La aceptación
¿En qué invertiría ocho mil dólares una madre promedio? Podría ser que los archivase para los estudios universitarios de sus hijos, les dé utilidad de adquirir comida suficiente para varios
meses, o bien, solvente las fugas, la cuenta de la electricidad y repare algún tipo de desliz
constructivo en su vivienda.
Ahora bien, ¿en qué había invertido mi madre esa suma de dinero?
—Bienvenidas a la Clínica Cosmética Ellis. ¿Es usted la señora Lauper?
—En efecto. Un placer. —la empleada se inclinaba hacia atrás en el momento que mi madre le extendía un brazo empoderado en largas uñas en gel y relojes con tanta pomposidad como el Big-Ben—. Aunque muy pronto, señora de
Hall.
La mujer señaló al suelo con la barbilla. Llevaba los tirabuzones ajuntados en un moño elevado. En cualquier otro escenario, habría repuntado el verde
menta de su uniforme, resaltante entre el blanco de los muros.
No obstante, como bien intuí,
no fue posible hacer dicho vistazo gracias a la única frase que recordaba de los labios de mi madre:
«Señora de Hall.»
De pronto, acumulé mi peso de una pierna a otra. Mi cabeza estaba hundida en revuelo. Es decir, tenía entendido que mi madre e Ewan solamente salían. Digo, para no influir en las gestiones de su divorcio.
Me explico: mi madre no acostumbraba a casarse y divorciarse constantemente. Sus relaciones se habrían limitado encarecidamente gracias a ello. Y, como era de esperarse, decidió saltar de flor en flor a la vieja escuela, sin las complicaciones de recurrir al abogado.
Con Ewan la situación fue distinta. En su primera relación, no sé qué sucedió para que, por arte de magia, le roncase casarse. Ni yo ni Joshua nos habíamos enterado de la noticia hasta dado supuestamente por finalizado el amor. Y según mi punto de vista, el trámite se realizó
únicamente con fines de interés: para él permitirle a ella que hiciera movimientos en su cuenta bancaria.
Cuando llegó el momento del divorcio, se dieron muchos inconvenientes: papeleo, retrasos en la validez, que, de una forma u otra, extendieron el proceso por meses. Se suponía que, con la
llegada de Richard ya sería asunto zanjado. Pese a ello, concluyó la relación, Ewan volvió y el resto es historia.
Perdí todo conocimiento de los trámites o si se llegó a concluir el proceso alguna vez. Mi madre y yo habíamos tenido tensión por el regreso de su antiguo marido y, desde entonces, dejamos de platicar al punto de olvidar la espontaneidad con la que eso ocurría.
Ahora es tan difícil dialogar sin choques...
Sucediese lo que sucediese, si el divorcio había concluido o no, me había tomado por sorpresa el
comentario de «señora Hall». ¿Es alguna señal de que abandonaron el proceso, a tan poco de acabar? O aún más: ¿tienen pensando nuevamente contraer nupcias?
Si lo último era cierto, temía a la inevitable realidad: la relación entre mi madre e Ewan iba en
serio, y ya no veía cercana su ruptura o posibilidad de desunir nuestras vidas.
Y en el fondo, no deseaba que ocurriera, pero tampoco deseaba que mi madre volviese a sus
antiguos hábitos: sólo que volviese a Richard.
Sin embargo, hoy era el momento de esclarecer aquellas dudas. Además, con un poco de
suerte, alcanzaría a sofocar una porción de tensión entre nosotras. Ansiaba recuperar a la madre que todos los días esperaba en la mesa para preguntar cómo me había ido en la escuela. La madre que se esforzaba en cada detalle para hacerme feliz, o aguardaba el mínimo momento para ser lo
último y primero que viera en mis días.
Aun si nada de ello regresase a la actualidad, estaría satisfecha por haberlo intentado, si bien, me sentiría algo desesperanzada por no haber conseguido el objetivo.
—Según la archivadora, ha reservado dos limpiezas, ¿no?
—Eso es correcto.
—Excelente. Pues entonces, permítame acompañarlas.
No es necesario que mi madre llame mi atención para obedecer órdenes. Sitúo mi paso a
sus espaldas, con una distancia prudente, y nos internamos al fondo de la clínica.
No había más que decir: todo es desatinadamente níveo. Desde las repisas, muebles y puertas
hasta los pisos y techos de tres metros. Solo unos cuantos enmarcados dan un escaso toque de coloración. Los grados disminuyen un tanto a medida que somos guiadas por la empleada hacia la zona donde nos realizarán dichos tratamientos.
Quizás sea debido a la impaciencia o realmente es
trecho es extenso, pero advertí cierto retraso. Para distracción, posé la mirada en los suelos encerados. Me sentaba amargo pisarle con botas de cuero.
Las cadenas que rodean mi calzado chirriaban a cada paso para cortarse contundentemente. El centro donde seríamos atendidas era desarrollado. Los suelos han abandonado aquel toque blanquecino y ahora se atavían de un grisáceo homogéneo, muy agradable a la vista.
La empleada se paralizó a unos pies de mi madre antes de volverse hacia ella, quien
contemplaba el diseño interino de manera parecida a la mía.
—Las especialistas se tardarán unos minutos en atenderles. Pónganse cómodas.
Mi madre agradece su amabilidad antes de retirarse por completo. Miraba por el rabillo del ojo el modo en que se liberaba de las gafas de sol y se contoneaba hacia uno de los dos muebles oscuros. Continué abstraída en los muros y enmarcados de mujeres luciendo un cutis impecable, en su mayoría, artistas y figuras públicas reconocidas en el estado.
Deseando alcanzar su reconocimiento, transcurrieron unos momentos para apartarme y sentarme a la derecha de mi madre.
No sabía si era conveniente dar inicio a nuestra conversación. El silencio era incómodo y apacible a la vez. Percibí por los genes que ella presentaba un desconcierto semejante al mío. Eso hasta un punto me aquietó ya que me demostraba el interés que posee en perder la distancia que nos disgregaba.
Dos mujeres, ambas jóvenes y de aura generosa, se nos acercaron a cada una en batas y una amplia sonrisa. Dedicaron unos momentos a prepararnos para iniciar los tratamientos,
comenzando por enjuagarnos el rostro en una sustancia lechos que, según sus aclaraciones, sus
funciones eran remover impurezas y maquillaje restantes. Posteriormente, procedían a exfoliar la piel.
No nos dispusimos precisamente a entablar conversación en el proceso. Preferí cerrar los ojos y
sumirme a la oscuridad, centralizada en el toque tranquilizador que descendía de mis hombros.
Los minúsculos momentos en que ni el aire realizaba sonido, abrí un ojo para visualizar el rostro relajado de mi madre. Estaba informada de que estaríamos envueltas en unas
cuantas personas. Y pese a que me sorprendía el hecho de estar acompañadas de un par de
dermatólogas, no me parecía un ambiente suficientemente adecuado para dar cabida a una
conversación de tal magnitud.
Por un extremo, sabía que a las médicas no les interesaba lo
más mínimo de nuestra charla, y al otro me embargaba un hondo temor el hablar sobre mi padrastro o realizar preguntas tan fuera del margen común.
Al transcurso de unos cuantos minutos, fue aplicado el vapor de ozono. La sensación, por más
relajante que fuese, no alcanzaba a mitigar los nervios que yacían en mi interior.
Comenzaba a tomar consciencia de que llegaría el fin del tratamiento facial y no habría
compartido ni una palabra con la mujer que me había traído a la luz.
Acabada la vaporización, mi rostro fue recubierto de una masa fría. Poco después de ser
extendida, descubrí que se trataba de una mascarilla.
Al abrir mis ojos, pensaba que estaba bajo efectos anestésicos. La cabeza me daba leves punzadas que se amplificaban por las sienes hasta que disiparon del todo. Las
especialistas habían dada por finalizada la limpieza y procedieron a retirarse, por lo que agradecimos su atención.
Mi madre y yo quedábamos a solas en los sofás. Debíamos remover la mascarilla dentro de
media hora: lapso de tiempo ideal para nosotras.
Mis pupilas se pasearon desde la coronilla de su caveza hasta la zona de su mentón. La crema hidratante mostraba un color menta, quizás debido a hierbas; no podía aclararlo. Sus
largas pestañas permanecían sobre sus pómulos. Inclusive la quietud de su cuerpo daba a
comprender que no pensaba hacer otra cosa por un extenso momento.
—Supongo que es el momento de hablar, ¿no? —Habló de pronto. Se dispuso a abrir continuamente sus ojos para revelar un matiz aguamarina en ellos—. Si es lo que deseas hacer.
El sexto sentido de una madre puede funcionar como arma de doble filo. Me había eliminado la responsabilidad de tener que sacar la plática por mi cuenta, acción que, de por sí, llevaba sus propias dificultades.
En cuanto a los argumentos, no supe qué añadir, por lo que asentí de un modo imperceptible.
Mi madre retiró la cabeza del reposacabezas y, seguidamente, se dirigió a mí. La situación tampoco parecía favorable por su lado. La tensión era tal que nos costaba interactuar sin aquella tensión tangible entre ambas.
—Bueno... ¿cómo te va en la universidad?
Oí las cadenas luchando para bloquear mi voz.
—Bien.
Eso era lo que iba a decir al respecto. No deseaba agregar algo más, y sin embargo, su mirada impasible indicaba lo contrario.
Una sensación opresiva se instaló en mi pecho. Suspiré antes de continuar.
—Mi progreso es constante. Concluí el semestre satisfactoriamente, he hecho
prácticas en el canal universitario... y me han ofrecido numerosas oportunidades de trabajo...
—¿Qué? —se mostraba perpleja—. ¿Has hecho prácticas?
Me encogí de hombros; los ojos al suelo. Cierto, adquiría cierta relevancia el asunto de mi debut en el mundo informativo. No obstante, siempre di por sentado el interés que tenía mi madre por estar al tanto de ello. Le había mencionado mis logros académicos y respeto que me guardaban profesores y
alumnos pero jamás noté que me prestase atención cuando le notificaba.
A pesar de ello, su voz y la forma en que reacciona me hacen reconsiderar esa falta de interés. Aunque no pensaba alterar mi postura.
—Aly, eso es increíble —dijo con falsa emoción—. ¿Por qué no me contaste sobre ello?
—Quizás la mujer estaba sumida en asuntos de más importancia. Gastar el dinero de Richard,
por ejemplo.
Combatí para no pronunciar aquellas palabras, pero fue imposible disipar la ira que contenía.
Diablos, era mi vida estudiantil. A toda madre le preocupaba tal desarrollo en sus hijos. De
pronto no sería el caso, pero su actitud pasiva y amargura constante no iban a desaparecer de mi mente por la expresión avergonzada que muestra ahora.
La veía arrepentida, y por más trastornado que sonase, me parecía correcto verle así.
—Aly... —la miré de reojo buscando respuestas a su pausa. Se le veía como si estuviera
decepcionada consigo misma—. ¿Cómo pudiste pensar que no me importaría? Eres mi Sol.
No podría describir lo que sentía. Las emociones fluían en cualquier dirección. Mi estómago se encontraba apretado por mirarle, y mantenía la voz y cabeza frías.
—Pues, si es como aseguras, agradecería tu explicación sobre lo que te distraía de mí.
Fue la petición imperial. La frase donde pude apreciar mi interior sufriendo un desbalance
profundo.
Dolorosamente, alcé la mirada a su rostro inescrutable. Su corazón y el mío dieron un vuelco sincronizado. Mi pulso no pudo presentarse en peores condiciones.
Mi madre ladeaba su cabeza de un lado a otro. Por momentos, parecía costarle hablar. Las
palabras no le cedían.
—No sonaría coherente decir que no lo sé, pero no tengo otra respuesta —suelta un resoplido—. Supongo que te veía
despreocupada y pensé que todo marchaba en su lugar: venías a casa, charlabas conmigo, te veías
feliz hasta que... —meneó la cabeza—. Cuando Richard llegó, parecía que todo estaba en su cauce.
—Y si era de esa manera, ¿qué te hizo sacarle del mapa? —alegué, me incliné hacia ella—. Madre, ¿por qué no pudiste seleccionarle a él? ¿Cómo fue posible que lo
apartaras...? ¿Por qué no él?
—¡Porque no podía! —En ningún momento pareció hartarle la conversación. Sabía el interés que sentía, y estaba en evidencia que ella deseaba responder lo que claramente no pudo.
La impotencia fue descendiendo de su cuerpo. En un momento dado, calló y pareció elegir las palabras correctas.
—Ewan no era más que un
hombre... pasivo. Jamás lo miré de otra forma o con otra intención. Nuestra primera relación fue evidentemente definible. No hubo ningún inconveniente hasta que... terminó.
Pausó momentáneamente. Sin nada que añadir, agucé el oído.
—Me sentía bien. Podía continuar con mi vida sin tenerlo a él en ella, pero sucedió lo contrario: simplemente, ya no podía dejar de pensar en él —le echó un vistazo frustrado a la techumbre. Abrí los ojos en total asombro—. Quizás fuera aburrimiento, pero era demasiada coincidencia que sucediera tantas veces al día. Empeoraba en la noche. Me daba cuenta de que algo extraño
pasaba. Entonces pensaba en su sonrisa, y en esos momentos donde mostraba su lado de hombre... verdadero. Ese lado fascinante.
Di por sentado que el brillo en los ojos era en las películas. No acababa de creer que mi
madre me estaba relatando aquello, o que podría ser real. No pude responder o refutar a aquello.
—Él no tenía problema, yo no tenía problema, te llevabas bien con su hijo... —un nudo se
instaló en mi estómago al oírla referirse a Josh—. ¿Por qué no? Ewan me llamó un día, me había
confesado que desde hace un tiempo él apreciaba los mismos sentimientos que yo.. y no pude estar mejor.
»Richard... ya no podía centrarme en sus atributos o su dinero. Ya no podía pensar en nada —Su vigor desapareció notoriamente—. Supongo que no me di cuenta del cariño que manifestabas hacia Richard y del daño que hacía alejándolo de ti. Solo quería alegrarte, pues tus deseos se habían hecho realidad... Al fin había encontrado al hombre ideal.
—¿Ewan?
Ladeó la cabeza.
—Sé que no has querido conocerlo, pero su comportamiento no es más que una fachada empresarial. Quiere conocerte. Y al igual que yo, lamenta lo mucho que pudo
afectar nuestra decisión, tanto a ti como a tu hermano.
«Padre, padre, hermano, hermano...»
Cerré nuevamente los ojos. No soportaba esas denominaciones. ¡Ellos no eran eso para mí! ¿Por qué el mundo se empeñaba en forjar lazos sanguíneos donde no había? ¿Por qué no podía soportar llamar a Ewan padrastro o a Joshua... lo que claramente no es ni será en un futuro para mí?
Aquel fue el embrollo que
deshizo nuestros caminos, que entre nosotros puso kilómetros de distancia... ¿Por qué nuestros
mundos no podían unificarse de forma distinta?
Si tan solo Joshua no fuese lo que es.
Si tan solo tuviera control sobre mis sentimientos.
Si tan solo nuestros padres no hubieran concernido en una gala benéfica...
Y lo más lamentable del caso era que, muy en el fondo, agradecía que hubiese sucedido aquella gala, pues había fijado la unión de Joshua a mi entorno. Agradecía que él fuese tan cautivante y misterioso, que ante mí hubiese mostrado que aquello no era más que un recubrimiento de sus miedos e imperfecciones. Agradecía que no pudiese apagar mis sensaciones, porque se habían hecho parte de mí.
Sin embargo, la realidad era aún más lamentable. Mi madre había encontrado placer en un hombre
intangible. Me agradaba saber que finalmente había decidido olvidar las lesiones que mi padre había dejado, y abandonar medio siglo de vida como fémina casanova.
Repentinamente, y sacándome de la desconexión mental, la mano de Amanda encontró la mía. Los músculos que envuelven mis venas se tensaban ante el gesto.
Mi corazón rebosaba de desconsuelo. Estaba profundamente feliz y profundamente alterada, y con intensas ganas de echarme a sollozar allí mismo pues, al fin y al cabo, y como había dicho, mi madre había
escuchado mis advertencias: había encontrado alguien que la animase a trazar un nuevo rumbo en su vida, y ese efectivamente no se trataba de Richard.
Sus ojos colmados de aprecio hacia mí —y otra persona en partícular— me invitaban a sostenerle la mirada para atender lo que diría a continuación.
—Mi Sol, aunque no creas en ello, Ewan te aprecia mucho. Y puede que durante toda mi vida te he enseñado a hacer lo contrario, pero tengo la certeza de que, solo esta vez, deberías darle una segunda oportunidad.
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