Extra. El indeleble

Noviembre...

El sujeto que me veía cínicamente desde la mesa opuesta me ponía los vellos de punta. No por miedo, no. El muy idiota me daba ganas de gastarme sobre él una serie de upperbuts, uppercuts o lo
que sea que se llamase el golpe que Aly me había mencionado una vez. Lástima que el gimnasio
al que iba no contaba con clases de boxeo personalizadas.

Mientras hice milagros para no insultar al enclenque que me acosaba —nada agraciado, por
cierto—, envolví los dedos al asa de la taza y di un sorbo a mi latte con chocolate blanco. La
mezcla inusual había ayudado a suavizar la inquietud de la espera… y a consentir mi paladar. Bufé al recordar los intentos del camarero por ligar conmigo cuando anotó mi orden.

—¿Chocolate blanco? Es una combinación ingeniosa, ¿no te parece…?

—Escucha bien, ser que transpira pubertad, el único interés que poseo hacia tus dedos sobre-
hormonales es que hagan entrega de mi orden. Repasa las Leyes de Constitución cuando
intentes ligarte a otra universitaria… Y destina tu propina a Onlyfans, como sugerencia.

El enclenque pareció entender su sitio pues se esfumó poco después para soltar la taza sobre
mi mesa. Sonreí satisfecha ante ello.

Desde que había estado asistiendo al gimnasio con regularidad y mientras buscaba una rutina saludable que para mí no cupiese en el contexto, mi cuerpo y aspecto habían recibido cambios significativos. Ni siquiera estuve al corriente de la rapidez en que transcurrían los meses, y de que tras un período hondo en mi vida, estaba pasando por una etapa de mucha mejoría general.

Así que no era nuevo que los seres de testosterona notaran esas mejorías en mí, siempre,
constantemente.

Las pocas personas que considero amistades también notaron ese cambio, y eso les había impulsado a seguir transmitiéndome su apoyo incondicional, ese que me había hecho reflexionar sobre el valor que les daba a su presencia. Eran pocas puesto que habían vivido aquel momento latoso de mi vida, sin haberme abandonado en el proceso o haber hecho algo para evitar mi recomposición emocional, cosa que más había esperado de su parte.

El proceso de cambio que estaba experimentando incluyó momentos donde no me hallaba al cien del todo. Sinceramente, habían sido mayores los aspectos negativos. Y es que la mayoría de
las veces me sumí en un mar de dudas y pensamientos contradictorios donde mis errores eran el ombligo del mundo, por lo que ya no tenía lógica pasar por un período de mejoría tan bueno si todos aparte de mí veían los resultados.

Sí: me sentí mal con una sonrisa en la cara. ¿Qué otra opción me quedaba?

Soportar. Era lo que había hecho entonces. 

Justo cuando creí que no me sentiría mejor, el espejo empezaba a mostrarme lo que tanto anhelaba ver. A raíz de ello, fue que veía verdaderos cambios en mi persona, a tal grado de
dejarme atónita. Ojo: habían pasado numerosas semanas de ansiedad, de darle vueltas al asunto y fingir un estado de ánimo mejor, para desentrañar aquellos cambios circunstanciales —como
mayor madurez y la capacidad de mirar el buen costado de las dificultades— que marcaron el
inicio y final de la incredulidad en mí.

No me puedo quejar: me había convertido en mi propio prototipo de mujer autosuficiente, partidaria de sus ideales, y con alta autoestima. Varias personas se atrevían incluso a llamarme un ejemplo de perseverancia triunfal, lo cual era un honor, aunque había ocasiones en que continuaba ocasionándome timidez.

Sin embargo, como cualquier ser vivo de mi especie, aún había irregularidades en mi estado
físico y mental. Me hallaba bien con mi cuerpo, aunque no alcanzaba mi meta física. Y acerca de mi ansiedad matutina no hay mucho que decir: conozco las causas, y hasta el momento me he esforzado en contrarrestar algunas.

Pero existía un detalle esencial que podría apuntar a que era el mayor causante de ella, y que
además era un anclaje que no me permitía navegar en busca de más éxitos.

Es por ello que estaba allí.

El sitio donde estoy es un local popular, aunque nunca me había animado a visitarlo realmente;
eso porque o quedaba más lejos de mi residencia actual o no le encontraba lo especial, aquello
que tanto se le apremiaba.

Por lo visto, no tenía ni una razón para venir, ¿no? Por suerte, el motivo que poseía para venir valía lo suficiente como para soportar una larga espera y muchas insinuaciones del género
masculino, de las que ya estaba hastiada.

Sobre la espera fue mi idea. Se estaba volviendo un hábito ir a cualquier encuentro o reunión con diez minutos de antelación. La puntualidad era una de mis nuevas cualidades, y sin duda sería un criterio que exigiría a mis futuros alumnos.

Los diez minutos oficialmente pasaron. Estaba disimulando mis nervios, producto de la
ansiedad, con respiraciones profundas y continuas, tal como un compañero estudiante de
psicología me recomendó. Llevo la cuenta de las repeticiones para así también tener un método de
distracción ligero y completo.

Pues bien, todo aquel procedimiento se había ido a la reverenda mierda cuando la vida me dio de lleno, golpeando mi mente con recuerdos del año anterior, cuando la campana del local sonó.

Sentí que se me cortó el aire. Un joven rubio, de una estatura aproximada al metro setenta y
tanto y con aspecto casual, era el nuevo cliente. Divagó su mirada por encima de las mesas del
recinto unos instantes antes de alcanzar la mía, y cuando lo hizo, perdí la cuenta de las
respiraciones. 

Tomé grandes bocanadas de aire, removiéndome sobre el asiento, para en calma volver a
contar. Su mirada dejaba mucho que descifrar, presentaba un leve destello de impresión, asombro y
un tanto de incertidumbre que no pude precisar. Era de esperarse levantar esas impresiones, puesto que mi aspecto era muy distinto al del otoño pasado, época en la que, desde entonces, no nos habíamos vuelto a encontrar. 

Su presencia me traía muchos recuerdos que siendo sincera parecían ser de hace mucho más
tiempo.

Él llevaba el cabello un poco más largo, al punto que algunos mechones amenazan con caer en
su frente. El tiempo también había incidido en su apariencia, añadiendo un rastro de barba de días que le sentaba estupendamente, y sin pasar por alto su contextura, algo más flácida que antes pero con la misma forma. Y la misma mirada, los mismos ojos grises apagados ante mi presencia, un detalle que quise ignorar desde el primer momento.

Me acercaba al número ocho cuando él avanzó hacia mi mesa, tomando asiento en la única
silla vacía. A aquella distancia, y pese a que tenía un trozo de madera separándonos, mi corazón se sacudía abruptamente. Era lo más cerca que habíamos estado desde hace
mucho.

Me vi en obligación de adoptar una apariencia severa, esa que utilizaba en las presentaciones a
defender. De esa manera disimulaba mejor.

—Nessa…

—Buenos días, Adler.

Sentí su cuerpo tensarse al evadir su mirada. Se tomó un momento para bajar la vista, cuando se dio cuenta de mi reacción a ella.

—Buenos días, S… Vanessa.

Fue un golpe contra mi espinilla. Conté el número trece cuando dejé la taza en la mesa.

—Me queda entendido que habrás recibido un correo de mi parte, donde pedí agendar un día para un encuentro privado.

—Exactamente.

Tragué grueso.

—Pues, el motivo de esta citación es esclarecer algunos puntos referentes al año pasado… y
también tomar acuerdos, para mi beneficio y el tuyo.

Asintió. Soltó algo parecido a una risa nerviosa.

—Veo que has pasado mucho tiempo con Aly desde entonces.

Miré su rostro por el rabillo del ojo. Su expresión mostró lo inadecuado que le pareció el
comentario para luego mirar el suelo.

Un silencio pesado se hizo entre nosotros. Supe que era momento de plantear mi primera duda,
aquella que daría inicio a una temible conversación que traería muchos sentimientos del pasado,
con resultados inciertos para mí.

—¿Cuándo había sido tu primer encuentro con Diane?

El ambiente había tomado un nuevo rumbo a partir de eso. Adler la analizó y suspiró
antes de responder.

—Antes de que iniciara el primer semestre.

—¿Te citó o la citaste?

—Ninguna de las dos. Habíamos coincidido en un supermercado cerca del campus —Hizo una
pausa—. Los detalles se resumieron a una charla sosa. Intercambiamos números posteriormente.

—¿Cuándo fue su próximo encuentro? —La plática era todo un interrogatorio.

—El fin de semana —Me volví hacia él atenta a sus movimientos. Se cruzó de brazos para contestar—. Acordamos ir a las afueras de un club. Me tomó desprevenido cuando unos guaruras nos permitieron la entrada. Sólo asistí por cortesía, pues ella no me agradaba de nada. Consiguió hacerme hablar luego de aceptarle una bebida, y después de rozar tantos temas mencionó el tuyo —Me tensé al oírle—. Al día siguiente, desperté con resaca y un mensaje de ella diciéndome que la semana siguiente iniciaríamos un plan.

Negué lentamente con la cabeza. Aquel relato estaba despertando muchas sensaciones amargas a la mención de mi antigua amiga, esa que era la autora de la peor conspiración en mi contra que me había tirado abajo. Quise dejar el tema y no me sentí la única.

—¿Estabas dispuesto a seguir su plan?

La pregunta había rozado la herida. No era fácil para mi hacerla y escuchar la respuesta. Adler no dudó en hablar.

—Absolutamente.

Un peso se había agregado a mi pecho. Sus intenciones vengativas habían sido calculadas entre ambos de forma minuciosamente degenerada. La respuesta era clara para los dos, aunque no mentía en que esperaba la posibilidad de que negase.

—Snoopy…

El toque imprevisto de sus dedos sobre una de mis manos me sobresaltó. No porque fuera
intolerable, sino porque temí por el efecto que ésta tenía en mí. Había calidez, y un gesto que a
pesar del tiempo seguía necesitando…

—Por favor, Adler —Mi tono se endureció y él procedió a recoger su mano—. Es necesario que obtenga respuestas a las preguntas que dieron vueltas en mi cabeza durante meses. Luego habrá tiempo para lo demás.

Él simplemente asintió sobre eso. El peso de nuestras acciones presentes y pasadas era mucho
para la plática.

—¿Seguiste manteniendo contacto con ella…?

—¿Dudaste sobre eso? —Me dediqué a mirar fijamente la taza—. Nessa, no le respondí una
llamada. Corté todo contacto con ella desde entonces.

—Lógico: ya habían acabado triunfalmente sus planes.

Había dicho lo último para mí misma, en un volumen por debajo del murmullo pero
suficientemente audible para Adler. Le sentí inclinarse sobre la mesa.

—¿Crees que me enorgullezco de lo que te he hecho?

—Sin duda —Fue entonces cuando alcé la vista hacia él y no di medida a mis palabras—.
Debió de ser un gran logro mantenerme engañada y enamorarme con una actuación de primera por tanto tiempo.

Su mandíbula se tensaba.

—Cierto: debería agradarme haber actuado como un maldito desquiciado. Y sí, había estado
actuando en un principio.

—No te olvides del final.

—No, Snoopy. De eso no hubo un final —Mis capacidades de raciocinio flaquearon al oírlo—.
No podría negar que la mayoría del tiempo actuaba, pero te puedo asegurar que no lo hice con mis sentimientos, solo que no tuve la oportunidad de probártelo.

No soportaba seguir escuchándolo. De nuevo, me encontraba siendo la antigua versión de mí, totalmente herida y sin poder discernir entre la realidad y la falsedad.

—Si se trataba de algo tan genuino, ¿por qué no decidiste buscarme? —La determinación en mi voz flaqueó. Pareció indignarse—. Tuviste la oportunidad antes de que hiciera las maletas, en el piso donde me habías hallado con Diane…

—Lo hice luego de todo aquello.

—¡Pues era muy tarde, Adler! No tendrías idea de lo mal que me encontré al abandonar el
apartamento, al dejar el equipo de voleibol. Al ser perseguida por un pasado que hoy día no me
permite apreciar lo que puedo ser en el presente.

—¡Pues yo tampoco lo pasé fenomenal! Me esforcé, diablos que lo hice, Nessa, porque podría
asegurar que lo único que agradezco de haber hecho lo que he hecho es reencontrarme contigo.

Di una sacudida de cabeza leve.

—Podrías haber tenido la oportunidad a la que te refieres si te hubieras negado a los planes y haberme reencontrado de otra manera.

—¿Y si no te hubiera reencontrado, entonces?

Cerré los ojos sintiendo el desgaste que me provoca la conversación.

—Las razones por las que nos he reunido no son para discutir sobre el pasado, Adler. He venido a dejarlo en su lugar.

—Es por eso que me alejas, ¿no? —Sus ojos denotaban un brillo melancólico. Mi rostro de
contrajo al verle—. ¿Te traigo un pasado que no quieres recordar?

No había repasado el valor de mis palabras hasta que él sonaba dolido por ellas. Alcanzando
tal grado de confusión, mi mente era una bruma desastrosa.

Sorbí de mi nariz sintiendo mis ojos cristalizarse por lo que diré.

—La única certeza que tengo es de salir de aquí aceptando lo que ha ocurrido.

Adler se pasó una mano histérica por la cara. Las lágrimas amenazaban a saltarle a la vista
como la oleada de dolor que me cruzó en el instante.

—No, Snoopy…

Mi voz fue un desastre.

—A inicios del semestre, tuve planes sobre mis estudios, mi trabajo y todos los aspectos de mi
vida. Y te hago saber que agradezco que me hayas ayudado a darme cuenta de que, en realidad, hacía todo mal —Tuve un momento para intentar tomar aire, cosa imposible a causa del llanto—. Agradezco que me hayas inducido a un momento substancial en mi vida, donde soy consciente de lo que soy y lo que puedo llegar a ser sin un suceso que atasque ese avance.

—Nessa…

De pronto, me encontraba inclinando la mitad de mi cuerpo sobre la mesa para alcanzar sus
manos empuñadas. Su mirada se vinculó inmediatamente a la mía, y vaya que me esforcé en no
desmoronarme al ver la angustia en ella.

—Te lo pido, Adler. Permíteme perdonar todo lo malo que ha sucedido a lo largo de mi
adolescencia, a las personas que influyeron en ella. De algún modo, sus acciones tuvieron un
efecto en mí que me hace ser lo que soy. Y tú eres el que más amerita de eso.

—No, Nessa —Acunó mi rostro con sus palmas, y luché para no dejarme llevar por su toque,
su cercanía, sus brazos que me incitan a ir a su encuentro y olvidar mis peticiones.

—Hazlo por mí, por mis avances, por los momentos que hemos compartido…

«Entendido, Snoopy.»

«Me gusta verte con el cabello suelto.»

«Quiero compensarte lo que has hecho.»

«¿No me dejarás pasar a mi piso, ex novia…?.»

Mi capacidad de reprimir las lágrimas decaía. Sus hermosos ojos grisáceos me atrapaban en
memorias, más lejanas de lo que realmente eran. Momentos como aquel me dificultaban el
proceso en sobremanera, mas tenía claro que el sufrimiento actual siempre llevaría a un obsequio de la felicidad.

Adler inclinó su cabeza para posar su frente sobre la mía. En esa posición, seguro nos
robábamos miradas de parte de los clientes. 

Permanecimos de esa forma durante unos largos segundos, sumidos en la nostalgia del momento. Sus labios, de los cuales me sentía realmente tentada a rozar y pasar del mundo, profirieron un suspiro profundo luego de una extensa espera, y lo que dijeron sin
dudas pudo acabar de tirarme al subsuelo.

—Supongo que nunca pudimos congeniar.

Emití un sonido ahogado. Poco después, él tomó mi barbilla con delicadeza.

—Accederé a hacerlo por ti, Snoopy, como comprobante  genuino de lo que nunca dejé de
sentir. Sobre todo, por las oportunidades que dejé pasar para darme cuenta de lo increíble que eres.

Mi corazón se enterneció ante su voz ronca y llena de melancolía. 
Si necesitaba de un momento que merecía derramar más lágrimas de las que había hecho
desde su engaño, sin lugar a dudas se trataba de ese.

La conversación había tomado mucho para que finalmente pudiera decir que había acabado. El dolor de nuestra partida definitiva al salir de ese local es un hecho que difícilmente podré no tener en mente durante los siguientes días.

Hay momentos sustanciales en la vida: muchos que fijan un inicio, otros un final, pero que, a su vez, éstos dos siempre estarán de la mano, pues cada inicio posee un final, y cada final sugiere
un nuevo comienzo.

Había tenido que lidiar con el peso del pasado por demasiado tiempo. Eventos de hace años
que se negaban a permitirle un descanso a mi mente, y que por primera vez habían tomado mayor incidencia en mi vida actual.

Planifiqué un futuro liderado por ese pasado que, sin haberlo previsto, ya era de gran
importancia en mis actos, pues por él ansiaba hechos mejores y muy idílicos, a decir verdad.

La persona que me había recalcado aquello fue parte esencial de los momentos que no quería recordar. Estaba tomando consciencia del error que cometía al pretender despegar con la mirada al suelo, al no soltar lo que en realidad me negaba a hacerlo.

Tener muy presente el pasado solo nos impide visualizar nuestro verdadero futuro: me había costado muchos meses y esfuerzo descomunal para descubrirlo.

Los hechos que me marcaban no definían necesariamente lo que era en ese momento, como tampoco podría olvidarlos: solo
aceptarlos.

El perdón era todo lo que realmente requería para pasar de página e iniciar un nuevo capítulo, o a decir verdad, un prólogo, porque no podía sencillamente adivinar lo que sucedería ni en veinticuatro horas.

Estaba sola —en sentido romántico, pues las personas que me acompañaban eran suficiente
para mí—. ¿Podía asegurar que lo seguiría estando? ¿Que era posible que algunas circunstancias podían devolver a Adler a mi camino y demostrase más? ¿O que, sin embargo, conocería a un alguien dispuesto a darme otro ángulo del mundo que disfrutar?

No lo sé. El futuro era incierto, y las vueltas, innecesarias. Por ahora, estaba preparada y
dispuesta a ser suficiente para mí, para los más allegados, y así, dejar fluir todo lo que sabía que
podía ser y realizar. Nadie había dicho que no sería difícil, o fácil, pero ya todos se sabían la
chorrada de que vivimos una sola vez, ¿no?

Ahora, la única certeza que tengo es que soy una joven ambiciosa, con la certeza de poder conseguir más y, sobre todo, dispuesta a dar al replay del mejor modo.

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