, aquel acabaría siendo nuestro futuro.

Un silencio se hizo en sus labios. Algo me decía que había cosas de él que aún desconocía.

—Por supuesto que no.

—Por supuesto que sí, Joshua. Había que mantenernos prudentes, a fin de cuentas.

—Ese no era nuestro futuro.

—¿Qué asegura que no?

—¡El que no seas capaz de adivinarlo, joder! —Alcé la vista con el corazón meramente
acabado. Las líneas de su cuello guardaban mucha tensión.

—Ocultas algo.

—No, Alyssa. ¿Qué te hace pensarlo, a estas alturas?

Cierro mis ojos al captar la indirecta.

—Ocultas algo, por alguna razón te empeñas en no revelarlo, y deseo saberlo.

—Maldición, Alyssa. No estoy…

—¿Por qué no bajaste a festejar?

—¡Porque he pasado el resto del día dentro de estas cuatro paredes pensando qué carajos hacer para no bajar y ver lo implacable que estás, en un vestido que genera pensamientos nada sensatos en mí, y lanzarme a ti sin importar quién demonios estuviese alrededor!

El habla me había desaparecido al momento. No hubieron mejores palabras para desequilibrarme y alzar mi pulso por los aires. Él, por su parte, continuó haciendo ademanes y descargando su energía, hablando en base a la impotencia.

—¡Sí,  quería…!  No. ¡Anhelaba saltarme cualquier norma mental y asistir a aquel montaje para estar cerca de ti! ¿Conoces lo que significa contar cada cutre minuto para presenciar tu llegada, estar allí abajo y sorprenderte? ¿Sabes lo que me hubiera aguantado para no soltarte indecencias o sacarte de ese sitio, donde obviamente no estás cómoda, y llevarte a hacer de todo?

Vaya que el entorno había cambiado drásticamente.

Sobre mis mejillas sólo aprecié el calor del rubor junto a los rastros de lágrimas inmóviles. Su rostro había adoptado algo que no podía eludir con destreza, y sus palabras me atrapaban sin alguna clase de jaula. 

La cercanía que poseíamos era promulgada por él, donde sus pasos eran sinónimo de seguridad y duda a la vez. Y sus ojos, un reflejo complejo de sus sentimientos.

—Me gustas, Aly. Joder, cómo me has vuelto loco…—Su cuerpo me tenía cubierta, la mayor parte—. Y es precisamente por aquellos aspectos que me prohibí aproximarme a las escaleras. Es por ello que te ahuyento, que coloco distancia entre nosotros aunque me encuentre desesperado por acortarla, o mejor dicho, desaparecerla.

»Porque ya no quiero pensar en reprimirme, en restricciones, en la opinión social, no….

Mis movimientos se comandaban por mandato de mis nervios. Nervios que, a causa de la
frialdad natural que él desprendía, se apaciguaron. Tras Joshua y yo no restaba ni una sola aclaratoria que pronunciar: todo lo que él decía era mutuo, pues yo sentía lo mismo, con una
insignificante posibilidad de que fuese en mayor escala.

Posteriormente, nuestros cuerpos comenzaron a actuar. La tensión que el tiempo había creado entre nosotros estaba cayendo, sin pausas, sin prisas: a un ritmo dócil y magistral.

El pecho de Joshua subía y bajaba con pesadez; lo aprecié en la poca distancia que guardaba
sobre el mío. Su voz se había resumido a un aliento endeble, cargado de ansiedad. La totalidad de mi cuerpo había entrado en aquella maravillosa mezcla entre el frío y el calor envolventes de su aura, y eso no hacía más que hacerlo más apetecible y desear tenerlo bajo mi posesión, sin esos estigmas que refrenaban todo.

Iba a protestar, pero coloqué un dedo contra sus flamantes labios, como si hubiese deseado aquel contacto.

—Pues, deja de pensar —susurré contra su barbilla, contra su prominente cuerpo. De allí partía a estirar mis labios a los de él, en un jadeo de ruego—. No pienses demasiado, Joshua. No es necesario…

Y fue allí cuando nuestras mentes se nublaron del todo, cuando sus tersos labios se cruzaron al
encuentro de los míos en una bomba excéntrica, cargada de revuelo y serenidad absoluta.

Nuestro deseo era hecho notas que, mediante la melodía concreta de nuestros labios unirse, deslizarse y afianzarse, sólo era forjada por nosotros.

La ambición se trataba de algo contínuo: El antojo de mis labios por los suyos se apreciaba en cada movimiento, en sus manos sobre mis caderas, en las mías sobre su cabellera oscura como sus caricias y sus pupilas que reflejaban un claro sentimiento: deseo, discontinuo y cautivador.

Repentinamente, Joshua me había subido sobre su regazo, sin acabar el sonido de nuestros labios juntos, colocado mi espalda contra el muro. Podía sentir la avidez de sus movimientos, la agitación que guardaba sobre mi cuerpo y el  sonido de su aliento,
solicitando el mismo grado de anhelo que el mío.

El toque de Joshua ascendió hacia mi espalda baja, manteniéndome firme en el muro contra su cuerpo. Exploraba mi abdomen con ayuda de sus frígidos dedos, provocando estremecimientos vagos en mi piel, y casi instándome a encorvar la columna. Gesto que provocó un ronquido de aceptación en su garganta.

En un instante impreciso, dentro de aquel momento, oía la voz grave y potencialmente afectada de Joshua.

—¿A qué le temes, Aly?

Insegura, respondí sobre sus labios:

—A no poder darme una oportunidad cuando no le di una a nosotros.

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