La decepción

Jade tenía razón.

La planta baja consta de paredes blancas de unos considerables metros cuadrados. En ellas se
encuentran esparcidas diversas personas haciendo juegos con la bebida y charlando a un volumen agradable. La música posee el volumen de decibeles adecuado y hay espacio de sobra por donde transitar.

Me agradaba el ambiente de aquella fiesta. Indudablemente, era de mi estilo. Miré mi vestimenta en orden ascendente: shorts de jean desgastado, converses bajos estilo botas que llegaban hasta unos centímetros por debajo de mis rodillas, y un top negro en cintas. Yo no era de tendencia a mostrar mucha piel. Sin embargo, esta vez advertí cierto interés dentro de mí y me tomé el atrevimiento.

Eché de ver a mi costado. Jade caminaba con seguridad y saludaba a todos los vecinos que se les posan a un lado. Sus curvas poseen más notoriedad con un look parecido al mío, de colores neón y una chaqueta de piel que, simplemente, es alocado. Va de la mano con su personalidad.

Detuvimos nuestro paseo hasta un poco más lejos de la entrada al edificio, lo que me parecía
de lo mejor. Percibía el esfuerzo que mi amiga estaba realizando para que yo me sintiese cómoda dentro de su entorno. Si bien también aprecié su contención física para no irse a revolotear sin mí. No me gustaba esa sensación de tenerla atada a mí por obligación. Deseaba que se divirtiera. Así que tomé la iniciativa en cuanto se me ocurrió y me acerqué a su oído.

—Voy por bebida. Ya retorno.

Como era de esperarse, contuvo mis planes.

—¿Eh? ¿Segura que no quieres que te acompañe?

Sonreí y negué con la cabeza.

—Tú haz lo que sabes. Pronto te encontraré.

No lo aparentaba, pero supe que en su interior aullaba de emoción.

Le palpé el hombro en gesto amistoso antes de dar media vuelta y obrar lo dicho. El pasillo era extenso para la vista, por lo que me resultó sumamente sencillo vislumbrar una mesa de bebida al fondo. Aquél fondo en donde un viernes me encontraba naufragando gracias a la concurrencia de esa noche. Y minutos antes de toparme con Joshua en el cuarto de limpieza.

Aquella bendita sed que se disparó al pensar en él.

Aly, basta. Haz un esfuerzo y contrólate. Recuerda: entre él y tú…

Poco después, lo vi situado a unos metros, dialogando con un grupo de estudiantes.

La garganta se me resecó al borde de la irritación. Mi cuello transpira. Frío y humedad se
formalizaban en mi termómetro interno para crear una reacción química tóxica para el ser
humano, cuya yo misma estaba experimentando.

Estaba de espaldas. Su cuello viró hacia atrás dejando a la vista una piel negra.

Mi corazón cesó de latir.

Confirmado: estoy ida. Me es imposible pensar con claridad con tantas cuestiones en la mente.

Mis pies se detienen a un paso de la última mesa de la planta. Cruzo miradas para cerciorar
que nadie tenga previsto aparecer y tomo dos vasos. Hay tantas botellas en la mesa que se percibe la deficiente higiene en la zona. Me contengo de agarrar alguna y saco una cerveza de la hielera. Me deshago de la chapa con un utensilio y lleno los vasos hasta la mitad de su capacidad.

Antes de partir afianzo una palma sobre el borde de la mesa, divisando el ambiente. Realizo
una súplica interina con el objetivo de no encontrarme con el Glaciar verdadero y regreso a Jade.

—¿Todo bien? —pregunta entretanto le ofrezco la bebida—. Eh, bueno. Quiero presentarte a
alguien, obvio: si quieres. ¿Quieres? Ni siquiera pregunto eso primero…

Le otorgo un codazo como respuesta. Me cuesta aguantar los impulsos de reír.

—Por supuesto.

Sonríe con debilidad.

—Pues, para eso tengo que ir a buscarlo. ¡No me tardo! —adelanta un paso frente a mí—. ¡No te muevas…! Ay, ignórame.

No resisto y reviento en risotadas tras su marcha.

Repentinamente, la soledad me asola. El frígido del vaso rojizo incinera mis manos. Las ganas
de beber desertan y no me apetece beber en absoluto. Al principio de esto, en la propuesta, no creí que existiese la posibilidad de acabar de esta manera, ni que los efectos fueran tan abrasivos.

Sin tenerlo previsto, mi mente se toma la libertad de ahondar en los acontecimientos recientes.
La marcha de Richard a Pittsburg ha sido la apertura de todos los hechos que hoy estoy
experimentando. Por señalar el caso de mi madre, quien ha entablado relación con uno de sus ex novios, por cierto, el más resaltable de todos. ¿Qué quiere dar a entender con ello, eh? ¿Que, justo ahora, ha
meditado en las cosas que ha hecho y llegó a la conclusión de que él es su hombre ideal? Ni
hablar. Ese cuento me parece demasiado ficticio para creerlo.

Ewan Hall es el padre de Joshua: el Glaciar. El chico de mi edad con el futuro más prometedor
por delante. Y el cual el destino sigue colocándolo en mi camino aun cuando lo nuestro ya es
pasado. ¿Es que no lo entiende? ¿Por qué la vida se empeña en atormentarme con ello? ¿Para qué luchar por alguien con quien no puedo tener nada? ¿Acaso esto es el karma reprendiéndome por romper sus sentimientos?

Joshua me detesta, su comportamiento es totalmente justificado por lo que le hice sufrir. Y me arrepiento de ello, aunque el no lo quiera aceptar. Pero muy en el fondo, sabe que es la mejor solución. No puede correr el riesgo de manchar la imagen de su futura empresa saliendo conmigo, y yo no puedo arriesgar la ridícula relación de mi madre, ni nuestra reputación ante la sociedad. Nessa me dijo que haga caso omiso a todo, que me atreva a llevar la contraria y salgamos sin importar lo que luego sucediera. Y lo cierto es que estaba dispuesta a hacerlo porque amaba a Joshua.

Pero así solo nos destinábamos a un futuro funesto: uno sin más remedio que el de comenzar de cero. No obstante, ni él ni yo podemos renunciar a nuestras aspiraciones o futuro, por una relación tormentosa. Era mejor romper por lo sano y cargar el yugo de la culpabilidad sobre mis hombros.

Inconscientemente, dirijo la bebida a mis labios, y doy una calada. Mi garganta arde y toso
vigorosamente. No sé cómo puede la gente encontrar ameno el alcohol. Ni comprendo por qué, no siendo bebedora, me hice el papel de temeraria y bebí.
En algo los ebrios tenían razón: el licor hace olvidar las penas. Y su flamante sabor vaya que
sí lo hizo.

Froté el dorso de mi mano sobre mis labios. Qué repugnancia. Requería urgentemente ingerir
algo que aplaque el sabor en mi boca.

Miré por encima de mi hombro para encontrar una mesa de solo cerveza. Bufé y di un paso al umbral.

Parpadeo para divisarlo:
Unos rizos pelirrojos han surgido entre los demás.

Mi pulso recurrió al descontrol. Si no me equivocaba, aquel se trataba del mismo color que noté en mi ventana. El desconocido con el que Joshua departía esa madrugada se halla en mis narices.

Aparenta poseer mi edad. Tiene
pecas. Sus ojos se introducen en los míos, teñidos del mismo color que su cabello.

—Hola, preciosa. ¿Has venido sola?

Niego, inclinándome hacia atrás. Está demasiado cerca.

—Vine en compañía, muchas gracias…

—Te ves muy bien esta noche, ¿sabes? —sus ojos viajan a mi escote—. Muy sensual...

Se me corta la respiración. ¿El sujeto me desnuda con la mirada?

En cuanto aproxima una mano a mi trasero me entran escalofríos. Mi frente es sudorosa. La
vista se me va nublando mientras el chico me enjaula con los brazos.

—Eh —farfullo sin determinación—. Yo no…

Congelo mi columna. Sus dedos han cortado la poca distancia que nos separa, trepando mi
zona lumbar como peldaños. Siento su aliento ebrio sobre las gotas de sudor que emergen de mi cuello.

Me oongo con todas mis fuerzas, esquivando sus avances, soslayando sus palabras…
Pero todo me recuerda a lo mismo: esa noche. Fragmentos del evento pasado repercuten en mi mente, bloqueando cualquier reacción defensiva que surge de mi cuerpo.

El dolor brota como nuevo. La sangre me hierve. Mis dedos temblorosos se aferran a los
muros que hay detrás de mí; son la única cosa que muevo a juicio mientras el pelirrojo devora mi
cuello en besos, bajando por mi clavícula. No puedo reaccionar. Mi mente no puede reaccionar.
El pánico se mezcla en la saliva que esparce cuando su boca chupa y muerde la sensible piel de mi cuello.

La sangre…

El miedo….

Mis ojos se llenan de lágrimas mientras sigo susurrando no, como un tipo de mantra
imperceptible que, aunque él puede oír, no lo detiene. Mis costillas chirrean.

Mis piernas tambalean bajo las suyas. Sigue entendiendo mis sollozos como una señal para que continúe con su trabajo. Y asiente, dejando que sus rizos restrieguen mi rostro lleno de nostalgia y sufrimiento.

Eres preciosa… Divina…

«Por favor. No de nuevo…»

Estiro el cuello y miro al cielo con la dignidad hecha pedazos.
Se deshace la gris nube. Mis ojos humedecidos alcanzan a visualizar una silueta sobresaliente de las demás. Los gritos de la gente enciende el resto de mis alarmas, las que activan mi nervio vago y me lanzan a un costado.

Mi respiración falla. Mi cuerpo realiza las reacciones que anteriormente no pudo. Lo que abate a mis ojos es lo mismo que cae a mis pies.

Un tercer chico ha irrumpido en el acto sexual y por ende, ha impedido su trascurso. El chico pelirrojo es bañado en una lluvia de porrazos que no se le borrarán jamás de la mente mientras que es lanzado contra la pared. Su cuerpo es frágil y débil frente al agresor de cabello negro y mechas rubias. Sus ojos verdes se cruzan con los míos y me congelo.

La conmoción es grave. Mi cerebro aun no es capaz de comprender la situación. Mi top está empapado, y los millones de ojos que me observan me hacen querer desaparecer.

El chico mechudo sigue atento a mí cuando es separado de su atacado. Sus ojos verdes me
hechizan como esmeraldas en cuanto la muchedumbre se aglomera a nuestro alrededor. No tengo ojos para el pelirrojo, que sangra en el suelo. Mi vista es desviada hacia esa castaña de mechas coloridas que se sitúa junto a mi salvador y me mira perturbada.

Jade.

Me lo había prometido. Se suponía que estaría a mi lado si sucedía esto. ¿Por qué mintió?

El dolor de lo ocurrido no se asemeja a la decepción que agrieta mi conciencia. Y al
sufrimiento. Urjo salir de la zona.

Mis pies se ponen en marcha y me escabullo entre las sombras para pasar desapercibida y
escapar en triunfo. Mi cuerpo se tambalea a medida que arranco mis lágrimas traicioneras. La
espera en el ascensor no hace más que embrollar mis pensamientos y liberarlos en nuevas sumas de dolor. No.

Las puertas del ascensor se despliegan delante de mí y me disparo en dirección a mi
piso.

Abro y cierro la puerta con sonoridad. Los vecinos deben apreciar mis actos físicos como
gestos de locura, ni remedio. Atravieso el umbral y, con gran prudencia, me dirijo cautelosamente a la habitación principal, con lágrimas en los ojos. El colchón se distorsionó conforme avancé hacia él.

Mi tormento se concentraba en la prenda de la que me iba a deshacer en un futuro no muy lejano. De un leve tirón, me libero del top dejando mi torso vislumbrarse únicamente en brassier. Mi vista se nubla nuevamente y me hundo sobre las sábanas.

La oscuridad es gorda. Mi compañera de piso descansa apaciblemente a mi lado, en una cama diferente. Aprecio un deseo irrefrenable de despertarla y que se responsabilice de mi estado, como también deseo no perturbarla con mis dificultades.

Necesitaba un hombro para llorar; uno como el de Nessa, Richard o, por primera vez, desde hacía tanto, ansiaba la consolación de Joshua. Del antiguo Joshua.

El último medio de solución resplandecía en mis sentidos. Cabeceo al inclinarme y tomar mi celular junto a los audífonos. Inserto las puntas en mis oídos y encuentro la playlist de K-Pop que descarga la pesadez de mi cuerpo y la libera en litros de lágrimas.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top