La añoranza

Adoraba el frío. La sensación que provocaba en los vellos me sentaba tan refrescante…
Notoriamente, no era como la mayoría de la población mundial: aquella que no cuenta con la más  mínima capacidad de soportar el clima; o bien, por ella haría calor todo el año. 

Sin embargo, aquel día me sentía como un cubo de hielo. Y lo que sucedía en él no ayudaba
precisamente a sentirme mejor.

A pesar de que estaba en el interior de las instalaciones de la casa, los grados disminuían más
que afuera. Discurría con las pupilas las distintas cajas que se acumulaban al fondo de la
habitación. La punzada que tenía instalada en el pecho llevaba allí desde el inicio del día, y me ha
custodiado cuando me duché, y cuando me vestí, y cuando me enclaustré dentro de las paredes
que una vez conformaron su pieza.

Un resoplo emergió desde mi caja torácica. Cuánto desearía comportarme como si no me
interesase en absoluto. De lejos, se vería sencillo hacer como si nunca ha ocurrido. No obstante, y muy a mi pesar, lo he probado todo: eso, acariciar las solapas de las cajas, fijar la vista en el
techo…

Ya no podía engañarme a mí misma.

Y negar el dolor era absolutamente absurdo.

Por fin pude olfatear algo que no fuese mi oxígeno condensado en el aire. Inspiré. Chanel Allure Homme Sport: el aroma más costoso y entrañable que conocía y que, dentro de poco,
experimentaría solamente en mi memoria. Gracias a él pude abrirme paso a la diversidad de
fragancias que existen, las marcas y, por consiguiente, instruirme para diferir y enamorarme de cada una.

Apenas puso un pie en la estancia, levanté la vista hacia sus ojos. Un color avellana agudo se  adjudica de ellos. Su pecho era cubierto por una camiseta abotonada a cuadros, muy por fuera de  su look de negocios habitual.

Verlo entrar sin más a su vieja recamara me afectaba de una manera indescriptible, y aquel
estremecimiento se fue al traste cuando se aproximó solo para cargar otra caja y regresar sobre
sus pasos. 

Cerré los ojos con la esperanza de apaciguar los latidos de mi corazón.

En Texas no nevaba. Sin embargo, ello no influía en la climatización frígida de días
concretos. El frío ese día era inaudito, aunque no era nada comparado con el que el empresario que acababa de entrar y salir de la pieza dejaba en mi interior tras irse. La casa nunca sería como  antes. Hice todo lo que estaba en mis manos por impedir que se diese el caso… y no sirvió de nada.

Ninguno de los ex novios de mi madre había tomado la decisión de mudarse con nosotras.
Ninguno había mostrado tal interés como hizo él en mi vida y en la de ella. Ninguno de esos
hombres treintañeros, ricachones y con una susceptibilidad infame, me trató como si perteneciera a su sangre, como su hija.

Si, él era todo eso y más. Y no lo digo por enaltecer sus actos. A pesar de que llevó menos que
un año en la vivienda, en ese lapso de tiempo me demostró lo mejor que un padre puede
proporcionar. Se ha convertido en esa figura paterna que tanto hizo falta en mi niñez y
adolescencia: quedó manifestado en sus palabras, en sus abrazos, en sus pulgares desaguando las
lágrimas de mis mejillas y en la sonrisa de sustento que me da cuando estoy en una pieza.

Él ocupó una gran parte en mi corazón, y siento que esa misma parte la ha arrancado y se la
lleva consigo a Pittsburg.

No podía. Escuetamente no. ¿Por qué el mundo me daba un obsequio como ese y, a su vez,
permitía que mi madre condescienda de ello y lo deseche? Si: todo es por y a causa de ella. Su culpabilidad es tanta como los hombres que ha dejado en su medio siglo de vida, y contando.

Pensé que esta vez, y solo esta vez, podría ser real. Que ella tendría un poquito de decencia
conmigo y llegaría a comprender que él es todo lo que requiere en su vida, lo que yo requiero. Ya
le he aguantado suficientes deslices. Ni siquiera, después de tantos años, puede detenerse a pensar en mí, en su hija. Prefiere pasar de ello e introducir a mil hombres en su vida y correr el riesgo de  que se repita lo de aquella vez…

Los huesos me crujen al recordarlo. Es como ese efecto de tener un fantasma detrás y no poder hacer algo por que se vaya. Me avizora, me escolta, me enloquece y mantiene al filo de esa cuerda floja en la que no puedo elegir entre continuar o caer. Así que trato de soportar lo mejor  que puedo.

Un ruido proviene de la eminencia de cajas de cartón. Mi ex padrastro ha vuelto para recoger la siguiente, pero parece que sus brazos se desprenderán de su cuerpo en cualquier momento. En consecuencia, lanza una caja contra el suelo. Su pecho se hincha y deshincha como globo.

Es cuando nota mi presencia en el alféizar y arroja la vista a mí. Un millón de nervios se estimularon en mi cuerpo.

—¿Qué haces allí, Piñita?

Una melancolía descomunal agrieta mi abdomen. La calidez de su sonrisa no alcanza a
descongelar mi corazón del todo.

Mi silencio fue respuesta suficiente para él. Escuché las suelas de sus zapatos sobre el piso. Un millón de cosas se aglomeraban de maneras infinitas en mi cabeza sin dejarme concentrar en el
mundo exterior ni notar cuando se puso de cuclillas frente a mí. 
Con mucho cariño, posó una mano sobre mi mejilla. Percibí el hervor que provocan sus dedos
sobre mi piel. 

Mi desconsuelo era inminente a este punto, y poco a poco fui desfalleciendo.

—¿Por qué debes partir de la casa…? —susurré—.¿Por qué me abandonas?

Pese a que mi sentido visual se destroza en lotes, distinguí un leve centelleo en su iris.

—Es algo que ni yo puedo entender pero, de una u otra manera, es lo mejor.

—No. No es lo mejor. Lo mejor es que te quedes aquí, a mi lado.

Me desmorono ante sus ojos. En una ocasión desigual, hubiera preferido tragar mi dolor para
mi sola y desahogarlo cuando fuese conveniente, pero sé que en su presencia, va a ser
inaceptable.

—Piñita —pronunció ese apodo como si acariciara cada letra—. Ambos quisiéramos que fuera
así, pero, ya ves: las cosas son como son. De ningún modo te voy a abandonar.

—Pues, eso es lo que parece.

No podía retener lo agrio en mis palabras. Mi cuerpo estaba dentro de muchas emociones.
Pese a ello, me contempla como si yo fuera muy valiosa.

—Por ahora, no puedes comprenderlo. Sabes que tu madre…

—¡Sé lo que sucede con mi madre! ¡Ella no puede disponer por ti! —hice una pausa—. Esto
se trata de lo que tú y yo queremos, y lo justo es que te quedes en esta casa.

—Lo justo no es lo que queremos, es lo que necesitamos.

—¿Y necesitas alejarte de mí?

Echó la cabeza atrás y soltó un resoplo, pero de buena manera. En ningún momento se mostró
crispado como yo.

—No vamos a perder contacto —se inclinó a tomar mis manos—. Me llamarás cuando lo necesites, ¿está bien?

No. No está bien. De ninguna forma voy a aceptar que el hombre de mi vida ponga kilómetros de distancia entre nosotros.

Abrí la boca para contestar y me tropecé con una vista calmosa: esa que me da cuando falta apoyo en mi vida. Tragué saliva y terminé asintiendo.

Él hizo lo mismo y besó mi frente con suavidad, inundando mis fosas nasales de su fragancia.

—Te quiero, Piñita.

—Y yo te extraño, Richard.

Extendió sus largos brazos a mi espalda y me estrechó contra sí. El aroma a Chanel era mucho
más acentuado a esa cercanía. Llevé las manos a sus omóplatos y los acaricié por encima de la
tela.  Ojalá ese perfume permanezca en mi cuerpo para siempre.

Concluido el momento nos levantamos del suelo y dispusimos a cargar el resto de las cajas cuesta abajo. Muchas de ellas trasladaban artefactos que, en su mayoría, son de diversas
procedencias: Cancún, Nueva Zelanda, Ontario… incluso Latinoamérica. De todos me la sabía, todos y cada uno.

Lo siguiente que recuerdo fue el motor del Chevrolet Sonic negro sonando estridentemente al
encender. El clima seguía siendo Blue Norther cuando el auto surgió de la cochera,
encaminándose al largo trayecto que le aguarda. Dentro de las ventanillas, pude percibir la mano de Richard agitarse. Estaba inválida para darle siquiera una sonrisa.

Me quedé con una mano en la ventana mirando la calle vacía.
Un sabor amargo hizo presencia en mi boca. No desapareció cuando salí de la pieza, bajé las
escaleras o hube entrado en la cocina con la cabeza sumida en sus propias abstracciones.

Tomé asiento en la mesa del comedor. Ni me percaté cuando mi madre hacía un estrépito
patente haciendo, lo que parece, un desayuno.

No lo entendía. ¿Cómo podía estar tan entusiasmada después de haber echado a un gran
hombre de casa?

—Buenos días, mi Sol —dijo con exceso de agrado—. ¿Adivina qué?: he optado por hacer,
digamos, un fin de semana diferente —se dirigió al otro extremo del asadero hacia una sartén. La asió y elevó—. ¡Ta Da!: papitas fritas con chocolate.

Me costó levantar la vista a lo que sostiene. Los ojos de mi madre presentaron destellos de
bienestar. Las papitas fritas con chocolate nacieron de un experimento a mis cuatro años y, desde entonces, se han declarado como mi postre preferido. Pero hoy, lo menos que quería era pensar en consumir algo.

Pude sentir la mirada furtiva de mi madre sobre mí. Con solo verme sabía que podía predecir
cuál era mi estado de ánimo. Y el silencio que ha agregado a su receta me dice que sabe lo que
me pasa.

Escuché cómo baja la sartén.

—Aly…

—Ni lo pretendas, mamá. No estoy para atender tus sermones.

Cerró lentamente los ojos y dio un suspiro. Subí las piernas a nivel del pecho, poniendo
atención a cada latido. Mi madre dejó la sartén sobre la hornilla para ir a mí.

—Está bien, mi Sol. Comprendo que no estés de humor para oír a esta mujer floja explicar por
qué no quiso comprar el desayuno.

Se quedó en silencio un momento, como si esperase una respuesta de mi parte. Abrió la boca para añadir algo y la corté.

—Si crees que me subirás el ánimo actuando como si no acabaras de realizar el peor error de tu vida, te equivocas.

Ella no respondió. Sabe que lo que digo es cierto. Es decir, desde que mi padre nos abandonó,
se ha encargado de ganarse la vida saliendo con múltiples hombres cada cierto tiempo. Y cuando digo ganarse la vida, me refiero a sacarles dinero y, al adquirir suficiente, los manda al traste. Bien, puede que mi padre hizo lo mismo con ella y nos despojó de una buena plata. Pero solo porque él actuó así no tiene por qué venir a hacerlo igualmente.

¿Hay algo más patético que eso?

—Aly, sé que le tuviste cierto aprecio a Richard, y eso está bien, pero lo mismo no ocurría con nosotros —expresó—. Nuestra relación no iba a llegar a ningún lado.

—Eso es lo que dices cada vez que cortas con un nuevo hombre —repuse—. ¿Hasta cuándo
tienes pensado continuar con ello, eh?

—Hasta que encuentre al hombre correcto.

—O hasta tener una millonada —mira al cielo y niega con la cabeza—. ¡Richard es el hombre de tu vida! Lo repetí una y otra vez. Ni siquiera te detuviste a analizarlo cuando ya le despojaste de media fortuna.

—Hija, soy adulta. Es algo que no…

—¿Comprendería? ¿De veras sigues creyendo que no? —se asombró cuando hice la silla a un lado para levantarme—. Pronto cumpliré dieciocho años, y gran parte de ellos los atestaste tú con
tus relaciones fallidas —la señalé cuando iba a contestar—. Y ni te molestes en repetir las
respuestas de siempre: sé muy bien que nunca sabrás el daño que te haces a ti misma.

La furia demandaba en cada una de mis venas. Miré cómo mi madre permanece con los ojos
cerrados, sin mediar respuesta. Fue suficiente señal para saber que la conversación ha concluido.

Refunfuñando, fui escaleras arriba a mi vieja habitación, donde aún sosegaban fotos
enmarcadas a los muros de mi infancia y adolescencia, sin la compañía de padres reales. Fruncí el ceño.

Poniendo todos mis esfuerzos para no soltar una lágrima más por mi madre, cerré la puerta
tras de mí. Revolví el contenido de los cajones de ropa hasta dar con un bolso color champán. 
Pasé una mano por mi rostro. Me atemoriza el colapso mental que puedo sufrir sin Richard a mi lado. Sólo él posee ese toque que ablanda mi cuerpo.

Sin más tapujos de por medio, me coloqué el bolso. Contuve el poco oxigeno que me quedaba
entretanto bajaba nuevamente las escaleras. Mi corazón daba saltos de a trompicones. Mi cabeza presentaba punzadas intermitentes, acompañadas de un sentimiento de culpa. No hallé mejor salida. No había ningún otro recurso.

Sin las sabiendas de mi madre, me fui de casa.

***
Nota de autor: ¡Hola, viejos y más recientes players! Estoy muy feliz de iniciar la continuación de esta trilogía —la cual no sigue un orden concreto, por lo que puede comenzarse desde cualquier historia—, la cual he previsto de mucha expectativa y dedicación.

Valoro mucho su atención desde el primer momento, y es por ello que me esmero en recalcarlo en cada oportunidad que tengo.

Los horarios de publicación no son lo mío. Esta historia sigue en estado de corrección, por lo que puede que tarde en añadir capítulos. Agradezco el entendimiento.

Igualmente, agradecería que dejasen sus opiniones y críticas constructivas. Mi mayor objetivo
es crear el mejor contenido que pueda ofrecer, pretendo crecer en esto junto a ustedes.

Nuevamente, agradezco mucho su atención, feliz lectura ☕💫.

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