La desesperación

El jueves me encontraba en el campus.

Las visitas frecuentes al piso funcionaban como centro libertino, ideal para pasar algunos días en absoluto aislamiento. Mi compañera de piso permanecía en su territorio natal, luego de haber pasado las navidades con su familia. Contactó conmigo para informarme sobre su desasosiego en el regreso porque su vuelo se había aplazado por una tormenta de nieve, que por poco suspende y otro cúmulo de preocupaciones para su persona. No pude más que sonreír y decirle que no había ningún inconveniente en que permaneciera unos cuantos días extra en Corea, siempre y
cuando le agradase hacerlo —y estaba segura que sí—.

En base a la conversación que mantuve el pasado domingo con mi madre, había obtenido demasiado para comprender. Su inesperada selección amorosa quedó mucho más que aclarada; no había dudas. Quizás Richard había llegado muy tarde
para tomar aquel sitio en la vida de ella. Sin embargo, aún me resultaba increíble creer la existencia de ¿amor?, de Ewan hacia mí, una hijastra con la que difiere mucho en personalidad.

No obstante, había hallado muestras del Ewan sentimental en Tennessee: en el brillo en
sus pupilas al alzar su madre al aire. En el atisbo de sonrisa hacia el comentario del papeleo. En la risa que dio al señor Edward luego de una placiente jugada junto en el mini campo de golf.

El auténtico Ewan estaba allí, tras los cúmulos de corbatas oscuras y relojes Rolex. Justo tras un
uniforme circunspecto y mirada penetrante.

¿Estaba yo dispuesta a descubrirle, si es que mi madre no se equivoca?: no estaba segura. Si a la primera oportunidad él me había dado un interés realmente vago, no había razones de sobras para fiarme. Tampoco es que anhele
conocerle mucho.

Pero yo era la que más requería de una nueva oportunidad. ¿No sería un tanto egoísta dejar a
Ewan como cero a la izquierda?

Por otro lado, había llamado mucho mi atención la manera en que mi madre se refería a su esposo-ex esposo. Sus ojos refulgentes, su cuerpo atestado de vivacidad. ¿De aquella manera se refería a mi padre antes que la traicionase? ¿De ese modo me mostraba al pensar en Joshua? Si era cierto, debía esforzarme en no hacerlo tan habitualmente.

Mi madre se había esforzado en hacer lo correcto por una vez en la vida soltándome su alteración interna, sus sentimientos hallados. ¿Deseo comenzar con buen pie en lo que respecta
a nuestros lazos? ¿Estaría yo en total acuerdo?

Los planes habían acabado. Ahora, restaban unas importantes decisiones que realizar.

Abrí y posteriormente encendí la antigua notebook que se escondía entre mis objetos
rezagados. Fue una de las pocas cosas que había adquirido con el salario del Starbucks, pues ya
me hartaba el detalle de recibir lo que requería de mi madre y el dinero de sus hombres. En esos
momentos no es que ansiara mucho poseer algo que recordase el antiguo estilo de vida de mi
madre.

Como fondo de escritorio, aprecié el dibujo de un micrófono sobre una base degradada a tonos pastel. En los alrededores vislumbraban unas cuantas estrellas propagadas de cualquier forma, y a un costado del dibujo central, la minúscula firma del autor. Cada vez que miraba aquella imagen se disparaba una carga de emoción en mi pecho. Posiblemente, era el objeto de más significado para un reportero.

Se desplegó la pestaña del navegador entretanto conecté la notebook a la red de la
fraternidad. Enseguida comenzaron a llegar notificaciones del correo electrónico, por lo que eché
un vistazo al buzón, cuidando de ver solo los de mayor relevancia.

No era novedad encontrar gran cantidad de mails de vacantes de trabajo. En mis primeras
prácticas había hecho de reportera en un reconocido programa televisivo a nivel nacional, en el cual tuve que dar mis a conocer mis redes sociales. Por lo que a partir de ese día, no dejaban de llegar ofertas.

Había recibido correos de Houston, Kansas, Lousiana, Oklahoma..., incluso Georgia. Y no mentiría: muchas eran tentativas. La producción ofrecía numerosos cargos a optar, entre ellos, el reportaje. Sin embargo, me impresionaba recibir tantas solicitudes a la vez. Y si bien amaba el periodismo, optaba por hacer tiempo para graduarme y, de ese modo, rebuscar auténticas
oportunidades en un sitio preciso: Florida. Era una alta exigencia para mis posibilidades, pero no veía otro lugar para desarrollar mi carrera. Además que poseía muy buenas referencias acerca de la tasa de empleabilidad para comunicadores en esa zona.

Suspiré de tristeza. Esa era la principal razón por la que Joshua y yo no podíamos estar juntos: yo tendría un trabajo exhaustivo, transitando de un estado a otro, realizando noticias
constantemente, mientras que él dirigiría múltiples sucursales de la empresa que cruzaría
fronteras y, según la ley, estaría en sus manos.

Nuestros sueños diferían mucho. ¿Realmente era inevitable arriesgar nuestro futuro por un poco de tiempo de cercanía?
Yo pensando una relación a futuro que jamás se dará con quien no desea ni conocer a alguien de mi mismo nombre.

Soltando un bramido, acerco las yemas de los dedos a la parte externa de la pantalla y, de un
movimiento, la cierro. Apoyé suavemente los codos sobre ella, hundiendo las mejillas en las
manos y mirando la guirnalda con luces blancas colgada sobre el enladrillado del muro. A Sun
siempre le ha encantado la Navidad, a pesar de ser budista. Gusto por el cual tuve el atrevimiento de engalanar la sala de estar de luces, estrellas de cristal y esplendentes ornamentos que hallé en
el desván de casa. Se llevará una atractiva sorpresa a su regreso de Seúl, sin dudas.

Primeramente pienso que es la mala obra al colgar la guirnalda, porque esta cae y se estampa
hacia el suelo. Pronto descubría que no eran mis dotes de carpintería los que esta vez fallaban: un fuerte estrépito originario del lado opuesto era el verdadero provocador del derrumbe.

Arqueé una ceja inquisitiva. Quedarse a altas horas de la noche revisando mails no era acto que se diera con demasiada frecuencia, como tampoco lo era el atender en ese preciso momento, ajetreo en el pasillo del piso. Alcé la cabeza un tanto para cerciorarme que no se trataban de abstracciones mentales. Esta vez sí escuché algo fuerte a través del mismo muro.

—¡Que no es problema tuyo, Shane!

En una milésima de segundo, sucedió lo que se acostumbraba a ocurrir en aquellas
circunstancias: sentí vértigo. El oxígeno brillaba por su ausencia en la sala. La vista se me
desacertaba de lugar por sí misma, bailando sin dirección sobre diversos enseres y
ornatos navideños.

Aquella voz era de Joshua.

Por supuesto, estaba informada de que él estudiaba en la prestigiosa Baylor, por lo que se su fraternidad se localizaba muy fuera del campus de la UT. Recordar las veces que le visitaba dispara i minentemente mi pulso. Sin embargo, resultaba relativamente extraño encontrarle merodeando
por aquellos alrededores —considerando los extremos que ha alcanzado intentando
alejarse de mí en todo sentido—.

De un modo u otro, debía conocer la razón por la que el chico que no superaba se
encontraba tan cerca de mí.

—No tenían nada que ver contigo, ¿eh, cabrón? ¿Dónde queda esa maldita promesa?

—A ver: que no he prometido nada a nadie —repuso el Glaciar en tono mordaz—. Si simplemente deseas que lo admite, de acuerdo: lo hice. ¿Es lo que querías? Porque por mí no...

A la primera de cambio, ajusté el oído al muro cuando otro violento movimiento retumbó
el suelo e, instintivamente, me hice a un lado. Estaba al cien por
cien que algo anómalo sucedía allí fuera y en poco tiempo, los resultados serían atroces.

—¡Maldito traidor!

De acuerdo. ¿Iba en contra de las leyes básicas incumbir en el problema del que claramente no era partícipe? ¿Me había planteado las consecuencias de ello? ¿Acaso tenía experiencia disolviendo riñas?

Se trataba de Joshua, el chico inadmisible, inmutable, y otra cantidad de palabras con el prefijo. ¿Había manera que me lo agradeciera? ¿Aproximarse a la puerta era una clase de señal salvadora? ¿Su propia petición código morse?

Sabía que agobiar mi cabeza de preguntas no refrenaría los impulsos que se generaban
en mi interior: de igual manera, acabé prorrumpiendo el suceso junto a gran conjunto de
espectadores que se habían puesto en marcha en sus fisgonas misiones antes que las mías.

No obstante, al salir del piso a presenciar aquel acontecimiento, se me había escapado de la mente que debía sopesar la manera de introducirme en aquello para evitar que alguien saliese lesionado o, por lo
menos, detenerlo de momento.

Mis cavilaciones se habían dormido. No contaba
con fuerzas o disposición suficientes para separar a las personas que se caían a limpios porrazos.

Joshua acababa de entrar al altercado lanzándose frenéticamente a su oponente. El iris de sus ojos se había inyectado en sangre, centelleando la fusión de emociones que hacían erupción
en su interior. Le había visto bien crispado antes, sí. Pese a ello, que conociese y recordase, no le había visto manifestar tanta chispa en puños, mucho menos hacia otra persona.

El sujeto que recibía la contienda no debería estar al corriente del entrenamiento y fuerza que
poseía el chico Glaciar en su cuerpo y brazos, respectivamente.

Joshua alzó un brazo al aire. Las venas se le podían apreciar en los músculos. Con una rodilla, afincaba el pecho del otro chico al piso y, en la mano libre, concentraba el resto de su peso corporal poco más arriba de su clavícula.

El cuerpo del otro contrincante apenas sí daba defensa. Pero de un modo asombroso, se zafó, propinándole un puñetazo justo en la quijada.

El cuerpo de Josh se desplomaba como saco al suelo. Su mirada perdida. Sus nudillos
sangrientos. La escena había sido tan intensa a mi atenta mirada que cualquier pensamiento precavido no fue suficiente para eludir mis acciones.

Sin más ni más, abalancé mi peso sobre el sujeto en cuestión encestándole un perfecto uppercut. La muchedumbre se perturbaba por mi inserción.

Al transcurso de pocos momentos, pude tomar consciencia del papel innecesario que acababa de desempeñar en la pelea.

Miré hacia todas las direcciones hasta acabar en el chico a mechas que se arqueaba bajo mi posición de ataque. Un grito ahogado emergió de mis labios. Nadie de la masa se unía a socorrerlo.

Joshua me miraba impactado a mis espaldas. El aire había escapado de mis pulmones.

El chico que encontró mi mirada consternada se pasó una mano por el rostro, revelando las esmeraldas que poseía como ojos. Madre mía, era el amigo de Jade. Por si fuera poco, el chico que me defendió del pelirrojo en
aquella fiesta....

Las vueltas que da la vida.

Joshua había paralizado y disparado los saltos de mi corazón. Profundamente aterrada, di media vuelta, preparada para hallar un rostro más destrozado que el del chico desorientado, acompañado de una expresión sepulcral.

Lo que cruzaba ante mi campo visual iba más allá de las
palabras: algo meramente aterrador.

***

El chico a mechas y los estudiantes alojados en los pasillos se habían esfumado como la pólvora. A mi redonda no había quedado más que desolación.

Joshua no estaba en condiciones humanas de lucrar por sí mismo por lo que, también por supuesto, había hecho lo posible por introducirle en mi piso y exhortarle a calmarse bajo mi
revisión hasta que la zona bajo mirones quedase libre: cualquier persona podría reconocer a los causantes de la disputa e irse a chivar.

En estos momentos, no deseaba ser conocida por realizar un golpe de boxeo al amigo de la
hija del gerente.

Solté un suspiro, marchando en círculos por la moqueta de la sala de estar, desde hacía unos buenos minutos, y evadiendo en la medida de lo posible las miradas furtivas de Joshua,
si es que me dirigía alguna.

Como cualquier persona prudente, mantendría las apariencias con él y tomaría asiento lejos, pero lo cierto es que no podría permanecer o, mucho menos, aparentar estar serena en su presencia. Jamás, lo dije. Sobre todo por el rostro aniquila-pupilas que él posee a
posteriori de su protagonismo en la batalla en la planta.

Joshua, a diferencia de mí, había tomado asiento sobre el minúsculo mueble que se hallaba en la sala. De cuando en cuando, eché fugaces vistazos al sitio para verificar su estado. Por suerte, permanecía quieto,
murmurando algunas veces por el malestar que le provocaban sus nudillos lesionados. No nos
habíamos dirigido la palabra en lo que iba de la recuperación de la pelea. Y siendo sincera, eso me generaba una vil inquietud.

El Glaciar podía ser una bomba de tiempo cuando desease.

Estaba consciente de que no era correcto retenerle como fiera en la habitación. Primero, por el cosquilleo que aún fundaba en mi estómago.

A pesar de ello, independientemente de la
situación, Joshua era parte de mi círculo familiar. O lo que crease aquel contrato nupcial entre
nuestros padres. Si le llegaba a suceder algo en aquella pelea, frente a las mirillas de la puerta de mi piso, sería irremediablemente mi persona la que quedaría marcada. Así que era obligación de ambos realizar lo mejor por encubrir el hecho y actuar como si no hubiera acaecido, por el bien de nuestros progenitores.

«Dios, menudo lío en que nos involucramos....»

Un ruidillo precedente de los muebles a mi izquierda había paralizado mis palpitaciones.
Joshua ladeó la cabeza, sus ojos penetrando en mi iris con tal concentración que es
magnetizadora. Había olvidado el hecho de haber pronunciado aquel pensamiento en voz alta.

—¿Nos? —bufa acompañado de una agria carcajada. Su mano ilesa sostenía la muñeca de la
otra—. No sé qué Cavila aquella mente tuya, no obstante agradecería que no me involucrases en los líos que creas
por tu cuenta.

Quedo boquiabierta a lo que dice. Su mandíbula se tensaba gracias a al puño que creaba y
deshacía en su magullada mano.

—Por lo que, por lo visto, fue mi idea caerme a hostias con un chico en la fraternidad.

—Así como dices, no te equivocas.

Eché la cabeza hacia atrás. Admitía que llevaba algo de culpa por encajar la cuestión otorgando el último porrazo. Nuevamente, mis impulsos no fueron acertados.

Sin embargo, nada tenía que ver con la culpa que él se lleva por iniciar la guerrilla... si es
que hizo aquello.

—Mis más honorables disculpas —di seguidas zancadas hasta plantar mi cuerpo delante de él.
Temblaba un tanto por la cercanía—, pero, a mi entender, no puedes echar los platos rotos a quien te apetezca cuando claramente fuiste el detonante del asunto.

Soltó un gemido de sufrimiento con ojos cerrados. Sus pectorales se tensaban para subir y bajar según nivel de sus respiraciones, y estaba consciente del efecto que ello inducía en mí.

Como era de esperarse, mi defensiva fallaba cuando liberó sus ojos pardos de las pestañas. El  contraste de su rostro, cejas espesas y perspectiva baja de su cuerpo alteraba la estabilidad de
temperatura en mi piel.

—Como si no supieras sobre eso.

Inicialmente, no hallé sentido a sus palabras. Al analizar lo que había predicho, percibí el
resultado de la punzada. El vértigo se apresó de nuevo a atacar mi equilibrio.

Tal parecía que Joshua pensaba eso de mí. Jamás pude echarle la culpa de nuestra separación: la había asumido totalmente. Era
yo la que había desvalorizado sus sentimientos, la que había puesto cercado a toda alternativa.

Estaba harta de que me hiciera recordar el daño que hice cada vez que tuviera oportunidad.
Harta de asumir cada porción de perversidad cuando también me vi sufriendo. Harta de que
Joshua continuara mirándome como la villana de la historia cuando no enamoré a nuestros padres, cuando no le hice único heredero de una automotriz con imagen relevante, cuando clara y
concienzudamente, no nos hice hermanastros.

El corazón me latía sin forma de medición. Mi equilibrio aun desfallecía. Sin embargo, eso no
influía en lo que estaba por realizar: lo que pensaba, era muy tarde para aclarar.

—¿Por qué, eh? —Suprimí toda dulzura en mi voz—. ¿Por qué empeñas cada segundo en
tratarme horriblemente? Que sea responsable de concluir lo nuestro y te haya lastimado no revela que no haya sufrido por hacerlo.

La mueca de dolor fuga de su rostro. Su macilenta mirada toma mucho más vigor. Calla, como di estuviera meditando cada una de sus próximas palabras.

—Nunca te mostraste dolida por ello. Igual no te esfuerces en hacerme cambiar de opinión.

La garganta se me reseca al momento.

—Jamás te cansas de tratarme como a basura, ¿eh?

—¿Cómo te comportarías, entonces, con quien te abandonó como lo has hecho?

Fruncí los labios con demasiada presión.

Joshua se colocó de pie. Inmediatamente retrocedí. Su maquiavélica mirada parecía mucho más imperiosa en ese estado.

Fue cuando caí en cuenta de la gravedad del asunto en que nos embutía. Joshua no desperdiciaría instante para hundirme. Era un momento admirable para acabar con la poca dignidad y sentimientos hacia él que restaban en mí. Sufría vez tras vez, y parecía que mi cuerpo no estaba capacitado para hacer más que meterme nuevamente en la boca del lobo.

Intenté mirar hacia diversos lados pero su proximidad era inaplazable. Cada uno de sus
pasos llevaban a un desastre del que no se podía eludir, pero no iba a dejar de intentarlo.

—¿Por qué creaste aquella pelea? —inquirí.

Se detuvo en seco. Pude respirar.

—Adoras evadir temas de importancia, ¿eh?

—¡Es un tema de suma importancia! —se vuelve de mi mirada y le sigo—. ¡Hiciste una riña! ¡Te molían a polvo! ¿Acaso piensas que es irrelevante?

—Si habría sucedido de ese modo, tampoco tendría por qué darte explicaciones.

—Por supuesto que debes: se trata de tu integridad...

—¡Y mis asuntos! —se vuelve sorpresivamente hacia mi vista. Da extensas zancadas hacia mí y retrocedo despavorida. Mi espalda se estampa contra un muro—. Lo que haga o no haga no tiene que ver directamente contigo, Alyssa. Y lo siguiente grábalo entre ceja y ceja: podremos compartir casa o familia o lo que quieras, pero que conste que desde hace mucho, ya no formas parte alguna de mi vida.

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