La desilusión
Abrí la puerta sin tomarme la molestia de tocar primero. La sala de estar estaba desocupada. Eché un vistazo por si hallaba algún signo de vida en la sala de estar amueblada, sin encontrar nada de ello. Me resultaba extraño no ver allí a mi madre, pues siempre anda por allí realizando quehaceres cotidianos.
Prescindí de la insistente búsqueda visual y fue cuando precisé las escalerillas. ¿Le había dado por pasar tiempo en su pieza? No era muy probable.
No obstante, no desistí en la idea. Había pasado toda la noche fuera de la casa, y pese a que mi
madre es consciente sobre mi futura edad y que ya no era mi vivienda, me había sentado agrio
que saliese de tal modo, enrevesada en mi mal humor, y hubiese pasado de ella.
Es por ello que había regresado para pedir disculpas por mi actitud. Admitía que lo había
hecho mal con ella, y como joven adulta que agradecía el cuidado de su madre, me dispuse a seguir buscándola.
—¡Aly, has llegado!
La voz fémina que deriva de la cocina me hizo descender los peldaños. Una confusión y
sorpresa innatas comenzaron a desplegarse en mí.
Mi madre se avecinaba con una sonrisa más que inescrupulosa. Se engalanaba con unos
pantalones acampanados de seda y tacones de cuña. Asimismo, se recogió el cabello rubio en una
coleta. Al divisarme, sentí cómo la pesadez de ayer se instalaba en mi cuerpo, cuando mi ex
padrastro se desapareció de casa por su culpa.
Una cosa es innegable, y es que no se hallaba posibilidad alguna de que mire a mi madre con
los mismos ojos, a pesar de que me arrepentía de mi comportamiento.
Me encargué de llenar mi rostro de severidad. Mis esfuerzos dieron frutos, pues la mujer que
se me acercaba se estancó antes de estrecharme entre sus brazos, a unos buenos metros de
distancia. Erguí la espalda cuando eso sucedió.
—Me alegra que hayas llegado bien —dijo—. Has venido en buena hora.
Iba a pasar de sus palabras y decir mis disculpas cuando recapacité repentinamente. Di una nueva ojeada a su vestimenta, el buen ánimo que aparenta. No eran cotidianos en ella.
Abrí mis labios para comentar algo al respecto cuando se oyó un auto aparcar frente a nuestra
casa. Fruncí el ceño. Mi madre, ni corta ni perezosa, se encaminó jovialmente a la entrada y abrió
la puerta con la sonrisa recompuesta. Enunció un saludo a quién quiera que acabase de llegar y se inclinó para dar lo que parece un abrazo.
Moría de ganas por saber de quién se trataba.
Mis dudas adquirieron una respuesta más pronta de lo esperado. Mi madre se hizo a un lado para que la visita entrase a la estancia.
Un espasmo me recorrió el cuerpo de abajo hacia arriba. No puede ser posible.
Nuestras miradas se encontraron y sentí que me encestaban un porrazo en la ingle. Era tal y justo como lo recordaba: zapatos altos, uniforme empresarial, el cabello igual de oscuro que sus ojos. La barba incipiente se podía vislumbrar en sus mejillas y quijada, y me agració con una sonrisa.
¿Qué hacía este hombre aquí?
Amanda —que me pareció mejor llamar por su nombre a mi madre— nos miraba al uno y al
otro. Una chispa de ansiedad salió a relucir en su rostro. Alargó las manos como si quisiera impedirlo, pero justo allí, Ewan estaba moviéndose hacia mí. Sentí mi corazón pasar a modo hipertensivo. Me ofreció una mano para que la estrechase.
Volví mi vista a sus ojos y él diferenció una actitud confusa en ellos. Mi madre intervino.
—Cielo, me temo que aún no se ha enterado —rodeó su brazo con suavidad, bajándolo. Yo
seguía sintiéndome parte de otro planeta.
El hombre se fijó en el semblante consternado de mi madre y se aclaró la garganta.
—¿Enterarme de qué? —me miraron a la vez—. ¿A qué te refieres, madre?
Ella se puso cabizbaja. Dio un paso atrás y se apiñó más a su costado.
—Aly, lamento no habértelo dicho antes —hizo una pausa—. Ewan y yo hemos vuelto a
formalizar nuestra relación.
Se me cayó el alma a los pies. Me encontré en una fase donde movía mis labios, mas no emitían ni un sonido. No me
encontraba en la plena capacidad de describir mi suspensión. Aun así, solo conseguí decir algo al
respecto:
—No.
Ewan y mi madre se miraron atónitos. Convengo en que todos teníamos pensado que me
rebelaría de otra manera.
—¡No! —vi a mi madre a los ojos—. No puedes hacer algo así, madre… ¡Simplemente…!
¿Estás consciente de las meteduras de pata que realizas últimamente?
Mi madre dio un paso hacia mí y la miré como si fuera una especie de animal desconocida.
A mi madre nunca se le cruzó por la mollera volver con alguno de sus antiguos novios. Lo suyo es innovar, por así decirlo. Sí, llegó a mis oídos que Ewan aún le conservaba sentimientos
hacia ella, pero imaginé que serían a causa de un desbalance emocional, o a saber. Jamás llegué a pensar que una nueva relación sería la consecuencia de ello. El caso, en sí, era insólito.
—Aly, te cuesta comprender porque apenas te enteras —dijo mi madre—. Pero quieras o no,
Ewan y yo estamos juntos, y deberás respetar esa decisión.
Las palabras que oí me sentaron como burla. Una de muy mal gusto.
—¿Respeto? —solté una risa nerviosa—. ¿Cómo puedes esperar que respete lo descabellado? ¡Si estás cortando con uno cuando vas saliendo con otro!
Aunque Ewan estuviese ahí, ya no existía manera de que lo percibiera. La discusión se había
redondeado entre mi madre y yo.
Ella me asestaba una mirada crítica. Al cabo de segundos, adoptó una expresión endurecida casi por completo. Me llevé una gran sorpresa por ello.
—Hija, no voy a aceptar ese comportamiento delante de Ewan.
Volví a reír; no encontraba otra cosa con la que defenderme. ¿Vine a casa para eso? ¿Quería
que me comportase como otra persona solo porque Ewan estaba presente? Negué con la cabeza.
—¡Y no aceptaré que me integres en tus equivocaciones! —suspiré en la cúspide de mi decaimiento. No tenía caso continuar esa riña—. ¿Sabes qué?: haz lo que desees. Sal con millares de hombres. En fin: ya he intentado hacerte entrar en razón con ello y jamás dio resultado.
Sin darme cuenta, avancé varios pasos a mi madre y, al momento de hablar, casi vociferaba sobre su cara. Al percatarme de la inmediación, me abalancé hacia atrás.
Mi mirada se cruzó con los ojos pardos de Ewan. Se mantenía impecable ante mi insubordinación, como siempre. Creo que me he acostumbrado a lo contrario gracias a Richard.
Verle de nuevo en la sala me hizo concientizarme de lo que conlleva su regreso: el trato como
a criada, la organización en cada mínimo aspecto de nuestras vidas, la falta de cariño fraternal
que Richard me daba, y sin contar el estrés de tener de considerar nuevamente a ese ser como mi padre a conocimiento de todos.
Ambos nos quedamos sin habla. El ambiente no se podía ver peor.
Y podía, porque, para guinda de mis problemas, el hijo de este mismo hombre apareció tras la
puerta.
Mi corazón dio un vuelco.
Efectivamente, mis miedos cruzaban la barrera de la realidad: el descendientes de aquel magno empresario se trataba del mismo chico que había encontrado en la fiesta de fraternidad. El mismo con el que, a partir de aquella visita, debería volver a compartir gran parte de mi vida.
***
—Por aquí está la pieza donde podrás realizar las llamadas y… ya sabes dónde está el baño.
Insoportable.
Escuchar a mi madre dándole explicaciones a su marido como una agente de bienes raíces me
ocasionaba más que angustia. Sobre todo porque de seguro que él ya cuenta con información
suficiente de la morada. ¿La razón?: Ewan —a quien me es imposible llamarle padrastro— se mudará justo hoy a nuestra vivienda; acontecimientos que había sido previamente planificado, simplemente que a mi madre le había costado mucho contarme las noticias hasta llegado el mismísimo día de la mudanza.
Me encontraba fatal al oír los camiones bajar objetos de alta gama y regarlos en cada esquina
vaciada. La casa no había lucido más ostentosa. A veces pienso que las personas con dinero
despilfarran en utilerías solo para sentirse bien consigo mismos.
Ewan estaba acaparando todo lo que una vez fue Richard, incluyendo el puesto de ser el
primer hombre viviendo con nosotras. Y hablando de él, cuánto consuelo requería de su hombro en esos momentos.
Me harté de estar oyendo la voz de mi madre a través de las paredes. Me acerqué poco más de
un metro a la cama. El motivo por el que me mantenía tan acoplada al extremo izquierdo de mi pieza era que la derecha estaba siendo ocupada por mi hermanastro.
Joshua tendía varias prendas de ropa sobre la cama antes de guardarlas dentro de los cajones.
Su pulcritud era descendencia de su padre. El hecho de que estemos tan cerca me recuerda cada maldito segundo las cosas que hacíamos a inicio de curso y cómo en un solo día se estropeó todo lo que estábamos comenzando a edificar. Mi corazón continúa doliente por ello. Igualmente, recuerdo la fiesta nocturna, cuando su camiseta estaba llena de vómito y tenía ganas de arrancársela.
Estaba muy fuera de mí aquel día. Y desde entonces, debía tener más prudencia con lo que hacía.
—Joder.
Giré la cabeza a su dirección. Una camisa verde se le había caído y desdoblado en el suelo. Murmuró mientras se agacha a recogerla. La forma en que su espalda estaba más a mi vista cuando lo hacía me hacía perder el juicio. Y más cuando los músculos se le marcaban en la tela.
De pronto, hacía más calor aquí.
Rodé la vista antes de hacer algo de lo cual me arrepentiría. No lo negaré: Joshua estaba muy por encima de las denominaciones comunes sobre belleza viril. Años en el gimnasio eran suficiente razón para su desarrollada musculatura. Ello, añadido al
atractivo en su rostro, y su cabello caoba, y, las pocas veces que lo había visto hacerlo, en su
sonrisa.
La misma que, si no hubiese sido por mí, estaría mostrando con más frecuencia.
Positivo: era la culpable de su insensibilidad.
Prohibido: no debía pensar de ese modo sobre él.
Repito: debía aprender a controlarme.
No dejaría de engullirle con la vista si no salía de ese lugar, por lo que me apresuré en acabar
de tender la cama y almacenar algunos de mis ornamentos para poder fugarme de aquel sitio
minúsculo. La proximidad a la que estábamos no había sido tan considerable en comparación con
la del fin de semana pasado, suceso que poseía muy en mente y, desgraciadamente, rememoraba las razones de nuestro distanciamiento.
Cerré la puerta con la espalda y solté un suspiro. Controlado: Joshua ya podía marcharse de mi cabeza… si es que el hecho era posible.
Mi corazón seguía revoloteando por mi pecho. Pensé que unos golpes venían de los camioneros cumpliendo su deber, pero no; era de mi puerta.
El aturdimiento afectaba mi equilibrio. Los dedos me temblaron cuando los ajusté a la
perilla y abrí con un leve empujón.
—¿Sí?
Fue un porrazo contra mi dignidad: Joshua se encontraba justo frente a mí. No estuve
previamente preparada para esa cercanía, nuevamente. Su calor corporal se podía avistar en el aire, igualmente en mi nariz que, al momento, comenzó a exhalar el exquisito aroma de su perfume.
Por breves momentos, no me interesaba en absoluto qué deseaba aquel instante de mí: quise que permaneciese allí todo el tiempo que le placiera. Sin embargo, aquel deseo pronto se escapó cuando miré la línea que contrastaba su ceño fruncido. Me congelé en el acto.
—Has dejado esto en mis gabinetes.
Por más que asistiese, no lograba sacar los ojos de los suyos. Ese castaño misterioso absorbía
cada centímetro de mi voluntad dejándome tendida sobre un suelo maleable y escurridizo.
Su semblante se endureció, ello me hacía un profundo daño. Alzó sus cejas mientras señala con la barbilla, como si quisiera que me diera cuenta de algo. Inmediatamente, miraba hacia
abajo.
El Glaciar tenía un paquete de tampones entre sus manos.
Un peso sumó a mi estómago empujando mi cuerpo hacia abajo. Había tardado un buen
tiempo antes de reprogramar mis neuronas en su totalidad y arrebatarle el paquete, con un
excesivo brío.
—Gracias… —articulé, la cara ardiéndome en ascuas.
En otro momento, me habría lesionado la frente contra el muro.
Debatiendo intrínsecamente conmigo misma sobre los efectos adversos que lleva, me allegué
hacia él. En un acto reflejo se hizo a un lado, detalle que me trastocó intensamente pero al que me esforzaba en pasar por alto.
No oscilé más y me introduje en la habitación. Me era difícil advertir con certeza por dónde
pisaba. Terminé acabando de cara al armario, arrojé el paquete de cualquier manera en su interior y salí de la pieza, sin llegar a mirar a Joshua en el proceso.
Me había encargado de reencarnar Misión Imposible. Por suerte, el resultado había sido invicto.
Respiré en agitación. Cielos, Joshua acaba de ver mis toallas. ¿Cómo se me ocurría no
recogerlas?
Sin duda, hube experimentado la peor pesadilla hecha realidad con su presencia en la casa.
Asegurado:aquella mudanza iba a sentarme peor que la de Richard.
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