El remordimiento
El Día de Acción de Gracias era nada en comparación con la cena navideña.
Una rotunda nada.
La familia Hall era reconocida por la cantidad de dinero que poseen y el poder que pueden
ejecutar con él. Sencillamente pensar en su hijo, dueño de una empresa automotriz, y la persona a quien no veían sus padres desde hacía un par de años, se podía intuir la meticulosidad que colocaron en cada uno de los detalles para recibir a su querido hijo en casa.
Recién llegados de un día en el parque de golf que gozan en el patio trasero, los hombres de la
familia, Ewan y su padre, se divisaban esa noche. Impecables era un título corto para ellos. Ewan, a su costado, relucía un traje empresarial que simultáneamente, tiene la distinción requerida para
la festividad. Entre todo ese look de hombre poderoso, predominaba su muñeca derecha, la cual mostraba un penetrante reloj de oro.
Fue cuando mi vista recayó sobre el hombre que lo había creado. Habían llegado a mis oídos
que Edward Hall se llevaba toda la genética y compostura de su hijo, y vaya que era cierto. Su
cabello era una mezcla entre matices castaños y grises canosos. Inexpresivo. Lleva un esmoquin tan oscuro como su mirada, capaz de descuartizar como tiburón blanco. La edad solo había enmarcado aquellas arrugas que le dan aquel aspecto agrio a ese hombre, cabeza de la familia y portador de los genes más impasibles.
Mirar al abuelo Hall infundía un profundo terror… Imaginar cuánto empeoraba si él era quien
te miraba.
El marrón en sus ojos me sentó como apagón interno; como si le hubiese arrebatado al Conde
Drácula sus poderes y con ellos hubiera absorbido mi alma. Su ceño parecía a punto de agrietarse por la fuerza en que es sometido. ¿Qué indica? ¿Molestia? ¿Enojo? ¿Cansancio?
Los Hall y sus rostros indescifrables.
El director de la automotriz pasa por mi lado sin decirme nada y toma asiento a un lado de su
padre. Agradecí a Santa María Hwa Sa porque poseo a mi madre a mi costado: la única razón por la que me alegraba tenerla cerca.
Olor a Red Polo se riega por la extensión de la mesa, sé de quién proviene. Repentinamente,
mis ojos lo encuentran.
El Glaciar acude a la velada muy bien vestido. Su cabello es cubierto de gomina. Las mangas
de su camiseta color champán están remangadas hasta el codo, privándole un poco de look elegante. La espesura de sus cejas se contrae al centro, dejando claro que no es un sitio en que le
guste estar mucho.
Pese a su aspecto molesto, jamás lo había visto tan pulcro, aunque Josh es un hombre precavido con la etiqueta: es el futuro gerente de una empresa. Hacer memoria de ello me encoge el pecho, por lo que no puedo seguir mirándolo.
Es coincidencia sorpresiva que, en el momento que se vuelve, Gina hace estruendo en la mesa al colocar sobre ésta una tarta selva negra.
Próximamente, la boca se me hace agua. No sé si es a causa de mis vistazos hechos hacia
Joshua o la tarta que tengo frente.
Una copa es golpeada sonoramente con un tenedor. Los asistentes dirigimos la vista a Gina. Su vestido escarlata roba muchas miradas, ello antes de pasar al recogido en su cabeza y los numerosos brillos que éste presenta.
—La cena puede comenzar.
Por fin. Ya deseaba friccionar mis palmas gracias a la exquisitez que abriga la mesa. Aparte de
los adornos decorativos que rellenan algún que otro vacío, todo lo que había sobre ella era recién salido y para chuparse los dedos: cordero, consomé de pollo, lubina al vapor, daiquiri, risotto de gran gala, canapés de gambas con gabardina, un delicioso soufflé de naranjas y la torta de selva negra para complementar. Un verdadero placer a la vista y paladar.
El señor Edward se servía unas generosas piezas de cordero mientras que yo llenaba mi plato
de canapés y un cuarto del rissotto. Moría por todo tipo de canapés y mariscos.
La botella de daiquiri era cedida a los demás a medida que era servida. Mis ojos deambularon insensatamente sobre mi plato para comenzar a digerir las gambas y ahogar un gritito. Las gambas y yo teníamos una relación tan estrecha como las patatas con chocolate.
Combinado dicho ingrediente con mis codiciados canapés, el entremés servía perfectamente
como pase al cielo.
La visita se hacía más amena en este aspecto de la cena.
Degustando mi comida, posé los ojos por encima de la mesa. Todos los invitados se hallaban
llenando sus bocas y disfrutando de la comida tanto como yo. Di un nuevo bocado al pasar sobre
las cabezas de la familia Hall y detenerme en su más joven descendiente. El corazón me dejó de palpitar.
La lubina descendía en cantidad en manos de Joshua, un gran amante de los peces. Lo sabía
perfectamente por el día de excursión al valle en que armonizamos por Ciencia Animal. O la tarde de domingo que me invitó a un restaurante tailandés donde merendamos entre risas y descubrimos nuestra pasión marina. O nombrar el viaje al acuario, hecho a inicios de año, antes
de que nuestros padres dieran fin a su primera relación amorosa y mi madre saliese con Richard.
Todos esos momentos, la sonrisa en su rostro, los parentescos que nos hacíamos con cada pez, los
colores añil sobre su pecho y los clandestinos y tentativos roces que me hacían sus dedos sobre
mi dorso, eran irremplazables.
Cada destino que concertábamos, cada hora que se ralentizaba y cada parálisis que sufría el
reloj cuando su proximidad se hacía más ardiente. Todos y cada uno de los días en que nuestras
vidas comenzaban a hacerse una sola acabaron con el placer a las gambas y arrasaron con la débil
conciencia que quedaba en mi cabeza.
Cerré mis ojos con fuerza. ¿Por qué había tantos riesgos? ¿Por qué sus mundos eran tan
disímiles de los míos? ¿Por qué él tenía una imagen corporativa que cuidar y que yo podía arruinar con nuestro afecto? ¿Acaso no se había visto la primera relación entre hermanastros?
¿Acaso había algún vínculo o lazo sanguíneo que podría penalizar nuestro desarrollo como pareja?
El mundo podía ser vil a veces. Con nosotros, había hecho estragos. No solo con nuestra
posible relación, sino con nuestro trato innato y habitual. Yo había sido la causante de su sufrimiento, de sus irremediables heridas al corazón que enmarcaron esa frialdad y profundo odio que me guarda. Él tenía esperanza con nosotros, pero yo no podía acabar con su futuro, su familia...
Y diablos, lo he pensado. El desear que exista alguna salida. Imaginar que nos queda una
última alternativa que recurrir, y que nuestras vidas no estén unidas únicamente por el amor que hay entre nuestros padres.
Me he hastiado de idealizarlo, incluso luego de haberle roto el corazón a Joshua, el frío corazón al que solo yo pude llenar de calor.
Entre tú y yo no hay nada.
Agradezco no estar donde no hay y no puede haber nada.
Aly…
Sacudí mi cabeza con fuerza absoluta. Todo me daba vueltas.
De ninguna manera me apetecía revolver mis pensamientos y reencontrarme con esa
noche en el baño, o esa soledad que me aturdía constantemente.
Me había hartado de todo el rollo
del revuelo psicológico, y solo habría una forma de acabar con ello.
Recosté la espalda contra el respaldo. No fui capaz de realizar otra cosa. Mis ojos estaban fijos en aquel punto donde reposaba mi celular, a un lado de mis caderas. El alboroto y la comida a mi alrededor no fueron suficientes para paralizarme.
Pulsé el táctil como posesa con ojos para el contacto al cual remitía y enviaba el siguiente texto:
Llámame, por favor.
Los segundos se volvían incontables a la espera de desaparición del enviado. La sangre arrasó con mis venas y no probé otro bocado. Me huyó el apetito. No había gambas en el mundo que me sacaran de mi trance.
A los pocos instantes, mi teléfono repicó.
Me disculpé ante toda la mesa. Hice la silla a un lado sin mirar a ninguna otra parte y me fugué de la cena navideña. Los peldaños se hacían infinitos entretanto me apresuraba a mi alcoba.
Alcancé a asir la perilla de mi puerta sin estar segura de si era mi puerta y pasé a la habitación.
La ventana a la derecha lo confirmó. Hundí mi cuerpo en el colchón y descolgué desesperada. Las lágrimas se desparramaron por mis mejillas al tiempo que alguien habló.
—¿Aly? —Interferencia—. ¿Estás bien?
La tristeza era tan pesada que me impedía hablar. La lija en mi garganta no hacía más que
obstaculizar mis fines
—Aly...
—Aquí estoy… —cuando por fin pude hablar un poco, no me quedó más que ir al asunto—.
No, Nessa. No estoy bien. En absoluto.
El daño y la insuficiencia eran altos en mi organismo. El silencio de Nessa fue la respuesta
afirmativa a mi petición de desahogo. Lo necesitaba. Una breve sensación de alivio me atestó el corazón a medida que las lágrimas humedecían las sabanas del colchón. Ello me permitió aflojar esa lija que yacía en mi boca.
Hasta estos momentos, no estaba segura. Los peros se alojaban en cada período y persona que
se me venía a la mente. La festividad de hoy resultaba la menos acertada para contar los sucesos traumáticos que me
pasaban últimamente.
Al mismo tiempo, el momento me lo decía.
Mi cuerpo lo indicaba.
Era hora de confiar mi tormento.
***
Me había quitado un gran peso de encima.
Desahogarme me había sentado como un medio de salvación interna. El medicamento al dolor.
Generalmente, se subestiman los poderes que tiene la acción de conversar con alguien. No había
estimado el valor que tiene la comunicación para las personas hasta ese momento. Soltar mi lengua no había sido sencillo, sobre todo porque las lágrimas asfixiaban mi verdadera voz. Sin embargo, una vez hecho el destrabe, no había quién contuviera mis palabras.
Relaté absolutamente todo: desde la mudanza de Richard a Pittsburg, el error que había
cometido Jade, hasta el Día de Acción de gracias y el fatídico desenlace de Nochebuena, además de cómo me sentía al respecto sobre cada suceso. Incluso me dio tiempo de hablar sobre mi ansiedad constante y el remordimiento que me ataca al solo ver a Joshua.
Confesé todo cuanto mi cansada cabeza me permitió recordar, y no me detuve hasta que no
hubo más que narrar. Los sollozos cesaron. En mi cabeza no quedó ni un rastro de inquietud; solo vulnerabilidad.
Mi consciencia me recordaba a cada relato que mi amistad con Nessa seguía estando en cuerda
floja. Posiblemente, sería una situación muy difícil para ella de manipular y mi deseo de perdón
se iría al traste. Sin embargo, mostró total comprensibilidad al escucharme en silencio. Y era tan
característico de ella que lo atesoraría para siempre.
Pensé que me sentiría con más fuerzas luego de explayarme, y que hoy por hoy, tendría
mucha más capacidad para sobrellevarlo. No obstante, tenía una sensación de fragilidad mucho más marcada; como si requiriera más apoyo del que me fue cedido. Quizás se debiera a la falta de contacto físico, o más probable, consolación incompleta, puesto que la noche se había ampliado
encarecidamente y no pude escuchar las palabras que tenía Nessa para mi testimonio. Si bien, los sentimientos de alivio y liberación eran suficiente consuelo para mí.
Acabada la llamada, me quedaba una gran noche que hacer frente; no estaba dispuesta a ello.
Mantenía la espalda en el reposacabezas y la mirada perdida en la ventana. Pasaba los dedos sobre el forro de mi teléfono mientras que mis pensamientos vagaban sin un destino en concreto, bajo la oscuridad de la habitación. Era medianoche cuando Nessa había colgado, prometiendo hablar conmigo en cuanto regresara a Texas.
Ladeé la cabeza. Un grueso bostezo surgió de mis labios, y estaba tan acabada que no me
restaron fuerzas para acurrucarme dentro de las sábanas como Dios manda. Medité brevemente en visualizar algunas noticias de las redes sociales, pero rechacé la idea.
Otro bostezo y nada de energías. Por los vientos que soplaban, me quedaría dormida sentada
sobre el colchón con el móvil en las manos.
Alargué el brazo hacia el suelo y lo deje de cualquier manera sobre él. Los vidrios de la ventana estaban abiertos, y la brisa me generaba escalofríos.
No llegué a colocar un pie en el suelo cuando abrieron la puerta.
Eran las doce pasadas. Si alguien hubiera subido para verificar mi estado, habría llegado temprano. A saber si a las ocho, momento en me acordé de repasar la hora.
Mi mente continuaba en preparación para el sueño cuando aquella figura entró a la habitación y se enmascaró entre la oscuridad.
La cantidad de sueño que entorpecía mi tarea de descubrimiento se hizo menos y, por lo tanto, mi vista a la penumbra mejoró.
Bordes uniformes fueron iluminados en la silueta entretanto se dirigía al extremo izquierdo del recinto. A medio camino, uno de sus pies golpeó una esquina del armario.
—¡Joder!
Mis ojos se abrieron como dos lunas.
Joshua.
Su gruesa entonación fue tragada por las paredes. En un tercio de segundo, los latidos de mi
corazón subieron. Lo segundo que distingo sobre él son los músculos de sus brazos: zona tan
demencial para un ser humano.
Continúa soltando improperios entretanto me quedo con los ojos sobre su cuerpo. ¿Qué le hizo
venir? Ni en circunstancias de vida o muerte probaría acercarse a mi alcoba. Decir que me quiere
lejos es poco. Y ya sea que un papel lo indique, en la vida me consideraría parte de su familia.
Así, pues, ¿qué pretende? La respuesta surge ante mis narices.
Su suave aroma a Red Polo es destronado por el fuerte olor a daiquiri. Joshua no acostumbra a
beber, y a mi saber, debe tratarse de una situación de fiesta o molestia para que lo haga. Y a
juzgar por su semblante antes de la cena, me inclinaba a la segunda causa.
A pesar de estar ebrio, Joshua no perdía su imagen. Andaba lo más erguido posible. Se sacudió la ropa al plantarse de pie y yo no hacía más que pensar en cómo lidiaría con la contrariedad.
—Aly… —carraspeó—. Aly, ¿dónde…? —su tos se hizo más intermitente.
Se me puso la carne de gallina.
¿Qué hacía? Era la primera vez que paso una situación de aquella índole. Me encontraba
desinformada sobre el manejo que se debe dar a los ebrios. No tenía idea de, primero, los planes
que tenía en mi pieza, y segundo, no sabía si era correcto dejar que lo demuestre o ingeniarlas
para llevarlo de regreso a su habitación.
La idea de tocar a Joshua en ese estado tan impredecible,
me aterrorizaba. Mo sabía cómo proceder.
Joshua estaba totalmente fuera de sí. Fácilmente podía lastimarse, lo que resultaba mucho peor pues tampoco soy paramédica. ¿Y si la oscuridad acrecienta los riesgos?
Confusa, bajé de la cama matrimonial y me dirigí al encendedor manual ubicado en la pared. Los aplausos harían ruido y despertaría a los demás. Cautelosamente, acerqué mis pies descalzos hacia el muro correcto y levanté el interruptor. Las luces iluminaron todo a mi alrededor. En un
momento, pude localizar a Joshua al otro extremado de la alcoba.
Mi respiración se hizo irregular. Joshua, aturdido por la intensidad de la luz, se sujetó a un costado del armario, como si su vida dependiese de ello. Mis ojos escurrieron sobre las puntas de su cabello enmarañado, el cuello de su camiseta y el borde de ésta medio subido hasta dejar
entrever un poco de su ombligo.
La temperatura había subido y el cosquilleo me lo expuso. No hay forma de que palpara a Joshua, por lo que preferí examinarlo desde la distancia.
Nuevamente, repaso su cuerpo, cuidando de no hacerlo con demasiada intención. Por lo visto, no hay señales de que se haya lesionado. Significa que puedo proseguir sin preocuparme por sangrados o fisuras que no sepa controlar.
Es obvio que su embriaguez es debido a un exceso de daiquiris. Se huele en el aire. Pero ello
no me será útil para medir su estado de ebriedad y saber si podré sacarlo de manera más fácil.
Pues, si se atrevió a llegar aquí, puedo deducir que está cerca de la fase crítica. Es un punto a
favor, entonces…
¿Qué? ¡Claro que no es un punto a favor! Debo asegurarme que esté en un lugar salvo, lejos
de cualquier cosa que pueda lastimarle o atormentarle. Lo segundo es más importante ya que ¿quién soportaría a un Glaciar ebrio y crispado?
Entre nosotros, se hallaba una distancia de cinco metros y, en medio, la puerta de madera. La
vía de salida no nos quedaba muy lejos. Aun así, me costaría mucha voluntad de mi parte acabar con los escasos metros y cumplir mi labor salvavidas.
¿Qué le habría llevado a beber?
Le eché un nuevo vistazo y presioné la espalda contra el muro. Direccioné las manos a la
pared y anclé las palmas firmemente. Acompañada de un suspiro, di cortos pasos a modo
cangrejo, recorriendo la extensión de los muros, pasando por la puerta, y paralizando mi paso a dos metros antes de llegar a él.
Transpiré como si hubiera concluido un maratón. Ahora que me encontraba muy al corriente de la cercanía que tenía con Josh, mi pulso marchaba en los aires.
—¿Aly?
Su voz fue un resuello que me ablandó el corazón.
—Aquí estoy… —me aclaré la garganta.
Paulatinamente, aparté las palmas de su sostén. Aprecié el cosquilleo en mi estómago con más potencias. Un nudo se apretujaba en mi garganta, sujetando mi aliento, añadiendo en mi piel la sensación abrasadora de nuestros cuerpos juntos. Justo la que no había vuelto a sentir hasta ese intervalo.
Desde hace tantas, notaba su cuerpo cerca del mío. Su calor sobre mi dermis. El desequilibrio
que le ha dejado el alcohol le obligaba a aferrar sus gruesos dedos se al muro. Tenía la cabeza cabizbaja ante mí, como si le marease al simple hecho de alzarla.
Con suma delicadeza, posé mis dedos en cada uno de sus hombros. El contacto me trastornó. Eché sutilmente su pecho hacia atrás con las manos heladas. Como si con dar un paso en falso, despertaría al monstruo de mar que lo escuda. Un monstruo de Glaciar.
Cada segundo se sentía una eternidad. Los movimientos que realizaban mis manos se
ralentizan al tiempo que mis ojos estaban alerta de cada una de sus respuestas, con el terror latente.
De improviso se echó hacia atrás, concluyendo la labor por mí. Dejé los dedos a flote con el
extremo cuidado de no tocarle.
Su rostro se mostraba ante mí y se me cortó el aire. Una fina capa
de cansancio se le dibujaba en los surcos, debajo de sus ojos. El castaño en ellos se hizo más
vibrante, y la acuosidad no era más que un efecto secundario de su estado de embriaguez.
Luché contra los deseos intermitentes de sujetarlo por las mejillas y acariciar sus pómulos, un gesto que añoraba hacer a diario. Estaba preparada para llevarlo a la cama cuando de lo profundo de su boca salió esa voz que derretía cada espacio de autocontrol.
—Aly…
«No alces la vista.»
«Te arrepentirás…»
Y sin embargo, haciendo caso omiso a mi propia conciencia, lo hice.
Millones de hormigueos se multiplicaron en mi vientre, eran tantos que fueron impulsados al
resto de mi cuerpo. Mi torrente sanguíneo rebosaba de adrenalina. Cada milésima de segundo fue dedicada a contemplar esos ojos que ennegrecían mis días, esas pupilas que no poseen fin y me
arrastraban a una hipnosis profunda, y a esos labios carmesíes que deseaba a punto de insensatez.
«Nunca más.»
En ese momento, cortó la distancia entre nosotros, hundiendo sus labios entre los míos.
El estallido me había aturdido durante unos breves instantes. Mi cuerpo fue atestado de
neuronas extasiadas, estimuladas por el movimiento de sus labios y la sangre que calcinaba cada
extremo de mi piel.
No me hallé capaz de reconocer lo que sentía: sencillamente perdí el juicio.
Las sensaciones olvidadas cobraron sentido en mi interior. Su boca derrochaba vida, intrepidez, y un sabor agridulce producido por el alcohol. Había en sus labios una necesidad oculta de no acabar, y eso alimentaba el calor en mi pecho.
Sin embargo me di cuenta que Joshua no tenía consciencia de lo que realiza. Lo noté al desear más. Necesitaba sentir su frialdad y suavidad en todos sus sentidos.
Sus actos van firigidos por la ebriedad que se halla en su organismo. Es por ello que el beso perdía algo de la novedad que me cautivaba hasta los vellos.
Porque lo que hacía realmente era vago, no era de él. Y me dolía sentir ese vacío entre sus
labios que me recordaba la aversión que me tiene, y que no haría lo que está sucediendo si
anduviera sobrio.
Yo quería ese afecto auténtico. Su deseo sincero de besarme. Pero tenía mucho más que presente que no podría ser posible que lo sienta. Imposible que él pueda sentir eso por mi nuevamente.
Y sus palabras me lo recuerdan:
Agradezco no estar donde no hay ni puede haber nada.
Una aguda punzada quebrantó aquello que acababa de experimentar.
Con la dignidad acabada, eché la cabeza hacia atrás. Reuní las fuerzas que me quedaban detrás
del dolor que se agravó en mi cuerpo para no desmoronarme. Las sensaciones recientes no fueron más que un gozo temporal. La culpabilidad volvía a cavar hondo.
No pude mirarle a los ojos. Joshua se mecía de un lado a otro, con la cabeza en las nubes.
Aprecié mis ojos cristalizarse.
Intuí que, a la mañana siguiente, ya no recordaría lo que sucedió.
Dirigí a Joshua hacia el pasillo, con mucho silencio, para posteriormente acercarle a su habitación. La puerta de la misma se encontraba ajustada, por lo que pude entrar.
A luces apagadas, permití que Josh se sentara y luego recostara sobre la colcha. La oscuridad y el frío de esa noche eran pesados. Me cercioré que se cubriese lo suficiente con la sábana y, al poco tiempo, se vio sumido en un profundo sueño.
Desde la entrada, contemplé su cuerpo dormitado. Su pecho subía y bajaba de manera
pacífica.
Lo merecía, cada una de sus reprensiones. Debía recibir odio por darle esperanzas
injustamente y convertirlo en el ser infame que habitaba en él.
No obstante, también descubrí que no podía hacer la vista gorda. No podía aceptar su rencor eterno y continuar con
mi vida; lo requería en ella. De un modo u otro, yo acabaría sintiendo el dolor que genera su horrible trato hacia mí, o la ansiedad por su carencia de cariño. No había método que me hiciera restarle importancia. No había forma que pasase de su presencia.
Sin importar lo que sucediera, no podía ponerle fin a lo que sentía por Joshua Hall.
Jamás podría.
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