La convicción

—Pues, eso es todo, ¿no?

Sacudí la cabeza. Aborrecía esa sensación de tener argumentos, muchas palabras que expresar y no poder soltar ni un soplido. Estaba convencida que no era todo. Por supuesto que no. Pero los sollozos ligaban mis cuerdas vocales, y ello establecía un profundo nudo en mi
garganta que cortaba las partículas de mi voz.

De alguna manera, su mirada funcionaba como sostén, imposibilitando que evadiera su vista. Su rostro se veía muy distinto del que poseía frecuentemente. Reflejaba dolor: un daño irreversible que le había provocado.

—Supongo que así son los planes —prosiguió—. Por lo visto, viniste para decir que no
quieres volver a verme sin dar ninguna explicación.

—No es cierto.

—Si es como dices, precísalo, Aly.

«No puedo.»

Bajé la vista. Me era tan dificultoso decir que no podíamos continuar, que su futuro y el mío resultarían comprometidos. Que seríamos infelices, más allá de los malos comentarios que
ganaríamos de parte de los que no aprobarían nuestra relación.

A pesar de no ansiarlo, era necesario que sucediera la conversación. En cualquier momento, la situación nos acometería como arma de doble filo. Sería poco sufrir las secuelas de excluir a Joshua de mi vida que el afrontar lo demás. Sin embargo, me parecía injusto hacerle sufrir a él y tener que realizar el papel de rompecorazones. Ojalá pudiera eliminar dicho detalle.

Suspiré. Por lo menos, deseaba decir verdades, las que él merecía escuchar.

—Joshua, me es imposible explicar lo que solicitas en este momento.

Un centelleo de decepción cruzaba su rostro.

—Entonces pretendes irte como si nada, ¿es eso a lo que te refieres?

—No. No puedes comprenderlo. Lo lamento…

—Aly, no puedo aceptar disculpas por algo que, aparentemente, no comprendo. Necesito saber de qué hablas.

—Dios, Joshua. Llanamente…

—¿Llanamente…?

—¡Lo mismo! Me es imposible explicar las razones por las que… —vaya que sí me costaba hablar—. Las razones por las que me veo obligada a decirlo… Tú comprendes.

Su expresión era un poema. Ya no sabía a qué apelar.

—Primero dices que no lo comprendo y, ahora, sí que puedo. ¿A qué juegas, Aly? —
lentamente, aproximó su rostro al mío. Su calor corporal unido al mío resultaba intolerable.
Titubeante, cerré los ojos—. Aly, mírame —negué con la cabeza—. ¿De veras no quieres seguir
viéndome? ¿Quieres renunciar a lo nuestro? ¿A nosotros?

—No… —mi voz se quebró irremisiblemente. 

Sus dedos se acercaron a secar mis pómulos. No deseaba eso. No era soportable. Por lo visto, no existía manera de que comprendiese. Lamentablemente, ello me dirigía al último recurso. 

Lo nuestro no proveía un futuro próspero, y ya que Joshua se negaba a desatenderse de mí,
llegaba el momento en que debía poner cartas en el asunto…. Apartarlo como diese lugar.

Por lo que, lacrimosamente, volví a pronunciarme. Hice a un lado su toque, y ello pareció pillarlo por sorpresa.

—Si precisas razones, pues te las brindo: lo nuestro no es más que un pasatiempo. Entre tú y yo no hay nada… No puede haber nada. Y en la vida llegaremos a ser lo que, patentemente, no es posible. Lamentable, pero es de ese modo.

Por consiguiente, se produjo un silencio sepulcral. Sufrí más que nunca.  Sin estar al corriente, presenciaba el extravío de lo que más apreciaba. En su expresión
apareció un ceño fruncido. Su vivacidad se sofocaba, su corazón se comprimía… 

Tras ese hombre, no se encontró nada. Nada más que una recia frialdad.

Había imaginado a Tyler Harding como viva imprenta de su hermana: mismo marrón en los ojos, mismo tono de piel, mismo color de cabello… Eso sí: le advertía unos centímetros más de estatura, y la constitución y musculatura más desarrolladas como cualquier hombre.

No me equivocaba.

Aquel día, Nessa me había invitado un helado a Amy's Ice Creams, propuesta que respondí
afirmativamente y, en media hora, nos encontramos degustando el refrigerio dentro de las instalaciones del local. Normalmente, estas serían horas donde ella estaría en prácticas de
voleibol, pero desde que abandonó el equipo le sobraban muchas horas libres. No me había avisado de su acompañamiento, por lo que me llevé un gran asombro al conocer ese mismo día a su mencionado hermano australia-estadounidense.

Deseaba que la conversación surgiera corrientemente. Pero las preguntas hacían cúmulos en
mi interior y no veía el momento de soltarlas.

—Cuéntale de tu trabajo, Tylie —sugirió Nessa. Lo de los apodos no era novedad: desde el
inicio de la visita les dieron uso, y adoraba escucharlos.

El chico pelinegro se tumbó sobre el respaldo mientras sonreía, dejando notar una preciosa hilera de dientes blancos. Su camiseta oscura se estiró, la cual deletreaba The Big Opera.

—Vine a Austin por cuestión de negocios. La agencia de modelaje en la que trabajo quiere
abrir una nueva sucursal —relató—. Sólo vine para asegurar el proyecto. Tarde o temprano,
tendré que volver a Australia.

—Con mamá —concluyó Nessa de mala leche.

Tyler se inclinó a un lado y la rodeó por los hombros.

—No te pongas así, Nessy. Cuando lleguen nuevas vacaciones, te llevaré a la Gran Ópera y podrás lanzarle piedras.

—¿Y a las palomas?

—Sin mamá y papá de por medio, lo prometo —juntó los dedos en señal de promesa y les dio un leve beso con la comisura de los labios.

Ella esbozó una gran sonrisa.

—Te quiero, Tetilla —otro tipo de apodo: ocasionalmente se llaman por la palabra más absurda que aprendieron de bebés.

Nessa y Tyler eran esa clase de hermanos que se estimaban mucho. A pesar de no haber visto
a Nessa desde hacía unos cuantos años, ello no influía en su relación, si bien les afectaba no estar junto al otro desde hace mucho tiempo. Ello me recordaba al vínculo entrañable que compartíamos mi madre y yo, cuando éramos ambas contra el mundo. Se trataba de algo mutuo, donde posiblemente los genes y sentidos familiares realizaban mediaciones.

El regreso a Austin se había llevado a cabo en avión, algo que me dio un alivio descomunal.
Nashville había sido un destino con muchas situaciones que, sin dudas, no me apetecería recordar en un futuro. Si bien, son muchas las circunstancias que me fueron de buena mano y permitieron que enderezase unos cuantos dolores. Por ejemplo, la llamada de Nessa. 

Por supuesto, aún restaba un buen número de conflictos que encarrilar. Sin embargo,
consideraba aquel viaje como un momento clave para eso.
Aunque, por el contrario, me agradaría pensar que lo que sucede en Tennessee queda en
Tennessee, pues mis visitas regulares a casa no son algo que se pueda dejar detrás.

—Y yo te quiero a medias, Pantis —comenzaba a preguntarme dónde habrían escuchado esas
palabras cuando eran bebés. Tyler hizo una servilleta a un lado sobre la mesa para incorporarse—. Con su permiso, guapas, debo ir al baño.

—Ya está. Con la incontinencia que tienes —le jugueteó su hermana aceptando su ida
propinándole una palmada en el hombro, otra en su abdomen, y posteriormente, en su trasero;
zona que apenas determiné, desvié la mirada.

El afable fotógrafo se apartaba de nuestra área entretanto nos proporcionaba un nuevo
ejemplar de sus sonrisas. Qué mono. Debí haber intuido que la cordialidad y el distintivo de
Nessa precedían de algún sitio.

Las risas espontáneas que surgían de nuestros labios fueron disipadas. Eran perceptibles las
voces de los clientes a nuestro alrededor que dialogan continuamente, acopladas con un par de risas melódicas. Las losas que constituyen el suelo y el bullicio esporádico me hacían recordar al Starbucks a hora punta.

Posé la mirada sobre la chica frente a mí. Aunque la reunión que predispusimos en mi viaje a
Tennessee estaba aconteciendo, tenía presente que la razón auténtica de la misma era escuchar lo que ella quería decir respecto a la llamada telefónica. Una serie de dudas me asaltaba en base al tema pero estaba preparada para recibir los aportes que necesite y así, quizás, corregir un tanto. Más teniendo en cuenta que las recomendaciones de Nessa siempre son las indicadas.

Quería poner un poco de presión para sacar el tema, por lo que conservé la vista en su abrigo
de cuero hasta que lo pilló y me dio una sonrisa similar a la que ofrece su hermano.

—Te hizo falta su presencia, ¿no?

Di un bocado al cono de barquillo que sostienen mis manos. Ella da un suspiro.

—Mucho. —parafraseó reposando los codos y las palmas sobre la mesa. Se quedó
mirándome—. Creo que quieres hablar del jueves, ¿verdad?

No hubo impedimento: quedé boquiabierta, pese a que era más que innegable que lo intuiría
en cuanto abriera los labios.
No comenté nada sobre ello, lo que ella consideró como confirmación de sus sospechas.

De forma lenta, alcanzó el bote vacío de su helado y tamborileó los bordes con las yemas de sus
dedos. Percibí su sonrisa evaporarse formidablemente.

—Sencillamente da tu opinión, Nessa —empujé.

Agachó la cabeza un poco. Como si de frustración se tratara, soltó un bufido y la elevó de golpe. No se encontró un atisbo de sonrisa en su rostro. Mi corazón respondía acelerado.

—Aly… Desde un principio supe que algo te preocupaba, pero nunca pensé que fueran tantas
cosas a la vez —sus pestañas cubrieron sus ojos por un momento—. Es obvio que te sintieras tan cansada con tu carga mental, pues no sabías como manejar cada situación o con cuál trabajar primero. Y en cuanto a eso, te digo que vayas poco a poco.

Tragué saliva dificultosamente. El ambiente se había adensado a nuestro alrededor.

—¿Qué tal sobre lo de mi madre?

Volvió sus ojos castaños hacia mí.

—Creo que deben hablar las dos, a solas, para aclarar algunas cosas. Y sobre Josh… —se
adelantó antes de que luchase para decirlo—. No tengo nada que decirte. Lo siento.

Oí el crepitar del vidrio de la esperanza rompiéndose en añicos. Sin embargo, asentí,
agradecida por la consideración y las palabras de aliento. 

Nessa había sido de gran apoyo en los pocos meses que nos conocíamos. Apreciaba el hecho
de que se ofreciera a seguir apoyándome emocionalmente aun cuando ambas estábamos al tanto de tener la amistad comprometida. Sin embargo, siento que esta conversación ha sido paso decisivo en nuestro proceso de restauración de confianza.

—No me gustó que no me contaras lo que te hizo ese idiota en la fiesta o de lo sola que te
sentías —agregó con un evidente semblante serio—. Debiste avisarme.

Rodé la vista hacia las servilletas usadas a un extremo de sus dedos.

—No se repetirá.

El tono de mi voz salió como resuello. Ella suavizó sus rasgos, decidió igualarme y reposar la
espalda sobre su asiento. La mecha violeta que adorna un costado del cabello reluce por las luces celestes y rosas que atenúan el cielo. 

Es extraordinario cómo una persona puede cambiar en tan pocas semanas. El engaño de su ex mejor amiga y pareja eran la causa de su salida del equipo de voleibol y del giro de ciento
ochenta grados que daba a su vida. Salen a relucir los esfuerzos que ella hacía para superar las
desgracias, dejarlas en el pasado y así darse una nueva oportunidad. 

Si ella, un ejemplo enorgullecedor, pudo someterse a ese proceso y recibir recompensas, es muy probable que lo mismo pueda suceder conmigo.

Después de todo, puede que sí haya una luz al final del túnel.

Puede que esta vez, sea momento de otorgarme una nueva oportunidad.

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