La incomodidad

Le eché una mirada liquidadora, como si disparase dardos por el iris. Todas los máquinas de correr, todos objetos materiales y televisores entorno a mí perdieron nitidez. En el espacio me sentí a solas con mi único objetivo.

No derroché ni un minuto de tiempo. Coloqué el puño derecho debajo de mi barbilla, doblegué el brazo contrario y, sin más, le extendí para golpear el saco.

El boxeo y yo éramos como uña y carne. No existe corredora ni serie que supere la estrecha
relación que hay entre ambos. Mientras recogía un brazo y extendía el otro, sentía la adrenalina correr por cada ligamento y articulación.

La fatiga mataba, me quedaba sin aliento. Cada reacción química que desencadena mi cuerpo al golpear me concede una sensación placentera. Lejos de practicarlo para mejorar mi condición física, lo amaba. Casi forma parte de mi rutina
de ejercicio constante.

Al cabo de media hora, bajé los guantes. El saco de boxeo se balanceaba de adelante hacia
atrás. A pesar de la descarga eléctrica que consumaba mis energías a un ritmo inquietante, alcancé dibujar una sonrisa en mis labios.

«Lauper: 1, saco: 0.»

Mis extremidades trepidaban inconteniblemente. Elevé un brazo al aire sintiendo el peso de
los guantes traerlo abajo y me sequé el sudor de la frente. Por consiguiente, me desplacé a la recepción del gimnasio a regresar los guantes de boxeo y volví a tomar agua como posesa.

Resultaba celestial sentirse tan grácil aun cuando en casa sucede lo que ni en las pesadillas se
puede conjeturar. Aun cuando las contrariedades se postulan para obtener el mayor reconocimiento. Aun cuando Nessa y Richard me faltan más que nunca.

Eché una vista a la zona de pesas. Mayormente, los hombres son los que acaparan dicha zona.
Algunos entrenadores se pasean cerca de sus clientes cuidando que realicen los ejercicios de manera adecuada.

En mis visiones, reluce la silueta de Joshua en primera plana allí metido. Sus brazos y tren
delantero se convirtieron en partes principales de su cuerpo a entrenar. Verlo en ropa deportiva y la coronilla humedecida en gotas de sudor se volvió una imagen difícil de olvidar. Como también me fue imposible olvidar el trato que mantuvimos luego de ello. Las largas horas al teléfono, las conversaciones interminables y los secretos que le confié cuando me sentía profundamente sola.

Jamás los podré recuperar.

En mi vientre se adiciona la punzada que me daba cuando lo encontraba en plena instrucción.
El saco de boxeo se sitúa con vista hacia las pesas, así que no es mi culpa que tuviera tan buena perspectiva de su cuerpo bajo el sudor. Cabe destacar que mirarlo era pura coincidencia; nada que aguardara la mitad del día. Igualmente, esperar a verlo es caso perdido. Hace un buen tiempo que Joshua no da presencia en el gimnasio y tal vez ello sea señal de que ha abandonado la vida saludable, lo que está bien.

Cada quién tiene libre albedrío.
Toda decisión que él tome no tiene que vincularse a mí ni interesarme.

Entre tú y yo no hay nada. No puede haber nada.

Lo que no consigo darle explicación coherente es a la forma en la que me miró en el cuarto de limpieza. En toda la noche no hubo manera de que ingiriera alcohol, por lo que esa teoría es fracaso seguro. ¿Y él?: ¿se haría parte de la comunidad ebria? ¿El vómito en su camisa era causado por sí mismo?

Son muchas las situaciones que me damnifican hoy en día.

Concluida mi serie de entrenamiento, reanudo camino al campus. Mi primer curso fue
suspendido, por lo que me toca asistir al siguiente dentro de unas horas. La semana es amplia, y todos los alumnos estamos informados de que recuperaremos la clase perdida el miércoles a primera hora.

Asciendo por el ascensor del Jester Center. Cierro los ojos entre la sensación de mis pies
buceando en el aire y un pitido antecede al despeje de las puertas. Los estudiantes luchan para entrar al ascensor mientras que me dirijo tranquilamente a la puerta de mi piso.

Sun Hee me recibe con una sonrisa. Se la devuelvo sin aliento sacándome la bolsa de ejercicio de encima.

Las paredes color beige de la sala lucen limpias, y el tapete al suelo me da la bienvenida. El agotamiento no me permitirá entrar a la ducha por un buen rato, por lo que me arrojo sin
tapujos sobre el sofá, con la espalda dando a la pared y los ojos en la mandala de enfrente.

—¿Fin de semana duro?

—Y que lo digas —digo tapándome los ojos con el antebrazo.

—¿Hay algo que pueda hacer al respecto? —Apuntó dejando un libro de Estudios Liberales a
un lado—. Mi clase de yoga empieza en media hora.

—No, gracias. Debo acudir a mi siguiente curso dentro de poco. Pero sin la capacidad ni las
ganas de ir a bañarme no sé qué otra motivación a los estudios encontraré.

—Eso puede arreglarse.

Percibo un pequeño estruendo por los oídos. Una calentura inminente se llena en la extensión de mi abdomen y abro los ojos.

Sun se ha levantado del mueble delantero y se sitúa a mi lado.
Retira los dedos de la pantalla de su laptop. La ventana del navegador está abierta e ilumina los resultados de una búsqueda en eBay.

—Encontré esta cuenta que vende todos los artículos de Blackpink a mitad de precio —deslicé la barra de desplazamiento hacia abajo visualizando todos los productos—. Ya reservé un par de
cosas para ti y para mí con delivery.

Puse todos mis esfuerzos para no soltar un chillido. No pude más que plasmar una sonrisa en
mi rostro.

—¿Has hecho eso por mí?

—Cualquier cosa para mi fan del K-pop favorita.

—No encuentro qué decir… Gracias —dije de todo corazón extendiéndole la notebook de
vuelta—. Ha sido una contribución morrocotuda para alegrar mi día.

—Y yo siempre estaré feliz de recibir tus gracias con palabras extrañas.

Echo la cabeza adelante para reír. Sin lugar a dudas me ha tocado la mejor compañera de piso.

Acepta la entrega de retorno de su laptop y la cierra en esfuerzo vago. Sus ojos extendidos se
cierran con extrema lentitud, y su júbilo a medias me hace entrever que todo no está en orden.

—¿Va bien? —le pregunté con suavidad.

Ella se lleva una mano a la parte trasera de su cabeza.

—Es que no sé si preguntarte algo de lo que no estoy segura.

—¿Segura sobre qué? —no da respuesta—. Sun, puedes contarme cualquier cosa.

Se queda cabizbaja.

—No sé si es buena idea que vaya a Corea por Navidad.

La impaciencia que mi cuerpo había acopiado se evaporó dentro de la jaula. Miro al cielo
considerando su postura muy apesadumbrada para hablar sobre el tema.

—Anda ya, Sun Hee. Si es una idea magnífica. ¿Por qué tienes dudas?

—Es que… no sé. Creo que tengo miedo de lo que pasará.

—¿Tienes miedo de la alegría con la que te recibirán tus padres? —le zarandeé el hombro y
apenas despegó los ojos del patchwork—. ¡Despierta! Me parece un presente muy tierno.

Alcanzó a arquear una sola comisura. No me puedo creer que su miedo le impida ver lo bueno del asunto.

—¿Cuándo tienes pensado ir?

—No lo sé. Por eso quería saber tu opinión.

—Pues mi opinión es la siguiente: ve y quédate con ellos todo el tiempo que se pueda. Las vacaciones no son para toda la vida —recalqué—. A ellos les vendrá de lo lindo pasar las fiestas en compañía de su única bebé.

—Tengo seis hermanos. Aparte de eso, tengo once tíos —niega con la cabeza—. No entiendo
cómo los norteamericanos pueden tener un límite de cuatro hijos y una familia tan pequeña.

—No te creas. Mi madre tiene cuatro hermanas y nunca quiso darme un hermano menor. En fin. —ahogué la cara de desagrado—. Vete a Corea. No pierdes nada.

—Claro que sí: no te tendré conmigo —alargó un brazo a mi espalda y me estrechó en su
regazo.

—Existe algo llamado tecnología, señorita. De tu continente viene la mejor.

—Con más razón me quedo en Estados Unidos. ¡Viva, América!

Le empujo un moflete con brusquedad y suelta mi cuerpo antes de explotar en una risa que
ratifica con total seguridad que ha tomado la decisión correcta.

***

Tomé asiento en una de las mesas al fondo y se dio inicio a la clase. El bullicio fue con la presencia del profesor. Desplazó su cuerpo al frente de la pizarra.

—Buen día, alumnado —enunció en semblante serio. Le otorgamos el mismo saludo—. Para la clase de hoy he preparado una dinámica con el fin de poner a prueba su capacidad de
deducción y discernimiento, esenciales para aprobar el semestre. —La curiosidad ya salta en mi estómago—. Hoy realizarán en parejas un trabajo de diez líneas donde se exponga cuál es el método publicitario que consideren primordial para una publicación de Instagram.
Posteriormente, se dará una presentación oral de dicho método.

Un chillido garrafal se contuvo dentro de mi garganta.

Se apreció el ruido de las mesas desplazándose a distintas zonas del aula. Atisbé el suceso a mi
alrededor, sin mover mi asiento. Era la única alumna que no obedecía al mandato del profesor e iba a buscar un compañero.

Los deberes en grupo no eran mi especialidad, y hasta ahora ningún profesor me había
mostrado molestias por ello, todo con tal de ejecutar el trabajo. Pero eso fue antes de la
universidad, y tenía bien recalcado que no podría hacer nada por hacer excepción.

La causa de mis preferencias grupales no era por capricho o fobia social. Me llevo bien con
todos los integrantes de cualquier grupo. El problema está en que, a medida que las parejas se conforman, las únicas mesas que se vislumbran quietas son dos: la mía y la de un chico de tatuaje profundo con la cabeza metida en su libreta. Estaba tan enfrascado en sí que no parecía darse cuenta de lo que sucedía a su alrededor.

Por un momento me perdí en la oscuridad que irradia hasta que una casaca pajiza me
interceptó.

—¿Las pautas no han sido lo suficientemente claras, señorita Lauper?

No era necesario volverme para saber que se trataba del profesor.
Solté un solemne soplido, lista para afrontarlo y, por lo menos, hacer el intento.

—¿Habrá posibilidad de presentar el trabajo de manera individual?

Miré por el rabillo del ojo a Joshua. Tenía la microscópica esperanza que se daría vuelta al
escucharme, cosa que no sucedió.

El profesor negó con la cabeza.

—Debe entender, señorita Lauper, que las excepciones no siempre serán permitidas en la vida. Seguro que aún encontrará a alguien dispuesto a efectuar el trabajo con usted. Claro, a menos que decida mantener esa postura y reprobar la asignatura.

Evité por todos los medios recrear una mueca en mi rostro, el que él mira con mucha decisión. Me puse cabizbaja respondiendo entre dientes.

—De ningún modo, señor Orson.

Dio fin al diálogo asintiendo.

Volví la cabeza a su lugar correspondiente con las pupilas fijas en el chico apuesto y aislado del cosmos. El corazón me encendió en alarma.

Abatí mi conciencia en el momento en que me disponía a reunir todo el coraje que poseo.
Hecha un manojo de nervios, arrastré con la manga de mi sweater todos los útiles dispersos sobre la mesa y los arrojé dentro de mi morral. Con los dedos hechos gelatina, me dirigí hacia aquella mesa.

Mis pies se estancaron a un metro de él. Se le notaba la musculatura tensa, la mirada clavada en el papel y los brazos cubiertos con tela de jean. Ni se percató de mi presencia.
Con el simple hecho de verlo recordaba tanto…

Tragué el nudo que laceraba mi cuello.

—Hola —usé voz animada—. He notado que somos los únicos solitarios del aula. ¿Te apetece
sí…?

—Realizaré el trabajo solo, gracias.

Pestañeé sin respirar.

«Menuda maleducación.»

Quedé con la petición al aire. Me había recusado de un modo tan cruel que se erizaron los
vellos de mi piel. De paso, había quedado sin argumentos.

Tuve miedo de lo que ocurría si lo hacía, pero de todos modos le hablé.

—Me temo que no va a ser posible. He consultado con el profesor…

—Ese profesor de tres al cuarto puede irse a la reverenda fregada. Nadie me va a dictar el modo en que llevaré los deberes a cabo  —sus ojos me incrustaron hostilmente—. Puedes retirarte.

Me quedé boquiabierta. Contra su resentimiento no pude objetar; yo me llevo la culpabilidad de su mala leche. Eché a perder el trato —si es que existe dicho— que Joshua tiene hacia mi y el resto de la sociedad. Lo que le hice no puede describirse. Y mirarlo cada día me echa en cara el daño que le he hecho.

En ese momento, me entraron ganas de que la frase «trágame tierra» fuese una invocación con
resultado real. Quedarme mirándolo mientras él hace como si yo estuviera pintada en la pared es mala elección. En ese chico que grita falta de sentimientos, se halla algo que me deja al borde de la insensatez. Me es difícil alejarme de él.

Como si el escenario no fuera tenso, se le agrega una pizca de Orson.

—¿Todo en orden con la señorita, señor Hall?

Como si por instinto fuese, los ojos de mi hermanastro reincidieron en mí. Eso de si los ojos son el espejo del alma no se puede aplicar en él, ni con cola.

Su mirada se mantuvo allí como si de leer un libro se trate. Ese bendito cosquilleo en mi
estómago me asaltó como cowboy. Pasó un largo segundo para que sacara los ojos de mí. Por poco suspiro de alivio.

—En efecto, profesor —dijo cruzándose de brazos.

Orson me echo un vistazo. Despliego el brazo hacia la silla libre y me desplomo en ella. Una
oleada de calor me ahogó por encontrarme tan cerca de Josh. El profesor nos miró y se marchó.
Por fin pude respirar de nuevo, aunque no por mucho.

Joshua había vuelto a su libreta. Obligándome a no mirarle, acomodé mis cosas y saqué una
hoja en blanco. La punta de mi portaminas permaneció en ella durante varios segundos.

—Pues… —me aclaré la garganta— podemos comenzar con un intercambio de opiniones:
analizamos cada método y luego enumeramos las coincidencias, ¿te parece?

El silencio fue atroz.

Los trazos de grafito en su libreta eran el único sonido en mis oídos. Sentí que había un muro entre nosotros. El sentimiento de incomodidad hace estragos en mi jugo gástrico, por lo que lo ignoro volviendo a la hoja.

—Si no te molesta, empezaré yo. Pienso que sería correcto preferir un método al que se pueda apelar sin apostar por publicidad monetaria. Algo más objetivo. Quizás… —alzo la vista con terror— un llamado a la acción, como un giveaway

—Haz lo que te parezca.

¿Piensa interrumpirme a cada media frase?

Suficiente. Me va a ser imposible preparar el trabajo si Joshua no está dispuesto a colaborar.
No puedo creer que se deje llevar por ese resentimiento y prefiera adoptar esa manera de actuar
tan infantil.

Resoplé tan sonoramente que no hubo forma de que siguiera con los ojos en la libreta. Mi rabia brota como el sudor en mi piel.

—¿Qué sucede?

Reí en histeria.

—Qué sucede…¿De veras preguntas qué sucede? ¿No es mejor si respondes? —fruncí el ceño—. Pretendo progresar en el trabajo y tú no ofreces contribución alguna en ello. Haces la ley de hielo, no contestas mis propuestas… Mis disculpas pero, como ves, no voy a realizar labores académicos con una persona…

No alcancé a dar todo mi discurso cuando deslizó una hoja a la mesa. Colgué los ojos en ella
sin capacidad de hablar y lo miré. Su cabello oscuro peinado a un lado. Sin reaccionar, tomé la hoja entre los dedos y le di una ojeada.

—Es una lista de métodos —le oí explicar—. Si coincides en alguno, escribe sobre él. Yo me
encargo de la presentación oral.

Mis pupilas se dilataron. En la hoja hay una enumeración en letra corrida de métodos
publicitarios. Lo miré otra vez corriendo el riesgo de que me embelese.

—Quedan menos de cinco minutos —dijo antes de que pudiera decir algo.

Alterné los ojos entre su expresión tiesa y su hoja, decidiendo acabar en la última. Hay una técnica entre sus líneas que me genera más interés que las demás y la elijo. Fue cuestión de tiempo para afincar mi portaminas al papel y escribir.

Cuando la mano no me dio para más, el sonido de un timbre hizo eco en mis tímpanos. El
cansancio es palpable en mi respiración y mano.

El profesor alzó un reloj de mano a nuestra vista y tomó asiento en su escritorio. Vi a los alrededores de nuestras mesas y miré mi trabajo sintiendo una fusión de orgullo y pánico. Joshua,
a pesar de que lo miraba incansablemente, tenía la vista al frente. ¿Ni siquiera muestra un signo de inseguridad?

El miedo repercutía en mi espabilo. Y ni siquiera caí en cuenta de lo que sucedía ante mis
narices.

Joshua se había levantado, tomado nuestro informe y caminaba hacia la pizarra. Sus ojos no decían nada en especial ni me miraban cuando aún permanecía sentada en mi lugar.

—Noto que desea dar inicio a las presentaciones, señor Hall. ¿Se puede saber quién es su
pareja?

Fue allí. Las pupilas lóbregas de Josh me encontraron. Sufrí una pérdida considerable de
conocimiento.

Avancé a su puesto y me situé junto al Glaciar, frente al alumnado, y manteniendo las distancias con él. Dejé el manuscrito en manos del profesor antes de que se diera inicio a la presentación.

Mis manos sudaban. Miré a Joshua de reojo y él lo hacía al frente.

—Buen día a todos. A continuación, hacemos presentación de un resumen argumentativo sobre las razones por las que elegimos a los hashtags como principal medio publicitario para publicaciones en Instagram —hizo una pausa—. Hemos hecho elección de los hashtags puesto que dan conexión con un público objetivo, se utilizan como centro de búsqueda y ayudan a clasificar el contenido de nuestros posts.

Me quedé sin el aliento que no gasté. ¿Cómo lo logra? Joshua acababa de dar un discurso similar al que daría un gobernador y no lucia así. Dudo si habrá algún pavor reprimido en su interior.

Asintió e hinchó su pecho de aire. Bajé la cabeza antes que se diera cuenta por enésima vez de
mi acecho visual. El profesor se ha cruzado de piernas. La casaca se le ha arrugado.

—Muy acertada la señalación —dijo y a continuación, se dirigió a mí—. Partiendo de esos beneficios, señorita Lauper, ¿es posible utilizar los hashtags siempre de manera acertada?

En un instante, decenas de ojos se clavaron en mí. El aula quedó bajo una cumbre silenciosa.
La bilis me subió por la garganta. Las ideas no fluían y podía sentir la vergüenza avecinarse contra mí…

—No. De hecho, cabe resaltar que la mayoría de los emprendedores principiantes acostumbran a utilizar los hashtags erróneamente.

—Entonces, ¿cuál es la forma indicada de usarlos?

—En primer lugar, se debe aprender a identificar los hashtags que tengan relación con el contenido. Se debe evitar usar genéricos, de localización o añadirlos luego de publicar.

¿Había sido yo la que respondió?: en efecto. Y no sé cómo fue posible. Sentí un par de ojos más sobre mí. Joshua me veía sin emoción. Asintió para felicitarme…. y yo no podía estar más feliz.

La dinámica acabó relativamente bien. Nuestros espectadores y profesor recibieron una
excelente presentación oral. Mi hermanastro y yo habíamos… trabajado en parejas.

Y ello marcaría el inicio de una serie de cosas que estábamos a punto de experimentar juntos.

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