La incertidumbre

—Si aquella anciana acaba recordando el lío amoroso que tuvo con ese sujeto, será el momento en que deje de sintonizar esas películas románticas.

—Si sabes que sucederá ¿por qué sigues mirándola?

—¿No es obvio? Llevo días sin ver una escena erótica. Me vale absolutamente si proviene de una película de tres al cuarto.

Echo la cabeza atrás para reír y me cruzo con sus ojos, esos que yacen al borde de felicidad.
Las pequeñas bolsas debajo de sus surcos indican lo bien que se la está pasando. Yo no podría ser más complacida.

A pesar de situarnos en un lapso donde deberíamos estar dormitando, no se hallaba en mí una chispa de cansancio. Y a mi juzgar, Joshua debe estar en un estado similar. A partir de las siete perdimos toda noción de tiempo. Nuestros esfuerzos daban frutos cuando finalizábamos la maqueta, siendo razón principal por la que alcanzamos un punto en el que llanamente no fue posible estancarnos. Y justo ahora, a altas horas de la noche, nos sobraban energías.

El proceso no pudo ser más entretenido. Mediante bromas y anécdotas, Joshua y yo no
perdimos el hilo de nuestro encuentro ni de nuestra labor. Ello, sumando a su excelente compañía y el latir anormal de mi corazón al tenerle cerca, hicieron que la reunión se convirtiese en la mejor de mi período universitario. Tenía la impresión de que pasaba el mejor momento y sabía la razón: desde hace un tiempo que veía a Josh de un modo distinto. No estaba segura si experimentaba la sensación de estar enamorada, pues nunca lo estuve. Tampoco tenía la certeza si eran ideas irrelevantes o era causado por mi conciencia. Estaba en las nubes con relación al asunto.

Él no mostraba signos de sentir lo mismo que yo. Pues, quién lo sabía: Joshua era un hombre
cerrado a cal y canto... hasta esa noche.

Puesto que estábamos conscientes de nuestra falta de sueño, nos tomamos la libertad de linchar el tiempo mirando un filme. En ese momento, mi roommate se encontraba fuera del piso y contábamos con la pantalla y volumen requeridos.

Nos introducimos en la alcoba y tomamos asiento en mi colchón, donde comenzamos a pasar canales con el anhelo de que se transmitiera algo interesante. Por desgracia, no fue así. Terminamos mirando un film de segunda, pero disfrutando enormemente.

Lo siguiente que aconteció fue de improvisto. Las bolsas que iluminan su rostro se
desvanecieron. Su expresión cambió drásticamente y temí haber hecho algo que no debía.

Ya me encontraba en proceso de reprensión cuando dio un pestañeo repentino, antecedente de los segundos de contemplación visual al que nos sumimos por un breve instante. En sus ojos apreciaba cierta falta de vigor. Aproveché la situación para detallar su mirada
perdida sobre mí, sus pestañas finas y, por supuesto, esos labios tras los que se escondían
cúmulos de misterios cautivadores y respuestas a mis tantas preguntas. Ansiaba descubrirlas todas.

En un momento dado, nuestro hálito se vio afectado. Sentí que mis órganos se apagaban
lentamente para fundirse en los de él, a depender de los de la única persona que se halla en el
ancho mundo con el poder de destruirme, y a su vez, edificarme.

Nuestro cuerpo, nuestro aire eran uno solo. Todo se hizo inoportuno y pesado entorno a
nosotros, a resaltar que insignificante.

—Aly…

Su voz era una petición tentadora. Nadie lo conocía mejor que yo. En el instante en que nuestros labios se unieran, daríamos inicio a un peligroso juego donde todo saldría perjudicado.

Nuestras vidas se habían unido, si bien ansiábamos dar un paso más. Lo supe cuando me
miraba, cuando en una ojeada me describió con lujo de detalles el conflicto de identidad que
comparte conmigo. Lo supe, siempre estuve al tanto de ello…

Y su ruego no era algo sencillo a
lo que negarse.

—¿Cómo le ha sentado todo a mi Gambita?

Oí una risa ronca al lado opuesto de la línea telefónica. Una sonrisa se plantó en mis labios y rl pecho se me atestó de calor con el neto hecho de atender su risa. El tiempo se había hecho
extenso desde la última ocasión en que la hube oído.

—Me alegra que por fin hayas encontrado el apodo adecuado para mí, Piñita.

—Era de esperarse: adoras las gambas.

—¿Tanto o más que tú?

—Digamos que llegas a alcanzar un término medio.

Como si de mi placer estuviese al tanto, resonó en mis oídos el maravilloso sonido de su voz.
Aún si me encuentro experimentando no muy buenas situaciones, escucharlo hablarme de alguna manera acorta los kilómetros entre nosotros.

Sin embargo, tengo en cuenta que sigue lejos. Mi necesidad de abrazarlo y contarle miles de
cosas cara a cara no se podían realizar por teléfono, y él lo sabía.

—¿Cómo has llevado la mudanza? —husmeé en voz tenue.

—Pues, acabo de finalizar las gestiones pertinentes para instalarme en el apartamento y
mañana tendré una reunión con los empleados.

Proyecté una sonrisa melancólica. Al menos podía disfrutar precisamente de ello: gesticular de cualquier manera sin sus sabiendas.

—¿Piñita, estás bien? —masajeé mis sienes—. Sé intuir cuándo me ocultas algo.

Evidentemente, no puedo pasar por encima de su instinto paternal. Suspiro a profundidad. De veras que me sienta bien hablar con Richard, y por ende, no tengo ningún inconveniente en poner las cartas boca arriba y ceder mis reconcomios a sus manos: el lugar más seguro donde dejar mis inquietudes.

—Desearía estar allí contigo. —colmé mis pulmones de aire—. En los días posteriores a tu
marcha sucedieron muchas situaciones turbadoras, entre ellas, la nueva relación de mi madre, y la mudanza de su nuevo marido a nuestra casa.

El siguiente lapso de tiempo ocurrió en silencio. Richard nos amó infinitamente a mí y a mi
madre. Por experiencia propia conozco el dolor que se siente al distanciarte de tu ex pareja, o en
mi caso, a la persona que más sentimientos se guardó. Él amaba a mi madre. Hacer borrón y cuenta nueva le debe estar costando un mundo con respecto a ello.

—Piñita…

—Lo menos que deseo es imaginar cómo ocurrirá el resto del año sin ti —hago una pausa—, a menos que no suceda de ese modo —escucho interferencia en la línea—. Gambita, ¿qué te parece si viajo a Pittsburg temporalmente para pasar el Día de Acción de Gracias juntos?

Diferencié un suspiro en mis oídos. Me resultaba terrorífico llevar la idea a cabo, pero visto
desde el ángulo correcto, pasaría la festividad en su compañía. Por fin me sentiría liberada del
caos que irrumpe en mi casa.

Además, Pittsburg no está a tantos kilómetros; no como a Seattle o Denver. Y por si fuera poco, los hijos de Richard viven en su misma manzana, y nos llevamos como si fuésemos familia.

Una agitación gratificante se instaló en mi pecho. Nace en mí una nueva perspectiva, en
conjunto de posibilidades que solo darían presencia si el plan se ejecutaba como es previsto.

Sin embargo, la siguiente risa que emitió sonó, por menos, muy distinta de la respuesta
esperada.

—¡Cielos! Cuánto no me haría feliz que pase, con toda sinceridad —su entonación perdió carisma—. Pero bien sabes que, en estos momentos, no sería una buena decisión. Tu madre necesita de tu compañía, y estoy seguro que su nueva familia igual.

—Créelo: me sería un gran alivio distanciarme de ellos por unos cuantos días.

—Hacer como si los problemas no existieran solo agravará las cosas, Piñita. —abrí la boca y
se adelantó a mi contestación—. Ni tú ni nadie son culpables de lo que ahora parece ser un
problema. Hacerle frente es la mejor solución a la que puedes recurrir, y estoy seguro de que lo
puedes realizar.

Cerré mis ojos llenos de inferioridad.

—¿Piñita?

—¿Si?

—Recuerda: la vida da muchas vueltas…

—Y de las vueltas se trata la vida —ultimé, sintiendo un poco de aplacamiento esclareciendo
mi mente.

—Llama si hace falta y mantenme al tanto de toda situación, ¿de acuerdo?

Eché un vistazo al techo, ese donde se encuentra el atrapasueños velando en mí. Sun dice que si crees en él, tus pesadillas se harán más livianas y tus cargas, más llevaderas. Si tuviera edad infante me habría creído la enseñanza con facilidad.

A pesar de ello, y no tener fe en nada concreto, en estos momentos precisaba aferrarme a la creencia. Confiar plenamente en Richard y encomendar mi alma a Santa María Hwa Sa parecían ser las opciones más convenientes.

—De acuerdo —susurré.

Despedirme de mi casi padre fue un cometido estresante, más si hubo pasado tanto tiempo
desde nuestra última plática. La respuesta negativa hacia mi propuesta me afectó, pero, muy en el fondo, no podía negar que compartía su punto de vista y comprendía las razones por las que rechazaba mi iniciativa.

A lo lejos entreveía las consecuencias a largo plazo de la decisión de quedarme en Austin. No me espera nada bueno aquí. Tan solo meditar en los siguientes fines de semana que me aguardan me perturba a insomnio.

Igualmente, me apetecía obedecer a Gambita y confiar en mí misma. Si dice que cuento con el valor requerido para sobrellevar mi situación familiar, debe tener cierta realidad respaldada.

Sobre el optimismo frente a los conflictos graves no me había ajustado del todo; inclusive hoy me veo afectada en lo que me perturbó en el baño.

El presente adelantado de mi cumpleaños es mi teléfono. Richard me lo dio a inicios del mes pasado. Éste reposaba sobre el patchwork de Sun Hee, donde me encontraba sentada —cosa que hago cuando no está en el piso—. La pantalla se ilumina mostrando la notificación de mensaje de texto recibido. Ingreso la contraseña y pulso en el ícono de mensajería. El remitente es un número
desconocido.

Aly, es Jade. Tu compañera de piso me dio tu número en la fiesta. Se llama Zoong Hee, o algo
así. No te veo desde el viernes y quería saber si quieres salir hoy conmigo a caminar, comer,
o lo que sea (¡lo siento! Soy un desastre en el móvil… Mejor ignora esto. Me da pereza
borrar). ¡Saludos, si me recuerdas!

Estallé en una risotada. En la vida había recibido un texto tan desarrollado.

¡Hola, Jade! Claro que te recuerdo, y pues ¿cómo no?, sería un placer tener una salida
contigo.

A los segundos de enviarlo, recibí otro mensaje de su parte. Me impresiona la destreza que
posee al escribir.

¿Te parece si te busco y nos vamos?

Por supuesto. Aquí me encontraré aguardando.

Esta vez no recibí respuesta de su parte, por lo que asumí fue el fin de nuestra conversación.

Me bajé del colchón que no es de mi propiedad y apresuré el paso hacia el armario. Me calcé
unas sandalias negras acordes con una blusa morada. Dejaba mis ondas rubias cubrirme la
espalda en el instante que llamaron a la entrada.

Jade envolvió sus brazos a mi alrededor en otro efusivo abrazo. Llevaba sus mechones
coloridos recogidos en una trenza que cae a un costado de su pecho. Los cabellos rebeldes que salían de su lugar generaron un cosquilleo en mis pómulos. Me extrañaba el hecho de que alguien fuera capaz de manifestar tanto afecto.

—¡Mierda, disculpa! —dijo en cuanto se dio cuenta de la presión que ejercía sobre mis órganos. Me sobresalté cuando se hizo a un lado y comenzó a sacudir mi ropa. Sus ojos recayeron en mí y enseguida abandonaron el movimiento—. Eh, ¿lista para irnos?

Se incorporó de nuevo torpemente a lo que no pude más que reaccionar en risas. ¿De dónde ha salido aquella chica?

—En totalidad.

Dispuestas, preferimos acudir a las escaleras como vía para predestinar a la planta baja. Jade
bajaba los peldaños delante de mí y, aun dentro de un sitio enclaustrado, sacó una gorra con un Bevo en miniatura grabado.

Con ella se cubrió la cabeza.
La anchura de las paredes se hizo más amplia conforme nos acercábamos al primer piso.
Franqueamos unos cuantos estudiantes que atiborraron los muros situados entorno a nosotras, casi sin dejarnos espacio para transitar, y posteriormente nos dedicamos a traspasar el campus. La expectativa sobre este paseo era definitivamente trepidante.

Pasadas unas cuantas horas de trayecto, Jade y yo nos encontramos pisando suelo a las orillas del renombrado lago Lady Bird. Al aire libre y con la vista del centro, se recreaba una visualización majestuosa del panorama. El contraste del paisaje urbanizado y natural era un deleite imperioso a
los ojos.

Di rienda suelta a mis piernas por detrás de la figura de mi guía turística, la cual se convertía
en una obra de arte con el horizonte de fondo. Mis ojos se fijaban en cada minúsculo detalle, pasando por encima de la compleja estructura del Auditórium Palmer.

—¿Me es concedido realizar una pregunta?

—Sí, creo… Me preguntaste si me puedes preguntar algo, ¿verdad?

Di una sonrisa y asentí. Bajé la mirada al suelo.

—¿Cómo es posible que conocieras tanto sobre mí?

Tartamudeó un tanto.

—¿Hablas de lo que dije en mi primer día de trabajo? —Asentí—. Eh, pues, te he visto
algunas veces entrando a la Facultad de Comunicación. ¡No es que te espiaba, solo…!
Casualidad… Suena extraño, y sospechoso pero…

Le puse una mano frente al pecho. Asintió y tuve que contener una risa.

—Dime, ¿has venido a este lugar antes? —me sacó ella de mi fruición visual. Tuve que acabar de contar los detalles entre el agua dulce para hablar.

—Puede que sí, pero en ese caso sería un recuerdo vago —disminuyó el paso para amoldarse al mío—. Mis ex padrastros nos llevaban a mí y a mi madre a numerosos lugares en la ciudad desde mi infancia, ya fuese por cuestiones vacacionales, de negocios… o por hacer alarde de las compañías que tenían en su autoridad.

—¿Tienes muchos ex padrastros?

—Mi madre posee uno semestralmente desde que tengo siete años de edad.

—¡De pelos! Ya quisiera una madre así —comentó y reí. Si tan solo conociera las razones…—.
Supongo que eres de aquí, entonces.

—Sí. ¿Tú no?

—Mi vida está en Wisconsin. Allá está mi familia, y mis amigos, y las estupendas fiestas nocturnas —su sonrisa resplandece—. Es un estado muy académico, pero como mi padre es el gerente del Jester…

Me detuve en seco.

—¿Tu padre es gerente del Jester? —Asintió como si no fuera la gran cosa—. Pues supongo que ya contabas con beca asegurada.

—Soy la niña de papá —proseguimos la caminata e hizo una pausa momentánea. Me pregunto por qué no conozco a ese hombre o si alguna vez fue mi padrastro—. Dejar La Crosse fue... difícil. Todas las personas que conozco viven allá. Me costó un montón superarlo. Aquí todo
es tan diferente… —me mira y fuerza una sonrisa—. Pero me gusta. Después de todo, Austin
también se ha vuelto mi hogar.

Su entonación animosa habitual vuelve para comandar sus labios y el resto de lo departido.

Sonrío para compensar la suspensión en la que se vio sumida. Hasta ahora bien me di cuenta de lo difícil que puede ser una mudanza, tanto para los que la llevan a cabo como para los que no. En la cuestión de Jade, todos se vieron involucrados ya que a sus parientes, igualmente, les debió afectar su marcha. Tuvo de encontrarse con muchas cosas nuevas. Sentirse fuera de lugar, sin rodearse del entorno que familiariza y sin personas que se conozca con anterioridad… es excesivamente duro.

Pero está aquí, resuelta. Ha combatido beneficiariamente con el efecto de sentirse nueva y se ha acostumbrado a su nuevo hogar, conocido a muchas personas y hoy, actúa naturalmente. Y ello no es sencillo de lograr.

Ver su situación desde este sitio del plano me ha hecho recapacitar en cuanto a muchos aspectos desconocidos.

Aparentemente, no soy la única afectada de la mudanza de mi ex padrastro. ¿Y si Richard se siente tal como Jade se sintió hace un tiempo atrás? ¿En ese caso, no precisa él apoyo en todo sentido, fundamentalmente de mi parte?

El trecho parece haberse extendido conforme avanzamos a la misma velocidad. Las nubes se han dispersado. Y las aguas del lago se han teñido de una mezcla entre azul macizo y pinceladas
de anaranjado, tal como se encuentra el horizonte. A Jade le ondea el flequillo debajo de la gorra que tiene labrada la mascota de la universidad.

—Aly, sé que las dejé a ti y a tu roommate solas en la fiesta pasada —dice cabizbaja—, y lo lamento.

Una punzada se clavó en mi interior. Casi no recordaba ese detalle. Supongo que se debe a que Joshua abarcó la relevancia del suceso.

—Calla. No hay de qué disculparse por ello. Es tu zona de confort.

—Todavía no terminé —detiene el paso situándose frente a mí. Junta sus manos en sentido
oración frente a su rostro—. Hoy habrá una fiesta —mi corazón se descontrola—. ¡No es como
las de los sábados! Será más… madura —ríe nerviosamente—. Sé que la primera vez no la
pasaste muy bien pero te juro que en esta estaré a tu lado. Pobre el que trate de alejarme de ti —vuelve a reír y maldice—. No quiero estar sola. Claro, es si quieres. Es tu decisión.

Sin saber qué postura tomar, me resuelvo a mirar el paisaje que posee detrás. No me apetece
regresar a una de esas fiestas. Sin añadir el riesgo que corro de que nada sea como ella asegura y, al contrario, sí sea una festividad desenfrenada de martes. Pero es Jade… Básicamente, es cabecilla de cada una de esas fiestas.

Debido a que no estoy del todo convencida, asiento de modo penoso. Jade no parece saber de
qué manera reaccionar y hace un mohín confundido.

—¿Eso significa que sí? —su sonrisa vuelve repotenciada.

Me sonrío y asiento con más notoriedad.

—¡Sí! —hace un puño y lo alza al aire. Nota mi mirada sobre ella y lo baja—. Quiero decir si,
ok, como sea. Qué bueno.

Me muerdo el labio inferior sintiendo la sangre bombear dentro de él, candente en mis dientes.

En el lugar más recóndito de mi corazón, ruego porque todo suceda mejor que la vez anterior, y que esta vez, Jade cumpla su palabra.

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