La admiración
Desplacé el pulgar visualizando el feed de Instagram. En el curso obligatorio de Redes Sociales
debía crearme una cuenta en todas las plataformas de la web. Estamos aprendiendo a cómo
sacarles provecho a estas apps para utilizarlas en nuestros negocios informativos. Es sorprendente cómo las redes sociales se han vuelto indispensables en el ámbito comunicacional. Ello no ha hecho más que convertirse en las tantas razones por las que amo mi carrera. Entre ellas, la emoción que se dispara en mi estómago al tener una cámara enfrente, o la sonrisa de
felicidad que tengo al hablar por micrófono.
El proceso es tedioso, pero lo he potenciado con unos audífonos reproduciendo Not Shy, de
Izty. Había desarrollado una profunda pasión por el K-pop hace poco. Pienso que es una manera más de expresar mi apoyo a la inclusión social.
Canturreo las frases en inglés del come back cuando un estruendo irrumpe mi labor. Extiendo
el cuello con la vista en la puerta. Sun Hee ingresa al piso arrojando su bolso a mi costado, donde está su cama. La inspecciono cuando me pasa enfrente y se desmorona sobre su colchón.
—Ni en la facultad me habían molido tanto —dice con la voz pendiendo de un hilo. Aplasta la
mejilla contra el colchón para verme—. ¿Es malo decir que me duele el cerebro?
Tiré del cable de los audífonos.
—Yo diría que no. ¿Cómo se produciría el dolor de cabeza, entonces?
—Fiebre, hipertensión, insomnio, ansiedad…
—Para ser una futura abogada suenas más como a doctora.
Una sonrisilla se originó en sus labios color carmesí. Retiró su mejilla de la sábana de
patchwork que se trajo de su ciudad natal y fijó la vista arriba. Posteriormente, me tendí de
espaldas en mi cama, como ella. Mantuvimos los ojos clavados en el dibujo de atrapasueños
color neón en el techo.
Permanecimos largos instantes sin nada que añadir entre nosotras. Era una especie de silencio donde ambas entendíamos el cansancio de la otra sin la necesidad de expresarlo en palabras.
Mi agotamiento se causaba, más que todo, por la mudanza de Richard, por la espantosa falta
que me hace aunque solo han pasado horas del hecho.
—Creo que debemos detener el mundo un buen rato —dijo de pronto mi compañera de piso.
Le di una ojeada a su aspecto: ojos estirados, cabello caoba perfectamente alisado, y un fino
recubrimiento de sudor en su piel. No tenía en mente nada que quisiese decir. Sin embargo, las
palabras salieron de mi boca.
—Tengo la solución.
Sun ladeó la cabeza ligeramente. Sus pestañas espesas apenas dejaban ver sus ojos, y en ellos,
se hallaba una pizca de expectativa.
Por consiguiente, lo que sucedió fue el inicio de una preparación. El resto de la tarde transcurrió con labiales, polvos y todo lo que contiene un set de maquillaje, completamente dispersos por el lavabo. Yo no soy chica de engalanarme demasiado; siento que con mi belleza natural basta. Pues, el mismo caso no se aplicaba a Sun Hee, quien después de sugerirle acudir a
la fiesta de la fraternidad, jamás la había visto tantas horas frente a un espejo.
Debido a que el lavabo de la ducha estaba ocupado, aprecié mi atuendo en el espejo del
armario. Para la ocasión me vestí con una americana de cuero con anillos adornando el borde
inferior, camiseta negra sin mangas, botas al estilo country y, acorde, unos pantalones rajados. A diferencia de Sun, no le había puesto mucha meticulosidad a mi look, y estaba muy a gusto con el trabajo final.
Cuando nunca puede faltar en tu lista de amistades la chica que pasa horas arreglándose.
—¡Sun, si no sales, ya pensaré que te ha tragado el excusado! —grité reparando mi vestimenta
de varios ángulos.
—¿Ya estás lista? —dijo como si hubiera hecho algo asombroso.
—Desde que Adán se casó con Eva —usé tono cansado—. ¡Has llevado más de tres horas allí
dentro!
—Es mi primera fiesta de fraternidad. ¿Nunca escuchaste que la primera impresión es
importante?
—Sí. Y si sigues arreglándote, sin dudas le darás a la gente la impresión de ser tu primera
fiesta de fraternidad.
—¡Pues también es la tuya!
Puse los ojos en blanco.
Unos nudillos golpearon la puerta y enviaron un picor directo a mi garganta. Froté mis palmas vigorosamente. Muero de miedo. Mis piernas me llevaron a la puerta y suspiré antes de abrirla.
Jade me sonreía con un rostro radiante. Las redes que ascendían por sus piernas poseían ese toque dark sutil, pero muy sensual a su conjunto. Me pasmé cuando cruzamos miradas ya que dudaba de cómo saludar.
Esa misma oscilación se esfumó en el aire cuando extendió sus brazos alrededor de mi espalda y me dio un fuerte abrazo. Es sorprendente la efusividad que tiene.
—¡Hola! —exclamó bien cerca de mi oreja—. ¿Ya estás lista?
Tuve que, levemente, separarla de mí. Me estaba sacando el aire.
—Sí, pero hay un detalle: ¿te importa que lleve a mi compañera de piso con nosotras?
Creí que echó un vistazo por encima de mi hombro, si bien, no iba a encontrar a Sun Hee allí.
Sus pupilas se sacuden tanto que no sé si fue producto de mi imaginación o por las plantas con flores amarillas que Sun colocó a ambos lados de la entrada.
—¡Claro que no! Siempre estaré feliz de conocer a gente nueva —sus dedos se enviaron a mi
mano y la apretó—. Ya me aburro de ver a los mismos ebrios todo el tiempo —murmuró con diversión.
Forcé una sonrisa que no pareció haber percibido en absoluto.
—Pues, perfecto. Aguarda que la llamo —doy media vuelta situando las manos alrededor de
mi boca—. ¡Sun Hee, he anunciado que estás lista!
Oí un «¿qué?» ahogado al fondo de la habitación. No pude contener una sonrisa durante el
proceso. Me traía sin cuidado los cúmulos de rabia que en debe estar almacenando Sun por
concluir su arreglo.
Sin embargo, y muy en mi interior, tengo la certeza de que me asesinaría posteriormente.
Se escuchó bullicio de cosméticos cayendo al piso. Cada vez más me costaba reprimir la risa.
Al cabo de unos segundos, una chica asiática salió por el umbral. Jade y yo nos habíamos
quedado patidifusas.
Sun se atavía con un hermoso vestido azul cielo. Para mi sorpresa, cubría hasta la mitad de sus muslos, dejando a la vista sus esbeltas piernas. A pesar de dedicar tanto tiempo al maquillaje, éste había sido casi imperceptible; como una segunda piel a su rostro.
Tal resultaba que la preparación de horas había dado buenos frutos.
—Jade, Sun Hee. Sun Hee, Jade. Compañera de trabajo, compañera de piso —señalé
entrambas con tanta prontitud que me mareé.
Vi dos manos derechas estrecharse delante de mí acompañadas de dos besos en la mejilla. Al separarse, Jade intercala su mirada en nosotras encubriendo su perplejidad.
—Pues, ya podemos irnos —dijo y se volvió de espaldas.
Sun me confirió una mirada cómplice que dejó a la vista el buen trabajo que hizo con el
maquillaje. Los ojos se le veían más abiertos, sin perder ese toque oriental.
Cerramos la puerta y perseguimos a Jade por el pasillo anchuroso con destino al ascensor. Pulsó el botón que lleva a la planta baja donde se daría el festejo e intercambió unas palabras con un par de personas que nos hacían compañía.
Acto seguido, las puertas de metal se despejaron, dejándonos el camino libre. Jade se despidió
de las personas. Me sobresalté cuando pasó por en medio y atrapó mi mano en conjunto con la de Sun.
—No se alejen demasiado. Es fácil perderse por aquí.
La música se hizo más presente cuando nos introducimos al fondo de la planta. El ambiente
era muy movido, y ello indicaba que la fiesta debió iniciar hace mucho antes. El lugar estaba
atiborrado de estudiantes desplazándose de un lado a otro, y el olor a alcohol se hacía parte de mis orificios nasales. Supongo que es algo a lo que tendré que acostumbrarme.
Continuamos marchando por el umbral escuchando a Jade saludar a todo el que estaba a tres metros de distancia. Se nota que está en su mundo. Aquí es donde pertenece.
—Si no les importa, este es nuestro sitio —se detuvo en seco, en medio del pasillo—. Son
libres de hacer lo que quieran. Llamen si me necesitan.
Asentir fue la señal confirmativa que nos alejó de su presencia.
Fue donde se sintió más real. Estaba en mi primera fiesta universitaria, y era libre de hacer lo que me placiese.
Primeramente, me sentí en un segundo plano. La gente a mi alrededor se agrupaba, bailaba, y
reía. Los bajos retumbaban el piso bajo mis pies. Si Jade había conseguido un lugar aquí, pronto
lo iba a hacer yo.
—Iré a explorar —bramé a Sun Hee por el alto sonido—. ¿Te encontrarás bien?
—¡Seguro! —afirmó ella, con un ánimo que daba celos.
Asentí sin mucha determinación. Sentí cómo ella se apartaba de mi lado y, por arte de magia, se unía a la conversación de un conjunto de chicos. El corazón me dio un vuelco. Debía hacer algo pronto.
Como ordenada por control remoto, miré a la delantera. La salida ambigua al edificio está
abierta. Se podía oír la presencia de gente. Quizás allí obtenga algunas posibilidades.
Sin duda alguna, avancé tragando saliva. Dios, el movimiento daba vértigo. Me sentí dentro de un mar tempestuoso hasta que, de improvisto, di cara con el aire fresco, más bien gélido.
A mi derecha se entreveía el parking, y, a la izquierda, una mesa larga. Parecía de esas que
tenían los ex novios de mi mamá en sus mansiones donde nos hacían cenar. Me encaminé a ella. Pude distar que los chicos estaban haciendo allí un tipo de juego con cerveza. Se divisaba al
líder botando y recibiendo aplausos.
—¡Muesca! —vociferó con un vaso rojo en las manos—. ¡Muesca por sumar un punto!
Sacudió su cabeza con intensidad, revolviendo su cabello negro. Hasta ahora me di cuenta que los reflejos rubios en su cabeza no son ideas mías: son mechas. Los chicos del grupo golpearon la mesa con euforia mientras que una morena hizo una fisura en la mesa con un cuchillo.
El sujeto tiene agallas y lo sabía.
Hecho ello, se bajó de la mesa, donde se encontraba subido, y atravesó la zona con cautela. Se
echó un trago grueso del vaso rojo y sus ojos pasaron por los míos. Se me heló la sangre. Tienen un vivo color esmeralda. Giró la cabeza en dirección contraria y se inclinó.
—¡Bro, mi bro! ¿Dónde te habías metido?
—Te dejo cinco minutos solo y ya empezaste a echarle tierra al alcohol —dijo una voz gruesa
que, por mi posición, no pude ver de quién proviene.
El chico de mechas rio.
—Ni con las mejores bromas te ríes, ¿eh? Calma. No tiene nada —mostró el contenido de su
vaso—. No hemos jugado al Dirty Pint… por ahora.
—Sabes que si te da un coma no te voy a llevar a tu piso, ¿cierto?
—¿Pretendes dejarme morir solo? —su sonrisa se borró—. Bueno. No te pongas severo.
Prometo no volverme loco —besó el vaso y volvió a reír.
Podría haber tildado al chico como beodo y sacarlo de mi memoria. Habría volteado o ido a una parte más serena, de mi estilo. No obstante, había algo enlazado a él que no me permitía
quitarle los ojos de encima, o mejor dicho, a su compañero.
Joshua había esquivado al ganador de las muescas y continuado andando a la entrada. Sin embargo, se detuvo a medio camino, cuando nuestros ojos se encontraron.
El corazón me palpitó al borde del colapso. No me esperaba encontrarlo, mucho menos en un lugar como este.
Cuando sus pupilas conectaron con las mías, me invadió un hormigueo familiar. Y sabía que sucedería a continuación.
Mis ojos escurrieron sobre la estructura de su rostro, la población en sus cejas y el oscuro de su cabello. Evité por todos los medios mirar sus labios entreabiertos y revivir esa multitud de emociones que se forjaban cuando estos se hundían sobre los míos.
Para describir a mi ex hermanastro me faltaría aliento, con el que precisamente no cuento. El mismo chico que conocí hace un año. El mismo con el que me llevaba tantas horas de desvelo, tantos secretos descubiertos y, por si fuera poco, tantas primeras veces.
No supe qué hacer en ese pasmo circunstancial. Había ido y regresado del pasado con solo
verlo nuevamente.
Y, así como apareció, se evaporó dentro de las instalaciones del edificio.
Pasé mi peso de una pierna a otra al percatarme de que se había marchado. Froté mis dedos
sobre mis palmas. No podía creer que algo así había sucedido en realidad.
Entre tú y yo no hay nada. No puede haber nada.
Y eso fue lo que me trasladó a la actualidad.
Caí en cuenta de que mis pies seguían pisando suelo firme. El aire se había vuelto denso
entorno a mí, por lo que debía virar de allí lo más pronto posible. Mis pies evadían varias siluetas que se cruzaban en mi camino como juego de pintball. El camino de retorno se había vuelto un laberinto sin vía de escape.
Jade tenía razón: es rotundamente fácil perderse en un festejo de aquella clase.
Contuve las ganas de maldecir mi falta de experiencia en voz alta cuando me allegaba a la
planta de nuevo. Hace unos simples minutos que había desaparecido y el pasillo está más saturado que antes. A este punto, me va a costar una infinidad salir.
Telefonear a Sun era una opción, si bien la música no estaba a mi favor en ello. Los cuerpos de gelatina eran una verdadera tormenta marina. Rechacé la alternativa de intentar encontrar a Jade puesto que era imposible humanamente. Así que hice lo mejor que pude hacer: esperar a que la marea me llevase consigo al ascensor. Un plan por demás patético, sí.
Dejarme llevar por la intuición no era tan efectivo como sospechaba. Pero, de una manera u otra, acabé entrando a un lugar por una puerta abierta.
La habitación era iluminada por una luz tenue. Difícilmente podía moverme por lo estrechas
que eran las paredes. Cerré la puerta de un puntapié y paseé mi vista por una estantería y muros
de color gris oscuro. A mi lado se hallaban numerosas botellas de desinfectantes, abrillantadores
y cloro industrial.
Llegué a parar a un cuarto de limpieza.
Cubrí mis ojos con los párpados. Me concentré en el subir y bajar que da mi pecho al gruñir
vehementemente. Escapar a esta fiesta desbandada no fue más que un error. Me odio por haber
pasado mucho tiempo antes de que me diera cuenta.
Crucé mis muñecas detrás de la espalda, la cual sostuve en un muro. En mi mente reapareció
la única persona que podía brindarme verdadero auxilio en un suceso como éste: Richard. Dios, no hubieron pasado ni veinticuatro horas de su marcha cuando lo siento tan lejos, tan capaz de olvidarme y tan perdida en este mundillo.
Sin él a mi lado no tenía nada.
Y sin Nessa a mi lado estaba perdida.
Solo me resta implorarle a Santa María Hwa Sa un milagro. Un efectivo milagro.
Pensé en salir de nuevo, pero era caso perdido. Si la masa me había arrastrado aquí quién sabe
si, al segundo intento, caería adentro de un piso extra. Delante me quedaba la puerta.
Un golpazo me sobresaltó y dirigió mi vista allí.
Joshua, el tipo que se supone esfumó en la muchedumbre, reapareció en mis narices. Su mano derecha aún se asía del pomo. En el rostro llevaba una imagen implacable y se contuvo de poner un pie dentro del cuarto.
Mínimo, estaba tan atónito como yo.
Como ninguno dijo nada al respecto, me fijé en el detalle de su brazo, ese donde se
presentaban trazos de tinta hechos en cualquier dirección. Sus ojos marrones mantenían ese aire lóbrego y misterioso.
—¿Qué haces aquí? —gruñó en un tono no muy conciliador.
Tragué el nudo que se me había formado en la garganta.
—Yo… buscada el ascensor.
Arqueó una ceja pasando su vista por mi cuerpo. Sentí que me amarraban el cuello con látigos
y por ello me flaqueaba la respiración. Su vista volvió a mi rostro con el aspecto severo.
Ya que él lo había hecho, me tomé la libertad de detallar cada parte de su fisionomía. Un
mechón le amenazaba con caer sobre su cara. Discurrí en sus grupos musculares bien
desarrollados y reduje un escalofrío.
Hasta ahora, no me había dado cuenta de la mancha verde que posee su camisa. Creo que no
se la ha llevado bien con algún ebrio del recinto. Eso explica su presencia.
Vi su expresión nuevamente, inmune a la emoción. Parpadeó un par de veces, tres. Se le veía
en acto de vacilación.
Finalmente, puso un pie sobre el suelo de cerámica, dejando que la puerta se cierre por sí sola. Escuché las paredes de mi corazón latir. Los grados de ebullición en mi sangre subían
conforme avanzaba hacia mí. Las piernas me flaquearon.
Su pecho llegó a pocos milímetros del mío. Expectante de lo que iba a hacer, me quedé
mirándolo desde un punto débil. Un cosquilleo me acometió en el bajo vientre cuando extendió
un brazo por encima de mi cabeza.
Su aliento rozó el lóbulo de mi oreja, añadiendo fuego al incendio que yacía en mi interior. Se había estirado hacia arriba y su camisa subió hasta dejar parte de su ombligo a mi vista. Mi respiración se resumió a un hálito.
Fue cuando bajó el brazo lentamente, a una velocidad torturante. Tenía los dedos envueltos en una botella que no supe distinguir su contenido puesto que sus ojos estaban clavados en los míos. Una fina capa de aire era lo único que nos alejaba del todo. En sus pupilas estaba una sombra embriagante. Y sus labios entreabiertos; una tentación puesta en bandeja de plata.
Pudo irse al agarrar la botella, pero no lo hizo.
Ese momento de hipnosis me empujó a su viejo olor, mi favorito. Una fragancia que
ensamblaba perfectamente en su piel. Sentí sus labios sobre los míos, la suavidad de las yemas de
sus dedos en mi cuerpo, el descontrol que fundaba al tocarme aunque, en ese momento, nada de aquello ocurría realmente.
—Pues, suerte con ello —expuso en voz ronca, muy cerca de mi sien.
Un frío espeluznante me tomó desprevenida cuando su cuerpo se separó del mío. Mis
pulsaciones aún se apreciaban agitadas aun cuando tomó el pomo de la puerta y salió.
El aire volvió de golpe en la habitación.
Pasé una mano sudorosa por mis ondas. Miré a ambas direcciones, sin saber qué hacer, y más
aún, sin comprender totalmente qué me había causado el Glaciar.
El que, una vez, podría haber sido mi Glaciar, cosa que hoy día, jamás conocería.
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