La certeza

Un aroma sumamente intenso y nostálgico percibían mis fosas nasales. La agudeza de éste era
incalculable, tanto o más que su vivacidad.

Pues bien, se trataba de esa vigorosa fragancia la que se encargaba de espabilar el resto de mis sentidos del todo. Urgía por detectar el sitio del que precedía, pero como no tenía un olfato tan específico, era necesario activar algo más que mis sensores corporales.

El sitio en que me hallaba recluida no parecía demasiado vívido, ni agradable de observar. Los muros de concreto, como el resto de la estancia, poseían todas las tonalidades de blanco. El aire que allí se respiraba era denso, plagado de mucha nostalgia y emociones contradictorias.

Cierto, un lugar atroz.

Habiendo acabado la tarea de tantear la habitación de clínica, hice amago de levantarme de la rígida camilla. Un dolor cegador provino de mi cabeza en cuanto la había separado de la almohada.

Por supuesto, y al fin y al cabo, había razones que me habían llevado allí, y pronto las descubriría.

Como si de respuestas se tratasen, la fragancia había regresado a mi nasalidad. Podría
haber sido agradable de apreciar. Sin embargo, mi alergia inminente planificaba lo contrario.

Una serie de movimientos se generaban a mi costado tras sufrir el ataque. No lo había
advertido, y si no hubiese sido por su proximidad y mirada compasiva posiblemente menos.

—Hola, Piñita —farfulló de aquella manera tan sutil, como si su voz se tratase de seda.

Richard. Estaba allí… 

Su mano derecha se percataba de las ondas que caían sobre mi rostro y se disponía a acomodarlas

—Me alegra haber estado aquí para verte despertar.

Luego de ello —y de padecer una alergia que había dejado resequedad en mi garganta— pudeacertar que el aroma provenía de él, su Chanel Allure Home Sports.

Se apartó durante unos instantes  en los que me mantenía en ascuas de dudas. Pronto, volvió con un vaso lleno de agua, el cual me cedió tras los estornudos.
Agradecía el gesto, pero aún más su presencia, aunque no la comprendía precisamente.

—Intuyo que estarás deseando a que explique nuestra presencia en una clínica, ¿eh? —Expuso
de forma fraternal, un tono que extrañaba oír de frente—. ¿Te sientes lo suficientemente bien?

Dediqué una breve mirada a la infinidad de cables que conectaban mi brazo izquierdo a una máquina computarizada. La misma medía mis pulsaciones y estado en general.

—Mi cabeza continúa presentando punzadas. Fuera de ello, creo que sí.

Esbozó una sonrisa cálida. Richard procedió a retirar sus dedos de mi cabellera y
adoptar una imagen de seriedad para proseguir.

—¿Puedes recordar lo que ha sucedido antes de dormirte?

Iba a negar como respuesta, pero fragmentos incoherentes comenzaron a hacer memoria en mi mente. Vislumbraba con claridad el momento en que presencié el incidente en
casa, la visita posterior a Darcy y mi andanza incierta por la ciudad hasta el estacionamiento. A partir de allí, mis memorias se tornaban muy difusas.

—Pues, había andado durante un extenso momento por las calles hasta destinar al parking de
un centro comercial. No logro precisar mayor información.

Él asintió en rotundidad. Su expresión imperturbable estaba provocando inquietud en mi
interior.

—Tu madre y algunos amigos se encuentran en la sala de espera, aguardando a que despertaras. Es mejor que alguno de ellos te informe con detalle.

Negué sobre eso: deseaba conocer las razones por las que estaba allí mediante él. Richard no se consideraba apto a sí midmo para hacerme saber de lo ocurrido en aquel parking, pero desde hace mucho se había ganado aquel sitio... Mucho tiempo.

A pesar de notar su actitud ante la decisión, acabó por informarme un poco.

—Lo que has sufrido se denomina coma artificial. La sustancia que se te inyectó se trataba de un barbitúrico de alta concentración, lo cual te indujo ese estado.

A pesar de asentir en total tranquilidad, me asombraba conocer la condición en que había permanecido, la cual no comprendía del todo.

—Puedo apuntar que eso no es todo lo que recuerdas del suceso, ¿no?

El dolor de cabeza me colocaba cabizbaja. Por suerte, Richard no había recriminado mi falta de
información.  Di un apesadumbrado suspiro como respuesta.

—Absolutamente todo…

Al poco tiempo, sus brazos se hallaron transmitiendo su mayor calidez hacia mí. Su cercanía
fraternal era la única que me agradaba fuera del frío, ella siempre poseía el efecto adecuado en mí.

El dolor en mi interior hizo fusión con infinidad de sensaciones, por lo que pronto me encontraba inundando su camiseta en gruesas lágrimas. Cualquier cantidad de
sustancias que había suministrado en mi torrente sanguíneo no habría interferido en las indelebles caricias de Reese, o lo desagradable que era sentir mi cuerpo sucio por ello.

Finalmente había sucedido…

Mi cuerpo ya no había pasado por un intento de abuso... sino el abuso total.

El dolor e impulsos de regresar a su regazo era imponente, aún así deseaba saber más sobre lo sucedido.

—¿Durante cuánto tiempo estuve en coma?

—Has permanecido bajo el coma un par de días. Durante ese tiempo, tu madre ha sido
la primera en acudir y la única familiar en autorización para cuidar de ti fuera del período de
visitas.

Asentí. Tenía leves dudas que deseaba plantear sobre distintas personas concretas, sin
embargo decidí aplazarlas.

—Me temo informarte que debo regresar a la sede cuanto antes, Aly. Me han concedido tres días de ausencia especial —La imagen de Richard no dejaba de emanar autoridad aun en ese recinto—. Me es más que suficiente haber estado al tanto de tu estado y presenciar tu despertar.

Dicho eso, pocedió a apartar mi cabello que se mantenía reacio a estar en su lugar, depositando un suave beso en mi frente: gesto que me transmitía lo que un millón de palabras no podían.
Por consiguiente, aprecié el impulso de hacerle entrega de algo semejante. Algo que pudiese
llevar consigo a Pittsburg y que dejase una mella significativa, tanto como la que me había dejado su presencia durante todo el tiempo que pude experimentar al vivir en la misma casa. Al compartir una parte de su vida con la mía.

—Gracias... papá.

Era indescriptible el conjunto de emociones que cruzó su rostro al oírme. Le di una minúscula sonrisa de agradecimiento y él se inclina a entregarme un nuevo beso.

—A ti, hija. Siempre serás mi Piñita.

Hecho aquello, retoma su camino y sale de la pieza. Hice el grueso intento de no sentir vacío por su ausencia, mas no era posible.

A la derecha de la habitación se localizaba una ventana con las cortinas corridas. Mucho de lo que alcanzaba a mirar era el cielo azulado, decorado con ciertas nubes a sus alrededores.

Un retazo como caleidoscopio iluminó mi vista. No estaba cien por ciento segura de relatar
la totalidad de mis recuerdos a Richard en un principio, pues poseían mucho dolor para mí. Pese a ello, me había sentado de maravilla haber sido su objeto de suma atención y cuidado durante los últimos días, y sobre todo, me alegraba ver a… mi padre partir sin que yo resultase un impedimento.

No me había dado más tiempo de ahondar en mi mente puesto que la puerta había sido abierta
y la persona que estaba allí se llevó mi atención. Su expresión denotaba cansancio, mayormente en los surcos bajo sus ojos. 

Podía puntualizar mi rostro ante la impresión e inquietud que sentí. El decaimiento era
notable en su cuerpo que apenas se las arreglaba para estar de pie, pero al mirar en mi dirección,
parecía recobrar un porcentaje de fuerzas. Como si le hubiese dado vida con mi presencia.

Comenzó a aproximarse con prudencia, reprimiendo los impulsos por correr. Esa vez, la
máquina sí respondía a mis palpitaciones aceleradas, las cuales colapsaban al apreciar su afectado rostro de cerca. 
Elevó sus manos inestables hacia mí para apartar el cabello de mi rostro, con el que antes batalla Richard.

Mis párpados se cerraban al predecir el gesto y, sin dejar de mirarme, depositó su frente
sobre la mía.

—Te encuentras bien —masculló por lo bajo, acunando mi rostro con sus dedos. Me inclino para rodear sus muñecas con ayuda de mis dedos tiritantes.

—Efectivamente.

Echando un vistazo precavido a la puerta, no se reprimió más y procedió a fundir sus labios sobre los míos.

Percibir su cercanía, bañada en aquella aura plagada de oscuridad, funcionaba para generar aquella sensación
de familiaridad en mí.  Sincronicé aquel movimiento de sus labios tal como si se fuese mi vida en ello. Joshua me transportaba a un sitio donde no existían suelos donde poner mis pies, ni interrupciones de la realidad.

En pleno frenesí, sentía las heridas pronunciadas sobre sus comisuras.  Aquello me había dado una incertidumbre de mal sabor, suficiente para finiquitar el gesto. 

Él se separó levemente de mí, mostrando una perplejidad que se esmeraba en disimular. Por un
momento me había pesado mi decisión, pero pronto hice provecho de ello para admirar sus orbes absorbentes.

—¿Estás en buen estado? ¿Recuerdas algo de lo sucedido?

Recogió sus manos para tomar asiento: era consciente de que yo ameritaba de mi espacio para darle una respuesta. El frío que aprecié en mi regazo por eso se causaba por su movimiento, por la necesidad de tenerle cerca.

—Acerca de lo primero: he pasado mejores. Y refiriéndome a lo segundo, puede decirse casi
todo, incluyendo las causas y el momento del coma.

Sus brazos se contrayeron al escucharme. Estaba sometiendo su cuerpo a gran tensión al
reprimirse de aquella manera, y era señal de que él podía conocer la totalidad de la historia, lo
cual me aterraba. Joshua era la última persona que deseaba que supiese que había sido víctima de un abuso que desde  hace mucho amenazaba mi existencia, y lo menos que deseaba era que se abrumase con el suceso o, lo que para muchos podría parecer incoherente, comenzase a tomar distancia nuevamente de mí, por el pensamiento de que Reese había hecho lo que desease conmigo… y a él le desagradara.

No deseaba espantarlo, ni perderle. Y ante la mínima posibilidad, me incliné fuera de la camilla para asir mis dedos sobre una de sus rodillas, como si eso asegurase su permanencia. 
Su vista se elevó ante mi gesto.

—No debí haberte expuesto a Reese, consciente de su estado mental y el riesgo que corrías en
su presencia… —se lamentó, sembrando nuevamente el temor en mí—. Es mi mayor error y
cargaré con ello pues no pude estar allí, en tu defensa. Y joder, no me habría costado nada ser
más previsivo y no haberte permitido salir de casa, o haber sido tu compañía. Quizás así…

Algo en sus lamentos había aparecido, y lo había notado. Ejercí mayor fuerza sobre su rodilla frunciendo el ceño. El dolor en mis sienes obtenía mayor acentuación, si bien era a lo que menos le daba relevancia.
 
—Nadie había predicho el momento en que Reese decidiría cobrar cuentas conmigo, Joshua.
Por lo tanto, nadie posee culpabilidad de nada —Aseguré—. Y muy a mi pesar y al de muchos, el… el suceso concluyó hace mucho para lamentarse. Afortunadamente, estoy aquí para hacértelo saber. Punto final.

Él contemplaba mi expresión luego de contestarle. No había resultado fácil contarle a Joshua
aquella perspectiva mientras poseía dudas de la suya.

Advertí que mis objetivos se lograban cuando su mirada pareció tranquilizarse. No podía negar que mi mente también nadaba en dudas como las suyas, pues eso salía de mi control. No obstante, me había propuesto ser la única afectada en todo aquello. Asumiría la situación como un ser humano al sufrirla, en efecto, pero con juicio para aceptar la inutilidad del haber actuado mejor, o antes.

Una persona me había dicho que el pasado no se olvida, se acepta. Por eso haría todos los
esfuerzos a mi alcance por continuar.

Entonces el temor de perderlo retornaba. ¿Y si Joshua se lo pensaba mejor poco después? ¿Y si el sentimiento de culpabilidad le superaba y al no manejarlo, tomaba la decisión de alejarse…?

—Solo me resta una duda, Aly: ¿estás consciente que no…? —Miró a un lado, como si le costase la mínima idea de imaginarlo—. ¿Sabes que no has sido abusada?

Agucé mis sentidos para confirmar la veracidad de lo que había dicho, pero no era
necesario: su mirada hablaba concisamente.

Mi corazón se paralizó al momento. ¿De veras era cierto? ¿Nada más que el ataque mental
sucedió? ¿Reese… no había logrado su cometido?

Mi mente se había aplazado a un tercer plano. Sensaciones de alivio se extendieron por mis articulaciones. Deseaba suspirar por el descubrimiento, respirar sin pesadez, pero luego recordaba que le debía una respuesta a la persona frente a mí.

Un peso se añadía a mi estómago tras ello. El pelirrojo había planificado la emboscada,
después de todo. Me volvía hacia él y negué.

—¿Dónde se encuentra?

Los gestos que hacía me informaban que comprendía la indirecta. Tardó demasiado en
contestar.

—Un individuo acababa de hacer las compras en el momento que Reese te atacaba. Pronto le
notificó el suceso a los policías de guardia del estacionamiento. El malnacido de Reese había
huído al visualizar la escena. Entraste en coma posteriormente.

Asentí ante el aclaramiento. Di una suave caricia a la zona donde él tenía mi mano, y
me sobresalto por la tensión que ésta guarda. Alcé la vista y advertí un aspecto extraño en él, algo le inquietaba.

—Supongo que no es todo lo que sucedió con él, ¿no? —Sus brazos guardaban tensión sobre
su pecho. Sus dedos acariciaron mi palma.

—Hubo una persecución en su contra —Me soltó de pronto, como si hubiese sopesado
mucho en realizarlo—. Luego que te fueras de casa, Ewan imitó tu partida… Ni tu madre ni yo
supimos sobre él hasta la noche, cuando la comisaría nos dijo que mi padre se había entregado ese mismo día, ya conocerás las razones.

Fruncí el ceño hacia él. Se mostró confuso.

—Tu madre me explicó que habías sido tú quien había irrumpido en la oficina. ¿No oías la discusión?

—No había alcanzado a nada al tropezar junto a la puerta.

Asintió. Luego me otorgó un breve resumen de las causas por las que él y Ewan habían discutido acaloradamente. Me había quedado pasmada al conocer la situación de raíz, sobre todo la decisión que su padre había tomado poco después al entregarse de aquella manera. Al fin y al cabo, Ewan asumiría las consecuencias de sus precipitadas acciones sobre la automotriz.

—El día de la disputa, Amanda permaneció junto a mí. Luego de platicar sobre mi padre, algo que había dicho en concreto me había hecho recordar la deuda que debía a Reese. Fue razón
suficiente para ir a buscarte. Me llevó mucho tiempo. Al llegar al gimnasio, transmitían la
persecución y el sitio de emboscada.

—No comprendo. ¿Fuiste allí a buscarme?

—No, Aly. Ya sabía lo que te había sucedido… lo suponía —Aprieta su mandíbula en
cólera—. Había ido ahí con fines distintos.

—¿Como cuáles?

—Interferir en la emboscada.

Sus palabras habían generado un escalofrío agudo en mi cuerpo. Los vellos de mi piel se
elevaron al formar imágenes del suceso.

—La policía no atraparía a Reese de aquel modo, Aly. En el bajo mundo, instan a poseer
coartadas. Si no interfería, él escaparía o causaría una tragedia tras ello…

—¿De qué modo interferiste en el protocolo? —Mi voz había sido demandante. Él hizo una
pausa meditabunda que aumentó mis nervios.

—Al llegar al sitio, aparqué de manera estratégica. Los policías no tendrían tiempo para
interrogarme. En cuanto el vehículo de Reese se colocó frente a mí, aceleré para impedirle el paso y colisionamos —Mi expresión de horror salió a relucir. Su voz fue espesa—. Había sido inteligente al abrir la puerta y saltar del Honda antes del accidente.

En suma sutileza, colocó su otra extremidad superior sobre la mía, creando aquel contacto tan frío e íntimo que me calmaba. Había magulladuras en sus brazos y rostro que velozmente encajé a aquel suceso.

—¿Alcanzaste tus metas?

—La colisión había sido crítica, si bien los detectives no explican el modo en que Reese consiguió escapar de ello. Los vehículos fueron confiscados y fui detenido posteriormente.

Sacudí la cabeza en total negación. Joshua se había expuesto a un peligro inminente donde todo habría podido salir mal. En esos momentos, el Glaciar no podría haber estado frente a mí, dándome aquellas explicaciones. Y a pesar de la gravedad del asunto, muy en el interior me satisfacían las razones que le habían llevado a arriesgarse, a excepción de mí, por supuesto.

—Actuaste como un ido.

—Intuí que no me perdonarías.

—Pues estás en lo cierto. 

—Sin embargo, heme aquí, junto a ti para relatar el suceso por mí mismo. Fue una pena que no
hubiese concluido como lo previsto.

Hizo una pausa para contemplarme. Su mirada arrepentida era algo difícil a lo que negarse, y en sinceridad y silencio, le perdonaba la vida si así lo deseaba.

—He omitido información —Asentí en invitación a continuar. Se notaba renuente de
pronto—. Tu madre me había confesado su inquietud por… lo sucedido años anteriores… Tu primer intento de abuso sexual. Comprendo que te hubieses guardado aquel suceso, pero me genera molestia que te negases a hacérmelo saber —Me había petrificado al instante. Rehusé su insistente mirada para que no divisase las lágrimas que las cuencas se apresuraron a almacenar—. Aly, no eludas mi mirada —Percibí su sorpresa al tomar mi barbilla y avistar las gruesas lágrimas que corrían por mis mofletes—. Estoy junto a ti, para ti —Mi cuerpo se estremecía al apreciar sus labios secando mis lágrimas por medio de besos —. A partir de siempre, tus dificultades son mis dificultades, las cuales podemos convertir en huellas que serán nuestras huellas. De ningún modo funcionará para suprimir el dolor, pero sí para suavizarlo, sin dudas.

Al elevar la vista, sus ojos pardos poseían un brillo enternecedor hacia mí, uno generado por
afecto, no lástima. Uno dispuesto a cumplir sus palabras, las cuales ya producían efectos al tallar
tan hondo en mí y, para mi asombro, sosegaban mis sollozos.

Los besos que dedicó deliberadamente a mi rostro secaban mucho más que el líquido acuoso que segregaban mis ojos. Continuó la labor con una delicadeza absoluta que arrastró cualquier agrio recuerdo de mi mente, ya fuese perteneciente al presente o pasado.

Las consecuencias de su cura inusual se agudizaron al verle inclinarse para obtener mi mirada y, de ese modo, obsequiar un tierno beso a la mano con la que antes lo tranquilizaba por culparse de mi sufrimiento.
Aquel había sido el único momento en que, realmente, agradecía estar recluida en aquella clínica, con él junto a mí.

Su tierno gesto se transformaba a traerme hacia él y envolver mi cuerpo entre sus brazos, trazando caricias con su dedo pulgar sobre el dorso de mi mano. Otorgaba una honda circunspección a su tatuaje, aquella obra presuntamente
abstracta que por mucho tiempo había sido motivo de mi enlace a la figura frígida que yacía a un
costado de mí, y del cual conocía sus causas, un tanto inquietantes.

Al fin y al cabo, las pinceladas que encubrían la serpiente cascabel sobre su brazo sí
significaban lo que había dicho en un principio. Al ser consciente de ello, me encontré
envalentonaba para irrumpir nuestra calma silenciosa.

—¿Mi madre continúa en sala de espera? —Asintió a ello, algo desconcertado por mis palabras.

—En compañía de Nessa, Sun Hee y otros más. ¿Deseas verle? —Negué, a lo cual ladea su
cabeza en incertidumbre hacia mí y sonreí.

—Podría decirse que sí, en realidad.

—¿Qué insinúas, Aly?

Dirigí la mirada hacia la ventana que poseía a la izquierda. Las condensadas nubes se habían
dispersado con la intercesión del viento, razón por la que la luz solar se infiltraba con mayor
potencia hacia el umbral. Eso me surtía de mayor valor para llevar a cabo mis impulsos.

Torné mis ojos verdeazulados refulgentes de aquella luz hacia el chico al extremo contrario.
Su expresión ya no poseía tanto agotamiento, y las heridas de su caída rememoraban las
situaciones que había experimentado recientemente.

Todo en cuanto a él, su manera imperturbable de expresarse al exterior, su mirada lóbrega y
cautivadora, y su fornido cuerpo plagado de huellas que relataban su adolescencia, le definían de
un modo unilateral: intrigante para la mayoría de la humanidad, sugestiva para el porcentaje contrario.

Geográficamente, los glaciares no son producto directo del clima frío. Su tamaño depende
de diversidad de factores. Muchos pueden visualizar su recubrimiento exterior de nieve, pero en su interior se almacena un tesoro invariable, hielo glaciar: su objeto más sensible, el cual se debe manipular con
suma delicadeza para contemplar su belleza.

Belleza que iba en conjunto con la exterior, aquella que me había cautivado sin siquiera haberla visto antes, ya que ya sabía de su existencia, y sabía que podía llegar a ella.

Joshua compartía las características de aquellas obras de arte níveas, por supuesto. Rememorar aquel término era el motivo por el que permanecía tallando a su lado, soportando las tormentas y exponiéndome a una temperatura que quizás no podía tolerar nunca.

Cierto: la generalidad de la población mundial prefería el calor de las primeras épocas del
año. Yo pertenecía a la minoría, la que había preferido el frío, las tormentas y la nieve, pues en ellos había hallado el corazón de un Glaciar.

—¿Es buen momento para mostrarte mis deseos por confesarlo?

—¿El qué?

Impulsé mi cuerpo fuera de la camilla, sin importar los dolores, para unir mi frente a la suya
y farfullar en un hilo de voz.

—Me encuentro preparada para confirmar un nosotros ante la sociedad.

Sus pestañas cubrieron sus ojos al mantenerse firmes sobre mis labios. Su cuerpo, su mismísimo cuerpo, sufría escalofríos bajo el mío.

—¿Segura... de que deseas hacerlo?

—Evidentemente.

—¿Y si aguardamos a un momento más oportuno?

Mis labios habían hecho de respuesta a sus dudas. Le permití elevar su mirada penetrante
hacia mí. Una sonrisa de sustento concluyó mi iniciativa. 

Él dudaba, y diablos que se estaba tardando en ello hasta llegar a una conclusión rotunda donde procedió a tomar mi mano cálida a su toque. Mis pulsaciones a millón a causa del gesto. Cerré los ojos con toda certeza, parafraseando mi preparación para lo que haríamos a continuación.

Cuando un enfermero me había declarado estable y desconectaba mi brazo de aquella máquina,
Joshua y yo nos colocamos simultáneamente de pie. Estaba hecha un manojo de nervios ante
lo que estaba por suceder. No tenía la capacidad de predecir las reacciones de mis círculos familiares. No obstante, intentaría actuar junto a Joshua. Avanzaríamos junto al otro pese a toda postura.

Mi madre me había hecho cuestionar las segundas oportunidades, pues la vida no había sido muy generosa en su caso en cuanto a ellas. Muchas de ellas la habían llevado a comportarse como quien no quería, y era por ello que, a su manera, velaba porque yo no recurriese a las oportunidades que hasta hace poco ella aún perseguía.

Había juzgado demasiado. Junto a mí, se hallaba un ejemplo verídico de los buenos resultados  oportunidades. Un hombre que a pesar de haber circunstancias y obstáculos fuera de su favor, permanecía en alto ante lo que anhelaba, ante sus propósitos, sus metas y sueños, sin reparar en las opiniones sociales externas que pudiese recibir.

Porque no había margen jurídico que separase dos almas deseosas de la otra. No había papeles, noche o mañana, o climas imponentes que indicasen que un sol no podría brillar perfectamente junto a un Glaciar oscuro.

Cierto: las oportunidades no siempre tendrían un buen final, pero ello dependía de la eficacia de los esfuerzos que realiza el afortunado por definir esa conclusión.

Al cruzar la puerta y dirigirnos hacia la sala de espera, él, el Glaciar que me convertía en un torrente de sensaciones e impulsos, susurró contra mi sien.

—¿En qué piensas, Aly?

Afectada por el tono de su voz y proximidad, extendí mis dedos hacia su mano, la cual no
tardaba en ceder al gesto y entrelazar dócilmente nuestros dedos.

—Sencillo: en que sacaremos provecho de esta nueva oportunidad.

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